Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Llamo tu nombre

Índice

Sonetos:
Escalera Ultima rosa Incruenta espada Presente en la distancia Deshielo Mensajero Soñarte Tus espigas de oro Paz Te escribiré un soneto Juicio
Poemas:
Soledad nocturna Mi canto Voz ecológica Nada más cierto Nana
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Breverías

761
Llegué a tus labios, y es tu beso un arte que viste de color el alma entera; me deslicé en tus brazos, y a explorarte lancé la mano en ruta aventurera; en tu sensualidad no hallé baluarte, ni deserción, ni fuga, ni frontera. Y aprendí que, aunque admiro tu paisaje, a tu interior apunta mi viaje.

762
Al escuchar tu voz se me retuerce el cordón del teléfono, ignorando si resiente que estés conmigo hablando, o el poder que tu voz sobre mí ejerce.

763
Espectador seré de tus tareas, aunque mis ojos verlas no consigan; estando en ti, a los tuyos les obligan, y me dirán cuanto tú misma veas.

764
No acortaste distancias, amada compañera, y ni tú te acercaste, ni yo me decidí, pues aunque tu en mi sangre navegas viajera, la sangre que te espera se ha detenido en mí.

765
En soledad, en soledad me quedo, en doble soledad y dolorida; no sólo te perdí, sino que cedo la mejor parte de mi propia vida; la parte que te dí, la que no puedo recuperar, porque ya está perdida. No sé si volverás, mas si lo hicieras, aquí estaré hasta que otra vez me quieras.

766
Vino a mi encuentro una mañana clara; quise besarla, y desvió la cara. Luego, al partir como un soplo de brisa, tan sólo me obsequió con su sonrisa. Y su semblante, pálido y risueño, cada noche aparece, en cada sueño. Siempre esperado, y a la vez sorpresa, mira mis ojos y mis labios besa. Y al despertar, oh, cómo echo de menos su mirada, sus labios…y sus senos.

767
Al mirarte, en la mente aparecieron sombras que en otro tiempo yo besé; tan absorto, al besarte, me quedé que unas tras otras se desvanecieron.

Sonetos

482 - Escalera
De mármol, de metal o de madera, ya en esplendor, o reflejando el daño de la erosión del tiempo, bajo el baño de sol o lluvia, mi íntima escalera. No quisiera subirte a la carrera, ni con la indiferencia de un extraño; quiero en mi pie sentir cada peldaño, rozar mi mano tu baranda entera. No es coronar la cima lo importante, sino subir, bajar, lento, constante, como la enredadera que te cubre. Ni el material me importa ni el estado, sólo en ti transitar, alborozado, evidenciando cuanto en ti se encubre.
Los Angeles, 7 de julio de 2001
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483 - Ultima rosa
Quiero morir antes de que ella muera, para no conocer la soledad, y al otro lado de la oscuridad esperando estaré a mi compañera. Antes de que ella abdique esta ribera, sólo un día, no más, que es crueldad abandono mayor; la lealtad ni admite ni comprende larga espera. Le dejaré una rosa florecida, y sabrá, al marchitarse, que su vida se habrá igualmente aproximado al fin. Y al trasponer el túnel de la muerte, verá que aquella rosa se convierte a mi lado en idílico jardin.
Los Angeles, 7 de julio de 2001
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484 - Incruenta espada
Desde mis pies, en paulatino ascenso, húmedo avanza el rastro de tu boca, y entre sesgado y vertical, evoca grácil y lúbrica espiral de incienso. Tiernamente agresivo, tan intenso temblor desencadena, que provoca crispado espasmo en solidez de roca, y me hace tan feroz como indefenso. Se anuncia en el cabello tu llegada, herida quedas de incruenta espada, y prisionero yo en fauces de amor. Manténme en tu exquisito calabozo, irrumpiendo, aflorando, en mutuo gozo, tarea de invadida y de invasor.
Los Angeles, 8 de julio de 2001
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485 - Presente en la distancia
Cómo de tu interior se disemina la más pura libido; cómo fluye desde la mente al sexo, y distribuye sobre la piel oleada clandestina. Sólo yo lo percibo en tu retina, que de la mía ni se aparta ni huye; y en tu mano, que firme reconstruye tensos perfiles que el deseo empina. Qué intimidad soñada y no tenida, qué actividad sensual, reverdecida tras larga etapa en pertinaz sequía. Y cómo llegas, sin llegar, remota, por beber de la fuente que en mí brota, como yo de la tuya bebería.
Los Angeles, 9 de julio de 2001
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486 - Deshielo
Soledad que sin ser llamada llega, en albergue de hielo nos ampara; sólo el cálido sol dará en la cara de quien libre a sí mismo se repliega. Sobre tu piel la escarcha se congrega en estratos anuales, y separa tu oscuro mundo interno de la clara, radiante luz que al exterior navega. Cuando llamé tu nombre, el sentimiento, tanto tiempo dormido, cobró aliento, y en combustión saltaron tus sentidos. ¿Y mañana? Tal vez no habrá mañana, pero hoy seré una inmensa caravana trazando en ti infinitos recorridos.
Los Angeles, 9 de julio de 2001
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487 - Mensajero
Ni la luz plateada de la luna, ni el destello del sol de mediodía, pueden reproducir la melodía de ese suspiro que tu aliento acuna. Sólo el viento, cruzando una por una cordilleras y estepas, rompería en salmo de sutil melancolía, como el sauce rozando la laguna. El viento me traería la noticia de tu mano hacia mí, y en su caricia sentiría tu tacto y tu perfume. El viento, que te abraza y que te besa, a quien tu alma en secreto le confiesa la inquietud pertinaz que te consume.
Los Angeles, 10 de julio de 2001
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488 - Soñarte
Soñar, siempre soñar, aún a sabiendas de la amenaza de la madrugada; la noche nos abraza enamorada, y la luz nos arranca nuestras vendas. Soñar, sólo soñar que nuestras sendas confluyan ambas en la misma almohada, sin que la idea de una retirada menoscabe el placer de las ofrendas. La sangre de los sueños es fecunda en congojas y lágrimas, e inunda de dolor las entrañas y la mente. Si mi sueño de ti concluye y hiere, sabiendo que una vez se vive y muere, déjame que te sueñe, dulce ausente.
Los Angeles, 12 de julio de 2001
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489 - Tus espigas de oro
Querer, y no querer por no poderlo, sentir, y renegar de lo sentido, buscar, y al encontrar, verse perdido, tener lo que se halló, sin poseerlo. Mirar, siempre mirar sin lograr verlo, liberar el deseo reprimido dentro del sueño, sin estar dormido, llegar a enamorarse sin saberlo. Prisión de brazos y de besos sueñas, y noche a noche gimes y te empeñas en hacer realidad lo que no es. Mis palabras en ti, que fueron trigo, hoy son espigas de oro, y no consigo cosechar la abundancia de tu mies.
Los Angeles, 13 de julio de 2001
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490 - Paz
Dormir contigo el día rebosante de confuso fragor de multitudes, yo ignorante de cargas e inquietudes, de futuro y pretérito ignorante. Despertar a la noche susurrante de cálidos murmullos, de quietudes, y cuando tu fervor en mí reanudes, ser de nuevo en tu piel itinerante. Luna y estrellas, sombras y rumores, se mantendrán ausentes, exteriores, sin atreverse a perturbar la paz que en nuestra media luz se manifiesta. Como tú y yo sabemos, saben que ésta es noche intensa, como lo es fugaz.
Los Angeles, 14 de julio de 2001
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491 - Te escribiré un soneto
Soneto intenso de catorce besos, de profundo erotismo en cada rima, un cuarteto de brazos por encima, y otro de muslos mutuamente presos. En los endecasílabos, traviesos retozos van; se intensifica el clima, y el poeta a su musa se aproxima, multiplicando ingresos y regresos. Un terceto, vibrante y agresivo, revienta al conseguir el objetivo, sumiéndose en letárgico reposo. Lentamente se yergue, oscila inquieto, formando un nuevo, lúbrico terceto, y sumergiéndose en el mismo foso.
Los Angeles, 14 de julio de 2001
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492 - Juicio
¿Quién te ha nombrado juez de tus hermanos, o en qué ley fundamentas tu derecho? Antes de censurar palabra o hecho, mira la mugre de tus propias manos. Hogar de los valores más humanos es a veces un cuerpo contrahecho; regio sepulcro en mármol es estrecho reducto a podredumbre y a gusanos. Si juzgas lo que ves, es muy probable que cometas un yerro irreparable, pues la verdad no es siempre la apariencia. Si tú por tu exterior fueras juzgado, ¿serías justamente valorado? Demuestra a los demás benevolencia.
Los Angeles, 15 de julio de 2001

Poemas

Soledad nocturna
En la noche florecen los aromas que la luz y el estrépito perdieron; tú, sobre el lecho, a solas, te desplomas sin esos brazos que te estremecieron. Nunca enlazar lograron tu cintura, ni se abrieron tus senos a sus manos, eres fragancia nueva en noche oscura, forastera a sentidos tan lejanos. Y esas tus rosas que a la luz dormidas, en la vigilia se abren y desvelan, esas rosas, de carne revestidas, hoy tiemblan, ambicionan, se rebelan. Y en el silencio y soledad que crea el solo abrazo que te ciñe, yace ese deseo que tu espalda arquea, del que la posesión es desenlace. Y yo estaré perdido en lontananza, en igual soledad y rebeldía, idéntico deseo, y la esperanza de que tal desenlace llegue un día.
Los Angeles, 11 de julio de 2001
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Mi canto
He intentado cantar la libertad de quienes la disfrutan y la ignoran; la de cuantos conocen su verdad y al triste son de las cadenas lloran. La libertad del águila, en el brillo de un cielo de metal centelleante; la del canario, mínimo amarillo, trovador que en prisión gime aunque cante. Quise esbozar los rasgos de miseria de esos niños de grandes, tristes ojos, que envidian tanto el carrusel de feria, y al muladar reclaman sus despojos. Pretendí describir la ira violenta que provocan las fuerzas naturales, el negro mar, el fuego, la tormenta, el huracán, las lluvias torrenciales. Cuanto el hombre ha creado o percibido, el valor, la piedad, el nacimiento, la muerte, el miedo, el júbilo, el sonido, y el mármol, la madera y el cemento. Y no supe o no pude describirlo, por más que me esforcé en desentrañarlo; tal vez lo pude ver, tal vez sufrirlo, pero incapaz he sido de expresarlo. Porque tú has desterrado a los rincones más oscuros de mí mis inquietudes; reemplazadas están por obsesiones que ignoro si son vicios o virtudes. El mundo que me ve, que me rodea, se ha disipado y para mí no existe; sólo a ti el alma ve, en ti se recrea, ni oye gemidos ni se siente triste.
Los Angeles, 13 de julio de 2001
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Voz ecológica
Y me llamaba el mar, rumor de olas sobre la arena en llanto repetido; contra el acantilado a golpes bruscos, implacables gritos. Y me llamó la lluvia, imperceptible, fina, como el niño que al caminar nos toma de la mano, humedeciéndola su aliento tibio; y luego con la furia que flagela contra ventana y tejas el granizo. Y el viento me llamó, plácida brisa, furtiva, con sigilo, acariciando el rostro con la suave ternura de un suspiro; y me llamó en vigor, vociferante, siendo su apelación un alarido. Y me llamó en murmullos transparentes, alejándose, el río, con ese adiós que nunca nos distancia, siempre inmóvil y siempre movedizo; y desde su fragor de torrentera volvió a llamarme, indómito y bravío, como quien lanza su postrer sollozo en marcha hacia el exilio. Y esas llamadas de apacible acento, esas voces de tonos impulsivos, clamor, susurro, gesto inevitable, abierto o clandestino, a mí eran dirigidas desde ese mundo que se siente vivo, solidario del hombre, que le goza, le explota y le reduce al exterminio. Eran voces de angustia, de soledad, de quien se ve perdido, y alterna expectativa y desengaño, mudo dolor, desgarrador gemido; voces de ayuda, protección, remedio, que no llegan a todos los oídos. Yo escuché, y en el hombro sentí un brazo, y un pie invisible acompañando al mío, como una forma de llamarme hermano, como una forma de llamarme amigo.
Los Angeles, 17 de julio de 2001
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Nada más cierto
Para el dolor nacimos, para el luto; y aunque el color se ciña a nuestros miembros y vistamos la máscara del júbilo, en lo más íntimo estaremos muertos. Resistimos la sangre que golpea en pulso, sienes, yugular y pecho, sin advertir que si ella es prisionera, de ella nosotros nos sentimos presos. Su latir es reloj que marca el ritmo de nuestro paso, y llegará el momento en que el resorte, inmóvil, distendido, marque la hora final. En el sendero, las dos últimas huellas; en la mesa, vacío el cáliz que nos dieron lleno; cerrado el libro, la palabra muda, y apagadas las luces del cerebro. Vivir es expirar lánguidamente, sabiéndolo, negándolo, temiéndolo; volver la espalda es pueril simpleza, mirar de frente es someterse al miedo. Somos sombras que vagan en la noche sin dirección, y sin noción del tiempo. Para el dolor nacimos, para el luto; nada es más triste, ni a la vez más cierto.
Los Angeles, 18 de julio de 2001
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Nana
A la nanita nana, nanita, ea, duerme, niño, que duerme toda la aldea. Duerme la blanca nieve sobre el tejado, duermen los adoquines del empedrado. Y la luna lunera desaparece bajo manta de nubes, y se adormece. Duerme, pequeño, que bandas de angelitos rondan tu sueño. El viento, acurrucado, duerme en las ramas, y en el hogar, ya tibio, lo hacen las llamas. La noche ya no sabe de ojos despiertos, y sin embargo un niño los tiene abiertos. Duerme, chiquillo, que un hada ha de llevarte a su castillo. Los párpados se entornan cansadamente, y un tropel de unicornios vuela en su mente. Cabalgando el más grande y el más ligero, horizontes azules son su sendero. Duerme, mi vida, que yo estaré a tu lado también dormida.
Los Angeles, 19 de julio de 2001
Diseño: Carmen Álvarez
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