Breverías
1981
Tú, el complejo tapiz que yo he tejido
en mis noches de luz, días nublados;
si otros te dieron nombre y apellido,
yo te di sueños que dejé bordados
en tu almohada, en la mía, en el nutrido .
acopio de finezas y cuidados
que te brindé; yo te he ido construyendo;
tú, mi realización, de quien dependo.
1982
Con el tacto del ciego,
que descifra cada protuberancia,
cada línea y recodo.
En idéntico examen me despliego,
multiplicando piel, voz y fragancia,
y a ti en cada detalle me acomodo.
1983
Tuve al alcance un día la cintura
que un sólo brazo bordear pudiera,
y como un pez huyó de entre mis manos.
Cada noche mi mente la conjura,
viene a mí, casi casi verdadera,
su desnudez, su aliento, tan cercanos.
Y al volverla a encontrar, me desconcierta
con su actitud de amiga, sin oferta.
1984
A tu espalda mis besos se encaraman,
por ella se deslizan,
como niños en vivo tobogán.
Sobre las blancas nalgas se derraman,
y los senos, desiertos, agonizan.
¿Cuándo sus propios besos llegarán?
1985
Cuando el tacto, o el sexo, se insinúa,
la palabra resulta innecesaria,
tiene la piel su peculiar lenguaje,
con que explora, descubre y evalúa
esa desafiante maquinaria
que es el alma del otro y su embalaje.
Sonetos
1995 - No sé decir
Se extinguen los colores del ocaso,
se adormece la brisa, muere el día,
nace la noche con su sinfonía
de sentidos al rojo. Me transvaso
desde mi lecho al tuyo. Paso a paso
sigo la ruta de tu anatomía;
me acompañas; oh, erótica agonía,
en que me abrasas tú, en que te abraso.
Encendidas las sábanas, extienden
sus pliegues a un rincón, luego descienden,
catarata en satén que se derrama.
Aunque presente estoy, yo mismo, a veces,
no sé decir si son dos desnudeces
o una sola agitándose en la cama.
Los Angeles, 27 de noviembre de 2008
1996 - Boicoteo la mente
Cuando pasa ante mí, cuando me mira,
al tocar sus palabras mis oídos,
se me revolucionan los sentidos,
y un ángel de oro en mi extrarradio gira.
Quizá sueño, tal vez todo es mentira,
sus palabras son náufragos hundidos,
y ni pasa ni mira, sólo ruidos,
viento y luz con que el ánimo delira.
Lo sé, pero en el fondo no lo creo;
boicoteo la mente, y al deseo
lo instigo a cabalgar su fantasía.
Y veo y oigo lo que no hay ni dice
sin dejar que el cerebro lo analice,
tan cierto de que me ama todavía.
Los Angeles, 29 de noviembre de 2008
1997 - La otra mitad
Te esperaba en el viento huracanado,
demoledor de torreón y abeto,
en avance frontal, sin el secreto
de quien serpea tímido y callado.
Te esperaba en el tráfago encrespado
de las olas del mar, nunca sujeto
a normas ni sistemas, en inquieto,
tenaz vaivén contra el acantilado.
Pero no recalaste en ciega furia;
llegaste, sí, vestida de lujuria,
pero bajo la piel, sedosa calma.
Eras brisa danzando en torno mío,
envolvente fragancia, manso río,
la otra mitad que me exigía el alma.
Los Angeles, 1 de diciembre de 2008
1998 - Nacer para morir
Me refugio en la lluvia; nadie vea
la humedad de mis ojos. Tal vez cante
para mejor fingir. Es asfixiante
este escombro que el alma me bloquea.
Me oprime la garganta, me golpea
con invisible puño fulminante;
he perdido tu voz, y en este instante
un silencio de acero me rodea.
Escombro es hoy, tras imprevista ruina,
lo que ayer fue castillo en la colina,
donde se realizaron mis quimeras.
Nacer para morir, trágica suerte.
O tal vez duermo, y cuando al fin despierte
veré que no te has ido, que me esperas.
Los Angeles, 8 de diciembre de 2008
1999 - Sin luz, sin sombras
Se me rebela cada sombra amiga
hasta hoy en placidez adormilada;
o bien me tienden súbita emboscada,
o se enmarcan en tropa que me hostiga.
Hombre fui de la luz, que se prodiga,
y del fuego, energía, llamarada;
la penumbra era el perro, la criada,
siempre en guardia, ignorantes de la intriga.
En todos mis rincones, lealtades,
y en lo más hondo de mis soledades,
la fragancia y sabor de lo elegido.
Pero esta soledad que se me ha impuesto
la maldigo, la abjuro, la detesto,
sin luz, sin sombras, espiral de olvido.
Los Angeles, 8 de diciembre de 2008
Poemas
Reclusión
Quien levantó la casa,
de tan difícil, intrincado acceso,
asomándose al mar, sobre la roca,
no miraba hacia atrás, sino al acecho
de la vela lejana, que aún espera
volver a divisar. Se nubla el cielo,
queda vacío el mar, con sus mareas,
y su azul casi negro,
sin proas, sin estelas,
sólo con unos ojos, y unos dedos
apuntando horizontes de esperanza,
desde el salón, donde crepita el fuego.
Sabe Cantabria revestir sus costas
de amplias cortinas de agua. Los inviernos
son oscuros, y largos, y parece
cada poblado haber quedado muerto.
Por la senda difícil, tortuosa,
galopa el toro errático del viento,
embistiendo a la lluvia, a los embates
de sus múltiples cuernos.
Quien levantó esa casa
no fue un hombre de acción, mas de silencio;
no fue un hombre de mano encallecida,
fue un hombre de cerebro.
La hizo para soñar, para la idea,
tal vez para el recuerdo.
No fue industrial, tendero, asalariado,
fue pensador, quizá escultor de versos.
Sólo tal hombre agotará los días
mirando en reflexión a mar y cielo,
hablándose a sí mismo,
y a otros que ya no son, pero que fueron
estratos de su vida,
cuantos de su energía, semilleros
de su eclosión primaveral, arados
que le abrieron el pecho
labrándole cosechas,
aunque sus campos han quedado yermos.
Un hombre que recuerda, pero sabe
que la esperanza es ráfaga de viento.
Y allí vive, en su breve mundo, aislado,
fabricando palabras y deseos,
en añoranza y en expectativa,
y ese es su diminuto, espléndido universo.
Los Angeles, 2 de diciembre de 2008
Te sueñan
Te sueñan, sin haberte conocido,
se te declaran sin llegar a hablarte,
y te codician: Todos los alumnos
de academias y de universidades,
los obreros de todos los talleres,
los tenderos de todos los bazares;
te llevan todos en su pensamiento,
y es, sin saberlo, cada cual tu amante.
Aún no saben que existes,
ni el número ni el nombre de la calle
donde se alza tu casa,
toda de piedra, oculta entre los sauces,
con el balcón al Este,
y sus geranios perfumando el aire.
Mides uno setenta y dos, y pesas
cincuenta y siete kilos; fluctuante
desciende tu cabello hasta los hombros,
y son tus senos frutas tropicales,
firmes, maduras, tan apetecibles…,
pero aunque lo imaginan, no lo saben.
Cada día te esperan,
y al cerrarse la tarde,
dejan la puerta abierta,
con la absurda esperanza de que pases
y sin llamar al timbre,
te adentres en su espacio, y les abraces.
Tú no sospechas esas manos tibias,
invisibles, tendidas a tu carne;
tal vez, sin conocerlas, las añoras,
pero tan incorpóreas, tan distantes…
Eres sueño de muchos.
Yo también te soñé, en los olivares,
en las playas desiertas,
sobre la alfombra al fuego crepitante,
bajo la sombra densa de los olmos,
casi casi a mi alcance.
Y tú, tan circunspecta, tan remota,
nunca lo sospechaste.
Hasta que un día, cuantos te soñaron,
cuantos agonizaban de esperarte,
los que temblaban por tu piel desnuda,
todo el espeso enjambre
de hombres enamorados
que dormían contigo, itinerantes
cada noche en tu cuerpo,
sin tú advertirlo, lúbricos, unánimes,
se adentraron en mí. Su fuerza cósmica
me arrastró en derrotero irrevocable.
Te busqué, te encontré, me recibiste,
y ni pude ni quise retirarme.
Tú ya no tienes otra opción; detento
la fibra de millones, y su arranque.
Los Angeles, 3 de diciembre de 2008
Reflexiones
Nada es verdad en lo que me rodea;
las cosas son mi creación, las veo
hoy de una forma, de un matiz, de un brío
que luego no tendrán, ni ayer tuvieron.
No sé si cambian ellas,
o si yo las transformo en mi cerebro,
pero son inestables,
como las nubes, o la luz, o el viento.
Anochece. Se duermen ya los ruidos,
y avisa en las ventanas el invierno.
Balanceándome en la mecedora,
frente a la chimenea, observo el fuego.
Mi joven camarada, Bek, tendido
a mis pies, en el suelo.
Todo es tranquilidad. En la repisa
un arcaico reloj oscila el péndulo,
reiterando su rítmico monólogo,
que tanto dice, pero nada nuevo.
Las llamas son el movimiento puro;
sin alejarse, siempre se van yendo.
No hay dos iguales, ni cada una puede
consolidar su forma; es un perpetuo,
intrincado ballet que se repite,
pero nunca es idéntico.
Y el fuego no es consciente
de que se va moviendo.
Sin embargo, el reloj, tan sedentario,
se imagina en control del movimiento;
aunque es un ente inmóvil,
se ve en perpetua marcha, nunca quieto.
El reloj tiene un alma complicada,
y muy simple a la vez. Lo llaman tiempo.
El tiempo no devora,
engendra sin cesar. En cambio el fuego
devora todo hasta que al fin se duerme.
Nunca duerme el reloj. Tiene dos remos,
y boga, boga, en círculo infinito,
llevando los minutos al entierro.
Parpadean las llamas. Lentamente,
se va abreviando mi vaivén. Me duermo.
Los Angeles, 3 de diciembre de 2008