Es la palabra máscara de arcilla disfrazando la intrínseca belleza, la verdad, el engaño, la tristeza, que nos arrulla el alma o la acuchilla. No es el significado, está a la orilla de cuanto teje o forja la cabeza; ni es el concepto, sólo la corteza que encubre más que exhibe o apostilla. Las que de ti melódicas me llegan no sé si me reiteran o me niegan lo que yo considero que formulan. Las escucho con cierto escepticismo, por el inevitable dualismo de lo que piensas y lo que articulan.

En tiempo y en espacio tan cercana, y en estremecimiento tan distante. ¡Qué maldición de caballero andante, en rastreo de estrella tan lejana! Remota residente del mañana frente al cautivo de hoy, qué discordante cada actitud, si la una trashumante, la otra en espera de atención temprana. Nadie más lejos que quien vive al lado del amante recóndito, ignorado, cuyo destino es falsa expectativa; de quien ve desangrarse la esperanza de dar un paso al frente, y que si avanza descubre sólo una actitud esquiva.

Disgregadora balaustrada, el río separa nuestras márgenes, y aleja el goce sensorial, la dulce queja que unifican lo tuyo con lo mío. Me pierdo en los vaivenes del gentío sin tu mano en la mía. ¿Quién festeja las glorias de la piel, si no empareja tacto, fragancia, voz y escalofrío? Sobre esta adversa, agónica corriente mi soledad ha de tender un puente que logre aproximar ambas orillas. Iré, vendrás, estableciendo el punto de convergencia, intenso contrapunto perfilando temblores de rodillas.

Te absorbe el ojo, y filtra la figura hacia el enciclopédico fichero del cerebro, por el desfiladero del nervio óptico, en rauda singladura. Mas no serás objeto de cultura ni visión hacinada en el rimero, ni arabesco en repisa prisionero; sino imagen de lúbrica hermosura. Mujer transcendental, viva y entera, a la vez seductora y compañera, pudibunda y orgiástica a la vez. Te contempla la mente, y te adivina, más que como el reflejo en mi retina, en cálida, absoluta desnudez.

Tus ademanes son palabras mudas que expresan más que el léxico podría; monólogo de acciones, sinfonía de gestos de hambre y súplicas desnudas. Abierta vienes, y urges, y no dudas en proponer placer y compañía a través de la propia anatomía sobre la ajena, al paso que saludas. No prometes, inspiras, o sugieres, los más íntimos, lúbricos quehaceres a que en tu somnolencia te acomodas. Percibo tal revuelo a tu llegada que hay suavidad, y vértigo, de almohada cerca de mí, y cantiga de rapsodas.

Ah, la fascinación de lo prohibido, que la más honda intimidad agita; carga sentimental de dinamita asomándose a próximo estallido. La clandestinidad es colorido sobre cada tendencia que dormita en la entraña o la mente, y las incita a exteriorización por el sentido. Y al surgir, arco iris de colores, preceptos, y tabúes, y pudores se ocultan tras sus lúgubres barreras, destellando a banderas desplegadas la libertad de acción, cuyas brigadas saltan con frenesí de sus trincheras.

Resurrección, arranque, nacimiento, vida amputada retornando entera, gentil, exuberante primavera, entre la sensación y el sentimiento. Ha suavizado su clamor el viento, transformado en susurro; la chopera se mece levemente en la ribera, y huye el invierno, amargo y harapiento. Se funde el hielo, rueda el agua, canta la corriente y la fronda, y abrillanta sus mágicos colores el rosal. Verdea el campo, oscilan los trigales, y luz y placidez son festivales en invisible globo de cristal.

Escucho la palabra, admiro el gesto, percibo la fragancia embriagadora, me absorbe la mirada que devora, y a tu intención mi afán está dispuesto. Hacia tu vértice el venablo enhiesto dirige su objetivo, y lo perfora, conexión sensorial que corrobora íntimo vínculo entre dos propuesto. La caricia, el suspiro, la mirada tímida, audaz, tal vez desvergonzada, no son sino palabras silenciosas con que nos grita el alma su deseo. Me rastrea la tuya, te poseo, y colma el aire una explosión de rosas.