Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Epitafio

Índice

Sonetos:
Por tu barrio Tumba para una mujer Te llamaré Ventana En Zamora Ascensor Luz, sombra Me la llevo conmigo Castillo de mujer Hombre pradera Nueva York Indefinidamente
Poemas:
Sólo una idea
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Breverías

1119
¿Imprescindible tú? Nadie lo ha sido; ¿por qué lo habrás de ser en esta hora? Nace otro roble si uno es abatido, si el día muere, nacerá otra aurora, y hasta el amante inerte, malherido, resurge y nuevamente se enamora. Si opulencia tal vez has sido un día, otro tu alforja quedará vacía.

1120
Gris es la tarde, no hay azul ni verde, sólo una parda, escuálida meseta que en larga línea horizontal se pierde. Dentro de mí la vertical se aprieta de una imagen hipnótica que muerde, triturando recuerdos con careta. Tiene ojos claros, y melena oscura, siente en rojo y los brazos apresura.

1121
Hombre que llegue a la puerta tendrá lugar en tu cama, y si fueras tu quien llama querrás encontrarla abierta. Mujer de la mano experta y la palabra fingida, si lo mejor de tu vida siempre ha sido cada caso, cómo te acecha el fracaso, aunque no sangre tu herida.

1122
Sobre mi piel, graffitis y pintadas de ajena mano que juzgué exclusiva; besos sentidos como llamaradas, en sus labios costumbre fugitiva; caricias hoy hirientes como espadas, que un día fueron convulsión lasciva. Tú has borrado su mancha, acrisolando mi piel, que va en tu piel cicatrizando.

1123
Pude haberme enamorado de cualquiera; si de ti me enamoré, no sé por qué; tu cariño fue una rosa de madera sin más vida que la dada por mi fe. Rosa vana, rosa gris, rosa postiza, muerta apenas sin recuerdo, sin lamento; entragada hoy a las llamas, ya es ceniza por el suelo, y humo leve por el viento.

Sonetos

913 - Por tu barrio
He rondado tu mano y tu cintura en calles donde el aire te conoce, y ojos ajenos me han robado el roce que a cada paso mi intención procura. Si mi anónimo instinto se apresura, presencia súbita se opone al goce; cenicienta infeliz, siempre en mis doce, combinando esperanza y desventura. Te tuve en la penumbra de la alcoba, donde nada ni nadie te me roba, donde yace tu cuerpo junto al mío. Mas te quiero también al descubierto, aunque sé que las rosas de tu huerto me las torna imposibles el gentío.
Cantabria, 14 de octubre de 2003
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914 - Tumba para una mujer
Aunque la noche en soledad me acosa, las sábanas conservan tu fragancia; a ti abrazado estoy en la distancia sobre esta inmensa cama silenciosa. Enterrada ella está en su propia fosa, ni llanto tengo ni beligerancia; tú has creado una nueva circunstancia, y escrito mi desdén sobre su losa. Una rosa amarilla, ya marchita, sobre el cuello del ánfora dormita en un sueño de muerte irreversible. De tu mano la paz ha aparecido, senos de gozo y espaldar de olvido, tu interior de cristal, su alma ilegible.
Cantabria, 15 de octubre de 2003
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915 - Te llamaré
“Te llamaré”. Ayer hubiera sido simiente de esperanza, perspectiva de amante alborozado que cultiva labrantío en ajena noche hundido. Hoy, tañido de címbalo fingido, lleva intención de oferta fugitiva, hueco buque fantasma a la deriva, sin destino, sin norte, sin sentido. “Te llamaré”. No habrá llamada alguna. Se hundirá el sol, se dormirá la luna, días y noches, en tenaz proceso. Caerá sobre los ruidos, aplastante, prolongado silencio, y el amante su senda seguirá, sin retroceso.
Cantabria, 15 de octubre de 2003
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916 - Ventana
Tú, mi cuadrado azul, ventana abierta sobre la amplia meseta de la vida; por ti se abre hacia mí la amanecida, hacia tu luz mi realidad despierta. Tú en la prisión del alma abres la puerta, libre soy ya; la dignidad perdida ha sido por tu albor restablecida, resucitada, cuando estaba muerta. Me devuelves sonidos y colores, vuelven a abrirse espléndidas las flores, y me acaricia fresca su fragancia. La otra ventana se cerró al paisaje, fue decepción, duplicidad, ultraje, tú eres cadencia, y ella disonancia.
Cantabria, 17 de octubre de 2003
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917 - En Zamora
Qué breves y qué largos estos días, historias de años en bosquejo de horas; no diré que me quiebras y enamoras, pero sí que suscitas rebeldías. Ni en ti ni en mí temblor o cobardías, sólo dos voluntades soñadoras, nostalgias del pasado trovadoras de realidades y de fantasías. Contigo, a pie, a la luz tibia, amarilla, dormida en las farolas, o a la orilla del viejo río Duero, a sol y viento; bajo cúpulas, pórticos, postigos, ciñéndote mi brazo, tan amigos, y al fin, al fin, sorbiéndote el aliento.
Zamora, 22 de octubre de 2003
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918 - Ascensor
Tan jóvenes tus labios, tan sedosos, pétalos sobre el agua, canto mudo, aleteo sutil de ángel desnudo, tacto febril en dedos temblorosos. Tan diáfanos tus ojos, luminosos vestíbulos del alma, a donde acudo si de mi misma suficiencia dudo, mis propios ojos ruegos silenciosos. Vamos al siete; quién me diera ochenta, subida en exclusiva, lenta, lenta, a fin de que este beso no termine. Déjame que te bese en esta calma, y aunque no logre arrebatarte el alma, que de algún modo junto a ti camine.
Cantabria, 22 de octubre de 2003
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919 - Luz, sombra
Era la débil luz amarillenta que alumbra en tonos lúgubres la estancia; era la única luz, en mi ignorancia, luz casi ciega, de calor exenta. Dentro del alma, trémula y hambrienta, fue sol de mediodía; qué distancia de imaginar a ser, qué discrepancia de infiel silencio a grito que revienta. Por fin, al borde mismo de la cama, extinguióse la luz, murió la llama, toqué la oscuridad, abrí la puerta, y salí al exterior; la luz del día era suave caricia; amanecía; en la alcoba la sombra estaba muerta.
Castilla, 28 de octubre de 2003
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920 - Me la llevo conmigo
Me llevo tu mirada, tan serena, diafanidad, cristal, mañana clara, silenciosa, recóndita algazara, ventanales del alma en luna llena. Mirada navegante en cada vena, en muda fiebre de mi piel avara, persistente quietud que se dispara de un ojo al otro, antorchas en cadena. Me la llevo conmigo, porque quiero permanecer en ella prisionero, verte bajo mis párpados cautiva. Otras retinas se agostaron ciegas, sólo tú, categórica, me llegas con perenne verdor de siempreviva.
Castilla, 28 de octubre de 2003
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921 - Castillo de mujer
Castillo de mujer, en rebeldía, almenado de sólidas razones, albergue de hondas, densas emociones que sólo un arpa de oro exhalaría. Fluyeron tantos años de apatía por tus íntimos cauces sin canciones, que un surtidor de gritos e ilusiones se atrevió a reventar al fin un día. El futuro de tono desvaído murió en los ojos, se cerró el oído a su opaco rumor, llegó el presente rebosante de luces, sin promesas; y ahora sonríes, reverberas, besas, como quien tiene ya lo suficiente.
Sobre el Atlántico, 30 de octubre de 2003
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922 - Hombre pradera
Abierto a sol y viento, hombre pradera, multiplicabas brotes en tu seno; ni árbol, ni flor, ni arbusto te fue ajeno, pero hoy en ti no hay más que una palmera. No desapareció tu primavera, ni se contrajo infértil tu terreno; sólo aplicaste a la semilla el freno, y hoy germinas feliz de otra manera. A su llegada alzáronse murallas en torno a la campiña, y ahora estallas en plena floración sólo por ella. Ya no llegan las viejas caravanas altas de incienso, sedas, porcelanas... En tu campo se ve sólo su huella.
Nueva York, 30 de octubre de 2003
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923 - Nueva York
Mi hostilidad por ti, ciudad, ha muerto; si un tiempo aborrecida, de repente me dejas, bajo el sol, indiferente, más que ciudad, artificial desierto. No provocas dolor ni desconcierto, ni en mí tienes ayer, ni hay un presente; no eres más que una sombra, un viejo puente que no va a sueño alguno: Estoy despierto. Libre de ti, no busco en ti hospedaje; de paso voy, oriento mi viaje a otro lugar que pueda llamar mío. En esta otoñal tarde soleada, no hay dolor, ni hay herida, ni hay espada. Nueva York, Nueva York, me dejas frío.
Nueva York, 30 de octubre de 2003
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924 - Indefinidamente
Sabe mi nuca el tacto de tu mano, y mis manos conocen tus mejillas; mas tanto ignoro en todas tus orillas como arroyo perdiéndose en el llano. Sólo te tuve un día; tan cercano y tan fugaz me vi, que las rodillas me tiemblan todavía, a tantas millas, e indefensa en mis noches te profano. Tal vez un día junto a ti amanezca, el tiempo de verdad nos pertenezca, y se dilate indefinidamente; tersa rosa que nunca se marchita, palabra de oro sobre bronce inscrita, ansia febril que nunca se arrepiente.
Sobre las nubes, 30 de octubre de 2003

Poemas

Sólo una idea
Al morirse el amor, ¿qué permanece? Tal vez un bosque de olmos devastado, un escombro de bombas desde arriba, una ruina de minas desde abajo. Tal vez la víctima, tendida en tierra, y a su vera el puñal ensangrentado. Tal vez una verdad imaginaria en cadena metódica de engaños, y a veces un recuerdo indiferente de quien hirió y mató, un sabor amargo al despertar del sueño entretejido con hilos de oro en túnica de esparto. Al morirse el amor, hay quien se muere como la rosa bajo el pie en el barro; hay quien se extingue silenciosamente como la llama-luz del candelabro; y hay quien vuelve la vista y reconoce que fue un sueño infantil, equivocado. Yo te soñé, tú nunca has existido; sólo tuve una idea entre los brazos.
Valladolid, 20 de octubre de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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