Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Versos de soledad

Índice

Poemas:
Nostalgia Sin rumbo Otoñal Los Minutos Río Soñador De noche en la gran ciudad ¿Dónde estás? Ya casi la olvidé Meditación
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Poemas

Nostalgia
Viajero de caminos que se pierden a lo lejos: ¿No has sentido el galopar del corazón en el pecho? ¿No te ha calado en el alma la angustia de ese silencio? ¿Y la infinita tristeza de las cosas, viajero?
León, 1 de enero de 1957
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Sin rumbo
Sentado en la ladera del camino desierto, sin árboles, ni fuentes, ni pájaros, ni coplas, ni un ángel de ojos claros para que el alma olvide que el ayer está lejos y el mañana está en sombras. La ciudad, con sus bloques cuadrados e inarmónicos, con el ruido estridente de máquinas gigantes, y en las calles sombrías los hombres que se cruzan cargados de pasiones y huecos de ideales. Toda esa masa triste, sin colores ni sueños, esa masa de autómatas de metal o de barro, queda lejos, muy lejos, detrás de la montaña, hundida en el olvido de un crepúsculo amargo. La soledad me oprime con sus brazos de hielo, y el alma se me inunda de cansancio y de frío. El ayer está lejos y el mañana está en sombras, y yo, triste y sin fuerza, sentado en el camino.
Santander, 1 de mayo de 1959
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Otoñal
La mano múltiple y ruda del viento agitó las ramas, arrastrando en torbellino las hojas mustias y lacias. Bajo el cielo gris oscuro de aquella tarde nostálgica, una canción: el lamento de la lluvia en la ventana. El espíritu sombrío de la muerte ya rondaba el esqueleto del árbol como pálido fantasma. Y una hojita, una tan sólo, en vertiginosa danza, se aferraba aún a la vida sobre la rama más alta.
Santander, 1 de octubre de 1959
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Los Minutos
Un rumor de multitudes como zumbido de abejas. Hervidero de minutos hambrientos de la existencia que en la frontera del tiempo se agolpan frente a la puerta. Partículas de la Historia futura, en ellas alientan monótonas realidades y formas de vida nuevas. En el vacío, hondo foso de olvido y altas almenas, cautivos de su destino, gimen inquietos , y esperan el movimiento callado, suave, del reloj de arena. A intervalos, uno a uno, van rompiendo las cadenas, y se descuelgan al mundo soñadores de grandezas. Pero qué efímera gloria la del pigmeo que sueña con horizontes y cumbres, y al final su ilusión quiebra náufrago en la superficie de un negro mar sin riberas. Los minutos, qué algazara de posibles que despiertan al ser y a la luz, y al punto se pierden en la tiniebla de una caverna abismática de donde nadie regresa. Fugaz e insaciable, el Tiempo, monstruo de fauces abiertas, devora sus propios miembros que brotan con nueva fuerza. Ayer, hoy, mañana, siempre... versos de una rima eterna que sin cesar se repite, y nunca, nunca es idéntica.
Santander, 1 de noviembre de 1959
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Río
Viejo río quejumbroso, malherido entre las piedras, en tu caminar, qué lento; qué poca sangre en tus venas. Murmurando manso y dulce, cómo te vas, y nos dejas en la verde orilla, llenos de una profunda tristeza. Los álamos, los castaños, los pinos de sombra densa, te ven pasar tropezando, y en sus almas de madera hay un estremecimiento de soledad y de pena. Errante, como las nubes, pero besando la tierra, en tu rodar incesante buscas una playa nueva, atento al duro destino que grita: “¡No te detengas!” ¡Quién pudiera, viejo río, ser como tú; quién pudiera peregrinar por el mundo despacito, sin problemas, y al mismo tiempo ligados a nuestra propia ribera! Correr y estar; agua y árbol; flecha y arco; voz y lengua. Todo, como tú, se va; y, como tú, todo queda. También nosotros, los hombres, desvencijadas galeras, navegamos por la vida pero sin dejar estela. ¡Quién pudiera, viejo río, ser como tú, quién pudiera!
Santander, 1 de marzo de 1960
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Soñador
Soñador de fantásticas quimeras que esparces a voleo en las laderas semilla palpitante de pasión: No has de ver tu cosecha florecida; sólo hallarás dispersos y sin vida los restos de tu propio corazón. Te consume el ardiente pensamiento de alzar alto castillo sobre el viento con un tropel de formas imprecisas, sin ver que quien te aplaude y da la mano te clava por detrás, como un villano, la feroz dentellada de sus risas. La vida, piensas, no es un mar bravío; es un plácido, tibio y manso río que nos arrastra dulce, suavemente. ¡Y no es verdad! La vida es dura lucha; la paz no existe, y la inquietud es mucha, y hay que vencer a nado la corriente. Viejo y desarbolado tu velero, roto el timón, perdido el derrotero, a la deriva sobre el agua danza. Regresa ya de tu ilusión. ¡Despierta! Cierra al placer y abre a la luz la puerta del alma, donde gime la esperanza. Que el soplo del amor te regenere, y apague tu soñar, pero no altere la misión que al nacer te dió el destino. Hay que ser fuerte para hacer la guerra; sobre las nubes, no; sobre la tierra; y erguido como un roble en el camino.
Santander, 1 de marzo de 1961
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De noche en la gran ciudad
Infinitas cadenas trepidantes de ruidosas luciérnagas rodantes, tejiendo en el oscuro laberinto de la ciudad cansada la maraña intrincada que anega con sus rudas vibraciones la ternura y el hálito poético de nuestros solitarios corazones; solos y ahogados en la playa inmunda de un mar que agita sin cesar sus olas, carburante y metal, y nos inunda cegando la fontana de nuestra intimidad. El alma se nos torna árida y hosca; y en su concavidad es fría piedra, muda e insensible, cerrada a todo viento, el manojo de suaves armonías, y el cálido y humano sentimiento de ver, y dialogar, y amar las cosas, y sabernos hermanos de los astros lejanos y las frangantes rosas. ¡La civilización! Himno del hierro, del ruido, de la fuerza y de las prisas; canción de masas, lúgubre lamento de este mundo azotado por un viento sin amor, ni ilusiones, ni sonrisas. Triste herencia de mil siglos de lucha: Yunque, martillo, rueda y energía, forjando la estridente sinfonía que todos oyen, pero nadie escucha. Porque el hombre de hoy se ha hecho a sí mismo eje del universo, viviendo sólo para su egoísmo, enemigo del verso, y ajeno a la belleza que palpita vivífica en la carne de la naturaleza. La vida lleva un ritmo acelerado, el vértigo nos ciega; no hay tiempo de pensar si, a nuestro lado, cruza el viento silbando desatado, o es el amor quien llega. “¡Sólo yo, mi capricho, mi dinero...! ¿Qué importa lo demás?” ¡Sí importa! A tí, y a mí, y al mundo entero, que lanzará a tu paso, y tú lo oirás, una voz que dirá en tono severo: “Hombre sin ilusiones, que has perdido el goce universal, la luz, la calma: Tu horizonte es abismo ensombrecido; tienes vacía el alma y el corazón podrido”.
Madrid, 1 de enero de 1963
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¿Dónde estás?
Anoche me asomé al pozo del alma. ¡Qué lejano y oscuro su reflejo! Había como un hálito sombrío sumergido en el fondo del recuerdo. Quise bajar... Sentí la noche fría penetrarme en la carne hasta los huesos, y el hedor de los cuerpos corrompidos: los ideales muertos. Tuve miedo a las tristes soledades, y al grave, abrumador, hondo silencio. Contemplé con pavor mi propia vida, vacía y tenebrosa, como un cielo plomizo, deprimente, sin estrellas; como un atardecer en el desierto, sin callados rumores, sin brisa entre los árboles, sin besos. ¿Dónde estabas, mujer, flor o armonía, que nunca percibí tu movimiento, tu aroma o tu canción? ¿Dormías sobre el polvo del sendero por donde va mi corazón sangrante, cansado, sudoroso, insatisfecho? Cuando el mar del dolor se agita airado, y amarga soledad inunda el pecho, tú no estás a mi vera, sonriente, suavizando mis duros pensamientos. Tan sólo te conozco por tu ausencia; no sé de la caricia y del consuelo, brotes vivos del árbol que en tí crece; no sé nada de tí, y te llevo dentro.
Madrid, 1 de mayo de 1963
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Ya casi la olvidé
Una vez más cayó, fugaz y bella, la estrella en el azul del horizonte. Ahora agoniza su fulgor, hundido en la ignorada cárcel de altas torres, tumba de corazones solitarios, pudridero de viejas ilusiones. Tristeza, decepción, nostalgia, olvido: Duras palabras, lúgubres redobles sobre el tambor del pecho, herido y loco, ebrio de suspirar noche tras noche. Era como una diosa de la vida, un torrente de nervios al golope; marea rebosante de mi playa, tormenta de pasión que nos absorbe. Y yo también giré en su remolino, y empecé a estar no sé cómo ni dónde. La quilla de su nave trazó estelas en multitud de mares. Sus canciones iban raudas a todos los oídos. Su llama repartía los ardores y la luz, encendiendo en las tinieblas las voraces antorchas de los hombres. ¿Había algo en su fondo serio y grave? ¿O era sólo el perfume de unas flores disuelto en una atmósfera pesada? ¿O estéril vibración de duro bronce? Pasó ante mí, grabó su frágil huella; pero al fin la borró el viento del norte; vientecillo sereno, refrescante, el que orea los viejos corazones.
Madrid, 1 de junio de 1963
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Meditación
Hay cosas en la vida profundamente amargas que hacen turbios los días y las noches más largas. En nuestra propia entraña bulle un veneno lento que altera la sonrisa y engendra lo violento. Soledad y cansancio, decepción y tristeza, y la ilusión que muere tan pronto como empieza. Soñamos que la vida nos sonríe. Creemos que somos alguien. ¡Necios! Ni siquiera tenemos la humilde valentía de posar la mirada sin prejuicios ni orgullo sobre la hueca nada que somos y llevamos por este mundo inmenso envuelta en las volutas de nuestro propio incienso. Voces aduladoras, cantando en torno nuestro, pretenden ocultarnos el silbido siniestro de la astuta serpiente, -angustia venenosa-, que sin cesar acecha detrás de cada rosa. Y vamos, y volvemos, y vivimos...¿Vivimos? ¿Cómo, si de la vida a cada instante huímos? Es una muerte lenta la que nos cupo en suerte, y ¿quién en esta lucha constante se hará fuerte?
Madrid, 1 de julio de 1963
Diseño: Carmen Álvarez
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