Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
El crepúsculo ya

Índice

Sonetos:
Ocaso Ciego por ti Ruptura Seguiré andando
Poemas:
Nunca para ti el grito Vienes Un nuevo canto Qué tarde
seperador

Breverías

989
Quise huir a las zonas donde el placer dormita, en búsqueda de tibia, plácida indiferencia; mas no tengo madera de ascético eremita, ni podría tampoco sobrevivir tu ausencia; y he quedado a tu lado, donde la carne agita su estandarte rebelde, bogando en turbulencia; no quiero inocularme contra ti o tu contagio, o iré a flote contigo, o contigo al naufragio.

990
Tú en torno a mí, yo empiezo a oscurecerme, me haces el mundo externo inaccesible, borras cuanto es visible, y aún lo invisible se disipa o duerme, como si un manto de tiniebla densa cerniera sobre mí sombríos pliegues... aunque enjaules mi mente, aunque me ciegues, no encontrarás mi línea de defensa.

991
Hay una soledad de la corona, y hay una soledad de la tiara; soledad, una y otra, que razona, soledad que confina, que separa; mi soledad conmigo te arrincona, como si en mí, sin ti, me desplomara. Ay, esta soledad que a ti me lleva, mi vieja soledad, siempre tan nueva.

992
Flota en el aire lúcido el recuerdo de aquel lugar tan nuestro, de aquel día; llega a mí como suave melodía, y en su armónica ráfaga me pierdo. Cierro los ojos, se alza tu figura en tembloroso surtidor de fuego, y a su vibrante convulsión me entrego, ahuyentando su luz mi noche oscura.

993
Como el sol en el mar va mi descenso, alzando sombra, despertando bruma; de la caricia leve de la espuma surge un adiós arrebatado, intenso. Ha de volver a ti una nueva aurora, refulgente de luz y de belleza; y ese dolor brutal, esa tristeza, cederán a otra brisa soñadora.

994
Una mitad de mí estuvo perdida, cautiva de otros sueños, de otros ojos, y al fin apareció, rota y herida, perdiendo el alma a borbotones rojos. Yo la abracé, y se reclinó en mi abrazo; no murió su dolor, y lo hice mío; me siento entero ahora en este lazo de risa y llanto. Ya no tengo frío.

995
Cómo duele el amor que no se tiene, y el amor que nos llama y no se alcanza; cómo duele el amor sin esperanza, y el amor que, esperándose, no viene. Cómo me dueles tú, barco en la noche, navegando por ruta paralela... Mi alma se abrasa y a la vez se hiela sin fe, sin optimismo, sin reproche.

996
Te di cuanto tenía, no me queda nada de mí, pero no estoy vacío; te desbordaste en mi alma como un río de fuego y luz, con suavidad de seda; y me has dejado de hoy para siempre ardiendo, iluminado.

997
Las paredes del alma se me agrietan, y entra la lluvia aupada por el viento, y el frío, la congoja, el desaliento..., cuantas cosas sin ti duelen o inquietan. Hazte presente en júbilo y promesa, restaura lo que ausencia y tiempo abaten, que tus brazos me cerquen y arrebaten y permanezcas en mi piel impresa.

998
Desconozco designios y razones que a amar conducen o al amor motivan; más que las excelencias, me cautivan sus infortunios y limitaciones.

999
Emboscado en la bruma enmarañada del querer sin poder o sin saberlo, cada sombra se anuncia enamorada, y, enamorado yo, no sé ofrecerlo. Ay, que el amor que peca de indeciso naufragará antes de llegar a puerto; muerto estará si, tímido, no quiso, y si quiso y no supo estará muerto.

1000
He ascendido hacia ti por una escala de imperceptibles, íntimos peldaños, en posesión gradual, portento y gala, del ímpetu rodando por tus años; gracias doy a tu piel, que me regala una verdad de gozo sin engaños. Gracias por despertarme de una vida casi cadáver, por estar dormida.

Sonetos

698 - Ocaso
Desde la cota de mi edad cansada mis ojos ven tu edad efervescente; tú en ascenso tenaz de la vertiente, yo en la fase final de mi jornada. En el crepúsculo, la luz dorada matiza de colores el ambiente, frenando el paso lúgubre, inminente, de la noche que anuncia su llegada. No hay más claro esplendor, más puro encanto, que el principio del fin, antes del llanto, cuando la vida en paz se nos derrama. En este ocaso vivo, luminoso, ajeno a sombras, criptas y reposo, arde en mí para ti la última llama.
Los Angeles, 13 de diciembre de 2002
seperador
699 - Ciego por ti
Ciego por ti, sin ver cuanto no es tuyo, tú, mi noche cerrada, noche oscura, negándome la luz. No hay amargura, pues de la luz, sin ti, yo mismo huyo. En tu sombra, en ti misma, me diluyo, sombra que es luz en que mi fe perdura, luz que convierte en sombra la más pura claridad, si en tu sombra me recluyo. No quiero ver la luz si residente de la sombra eres tú; no se arrepiente mi vista de adoptar esta ceguera. Cuanto miro, y admiro, y cuanto creo, lo acepto sólo porque en ti lo veo; lo que no se halle en ti, quédese fuera.
Los Angeles, 21 de diciembre de 2002
seperador
700 - Ruptura
La luz de la mañana ha sorprendido tu más íntima, extraña paradoja: cuerpo que del vestido se despoja, rostro de sueño hipnótico vestido. Al arrancar la rosa del sentido incrustada en tu piel, hoja por hoja, sube a mi playa una marea roja, llanto sangriento de quien ha perdido. Se ha quebrado el cristal de la campana que nos aisló del mundo; esta mañana tu cuerpo se quedó, voló tu mente. Y antes, tal vez, de oscurecerse el día, tu cuerpo romperá mi compañía; ida serás, mas quedarás presente.
Los Angeles, 28 de diciembre de 2002
seperador
701 - Seguiré andando
Deshabitada estás, y estás oscura, manos sin tacto y ojos en ceguera; con tan poca esperanza, y a la espera de quien logre arrancarte esa amargura. Pero no ves la luz que se apresura a llamar a tu puerta; quién pudiera desclavar las ventanas; quién supiera descerrajar tu propia cerradura. Paso ante ti, golpean mis nudillos en tus cristales; tiemblan los visillos, y tiemblo yo por ansiedad de verte. Sólo el silencio inmóvil me responde; seguiré andando, aunque no sé hacia dónde; otro vendrá tal vez y te despierte.
Los Angeles, 28 de diciembre de 2002

Poemas

Nunca para ti el grito
Es discordante el odio y armónico el amor, apático el silencio calza la indiferencia que no sabe de huellas ni sabe de calor, ni de ansias ni de sueños, sólo de somnolencia. Dialoga el odio a gritos, el amor en murmullo, como quien no quisiera compartir lo sentido; son, en la misma rosa, primoroso capullo, y aguja hiriente, madre del temor y el gemido. Ambos tienen su origen en la misma semilla, y uno madura en gozo mientras otro en injuria, la caricia y el golpe que sobre la mejilla la suavidad estampa, o descarga la furia. Sobre mí y en mí entona su canto la armonía, te hablo en el tono afable de quien modula besos, con el miedo del pétalo que sólo vive un día, con el dolor oculto que tritura los huesos. No hay tambores ni cantos de guerra en mis jardines, ni botas con cadencia marcial sobre las flores, hay una sinfonía de flautas y violines, y hay otra sinfonía callada de colores. Y si la noche negra de mí te arrebatara, seguiría en la noche, sin color ni sonido, en retirado insomnio, para que no engendrara falsos sueños mi sueño, mientras esté dormido. Y una nueva armonía, elegíaca y grave, como de marcha fúnebre, de réquiem gregoriano, me aislaría del mundo, cerrando bajo llave la voz, y las ideas, y el tacto de la mano. Nunca para ti el grito, ni el adormecimiento, nunca el olvido, nunca la nota discordante; seguirás siendo amada desde mi desaliento, tal como lo estás siendo este preciso instante.
Los Angeles, 20 de diciembre de 2002
seperador
Vienes
Vienes como la noche, en insistencia que no admite retrasos, despertándome el alma a la cadencia del eco de tus pasos. Vienes en irrupción arrebatada, marea reventando en mi escollera, cresta de espuma tibia, accidentada en intentos de hundir cada barrera. Vienes a mí como yo a ti vendría, pero al verte venir así, intercepto mi impulso de agresión, pues tu osadía seduce y doma, y como tal la acepto. Vienes a mí, dinámica amazona, desmontada de tu cabalgadura, con la fogosidad que se apasiona por galopar de nuevo otra montura. Pero vienes también como yo vengo, corazón desgastado, desvalido, con la misma carencia que yo tengo, y con el mismo espíritu vencido. Vienes con la palabra afable y tersa de quien sabe abrazar con la mirada, y besar con la mano, y se dispersa, lluvia gentil, en piel alborozada. Vienes a mí, esta vez para quedarte, punto final de estéril trashumancia; para mí, tan cansado de esperarte, punto final también...en la distancia.
Los Angeles, 20 de diciembre de 2002
seperador
Un nuevo canto
No mojaste tus pies en mi corriente en mis años de arroyo irresoluto, bajando de la sierra entre jarales, sombra de álamos, látigo de arbustos. Fui torrente estrechado en roquedales, rígido abrazo en caminar abrupto, y no te vi saltando entre mis aguas, ni sentada a mi orilla en el crepúsculo. Llegué a ser río rumoroso y firme, adormeciendo el campo en mi murmullo, y en mí desembocaron afluentes, dejando sólo anónimos tumultos. Tu curso no afluyó entre mis riberas, y seguí descendiendo, vagabundo. Hoy, dejados atrás tantos paisajes, sin haber sido contenido en uno, es más ancho el abrazo de mis márgenes, y el caudal de mis aguas más profundo; siento que el mar me llama, y ya no puedo remontarme a mi fuente; sólo un turno se nos ofrece al despuntar el alba de nuestras vidas, entre llanto y luto, entre burbuja y desembocadura, balbuceo, fragor, silencio oscuro. Y en este punto percibí en mis aguas tu zambullida de perfil desnudo, como quien salta irremediablemente, impasible a pretérito y futuro. Te lleva mi corriente, hoy eres mía, flota, sumérgete, bracea... Cubro tu cuerpo en mí, no nades al pasado, sólo soy el presente, y con él fluyo. Ahora llevaré al mar un nuevo canto, por ti más íntimo, por ti más puro.
Los Angeles, 21 de diciembre de 2002
seperador
Qué tarde
Anochece lloviendo en mi hemisferio; qué sombría humedad tan soledosa; es mediodía en ti, y hay una rosa en cada esquina abriéndote un misterio. Qué tarde a ti he llegado, qué retraso trajo tu amor, cuánto camino anduve que no me llevó a ti, aunque mantuve mi oído atento al eco de tu paso. Cuánto sendero oculto, polvoriento, copió la planta de tu pie, y ahora que pisas en mis huellas, cómo implora el alma la extensión de este momento. Corre la vida y nada la detiene, porque la muerte con la edad se alía; sólo un dolor me aquejará ese día: dejarte aquí cuando a buscarme viene. Qué tarde a mí llegaste, cuántos sueños quedarán en esbozo, malogrados; pero aquéllos que sean recabados, espléndidos serán, como sus dueños. Suéñame cada noche, cada instante de tus días alegres o abatidos; suéñame con el alma y los sentidos, como amiga leal, y como amante. Tenemos tanto que vivir, sufrimos tan corto tiempo, tan incierta vida... Ya en la distancia, o junto a mí tendida, amémosnos, amor, mientras vivimos. Y un día, en la penumbra del dolor, pensarás entre júbilo y temblores: Le amé, me amó, y los demás amores pálida imagen fueron de ese amor.
Los Angeles, 28 de diciembre de 2002
Diseño: Carmen Álvarez
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