Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Nombres

Índice

Sonetos:
¿Qué libertad? Indiferente He de llamarte Para ti Diálogo virtual Aldea Desconocido
Poemas:
Nombres Recuerdos
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Breverías

1234
Está viva la muerte, respirando como perro dormido; tal vez la oiremos despertar ladrando, o solamente lo sabremos cuando ya nos haya mordido.

1235
A la orilla del sueño estoy contigo, y no quiero dormir por no ausentarte; despierto, en tu recuerdo me prodigo, dormir es un ensayo de olvidarte.

1236
A ti, que ayer me susurrabas cosas tan inéditas que me aparecías revistiendo de púrpura el idioma, te devuelvo en palabras luminosas lo mejor de mis noches y mis días, que aún arrastran la estela de tu aroma.

1237
En el odio se mueren las promesas con más facilidad que en el olvido; cuando dos odios se hablan al oído cualquier acuerdo volará en pavesas.

1238
No seas caminante que transita con aire distraído mi paisaje; ni tedioso rapsoda que recita en monótono acento su mensaje; détente en mí, aunque sea de visita, da su sentido auténtico al lenguaje; camina y habla como si este día fuera tu hora, fuera la mía.

1239
En tu hornacina estás, Venus de Milo, incapaz de abrazar, siendo tan bella, fría como su mármol, sólo estilo, y tan sola, tan sola como ella.

Sonetos

1139 - ¿Qué libertad?
Desprendido del lastre de otros días cuando las rosas eran de cemento y la sangre un gemido en movimiento, hoy vaticino nuevas agonías. No se elude el dolor, las alegrías no se labran, son obra del momento; cada traspiés, cada resurgimiento despliegues son de viejas profecías. Volvemos a vivir lo que vivimos, somos, seremos lo que un tiempo fuimos, nuestra vida trazada ya en la cuna. Y nos pensamos libres, pero luego nos sabremos peones en el juego de ajedrez entre Dios y la fortuna.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2004
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1140 - Indiferente
Se ausentó el corazón equivocado de la sangrienta cavidad del pecho; perdido el ritmo, a soledad deshecho, en exasperación de haber soñado. Hoy el torso es fortín acorazado, y un motor de metal, ni satisfecho, ni desilusionado, ni maltrecho, finge vida en tictac cronometrado. El cerebro calcula; si arremete, es interés que no se compromete, ni frío ni calor, sólo objetivo. Máquina indiferente en la cabeza, engranaje en el pecho, pieza a pieza, y el alma entera un empolvado archivo.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2004
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1141 - He de llamarte
Puedo llamarte amor, pero prefiero nombres que dan la espalda a la rutina, palabra, si no nueva, que defina tu piel de tango, tu alma de bolero. Tengo el vocablo exacto, mensajero de la verdad más honda y cristalina, tantas veces en forma clandestina de falso oprobio, de aire forastero. Porque sabes amar, y soy testigo de tu pródigo afán para conmigo, he de llamarte, sin rubor, amante. ¡Qué título tan bello y denigrado! Me desborda la boca y el costado; no sé de otro mejor en este instante.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2004
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1142 - Para ti
He entrado a ti por tu fotografía; ya sé tu nombre y he logrado verte; aunque esto no denote conocerte, dentro de mí ya eres un poco mía. En ese campo de mi fantasía que crea sueños, quiero retenerte, brazos abiertos, y el amor hacerte como sin la distancia te lo haría. Es tanto más tu imagen que una foto… Es un tacto inmediato, aunque remoto, un poco de erotismo, algo de entrega. Eres tal vez un ánfora de vino, y hay que beberte a ritmo paulatino, como quien sabe darse y no se niega.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
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1143 - Diálogo virtual
Tantas palabras de barniz, tullidas, tropezando en la malla del teclado, tanto coloquio marginal, callado, tantas fisonomías escondidas. ¿Cómo atrapar las mudas sacudidas que el cable no transmite a nuestro lado, o distinguir el tono derivado de las llegadas, de las despedidas? La sensibilidad, la efervescencia que entrevemos, no son sino evidencia de cuanto ha madurado en nuestra entraña. Proyectamos al otro nuestra sombra, y cuando su encubierta voz nos nombra, nuestro propio deseo nos engaña.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
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1144 - Aldea
Me pierdo en las minúsculas callejas ignorantes del sol, narcotizadas, donde el eco vital de las pisadas un día huyó como aluvión de abejas. Las ventanas abiertas, tras las rejas, invitaciones son condicionadas, como a mirar sin ver las sombreadas salas que frecuentaban las parejas. El silencio es de plomo. Se adormilan los tulipanes del zaguán, y oscilan sus corolas en sueño intermitente. Me apoyo en la pared, como quien toma un sorbo de aire de tan dulce aroma, y gozo de esta paz tan elocuente.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
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1145 - Desconocido
Desconocido. Pasas y sonrío. No sé por qué, porque no sé quién eres. Ni me asistes, me oprimes ni me hieres, ni de tu porte extraño desconfío. Eres, como soy yo, sólo un navío que se cruza en el mar, y no requieres saber la ruta, analizar poderes, ni comparar lo tuyo con lo mío. Puedo alcanzar tu mano con mi mano, y te siento, no obstante, tan lejano como si hubiera entre ambos un abismo. Sobrenada en tus ojos una historia que puede ser olvido o ser memoria; no sé si eres mi hermano, o soy tú mismo.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2004

Poemas

Nombres
Su piel, forjada del bronce de las fraguas del Caribe; y el alma blanca, de espuma, como las alas del cisne; no por haber esquivado rojos golpes, aires tristes, que tuvo amores sangrientos, mas ahora sin ellos vive. Alma blanca, porque hoy nadie sobre ella su nombre escribe. Era más bella desnuda; si la belleza se viste, nos deja sólo una sombra, ciego sol en el eclipse. Yo la quise en mediodía pleno de luz y matices, en otoño de racimos que entre las manos se exprimen, en primavera de surcos enterrando las raíces, en la brisa acariciante y en el vendaval que gime. Y ella me quiso al galope, sin rienda, sin tonos grises, más allá de lo galante y más de lo permisible. Quiso detener el tiempo, no quería despedirse, nudo de brazos y piernas que a la escisión se resiste. Y al fin partimos. Mi nombre en su alma blanca legible. ¿Y su nombre? Tal vez cubre una de mis cicatrices.
Los Angeles, 3 de septiembre de 2004
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Recuerdos
“Cerrar con siete llaves el sepulcro de El Cid” (Joaquín Costa)
Llevo gritos en mí que desconocen su punto de partida, que no saben subir a la garganta e intentan reventar por cada esquina. Hay un olor a sangre derramada, y no sé si es la mía; me resisto al recuerdo, porque tiene siempre un sabor amargo, aunque repita las luces de otra aurora, las mieles de otros días. El recuerdo es la triste insuficiencia de querer revivir algo sin vida, cadáver de una alondra, ya sin vuelo, mudo su trino, cada vez más fría. Recordar es lamento y alborozo, como abrazar a una mujer vestida, al fin el alborozo se diluye, las baladas se tornan elegías, la mente se repuebla de espejismos, la sonrisa de ayer, ya no es sonrisa. En el recuerdo acariciamos aire, deplorando después manos vacías. Se me pierden los gritos por las largas, oscuras galerías de este alma que se esfuerza por reavivar el fuego en la ceniza. Tal vez se necesiten también en esta solitaria cripta que impide la mirada hacia delante, siete cerrojos sobre la dormida tumba de ayer. Los muertos están muertos, y ni pueden hablar ni resucitan. Son humo, sombra, nube por el aire, retrato en la pared, palabra escrita, soplo de viento sobre nuestro rostro, leve y fugaz, como quien tiene prisa. Tenemos este instante, y un algo de mañana, es una espiga, noventa y nueve granos de alimento, y un grano de semilla. El otro grano que murió en la tierra es sólo ya una caña improductiva.
Los Angeles, 4 de septiembre de 2004
Diseño: Carmen Álvarez
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