Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Estampas

Índice

Poemas:
Memoria Afinidad Minúscula voz Me invitas a un paseo Hay amores efímeros Luces de la calle Cuando ya me haya ido Limonero
seperador

Breverías

2751
En Pérgamo te vi, sin conocerte, ruina del esplendor que habías sido; hacia el fin de tu vida, aunque la muerte tal vez, en tu favor, se ha adormecido. El estrago del tiempo aún nos permite recomponer cada obra, ya en pedazos, en la mente. La historia se repite, creación, destrucción, besos, zarpazos. Tú también, compañera, fuiste bella, y algo queda, una ráfaga, de aquélla.

2752
No me digas tu nombre, ni tus años, hazme el amor; hablándome, si quieres. Somos dos melancólicos extraños unidos por efímeros placeres. Sean alborozados los engaños, si engaños ha de haber, no misereres, que ya bastante lúgubre es la vida. Quédate, luego, junto a mí dormida.

2753
Escucharás mi voz en tu destierro, pues me he internado al fondo de tu oído, musitando palabras que aprendiste, que eran mías también, nunca de hierro, sino de seda y miel. Y habrá un gemido en alas de la brisa, blando y triste. Espero que en tu nueva lejanía recuerdes las entregas que me hiciste, y el fervor que mantengo todavía.

2754
Vivo en despego de las mismas cosas que otrora fueron lastres necesarios; todo es caduco, como son las rosas, los gozos, y sus propios escenarios. No me llama el ayer, su voz se apaga con el fluir del tiempo; su sonido de campana distante no propaga ni relevante arrullo ni rugido. Y cuanto hoy me compele o me rodea, aire será que en agua burbujea.

2755
Qué poco se ha salvado de mis propios naufragios sobre el lecho. Entré a velas henchidas, y quebrado cada mástil quedó, bajel maltrecho. Reparaba los daños, y salía nuevamente a la mar, fe y esperanza; pero la adversidad reaparecía en pavorosa, circundante danza. Mi sueño permanece, aunque en el puerto, mas no sé si dormido o si despierto.

Poemas

Memoria
Parte de tu memoria es también mía, Cenicienta en equívoco escenario de buhardilla gris, incompatible con las suntuosidades de palacio. No se me ha desprendido de la música, las luces, el color, el arrebato, mientras tú la mantienes desplazada, pálida, oscura, apenas sin contacto. Ambas viajan en tren, sin rumbo fijo; yo acompaño a la mía; voy velando por su continuidad, sin omisiones, y su rumbo es también mi itinerario. Y la tuya, tan sola... Ni tuvo en la estación tu último abrazo. Ambas una y la misma, engendrada por ambos; mas desmembrada en vidas divergentes, casa de adobes, y mansión de mármol. Cómo se desmorona, sólo a medias, la construcción que un día edificamos. Tu mitad está en ruinas, firme la mía. Lágrimas derramo frente a tal situación, porque me afecta, aun manteniendo mi recuerdo intacto. Se viste mi derrota de victoria, se transforma en fondeo mi naufragio, yo, dueño del botín de la memoria, tú, estrujando el vacío entre las manos.
Los Angeles, 10 de julio de 2012
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Afinidad
Contemplo mis poemas, sin leerlos, y agudizo el oído. Por sus calles angostas, rectilíneas, de versos desiguales, se perciben minúsculos latidos, de muy variada intensidad: Afables, con la sedosidad de la calandria temblando bajo el chal de su plumaje; rebeldes otros, vanidad de altura que les concede un porte petulante; los de ritmo febril, acelerado, como en celebración, casi palpables; y aquellos diminutos, encubiertos, que en gotitas de llanto se deshacen. Todos han sido míos, pero ahora tienen su vida propia, su carácter, expresado en palabras que, aunque mías, las hacen suyas propias. Y si laten, es porque hay vida en ellos, y recuerdos, y pequeñas tragedias, tal vez grandes, y éxtasis y delirio y turbulencia, compartidos con almas similares. Y laten más apresuradamente cuando el lector los ve espejos de sangre, reflejando las propias desventuras, vulnerabilidad, complicidades. Tal es mi galardón, que cuanto escribo encuentre un eco vivo en cada carne, cuyo estremecimiento certifique su igualdad a otro espíritu; que nadie es una isla perdida, porque todos somos almas afines, palpitantes.
Los Angeles, 10 de julio de 2012
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Minúscula voz
Tantos senderos el paisaje traza, sugerencias de andanzas, de aventura, cada punto una rosa de los vientos de que pueden nacer treinta y dos rutas. Se nos pone al alcance de la mano tanta diversidad, que uno pregunta: En este laberinto de caminos, ¿cómo pude elegir, sin duda alguna, el único que aboca a tu aposento? ¿Qué lazarillo me prestó su ayuda? Y no quise saber de disyuntivas; si no hacia ti, cualquier opción, absurda. Sólo tengo un paisaje, una vereda, y un designio al final. Quienes preguntan cómo elegir en tal encrucijada, no llegarán a su destino nunca. Hay una voz minúscula en tu espíritu que decide por ti; si no la escuchas, te perderás en páramos anónimos, o seguirás la música frívola, marginal, que no te guía sino a perenne, errática andadura, o aún peor, a objetivo que no es el que tú buscas. Bloquea ruidos, cánticos ajenos, confidencias triviales, importunas, y distingue esa voz de tu trasfondo, que eligirá por ti. No habrá penumbra que oscurezca tu senda, aún en noches sin luna; avistarás tu blanco más allá de las curvas, a pesar de los bosques, a través de la bruma. Mi voz ahora ha callado. Duerme en una burbuja de silencio y sosiego, que no intento quebrar, mientras susurra su lenguaje de amor en mis oídos esta mujer desnuda.
Los Angeles, 11 de julio de 2012
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Me invitas a un paseo
Me invitas a un paseo, y mi eufórico otoño se encabrita. ¿Por qué parajes soledosos flota la imagen sensorial de tu caricia? Sea tierra de sauces, de abedules, expertos en contacto, no de encinas, de carácter severo, cuya adusta aridez desmoraliza. Mejor hacia el crepúsculo. Mágica es la penumbra, que aproxima almas dispares y lejanas metas. Las luces del poblado apenas brillan, luciérnagas minúsculas, distantes; ¿y quién las necesita? Nos cubre acogedora la arboleda. y es blando, audaz, el tacto de la brisa. La hojarasca responde con crujidos a nuestro paso, afable bienvenida. Tan oscuro el ambiente, somos casi siluetas que se arriman. Confidentes, colegas, compañeros, qué difícil saber dónde se inicia la mágica parcela de la amante, y dónde se repliega la de amiga. Tal vez en un paseo en la espesura, una noche como ésta, de puntillas, que no altere el conjuro del ambiente. -¿Te dejarás besar? Mas no a hurtadillas. Quiero el beso frontal y categórico, de operación recíproca. -Cuánto has tardado en ver la luz, amigo; Recelé que jamás lo intentarías.
Los Angeles, 12 de julio de 2012
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Hay amores efímeros
Un puñado de sombras me has dejado, un rumor de palabras en desorden, un aroma lejano, moribundo, largas horas de párpados insomnes. Malherido, no muerto, náufrago, pero a flote. Lameré mis heridas, y a brazadas reencontraré una costa que me adopte. Hay amores efímeros, de paso; se anuncian a redoble de tambores, vienen, besan, lastiman y se ausentan tras breves, blandas o agobiantes, noches. Y los hay perdurables, cristalinos, a ritmo de violín, o ruiseñores, de sábanas que abrazan, y se adhieren, más al alma que al músculo del hombre. Tú conoces el tuyo. Representa tus propios asimétricos valores. Encienden una luz, mas no la pira que abrasaría el alma que le acoge. Cuando la luz se apaga, ciertamente hay dolor, mas sus rigores, como cualquier herida, cicatrizan, más bien pronto que tarde. Se me impone la recuperación, y el amor nuevo, y el reajuste de la hora en mis relojes. Un nuevo tiempo, un nuevo calendario sin las notas de ayer, con otro nombre.
Los Angeles, 12 de julio de 2012
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Luces de la calle
Están las luces de la calle tristes. En sumisión se inclinan, y abandono, sobre los transeúntes, que rara vez logran alzar los ojos. Mastiles son del barco que no zarpa, pero que sigue absorto en su perenne anclaje, como lo están los olmos en cada litoral de la alameda, gran armada sin rumbo ni retorno. Están, sencillamente, como a la espera del propicio soplo de los vientos alisios. El velamen rizado apenas por gentil retozo de la brisa en susurro entre las ramas. Los mástiles de hierro, luminosos, desprovistos de velas, sin sueños ni esperanzas, en reposo permanente, carecen de temblores, más que estatuas hieráticas, esbozos. Pero iluminan cada noche el paso de cuantos van y vienen, cuyos rostros nunca elevan sus gracias a la altura con cierto guiño cómplice de apoyo. Firmes, inalterables, encendidas, e ignoradas de todos.
Los Angeles, 12 de julio de 2012
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Cuando ya me haya ido
Cuando ya me haya ido, un claro espejo quedará en cada libro que reúne los versos que escribí, y al ser leídos, del fondo de sus mágicos baúles emergerá el retablo de mi vida en su contraste de penumbra y luces; y verás tal cual fue en cada momento mi paisaje interior, mis actitudes frente a la vida, y al dolor, y al gozo, y al amor, con sus rosas y sus cruces. He hablado tanto con mi yo escondido, que al fin del fondo de su sombra irrumpe, y cuanto yo le confesé en susurros, en voz alta difunde. Pero no me sonrojan mis fracasos, ni me enaltezco de mis triunfos; fluyen tantos años después como lo hicieron cuando eran carne viva, ya en derrumbre, o en gloria de banderas ondeantes, en cunas de marfil o en ataúdes. Todos fueron mis hijos, todos al mismo punto me conducen, y al momento preciso de zozobrar mi buque, su voz será mi voz, la que percibes a través de mis versos, que a ti fluyen. Aunque ya habré partido a otras regiones perennemente azules, sentirás mi presencia, porque, como lector, me reconstruyes.
Los Angeles, 13 de julio de 2012
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Limonero
Crecí casi a la sombra de tu casa, y, ajenos a posibles y futuros, jugábamos, de niños, forjándonos un mundo a la medida de los sueños de agua de que éramos embalses y acueductos. Luego, la vida, adusta o envidiosa, me fabricó otros rumbos, y me alejé de ti, pero dejando parte del alma y de mi propio pulso injertados al joven limonero que una tarde de abril plantamos juntos. Fue adquiriendo esbeltez, forma, volumen, al flujo de los años, junto al muro, trepando a la ventana de tu alcoba, sin que jamás lo vieras como intruso. Tantos brazos capaces de abrazarte, y tantos, en la brisa, los susurros brotando de las hojas a las doradas horas del crepúsculo. Mirabas y escuchabas, y ciertos enigmáticos impulsos sacudían, muy leves, las bases de tus júbilos, mas sin interpretarlos como el mensaje de un amigo tuyo. En la distancia, yo me preguntaba por ti, y el arbolito, y el tumulto de tus jóvenes años, y a veces percibía los rasguños de lejanas caricias, y otras veces la seductora imagen de un desnudo, por mi propio arbolito transmitidos, no sé cómo, o por qué, siempre tan súbitos. Y un día regresé; y el limonero rompió a llamar a tu ventana al punto; te asomaste, me viste, se abrió la puerta, y me arrasó tu impulso. Él, que era yo, te hablaba y no entendías, mas su lenguaje mudo pulsaba desde lejos en mi oído en débil, melancólico murmullo, aleteo de alondra, suspiro de la brisa en los arbustos, rumor de la corriente entre las piedras, hablándome de ti, de tus asuntos. Y a que tú me lo digas, cara a cara, vuelvo, mujer. Te escucho.
Los Angeles, 14 de julio de 2012
Diseño: Carmen Álvarez
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