Breverías
1781
Venga la paz, la luz, la gentileza,
al roce de una mano en otra mano;
estalle el mundo en júbilo y belleza,
y cada extraño sea nuestro hermano.
1782
La miré una vez más. No era la misma.
O sí lo era tal vez, pero cansada.
Como si el fiero mar de su llegada
hubiera comenzado a ser marisma.
La intensidad, el júbilo de antaño,
perdían fuerza, el arrebato era
mero alborozo, luz que reverbera,
mas ya no abrasa; casi desengaño.
1783
Con tu adquirida libertad, qué nueva
se te ofrece la vida, y tú te ofreces;
no hay restricciones ya si hay quien se atreva,
y tú también te atreverás a veces.
Empiezas a vivir, danza y euforia,
mariposilla en arriesgado juego
sobre la llama de la palmatoria.
Ay, cuántas alas abrasara el fuego.
1784
Yo, al respirar tu aliento,
absorbí toda el alma, que era tuya,
y en aquel breve instante la hice mía.
Cómo se queja en la enramada el viento,
que intentó hacerla suya
siempre que tus suspiros recogía.
1785
Ay, que eres ya costumbre,
y me cercas, me ciñes, y me acosas,
sin poder evadirme.
Mas no maldeciré tal servidumbre
que me retiene en vínculo de rosas,
y rechazo la opción de despedirme.
Sonetos
1799 - Amnesia
¿Sabes a dónde vas, niño perdido
en extraña ciudad, o a quién requieres?
Oh niño, en cuerpo de hombre, que profieres
cada palabra en tono de gemido.
El gozo que otro canta es en tu oído
mustio lamento, y sin saber quién eres
te ve la turba de hombres y mujeres,
cada cual un perfil desconocido.
Has abdicado el alma, y ahora vagas
por anónimos mundos, y te apagas
en gentío que ignora su semblante.
¿Recuerdas sus maneras, sus facciones?
Fue la mujer que en tantas ocasiones
te transmitió sus vértigos de amante.
Los Angeles, 5 de enero de 2008
1800 - Asunción
Se me cuelga la mano de otra mano
que aún no conozco y ya parece mía;
y me eleva, como un ángel lo haría,
al rescatar un alma. Qué cercano
se me ofrece hoy el cielo. No me afano
ya por lo inaccesible, ni me guía
turbio objetivo o ciega teoría;
sólo voy a lo firme y lo temprano.
Y lo es el cielo azul al que me encumbra
tu energía vital, y me deslumbra
tu claridad, venciendo otros fulgores.
Puedo volar contigo a ojos cerrados
y sin alas; no tengo otros cuidados
que me alejen de tus alrededores.
Los Angeles, 5 de enero de 2008
1801 - Erosión
¿Dónde estás hoy, mujer, que ayer me amaste?
¿En qué hondo pozo se ahoga tu promesa
de extenderte en los años? ¿Quién te besa
sobre el lecho al que un día me invitaste?
Eres de otro color, se alzó un contraste
entre aquélla que fue y ésta que expresa
tibiamente su amor; no fue sorpresa,
pero es dolor, y pérdida, y desgaste.
El templo que erigiste a mi persona,
mármol, al parecer, se desmorona;
tal vez fuera de adobe, o de ladrillo.
Lo que yo edifiqué, sigue inmutable;
piedra de sillería, formidable
desde el foso a la almena: Mi castillo.
Los Angeles, 7 de enero de 2008
1802 - De noche
¿Soy de la noche o yo quien la poseo?
Sí, nos pertenecemos mutuamente;
una lágrima apenas aparente,
una sonrisa en mínimo aleteo.
Todo es leve, sedoso borboteo,
cuando la soledad es evidente;
sólo al fondo vital del subconsciente
sacude sus cadenas el deseo.
Siempre en la sombra el alma languidece
en sueño azul de luz que no amanece,
mas ni se agita ni se desgobierna.
En nostalgia la veo, y en dulzura,
pese a magnificar su desventura
el rugir de la fiera en su caverna.
Los Angeles, 7 de enero de 2008
1803 - Grietas
Me hace sufrir aquello que no dices,
que tan festivamente ayer decías,
y el desangrarse lento de los días
pudriendo en tus orquídeas las raíces.
Nada transcendental, sólo matices,
un racimo trivial de anomalías,
tal vez inconsistentes teorías
como urdimbre al envés de los tapices.
Pero que están ahí, turban, afligen,
e inevitablemente nos dirigen
a desentendimiento terminal.
Mi fervor no reprocha ni reclama,
sólo prentende que quien dice que ama
lo haga rotundo e incondicional.
Los Angeles, 7 de enero de 2008
1804 - Sin promesas
Calla el eco, la rosa se marchita,
la nube pasa, el ánade se aleja,
y yo libo la miel, como la abeja,
ignorando a qué labios se la invita.
Cuanto a nosotros viene es de visita,
ofrenda en flor o gozo que festeja,
nos empapa de sol, y al fin nos deja
desolación de oscuridad maldita.
Todo amor en fugaz agua se baña;
quien dice ‘para siempre’ nos engaña,
y se engaña a sí mismo, si no miente.
Ámame sin programa o garantía;
si acaso lo fortuito estalla un día,
ni imprevisto será ni contundente.
Los Angeles, 8 de enero de 2008
Poemas
Este día
El entusiasmo sólo dura un día,
y al fin la oscura noche lo devora.
Yo también tuve el mío,
mezcla de lejanías y de alcobas,
un día largo, como si los meses
usurparan el péndulo a las horas,
un día de abundancia,
en que vi reventarse mis alforjas.
El sangriento reguero del recuerdo
cesó en su flujo y se secó a la aurora,
y un resabio de miel tomó el relevo
del amargo sabor de la derrota
Reconocí su condición efímera,
como la de la luz, la de la rosa,
pero barrí, deliberadamente,
su transitoriedad bajo la alfombra,
como quien sabe que la muerte acecha,
cierra los ojos, y la ve remota.
Al tocarme la vida sobre el hombro,
y escuchar la rapsodia
del amor sujetándome la mano,
levantaron el vuelo las gaviotas
en mi playa, y rompieron en espuma
de sonrisa instantánea las olas.
Tantas veces mirara esa campana
sin oir su tañido, tantas otras
percibí su redoble desde lejos
sin verla voltear, y en las lluviosas
mañanas de la mente, tanto quise
contemplar su elegante maniobra
y escuchar a la vez la transparencia
de su rítmica voz, grave y redonda…
A los veinte no supe
ni mirar ni escuchar; atronadoras,
me gritaban las venas, y los ojos
eran bazares acopiando formas.
Más tarde, mucho más, alma y sentido,
librados de estrategia y ceremonias,
pudieron aceptarle a abrazo abierto,
mas no vino, y soñando con su gloria,
brindé por él, en desfallecimiento,
desde el fondo vacío de mi copa.
Y años después, cuando la fe se arruga,
y el alma se desprende de sus hojas,
apareció ante mí, como radiante
primavera gestándose a deshora.
Fue el entusiasmo de los años verdes
a una edad que recuerda y reflexiona,
pero olvidé el pasado, icé las velas
y arrojé al agua códigos y normas.
Y me dejo llevar, suave es la brisa,
sin urgencias, ni plan, ni trayectoria
prefijada, ni puerto de destino,
sólo una coyuntura luminosa…,
que se puede quebrar, o tal vez nunca
se derrumbe en la sombra.
Este día, infinitamente corto,
porque es sólo un segundo, desemboca
en largas horas, meses, años, siglos,
momento que no acaba, eterno ahora.
Ya sé que el entusiasmo muere joven;
eso será mañana, hoy no se llora.
Tiemble la tierra, agriétense los muros,
me negaré a admitir que se desploman.
Los Angeles, 4 de enero de 2008
Cabalgata de Reyes
Abre los ojos, niño, bien redondos,
con imaginación, sin parpadeo.
En esta noche hay Reyes cabalgando
tras una estrella mágica en el cielo.
Ya los viste avanzar entre colinas
de musgo, por senderos
de arena blanca, atravesar el río
de estática corriente, sin descenso
de su papel de plata, río helado,
bajo el claro cristal del ‘nacimiento’.
Hoy llegan al portal, con sus ofrendas
de oro, mirra e incienso.
Y el otro Niño, afable, les sonríe…,
o tal vez es a un pájaro en el sueño.
Que es como tú este Niño,
aunque algo misterioso, y más pequeño.
Las calles se alborotan,
y danzan en el viento
voces, y músicas, y campanillas
en confuso, festivo tintineo.
En esta cabalgata
los Reyes sí se mueven, pretendiendo
ser reyes de verdad, capas al hombro,
y exóticos sombreros.
No me sueltes la mano,
que yo me perdería si te pierdo.
Mejor sube a mis hombros, que me cuelguen
tus piernas sobre el pecho,
y saluda a los Reyes, que ya saben
cómo has sido y quién eres. Todo el pueblo
se ha lanzado a la calle a recibirlos,
pero esta noche volverán de nuevo,
cuando dormido estés, tan sigilosos
que no se enterarán ni los espejos.
Pasaron ya, se alejan. Vamos, niño,
a dormir y soñar, que entre los dedos
se te desliza el frío de la noche.
Ya es hora de acostarse, mi pequeño.
Los Angeles, 4 de enero de 2008