Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Abstracciones

Índice

Poemas:
Genuino amor Aislamiento Apenas te conozco Hemos llegado ya Eras joven, muy joven Déjame ser tu sombra Hay nombres que me tocan Yo, el árbol
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Breverías

2756
Retorno hacia el pasado. No hacia el mío, más que de claridad, de sombra lleno. Al de siglos lejanos. Allí puedo espigar. Sólo me guío de mi inquietud, pues nada me es ajeno, pensadores, artistas o artesanos. En tales manantiales han bebido quienes viven de la obra de sus manos, de su mente, su afecto o su sentido.

2757
Regresar es de sabios. O de idiotas. Si para corregir lo equivocado, o para repetirlo una vez más. Temo que he visitado mis derrotas con la actitud absurda del soldado, sin plan de cambios al mirar atrás.

2758
Detesto la tiniebla, te hace ausente, aun estando en mi abrazo estremecida. Revélate a la luz, tan inocente como al nacer, cuando te vio la vida. Eres más pura, hermosa, transparente, en luminosa desnudez tendida. ¿Qué tienes que ocultarme? ¿Tus rubores? ¿No se precian de tal color las flores?

2759
Al fondo de tus ojos grita el llanto, que ha de fluir en clara mansedumbre, pero que escucho en reventón de trueno. Mas si en susurro y compasión te canto, tal vez tu propio espíritu vislumbre escenario más cálido y sereno.

2760
Me provocas la sed que no se apaga, que me espolea a comenzar de nuevo, como si antes y ayer fueran perdidos. Porque es hoy, ahora mismo, que me embriaga desesperadamente, y me sublevo ante momentos no tan bien vividos.

Poemas

Genuino amor
No hay transitoriedad en los amores que se construyen piedra sobre piedra. Abandono y olvido son patrimonio de uno en la pareja, del que alzó su edificio sin planificación, sobre la arena. Se ha derrumbado el tuyo, castillo de apariencias, y emprendiste el repliegue. Han pasado los años. Y tú quedas. En permanencia estás, bajo mi techo, aunque tú no lo sepas. No existes ya a mi lado, pero aún estás en mi interior. Se enreda tu recuerdo en las tramas de la mente, y en la entraña eres brasa que me quema. Habrá otra vida en ti, que no conozco, y que tampoco en parte me interesa, porque aún vivo la antigua, que si en tu estantería se halla muerta, reliquia de otro tiempo, sobrevive en la mía a plena fiesta. Hay sangre, y sombra, y lágrimas, pero hay también orquídeas y gardenias. Hay, a veces, almenas de silencio en torno mío, mas también cadencias elevando el espíritu, y acordes que en mi sensualidad revolotean. Así es mi amor, auténtica amalgama de blanco y negro, júbilo y tristeza, deserción y acogida, añoranza y presencia. Sólo quien ama así, con el quebranto de haber perdido, sin cerrar la puerta, conoce el amor puro, fidedigno, más allá de favor y recompensa.
Los Angeles, 15 de julio de 2012
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Aislamiento
Mis poemas de amor han sido escritos al filo de cien noches solitarias, con urgencias de alcoba, mas sin la prisa de ir, pues nadie llama. Versos de agraz derrota, de balazo, a traición, si endosado por la espalda, de cierta dignidad si entre los ojos, pues quien de frente viene se declara. Ya en torno a mí, ya sobre mi escritorio, tantos perfiles de mujer danzaban, ondulando sus velos transparentes… Unas, de rostro familiar, fantasmas de mis mejores, mis peores tiempos, risas acogedoras, o estocadas; otras, de intenso aspecto, mas extraño, anónimas amantes, cuyas ansias a las puertas del sueño se desbordan entre las tibias, soledosas sábanas. Todas saben de mí, me reconocen de una etapa anterior, o de la malla en que se agitan, presos, los deseos que aún no han visto la luz, y la reclaman. Y a todas acaricio, a mi manera, con el táctil pincel de la palabra. Les dialogo de temas ya tocados en la vida real, de la algazara salpicando las más íntimas zonas de la piel, de la amarga decepción de las épocas sombrías, del proyecto de noche que no acaba de fraguarse en mi lecho; y prosiguen su danza. Con ellas me confieso, entre sonrisas, entre proposiciones, entre lágrimas. Les restauro la vida, o se la insuflo, y en torno a mí, ya amantes, cortesanas, o fugitivas del amor, se ofrecen, giran, me ignoran, me hablan, cada cual a su estilo, y mi imaginación, o mi nostalgia, les establece su coreografía, ballet de intensa hipótesis en marcha. Tales son los espíritus que en mi blando aislamiento me acompañan.
Los Angeles, 16 de julio de 2012
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Apenas te conozco
Apenas te conozco y casi te amo, y, al verte un día, se alzará en clamores la blanda orografía de mi cuerpo, que hoy sólo te presiente bajo un nombre. Te percibo en destellos, en aromas, en la ráfaga de aire, en el redoble de las gotas de lluvia en los cristales, mas tal vez no eres tú, sino las voces de la esperanza, de la expectativa, nada más que visiones. No quiero que el ensueño te modele a mi gusto, que convoque ficticios paradigmas de belleza que no te corresponden. Detesto hacer preguntas, mas no que me las hagan. Cada noche me duermo preguntándome a mí mismo quién eres, en verdad, y cómo, y donde te ha dejado la vida cuando se te apagaron sus faroles. Porque presiento oscuridad, o niebla, en tus más inmediatos horizontes. De eso debes hablarme, más que de tu blasón, de tus desplomes. Se aprende mucho más de los fracasos, que de las perfecciones. Ah, cuando me descubras la red de tus archivos interiores. Ah, cuando mis sentidos como tropel de pájaros te acosen.
Los Angeles, 17 de julio de 2012
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Hemos llegado ya
Se entrelazan las gentes en la calle, casi siempre en silencio. En tan pequeño mundo, tantos inescrutables universos. Vamos tú y yo del brazo, y me reclinas la cabeza en el hombro, sonriendo. Nuestro diálogo es mudo, no es preciso que hablemos; fluye del uno al otro una corriente no sé si eléctrica, de llama o viento, que responde a cada íntima pregunta, que indaga en los más lúbricos misterios. También el tacto ejerce su lenguaje, tan cálido y directo. ¿Quién requiere palabras para enlazar los halos de los sueños? Tenemos el relámpago, sírvanse todos los demás del trueno. Su silencio habla a gritos en la calle, mas tal voz no resuena en los cerebros, y cuando al fin se expresan en vocablos, es diálogo de sordos, o de muertos. Tanta prisa en la calle, y nosotros tan lentos, con el poema de la vida estático, sin apenas cruzar el primer verso. Sigan las gentes su carrera ciega, y muda, y sorda, arrebujada en miedo. Tú y yo en un punto inmóvil: Hemos llegado ya donde queremos.
Los Angeles, 17 de julio de 2012
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Eras joven, muy joven
Eras joven, muy joven, no tanto como yo, mas con las olas del deseo azotándote los muslos, y una extraña humedad en la otra boca. Nadie te había hablado del proceso de modificación bajo la ropa, de los senos, a velas desplegadas, de cada vibración que se te agolpa con la piel en perpetua rebeldía, y del hambre de alcoba. Lo aprendiste de paso, de palabras dudosas, de frases fragmentadas en sonrisas, y de tu propio cuerpo, que friccionas con la impericia propia de los años, y te responde en imprevista gloria. Querías más, y un cómplice podría abrirte mundos nuevos, ceremonias que tan confusamente presagiabas, y las tradicionales maniobras. Me invitaste a tu casa. Fui a la cita. Estabas, convenientemente, a solas. Te recuerdo desnuda, un cuerpo a punto de explotar. Si hermosa, no podría decir tras tanto tiempo, yo, más joven e ingenuo, el que desborda su inexperiencia por tu carne tibia, y allí, sobre la alfombra, consumamos tus ímpetus, los míos, en espontáneas y plurales formas. Tu nombre, y tu desnudo, me acompañaron siempre, no la rosa que pudo ser tu rostro, disipada por el tiempo en su ingrata trayectoria. Oh, luz, si diminuta, perdurable sobre festivo altar en mi memoria.
Los Angeles, 18 de julio de 2012
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Déjame ser tu sombra
Déjame ser tu sombra, si no se me permite ser amante. No acierto a ser amigo tras compartir tu lecho, en engranaje de cuerpos, almas, júbilos y lágrimas. Sofocaría el grito de mi sangre, borboteando sin cesar tu nombre, si pudiera de mí desarraigarte. Pero no logras irte, aunque te has ido, o es tal vez que me aferro a tu carruaje partiendo en dirección desconocida, y no acepto el adiós irrevocable. Déjame ser tu sombra, siguiéndote en silencio por la calle, en simultáneo paso con tus propios andares, mas sin inmiscuirme en tus proyectos, consciente de que no entro ya en tus planes. Iré contigo a casa, tuya o de otro, y de noche, en la alcoba, al desnudarte para hacer el amor, déjame a un lado, sin apagar la luz, casi al alcance, sobre el desorden de tu ropa tibia, fiel cachorro esperándote. Sabes que la tiniebla me diluye, aunque al nacer la luz en los cristales, es ella quien se ausenta, y tú me recuperas al instante. Al caminar con él, hacia el ocaso, con el sol a la espalda, brazo al talle, yo te precederé, pero discreta, sin reñir con la sombra acompañante. Sólo pretendo mantener un lazo que, aunque unilateral, no te me aparte de tan tenue contacto como el roce que tu pie al caminar pueda otorgarme. Ah, ser tu propia sombra, único medio de tenerte a mi alcance.
Los Angeles, 19 de julio de 2012
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Hay nombres que me tocan
Hay nombres que me tocan en el hombro rogando acceso al íntimo, profundo, rincón de mis archivos, donde inscribo los que, al espolear ciertos impulsos, se muestran más afines a quebrantar barreras que a alzar muros. Unos son, de inmediato, rechazados, nombres sólo de bulto, tal vez en oro y plata repujados, pero en el fondo mudos. Los hay tumultuosos, que hablan más con el puño, golpeando la mesa, dialéctica de cerebros, si eufóricos, oscuros. Y los que multiplican las palabras, en farragoso, errático discurso, enmascarando páramos de ideas. Ni me vuelvo a mirar, ni los escucho. Pero los hay de tenue pincelada, apenas perceptible en otros mundos, que en mi espalda descargan, levemente, eléctrica corriente de susurros. Ni exigen, ni se venden, ni se compran, se dan, o se insinúan, surco a surco. La sangre que palpita en sus muñecas es afín a mi pulso. A estos abro la puerta, y a tiza, en mi pizarra, los apunto. No en bronce o mármol, garantía de marcha hacia el futuro, sino en la dimensión perecedera de mi tablero, si de honor, caduco. No pienso descartarlos, sólo quiero hacerles aceptar que el atributo de eternidad no está garantizado, que es hoy lo que tenemos, mío y suyo.
Los Angeles, 19 de julio de 2012
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Yo, el árbol
Llegaste a mi raíz, y ahora te nutres de la tierra adyacente; mas tú no eres de sombra, y has de alzarte, como hija de la luz, a la solemne danza de claridad, sobre la fronda, que te recibe ataviada en verde. Te percibo arrastada por la savia, en ascenso, que a veces, sigue la gran arteria de mi tronco, y a veces se desvía y estremece por otras callejuelas secundarias que en mi sistema de ramaje crecen. Te dejo en libertad, te pertenezco, y tus avances, como tus repliegues, parte son de tu táctica de amante, sumisa en ocasiones, o rebelde, que huye, o se entrega, y simulando frialdad, me enciende. Cien brazos tengo para ti, y por todos quiero ver tu ascensión, buscando albergue, explorando oquedades, friccionando relieves. Tiemblan mis hojas, pero no es la brisa que en suavidad me hiere; sino la agitación, el hormigueo que de tu inquieta actividad provienen. En torno a mí, el nogal, el sauce, el pino, los olmos, los cipreses, me observan, cimbreantes, con afectiva envidia, sonrientes. Puedo decir que soy afortunado. Tengo este mestizaje, que en mí crece, de ángel y diablillo, y me hechiza el rastreo que en mí ejerce.
Los Angeles, 19 de julio de 2012
Diseño: Carmen Álvarez
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