Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Alárgame el abrazo

Índice

Sonetos:
He perdido tu tacto Testigo hostil (I) Amor de cobardía (II) Te llamaré (III) Hasta el último sueño Mi fe Breve relámpago Descanso Alárgame el abrazo Nochebuena Tu luz, mi sombra Este otoño dorado Fantasías
Poemas:
Entre todo te vi Cumplió su fin Víspera del sueño
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Breverías

1103
La caricia del sol en la mañana se ha vuelto extraña, casi indiferente, sin detenerse ya ante mi ventana, como el amante que se torna ausente; aún me mira al pasar, con la desgana de quien habla de amores, pero miente. Ni siquiera la luna ya me besa, brilla por ti, por mí no se interesa.

1104
¿Le esperas todavía? Nube, viento, intangible, variable, luz de plata... ¿Con qué maroma de oro se le ata, si en paisajes de piel vaga su aliento? ¿Qué verdad sus palabras hoy presentan? ¿La que halague de nuevo tus oídos? No tiene más verdad que los sentidos, y ni siquiera sobre ti lo intentan.

1105
Tanto escribí por ti...Tú me leías. Tanto soñé contigo...Tú soñabas. Y un día percibí frías, tan frías tus palabras, y vi que ya no estabas.

1106
Invadido me siento de innumerables huestes enemigas, y tú flotando al viento, del riesgo te desligas con la pasividad de un mar de espigas. Tal vez la muerte encuentre el secreto postigo para entrarme, y en ti también se adentre; e intentarás llamarme, mientras de ti me atrevo a despojarme.

1107
A quien dejó de amarme doy mi llanto, y atado permanezco a quien ha huído; si supiera forjarme un viejo olvido, y a quien llora por mí yo amara tanto...

1108
¿De qué color es hoy tu ofrecimiento? ¿Rojo de sangre? ¿Verde de esperanza? ¿Azul de ensueño? ¿Negro de lamento? El mío es arco iris de añoranza.

1109
Vendrá diciembre y no estarás conmigo; yo contigo estaré aunque no lo sepas; barrerá un viento helado mis estepas cada vez que tu voz me llame amigo. Un nombre así, tan integral, tan cálido, que en otros labios laudatorio fuera, un nombre así en los tuyos es tan pálido cuando se ha sido amante en primavera.

1110
No dejaré la mente desvestida de recuerdos, la quiero ataviada con las mejores galas de mi vida, cuando era inútil tu segunda almohada.

1111
Esperando el galope de las horas, que nunca llega, y lentas se suceden; a golpes voy de ocasos y de auroras, sin poder evitar que en mí se enreden su sombra y luz, calladas o sonoras, y en lugar de avanzar, en mí se queden. El tiempo se durmió, noches y días son clepsidras inmóviles, vacías.

1112
Con el dolor de la ventana abierta que deja entrar la luz no anticipada, como quien cierra a pasador la puerta, pero le roba el alma la alborada; sobre el lecho revuelto, se despierta la prisa de partir, enmascarada de inevitable carga de deberes; ay, soledad de mis amaneceres.

1113
Cuando voy a tu encuentro sólo siente mi caballo la fusta y las espuelas; contigo el freno asido, firmemente, cuando sin freno tú me desnivelas.

Sonetos

888 - He perdido tu tacto
He perdido tu tacto; eres ahora sombra, girón de nube, suave brisa, forma intangible, ráfaga imprecisa, sueño que entre los dedos se desflora. Salgo en tu búsqueda; la mano implora, avanza el pie, que incertidumbres pisa, navega el ojo, duerme la sonrisa, y sigues en tu mundo, que me ignora. ¿Cómo podré recuperar tu tacto? ¿Cómo hacerte volver desde lo abstracto a mi concreta realidad de amante? Mi piel está de hielo recubierta, y tú eres el calor; ven y despierta mi vida adormecida, tan distante.
Los Angeles, 5 de septiembre de 2003
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889 - Testigo hostil (I)
Tus acciones derrotan en mi oído la palabra en tus labios enunciada; cuanto intentas decir no sabe a nada, pues no me llega de verdad ungido. He percibido a veces tu alarido, cortante como el filo de la espada, pero estallaba en forastera almohada, o en la que yo una vez hube dormido. ¿Cómo podré envolver mi piel desnuda en sábana aún caliente, que trasuda impulsos y temblores a mí ajenos? Esa presencia que en el aire flota, es látigo implacable que me azota, testigo hostil que me atenaza en frenos.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
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890 - Amor de cobardía (II)
Qué amargor en tus labios, qué aspereza la de tu piel, que no acaricia, araña; el brillo en la pupila cómo engaña, y cómo el sexo queda en la corteza. Vienes cubierta de otro; la cabeza poblada de horas en febril maraña de su tiempo y el mío; te acompaña su húmedo olor, te aguarda mi tristeza. Tus palabras de amor son como el eco de las que él escuchó, clavel reseco para mí, que en él fuera lozanía. Medrosa el alma ignora su experiencia, la mente audaz susurra indiferencia, y persisto en amor de cobardía.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
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891 - Te llamaré (III)
No esperaré a que vuelvas. Se apresura la noche del temor, de la fatiga, del agravio y el llanto, esa cuadriga galopante en sendero de amargura. En tu ausencia agonizo; está madura mi carne para el fuego, y el auriga, que ayer pordioseó, ya no mendiga, sólo alejarse en rapidez procura. Qué indignidad la mía si esperara de nuevo tu retorno, y contemplara tu piel cubierta de saliva y besos. Te llamaré desde un lugar remoto para decirte que aunque me hayas roto vida y alma, por ti claman mis huesos.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
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892 - Hasta el último sueño
Quiero morir de luz, pero la oscura noche del llanto me amenaza fría; quiero morir al despertar el día, en un otoño lleno de ternura. Algo de amor, un poco de locura, silencio entre los dos, melancolía, un rumor de hontanar en cercanía, una rosa que abrirse se apresura. Quiero llegar al fin viendo la calma superficie de lago de tu alma, a través de tus ojos encendidos. Si hubiera temporal, si lodo hubiera, no me lo hagas saber, espera, espera, hasta el último sueño en mis sentidos.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2003
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893 - Mi fe
Mi fe era un templo de columnas de oro, iridiscente, firme en la colina; viento y lluvia embestían cada esquina como embiste en la arena bravo el toro. A cornadas del tiempo, y al sonoro estallido del rayo, se reclina sobre su propia base, y hoy en ruina cantan sus piedras en callado coro. Tal hundimiento no es apostasía, duda, quizá; no es fuga, es agonía; no es algo que escogí, me ha sido impuesto. No sé si restaurar su arquitectura, o si debo erigir nueva estructura, formulándome un credo de repuesto.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2003
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894 - Breve relámpago
“El amor sólo llega para decir que no puede quedarse” (A. Gala)
Le confesó un amor adormecido, sin el vigor de antaño, polvoriento, con esa dejadez del aposento adonde en meses no se haya venido. Fue tras el beso al otro conferido, y antes del beso hirviendo en el intento, sus palabras envueltas en aliento que ajenos labios hoy ya han absorbido. El intentó creerlo, mas no pudo; sus ojos, agua; su garganta, nudo; muda la voz, temblor en las rodillas. Y al fondo, la esperanza diminuta de ser breve relámpago en su ruta, repitiendo en las manos sus mejillas.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
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895 - Descanso
En esta tierra que a diario riego, junto al geranio en flor y a la palmera ceñida en verde por la enredadera, a la sombra del roble me repliego. Sobre la hierba anclado, el mar navego de nubes altas, trepo cordillera de espumas en el cielo, y a la espera quedo de hallar idílico sosiego. No consiguen mis huesos el reposo; las inquietudes, tensas en su acoso, me asfixian la razón, me hacen la guerra; y olvido que la más genuina calma no yace en el cerebro ni en el alma, sino más bien dos metros bajo tierra.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
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896 - Alárgame el abrazo
Hombre soy que en la pálida mañana ruega a la luz demora de su paso; hay tanto que beber aún de tu vaso, tanto de ti la noche se engalana. Cuando la aurora llame a la ventana, pretendamos dormir, como si acaso nuestro sueño, cubierto de retraso, requiriera repique de campana. Prolongaré la noche, tuya y mía, sobre la tersa cúpula del día, que desconocerá el amanecer. Alárgame el abrazo, que no puedo detener más el tiempo, y tengo miedo que vayas pronto a desaparecer.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
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897 - Nochebuena
A María José, nacida en Nochebuena
Si duermen en invierno los rosales, ¿qué rosa es ésta que a soñar se niega? Tan a destiempo y desplazada llega como en la noche el sol por los cristales. Debió de haber nacido en los umbrales de abril o mayo, donde alegre juega la primavera, cuya luz se anega en los murmullos de los manantiales. Pero nació en diciembre, el venticuatro; qué inesperado golpe de teatro, haciendo de su noche, noche buena. Santa Claus compitió con la cigüeña sobre las tejas; fiesta navideña: Esta vez fue una niña; como suena.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2003
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898 - Tu luz, mi sombra
Me he enjaulado en la sombra, la luz hiere; las ventanas cerradas son tan muro como el muro de piedra, ni aventuro salidas al balcón. Que el tiempo espere. Ya no tengo reloj. Sólo se muere cuando se tiene tiempo y hay futuro; tal vez para morir no estoy maduro, o si lo estoy, la muerte no me quiere. La luz, que un día fue rayo dorado, es hoy lanza de acero ensangrentado, que arponeó mi carne desarmada. Por eso hoy en la sombra me defiendo, sin intentar luchar, sólo pretendo vivir sin ti una vida retirada.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2003
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899 - Este otoño dorado
Octubre llega en júbilo y promesa, robando a mayo tonos y rumores, duermen en su caverna los dolores, y la mirada, luminosa, besa. Es como primavera que regresa este otoño dorado, en que las flores su insomnio alargan, bruñen sus colores, y en la rama cada hoja sigue presa. Ni el viento en la arboleda se enloquece, ni la tarde tan pronto se oscurece, ni hay lágrimas de nubes en el cerro. Una canción de luz en ti despierta; tristeza y soledad, su tumba abierta, van cabizbajas a su propio entierro.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2003
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900 - Fantasías
Eres meditación de adolescente, sensual concepto en obsesión furtiva; eres introspección contemplativa con dinámico abrazo de serpiente. Te vi llegar con aire irreverente, fiel a la imagen de erupción lasciva que tantas noches vi, tan expansiva, fabricarse en la cripta de mi mente. Tales esbozos, tales creaciones, al cobrar cuerpo tibio en tus acciones, vieron los muros de mi ciudadela sucumbir a la tenue luz del día; y me hiciste saber que lograría cabalgar tu montura sin espuela.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2003

Poemas

Entre todo te vi
No fui a ver tantas cosas; ni en el campo nieve, rosas, espigas o racimos, ni en la ciudad palacios, catedrales, o rincones en sombra y sol dormidos; ni en el lejano pueblo aletargado las almenas en ruina del castillo; cuanto a la vista ofrece sus colores, cuanto el rumor recrea en el oído, cuanto percibe el tacto, vivo o muerto, por todo pasé ya, todo lo he visto. No fui a ver tantas cosas; y al mirarlas, fue como si otros ojos, no los míos, resbalaran sobre ellas, sin caricia, con la prisa trivial del peregrino. Pero te vi en el negro acantilado, al reventar las olas; y en el río, tanto en la mansedumbre del remanso, como en la fuga y en el remolino; te vi en la multitud de las ciudades, perdiéndote de nuevo en el gentío, y en la tranquila soledad del pueblo, en calles donde se han muerto los ruidos; y entre las nubes lentas, y en el llano, y en el olmo olvidado del camino. Entre todo te vi, pero no estabas, y me quedé pensándote, vacío.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003
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Cumplió su fin
¿Qué era la catedral, sino un apoyo para tu espalda? Las doradas piedras, talladas sin amor durante siglos, han olvidado antiguas manos recias, antífonas de canto gregoriano, incienso gris, y hoy miran hacia fuera. Hoy te miran, reciben de tu espalda calor de piel, murmuración de seda. La oración, la salmodia, la campana, el órgano en descarga, las vidrieras, fueron sólo pretexto, no objetivo, de arquitectos, regentes y mecenas. Se construyó esta catedral tan sólo para que en una tarde como ésta apoyaras tu espalda; y al besarte, varias generaciones comprendieran que su trabajo no hubo sido en vano, y ya no importa la supervivencia. Puede hundirse la cúpula, las torres no temen desplomarse ya, las puertas saltarán de sus goznes, las columnas serán anárquica maraña en tierra; Esta mole de piedras y de historia, cumplió su fin, logró su recompensa, fue apoyo de tu espalda en esta tarde, de siete siglos jubilosa espera.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003
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Víspera del sueño
Somos, antes del sueño, sordomudos, aunque se nos agolpan los deseos de gritar lo que nunca hemos hablado, de oir cuanto otros guardan en secreto. Y somos, a la luz o en la tiniebla, vigías selectivamente ciegos, viendo sólo el dolor de nuestra entraña, la aridez de nuestro íntimo desierto. Es la hora de las dudas, cuando cada objeción es un asedio, cuando nos da su abrazo la derrota, cuando otra imagen surge en el espejo. Ahondamos en cisternas malolientes en esa breve víspera del sueño, magnificando en trazo irresponsable detalles inseguros, o a destiempo; y fabricamos sombras y amarguras de agrietados, minúsculos fragmentos. Ah, cómo llega, y entreteje urdimbres, medianoche fecunda de silencios, cuando sólo entendemos las respuestas a preguntas que a nadie se expusieron. Por fin los párpados sellados quedan, y la inquietud entierra sus bosquejos; tal vez, al despertar, la luz del día haga oscilar el péndulo, floreciendo de nuevo en la sonrisa su propio tintineo, cesando los fantasmas su periplo, y las campanas de tocar a muerto.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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