Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Laberinto

Índice

Sonetos:
Soy testigo Hilo dorado Irrumpe por las brechas Laberinto Besarte en la mejilla Guíame al futuro Muriendo Moribundo
Poemas:
En el Café Muerte en Bagdad Ante el pc Enterrar a los muertos
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Breverías

1131
Eres una explosión de luz del día que asalta mi arrabal por los balcones; se pierden por la calle las razones, y el sentimiento me hace compañía.

1132
Si la luz, como el aire, te circunda, ¿por qué me encuentro a veces en la niebla? Tal vez el pensamiento se me puebla de incertidumbre, sombra vagabunda.

1133
Al mirarte, me duele la distancia, prisión a la que estamos condenados; tantos deseos gimen mutilados, muere tanta canción de disonancia...

1134
Se consigue vivir de mil maneras, y de otras mil también puede morirse; pero ay de quien no sabe despedirse, y muere muertes imperecederas.

1135
Era muy especial..., a su manera; lo que ella hizo conmigo, en negativo, nunca podría haberlo hecho cualquiera; toqué la oscuridad, quedé inactivo, y mientras tanto, tú, fiel, a la espera, a la espera de un vínculo elusivo. No sé hacia dónde vas, pero este extraño camino me sonríe. Te acompaño.

1136
No he visto las arrugas incipientes al borde de tus ojos derramadas; tu mirada y la mía, vinculadas, no sé si extáticas o irreverentes, sólo vieron pupilas alisadas.

Sonetos

934 - Soy testigo
“No ser amado es una simple desventura; la verdadera desgracia es no saber amar”. (Albert Camus)
Pródiga, tersa fue la primavera, rodando tibio sol por los tejados, agreste olor de pétalos mojados, y esquilones cantando en la pradera. Era mía la densa enredadera, eran míos los cielos azulados, en mí estaban los olmos arraigados, y me daba sus arcos la palmera. El aire del paisaje, tan bucólico, con su dulce tristeza, melancólico, enteramente me perteneció. Y no lo supo compartir conmigo. Pérdida suya fue, yo soy testigo del amor que le tuve y no me dio.
Los Angeles, 13 de noviembre de 2003
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935 - Hilo dorado
No muere el tiempo, ni transcurre en vano, es un río de ocasos y de auroras, sombras y luces esperanzadoras, rodando inevitable por mi llano. Hambrientas las tijeras en la mano sus fauces abren amenazadoras sobre el hilo dorado de las horas que en el tapiz de mi recuerdo hilvano. No puedo ya o no quiero urdir la trama, se ha trocado el tapiz en amalgama de hilachas de colores sin sentido. Imposible enmendar el desacierto; hoy, cuando doble la campana a muerto, las tijeras harán su cometido.
Los Angeles, 14 de noviembre de 2003
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936 - Irrumpe por las brechas
La norma es despotismo, nos obliga por senderos y acciones rutinarios, marca episodios en los calendarios, y nos sumerge en baño de fatiga. La irregularidad es libre amiga, sin lazos ni exigencias, sin horarios, vagabundo de sueños visionarios que de costumbre y cauce se desliga. Sé para mí improvisación, sorpresa, agua acariciadora, luz que besa, viento que abraza sin prever su inicio. No me programes límites ni fechas, ni uses puertas, irrumpe por las brechas de la pared, y haz tuyo mi edificio.
Los Angeles, 15 de noviembre de 2003
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937 - Laberinto
En ese ocaso en que sentí morirme de la verdad en humo fugitivo; en esta aurora en que me siento vivo, y la verdad me guarda ahora a pie firme; en esta aspiración a diluirme en abrazo integral, definitivo; en este afán de amor tan exclusivo que ni huya ni yo quiera despedirme; en la celebración de la esperanza forjando cada día la añoranza a que el mañana volverá la vista; en ese laberinto de deseos, de fracasos, arrojo, titubeos, mi alma, a la vez, se orienta y se despista.
Los Angeles, 15 de noviembre de 2003
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938 - Besarte en la mejilla
No volveré a besarte en la mejilla, beso ritual, puerilidad, costumbre; el beso cándido, de mansedumbre, puede en surco de labios ser semilla. Esta semilla crecerá en gavilla como la duda medra en certidumbre, y ese beso informal tal vez alumbre un crepúsculo de alma sin orilla. Iré hacia ti; cuando por fin te abrace, ¿dejarás que mi boca te amordace, en suavidad, en desesperación? Querrás y no querrás; en tal dilema, deja que arda la llama que me quema, y extíngase la luz de tu razón.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2003
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939 - Guíame al futuro
Ni eres dueña de mí ni soy tu dueño, no soy más que un destello en tu alborada, la visita que llega inesperada, la sombra que se abraza a ti en el sueño. Si en espaciosa libertad me empeño, mi posesión se estrecha, mutilada; el alma, en su mitad, desarraigada de este mi yo, ex gigante hoy tan pequeño. Me amedrenta abdicar independencia, me acongoja negarme pertenencia, me disminuye cada corte o muro. Ven hacia mí, avasalla mi parcela; si ves que mi actitud se desnivela, venda mis ojos, guíame al futuro.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2003
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940 - Muriendo
La vida va del brazo con la muerte, al mismo ritmo, sin perder el paso; el tiempo es de ambas, en el mismo vaso, pero una sorbe mientras la otra vierte. Impotente es la vida cuando advierte descenso en el nivel, mas no es fracaso; hay alborada en todo, y hay ocaso, arroyo cuyo flujo no se invierte. Se avanza y retrocede cada día, menos clara la estancia, más sombría, perdiéndose la luz, anocheciendo; Quienes vivimos hoy, aunque enterramos a cuantos ya durmieron, también vamos a pasos inequívocos muriendo.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2003
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941 - Moribundo
A Robert Fuchs, vecino, amigo
Con ojos me miró de quien presiente la inmediatez del fin, mustia mirada, como si el alma, ciega, extenuada, se negara a una vida indiferente. El cuerpo, ya sin músculos, resiente su peso reducido; desmayada, cuelga una mano al lado, y despoblada parece estar de imágenes la mente. Sólo un techo monótono, cortinas, rostros anónimos a las retinas, intravenosas, tubos, monitores... Ay, amigo, que al éxodo resbalas, vas a emprender el vuelo sin escalas a un país que ha proscrito los dolores.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2003

Poemas

En el Café
En el Café de arqueados ventanales, sobre la mesa del rincón humea pálida lámpara, que se recrea con su imagen cautiva en los cristales. Veo cruzar el tráfico encendido de mil ojos en ambas direcciones; íntimas sombras tras de los balcones, peatones de rumbo indefinido. Anoto en mi cuaderno un pensamiento desbordado del cauce de la mente, y una mujer, de gesto indiferente, a la mesa contigua toma asiento. Tan abstraída se halla, que no advierte cuanto a su alrededor calla o conversa, la superficie de los ojos tersa, la claridad de la mirada inerte. Te conozco, mujer, de muchos años; de un tiempo en que te amé, que te hice mía; de momentos que duran todavía, que nunca conseguieron ser extraños. No lo olvidé; tal vez no lo recuerdes; no te olvidé; tú no me reconoces; mientras te llama mi memoria a voces, en tu silencio te hundes y me pierdes. Es posible que mires de soslayo, pensando: “¿Quién será? ¿Qué está escribiendo?” Y apretaré los dientes, pretendiendo no ver de tu mirada el tenue rayo. Y no sabrás que todo cuanto escriba mi mano es sobre ti, por ti, tan tuyo, que entre mis versos yo me distribuyo para que un día tu alma me reciba. Y una noche de insomnio, un libro mío se abrirá entre tus manos, al azar; y al leer, tu cuerpo no podrá evitar el latigazo de un escalofrío. Y pensarás: “¿Cómo un desconocido me puede conocer de tal manera? ¿Quién puede haber cruzado esta frontera? ¿Y quién bajo mi piel se ha sumergido?” No lo sabrás. Pero en la lejanía, la sonrisa en los labios, yo lo sé; porque al ser mía, yo desmenucé tu alma, pieza por pieza, día a día.
Los Angeles, 19 de junio de 2001
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Muerte en Bagdad
Hoy en Bagdad ha habido quince muertos; americanos, los demás no cuentan. Quince esposos, amantes, padres, hijos, víctimas de arbitraria, absurda guerra. No son héroes ni mártires, ni han muerto en acción, aunque así dirá la Prensa. Han muerto sin hacer nada importante, sólo volar sobre unas casas viejas. Hubieran disparado proyectiles sobre tejados, patios o callejas, perdiendo alguna viuda su cocina, muriendo algunos niños mientras juegan, o unos padres camino del trabajo; diseminando pánico y miseria. Para salvar al hombre hay que matarle, y para restaurar, talar la tierra. En pegasos de acero arrebujados, inmóviles, quizá en temblor de piernas, ruda amenaza contra la amenaza que puede ser real, o que se piensa. Cuando se muere así, sin hacer nada, ni el heroísmo ni el martirio cuentan; importa la altivez politizada de quien racionaliza la contienda. Hacia vosotros, pies de retaguardia, debieran extenderse las cadenas, productores de muerte en ambos bandos bajo ondear glorioso de banderas. Hoy en Bagdad ha habido quince muertos, y habrá mañana más; treinta monedas es precio justo; lloran sangre y miedo tantas madres y tantas Magdalenas; Judas, Caifás, Pilatos se pronuncian, y van dos pueblos con la cruz a cuestas.
Los Angeles, 16 de noviembre de 2003
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Ante el pc
Se me adentraba el sol por la ventana, muda explosión de luz sobre la alfombra, como si el día me llamara, envuelto en su atavío seductor de novia, halagadora exhortación al juego, calor de galanteos y de cópula. Lady, a mis pies, ladrido en retaguardia, medio soñando en perros que la acosan; y Frisky delegando los maullidos a la elocuencia enfática de Logan. Los tres y yo, mis viejos mosqueteros de breves años y de largas horas, conscientes de rumores y tecleos, del dolor emanando gota a gota, del gozo revestido de sonrisa, de la noticia que al e mail se adosa. Esta pantalla hipnótica retiene tanta vida a ambos lados, densa esponja, voraz sorbiendo ideas y emociones, negando pulsos, ráfagas y aromas... El mundo está a los pies, en el entorno, en las manos del sol, en las auroras, en el agrio sabor del limonero, en el corcel del viento, y en las rosas. La palabra que llega, letra a letra, es cristal empañándose en la sombra. Vale más el ladrido, el ronroneo, en un cuadro de sol sobre la alfombra.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2003
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Enterrar a los muertos
Llené de hierro el pecho, mas la fragua del corazón me lo dejó fundido; vestí mis ojos de arenal de olvido, y me brotaron surtidores de agua. Amordacé la voz de la memoria, y el hiriente pasado estalló en gritos; holló mi pie los pétalos marchitos, y renació el rosal en plena gloria. ¿Por qué me huye la paz? ¿Por qué el diseño de mi nueva actitud se me deshace, lo que intento matar, vibra o renace, y si intento dormir me olvida el sueño? Tal vez porque viví de tal manera que sólo estuve yo junto a mí mismo; tanta ilusión, tan poco realismo, nunca existió genuina primavera. Cada vez que la llama resucite, a golpes de agua extinguiré su fuego; a mis propios confines me repliego, donde conmigo la verdad habite. Tendré amplios ventanales, mas no puertas, y a quienquiera venir, franco está el paso, yazga en mi cama, beba de mi vaso, y ayúdeme a enterrar ideas muertas.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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