Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Camino de Santiago

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Camino de Santiago
Camino de Santiago I Volveremos un día, peregrinos por sendas medievales, a Santiago, la calabaza vinatera al hombro, el bordón en la mano, y ornada la esclavina de veneras. La música bucólica de antaño brotará de rabeles y dulzainas, y cada pie aligerará su paso. Cada día tendrá un nuevo horizonte, cada horizonte un nuevo campanario, y un viejo hospicio, y un ventero amable, y un refrigerio simple, y el descanso. Sobre dos caballetes, cuatro tablas, sobre las tablas rústico camastro, y entre mantas austeras dormiremos desnudos y abrazados. Los antiguos fantasmas ya se han desvanecido. Los milagros suceden cada día en nuestra mente con cada pensamiento y cada tacto. Emergerá la luz de la mañana, mudo clarín en toque de relámpago; tú y yo, y el grupo, perezosamente, nos pondremos en marcha. Por el campo se extenderán los corzos al galope, temblarán las alondras en los álamos, y en multitud de idiomas se poblará el amancer de cantos. Dame la mano, amada, caminemos del alba hasta el ocaso, bajo las nubes blancas, casi inmóviles en el cielo azulado, por el túnel que pinos y abedules, hayas y robles forman sobre el barro, al sol que nos sofoca, que derrite el asfalto, con la lluvia calándonos el cuerpo, y siempre la sonrisa a flor de labios. II Roncesvalles, fracaso y sepultura de Roldán, más producto legendario de Cantares de gesta y trovadores que realidad genuina; descalabro no debido al ejército agareno, sino a un puñado de pastores vascos. Te leía fragmentos quiméricos, extractos del poema francés, sobre la marcha, y me ayudabas a evitar los charcos. Me leías romances de Bernardo del Carpio, tan míticos y bellos, ayudándote yo a evitar los charcos. Oh Angélica, mi Angélica, no soy Roldán, tu absurdo enamorado, soy para ti Medoro, ambos en integral, prohibido abrazo. III La Rioja es un campo de viñedos, y ‘un vaso de bon vino’ ensangrentado. Brinda conmigo, peregrina amante, hasta el umbral del vértigo; bebamos por lo que hemos tenido, lo que fluye, y lo que ha de venir; por ese grano que germinara un día, inadvertido, que se ha hecho mies dorada; eleva el brazo y oprime el cuerpo dúctil de la bota, que su hilo rojo se entrelace en trago. IV Eremita de Dios, Santo Domingo de la Calzada, monje y aldeano, servicio de obras públicas que sólo se tuvo a sí por jefe y empleado, constructor de caminos y de puentes, albañil de la fe por los poblados, allanando el camino a los romeros que persiguen la estrella de Santiago. V Tierra dura de Burgos que en invierno casi se vuelve roca, y en verano abrasa el pie desnudo. Por el aire aún resuenan los ecos de los cascos al cabalgar El Cid con sus mesnadas camino del destierro. Tú y yo vamos juntos por el camino, pero Doña Jimena en mudo llanto ve alejarse la nube polvorienta ocultando jinetes y caballos. Mi destierro eres tú, que vas conmigo, yo de besos de ayer desarraigado. VI Castrojeriz a Frómista, riberas del Pisuerga gentil, Tierra de Campos, rasgada por mil surcos paralelos que el labrador trazara con su arado, en largo caminar, tras la yugada de lentos bueyes mansos. ¿Has visto los trigales mecerse al viento, océano ondulado de doradas espigas? ¿La placidez de encinas y castaños? ¿Percibes el silencio del paisaje en este instante tan fugaz y vasto? Ven y sumérgete conmigo ahora en esta mies, y envuélvame tu abrazo, sin más testigos que las amapolas, enrojecidas sólo de mirarnos. VII En Carrión de los Condes duerme la espada, el libro está velando. Hay rumor de vaqueras y serranas, y de coplas de amor por los atajos. Íñigo López de Mendoza, noble que desdeña las damas de palacio, y en chozas, y vaguadas, y senderos planta el amor en cuerpos aldeanos; Amor sin artificios, sin cláusula ni apremios, espontaneo, como éste que nos une, que no pregunta ni por qué ni cuándo. VIII En Sahagún, ya en tierras leonesas, espesos arbolados nacieron de las lanzas de guerreros cristianos a punto de morir. Entre la fronda en reverente tránsito avanzamos. Casi se escucha el trémulo lamento del invisible medieval cruzado que aún mantiene la guardia al pie de cada árbol. Tal vez gimen al verte, tan hermosa, en recuerdo del beso y del abrazo de la dama a la espera tanto tiempo, a la que, ausentes, nunca regresaron IX La ‘pulchra leonina’, con los dedos de sus torres dispares al espacio, aparece a lo lejos. El hospital albergue de San Marcos, refugio acogedor de peregrinos, nos espera. Su claustro, pura solemnidad en resonancia de cantos gregorianos. Las noches de León pueden ser frías; dormirás a mi lado, tan adosada a mí, que no consigan viento ni escarcha interpolarse entre ambos. Y mañana, domingo, estallará la catedral en salmos, adentrándose el sol por las vidrieras, biblia multicolor. Reyes y santos hincaron sus rodillas en las losas; obispos, bajo palio, con sus capas pluviales de oro y seda, avanzaban despacio, entre las aromáticas volutas de los intermitentes incensarios. Luego reanudaremos el camino; aún hay mucho que andar hasta Santiago. X Vamos llegando a Astorga, tierra de maragatos. Te invitaré a dulzuras de la tierra, riquísimos hojaldres, mantecados, y un vino dulce que pondrá en tus ojos vivos destellos, tiernos sobresaltos. XI Tierras del Bierzo, vieja Ponferrada, más en ruinas de propios que de extraños. “Si el Señor no protege la ciudad, quien la defiende la defiende en vano” El Señor no parece haber leído el lema del castillo de Templarios. Tristes están sus bloques de granito en viviendas, en cuadras, en mercados. Sigamos el camino, amada mía, que en estas ruinas se me agota el llanto. XII Galicia ya, los hórreos, la niebla, las aldeas perdidas en el barro, y la Santa Compaña, peregrinos de otro mundo, de muertes y naufragios. Tan cerca ya, pero aún tanto camino… Si este periplo fuera en solitario, si esta savia de fe, de fortaleza, que hacia mí fluye al toque de tu mano, no reforzara mi alma y mis sentidos, hace tiempo que habría abandonado. Pero me apoyo en ti, que eres mi roca, freno gentil, empuje necesario. XIII Ay, el hórreo de Arzúa, su escala de inseguros travesaños, el viento de la noche, húmedo y frío, el olor a maíz, y entre relámpagos, los ojos fijos, amplios y brillantes, curiosidad y timidez, del gato. ¿Nos detuvo, tal vez, algo algún día? Hórreo de Arzúa, donde seca el grano: Sólo al amanecer, tan importuno, lo hizo el canto del gallo. XIV Santiago al fin. La catedral, de lejos, alza al cielo los brazos de sus torres gemelas, en saludo al peregrino que se va acercando. Después de tantos días de camino, no hay fatiga en el cuerpo, cada paso se dilata en medida y ligereza con la ansiedad de la llegada, tanto que parecen los pies flotar en alas de misteriosos, invisibles pájaros. Pórtico de la Gloria, qué acogida del Maestro Mateo en sus tres arcos. Toda la corte celestial espera nuestra entrada en el viejo santuario. Vasto enjambre de gentes se aglomera en las naves, sentadas en los bancos; rostros curtidos por el sol y el viento de la meseta castellana, hidalgos de amplias capas e incierto señorío, borgoñones, flamencos y navarros, toda la cristiandad, Europa toda, de atezados semblantes, rasgos pálidos… Y tú, mi blanca dama, que me has acompañado cada día en la marcha, y cada noche en el calor estrecho del abrazo. Ocho ‘tiraboleiros’ corpulentos aunarán dieciséis rítmicas manos que en juego de maromas y poleas columpiarán titánico incensario, ‘botafumeiro’ que al pasar suaviza y desdibuja tanto hedor extraño. Y una cola de incienso arqueará el crucero. Candelabros de plata, por sus llamas temblorosas, ahuyentarán las sombras. Tú y yo vamos en la fila que lenta serpentea hacia las escaleras del retablo, a abrazar al Apóstol. En mi mente surge el hijo del trueno, apasionado, no el dulce Juan, ni el Pedro impulsivo y cobarde, ni el villano Judas apóstata, o Tomás escéptico; sino el hombre a caballo, espada en alto degollando infieles, el ‘Matamoros’ de sabor cristiano. Cada país se forja sus leyendas según sus éxitos o descalabros. Santiago fue una idea; cumplió su comentido, y ahora es algo de acuerdo con los tiempos, tal vez la voz de un ímpetu romántico, tal vez un eco de mercantilismo, un comodín político, aunque arcaico, un pretexto de juergas y folclore, un simple Yago que ha perdido el Santo. Vamos, amada mía a hacer turismo, llenémonos el vaso con vino de Ribeiro, y sobre todo bésame una vez más, porque tu abrazo no derrama la sangre, ni la vende, tu abrazo es puro amor, y a tu costado, sin espadas, ni lanzas, ni ballestas, obtendremos victoria, mano a mano. Y al despertar mañana los dos juntos sabremos que el camino no fue en vano.
Los Angeles, 20 de agosto de 2005
Diseño: Carmen Álvarez
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