Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Hoy

Índice

Sonetos:
Sospechas Alfa de Centauro Espalda Las fauces del mañana Nacer para morir
Poemas:
En cántaros de arcilla Háblame en directo Joven esposa de otro
seperador

Breverías

1411
Ante mí se arrodillan las blandas cortesanas que intentan evadirse del rincón del olvido; son ya para mí formas diluídas, lejanas, crepúsculo en el ojo, bullicio en el oído. Tú permaneces firme, sinuosa y erguida, álamo en la planicie, recodo en la corriente, infinita en el tiempo, umbral que me convida a adentrarme en ti misma, y hacerme residente.

1412
Soy compacto puñado de ceniza, por corazón, rescoldo adormecido; ventea sobre mí, revitaliza la antigua llama que se me ha perdido.

1413
He de llevarte al hombro, carga de mi pasado, que ni te desenlazas, te aligeras o mueres; si te desmantelara me habría mutilado, y por no repudiarte, con terquedad me hieres.

1414
¿Por qué debo de amar tanto en tal modo, si no me besan labios, ciñen brazos? Ay, este amor que lo reclama todo me aplasta el corazón a martillazos.

1415
Quisiera, más que soñarte, tender los brazos, logrando que al momento de tocarte, tú me fueras desnudando, yo pudiera desnudarte.

Sonetos

1364 - Sospechas
Un lobo de silencio y acrobacia, de colmillos de acero, aliento helado, bajando en el crepúsculo al poblado saltará sobre ti. Toda tu gracia no te protegerá; tu perspicacia no sabrá presentir lo inesperado, y tu perfil, bajo los pies clavado, inmóvil quedará, sin voz ni audacia. Huirá de tus umbrales la entereza, y habrá de alborotarse en tu cabeza un enjambre de ideas paradójicas. Y no comprenderás en este acoso que al amor siempre circunvala un foso de dudas y polémicas ilógicas.
Los Angeles, 17 de noviembre de 2005
seperador
1365 - Alfa de Centauro
La estrella más próxima a la Tierra, a 4,3 años de luz. Podría desaparecer hoy, y seguiríamos viéndola durante más de cuatro años.
En el silencio de mi noche habitas, punto de luz de hermético universo; con tu destello pálido converso en muda soledad. Voces malditas buscan interferir; nubes escritas contra un cielo enigmático y diverso amordazan la música y el verso de tu guiño y mis ansias infinitas. Tan ciclópeo, débil y lejano, y tan cerca que casi con la mano podría aprisionar tu centelleo. Aunque no vea tu temblor, tu brillo, sigues siendo ese golpe de nudillo que sin cesar me llama, y en ti creo.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2005
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1366 - Espalda
Encrucijada incógnita de rutas que tus manos forzosamente evaden, adonde esperas que otras se trasladen en leve acción o marchas resolutas. Qué andaduras, pisadas diminutas, trazan surcos recónditos, e invaden cada gentil relieve, y te persuaden a ceder los accesos de tus grutas. Mis dedos guardan la impresión exacta del mapa de tu espalda; quedó intacta en la memoria de mi piel y mente; como si cinco velas encendidas alumbraran tu imagen, o dos vidas sincronizaran pulsos de repente.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2005
seperador
1367 - Las fauces del mañana
¿Cómo pueden, (tus ojos me lo indican), coexistir pesadumbre y regocijo? Y si tal maridaje engendra un hijo, ¿qué atributos de entrambos se le aplican? En tu rostro hay campanas que repican, color, calor, que gozo, mas no exijo, pero a la vez en inquietud me aflijo por los miedos que al fondo te salpican. Hoy se reviste de feliz acento, brinda con júbilo por el momento exprimiendo deseos en racimos. Pero asoma sus fauces el mañana, dispuesto a devorar cuanto engalana esta sonrisa que ambos descubrimos.
Los Angeles, 25 de noviembre de 2005
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1368 - Nacer para morir
Nacer para morir…¡Qué paradoja! ¿Brota la fuente en el barranco umbrío para ir al mar o para hacerse río, aunque ese mar un día la recoja? Nací para vivir. No me acongoja horizonte o crepúsculo vacío, sólo este mar enfrente, mi navío, el sol en alto, el agua que me moja. Fluir o navegar, sin importarme qué dirección tomar, quién a mirarme, mientras avanzo, detendrá su paso. Vengo a gozar la luz, la primavera, el frescor de la brisa en la chopera, y a olvidar la venida del ocaso.
Los Angeles, 25 de noviembre de 2005

Poemas

En cántaros de arcilla
¿Por qué se nos ha dado el laberinto en que se pierden ocasión e intento? ¿Por qué se nos ha dado el sentimiento irrumpiendo en las fauces del instinto? Tal vez porque se dio a la rosa espinas, y al día se le dio la noche oscura, se le ha dado el dolor y la amargura al amor de ilusión y mandolinas. La oquedad que llevamos en el pecho es demasiado umbrosa y dilatada; oscila entre dos flancos, todo y nada, quedándose en un centro insatisfecho. Siempre queremos más, y no alcanzamos el confín que nos hemos sugerido; y del ensueño vamos al gemido, de la esperanza al desaliento vamos. Son más anchos los cauces del deseo que el tenue manantial que entre ellos fluye; y así nuestro arrebato se diluye, nuestro alcázar se torna en mausoleo. Nuestros brazos carecen de distancia para encerrar cuanto el fervor codicia; solamente a nivel de la caricia encuentra el tacto alguna resonancia. ¿Por qué nos sentiremos incapaces de apagar esta sed, romper el freno, y ocupar el espléndido terreno donde se agostan dudas y disfraces? Fuimos forjados en divina fragua, de impulsos infinitos imbuídos, de cántaros de arcilla revestidos que no contienen más que un sorbo de agua.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2005
seperador
Háblame en directo
Me arrebozo en la pálida palabra que resbala en tu aliento, visillo tembloroso que evidencia y al mismo tiempo oculta en su revuelo. Casi no sabes cómo hablar. Te atreves, y a la vez te restringes, como el viento, llamando a la ventana, y en huída sin esperar respuesta desde dentro. Te precipitas sobre mí, detienes tu paso de repente, garra y miedo; eres la rosa florecida, y eres el tallo desprendido de sus pétalos; yo, revestido de tu voz, desnudo en la contrariedad de tu silencio. Háblame en canto, en grito, o en susurro, pero háblame en directo, a lanzadas, arrojos y relámpagos, de cerebro a cerebro, de corazón a corazón, sellado a piedra y argamasa el titubeo. Arropado estaré de tu palabra como de nieve en flor queda el almendro, avanzadilla de la primavera en la gris retaguardia del invierno. Te escucharán mi piel y mis oídos, al hablarme tus labios y tus dedos en línea recta que atrevida avanza, o en zambra de intrincados arabescos, mas sin vacilación ni sobresaltos, sin inmovilidad ni retrocesos.
Los Angeles, 18 de noviembre de 2005
seperador
Joven esposa de otro
La conocía ya, casi la amaba, sin habérselo dicho todavía. Yo era todo una mano que avanzaba, y era un pie que a la vez retrocedía. Joven esposa de quien no era extraño, sentado a veces a mi propia mesa, maniobrando mi mente hacia un engaño que ineludible la mirada expresa. Mas nadie percibió tan sutil huella al fondo de mis ojos, sino ella. Se mantuvo el silencio. Y aunque a gritos parecía explotar el alma entera, quedaban circunscritos a timidez de inagotable espera. Temor, temor, despótica coraza, sórdida represión trituradora, amenaza indecisa que rechaza la profesión de fe por la deshora. Mas la deshora progresó en intento, alzaron su rumor las alusiones, y sucediendo el júbilo al lamento, la palabra quebró sus eslabones. En la joven esposa brotaron alas, se brindaron manos, la niebla opaca se hizo luminosa y los besos prohibidos más cercanos. Le reventó una aurora en las entrañas que a lanzadas de amor la dejó herida, y un abrazo de sábanas extrañas le pareció la historia de su vida; y en sábanas vibrantes venideras vio trabazón de muslos y caderas. La conocí mejor, y empecé a amarla; y progresó mi pie sin retroceso, y avanzaron los suyos, y al tocarla, se lo dije por fin, y me dio un beso. Y tanto más me dio que no revelo, tanto me sigue dando todavía, sedosa desnudez, pantera en celo, joven esposa de otro, amada mía.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2005
Diseño: Carmen Álvarez
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