Breverías
162
Quédate junto a mí, no te retires,
que no he de responder si otra me llama;
tu aliento absorberé cuando suspires,
seré tu caballero, y tú mi dama.
163
Mi alma ha excavado un cauce en la llanura
profundizando el lecho hasta la roca;
y tu caudal de amor y de ternura
desciende impetuoso de tu altura,
y en mí torrencialmente desemboca.
164
Vive el dolor en su sombría cueva,
recostado en amargas frialdades…
Si el huracán de las adversidades
te azota el rostro y hacia allí te lleva,
vuelve la espalda y acelera el paso,
satúrate de estrellas la mirada,
y espera el nuevo sol de la alborada,
que hay un amanecer tras cada ocaso.
165
Como Jacob, con un ángel batallo
sin tregua ni cuartel la noche entera,
y sin derrota ni victoria me hallo
al ver la aurora con su luz primera.
No queda de la rosa sino el tallo,
muerte temprana en esta primavera,
deshojada en el viento de la duda,
de ideas tristes y palabra muda.
166
Te ví llegar un día, casi sin anunciarte,
imperceptible sombra de ideas subrepticias;
te filtraste en mi vida y al punto empecé a amarte,
siendo tu prisionero en cadenas de caricias.
167
Amordaza el impulso del sollozo
y suelta la gaviota de la risa
que en el azul del mar y de la brisa
alzará la blancura de su gozo.
Mas si el dolor no duerme su gemido,
no cierres los oídos ni le ignores,
mejor será que en la tristeza llores,
porque el dolor no entiende del olvido.
168
Dormí en tus brazos, pero sólo en sueños,
negándome a aceptar la luz del día;
y cuanto más duraban mis empeños,
tanto más era tuyo y eras mía.
169
Sólo un rincón pediste en mi morada,
en sombra y en silencio retirado.
Mas qué invasión jamás anticipada
me sorprendió después de tu arribada,
en conquista de amor arrebatado.
170
Veo el agua escaparse entre mis manos
y me siento incapaz de retenerla;
así yo sé que un día he de perderla,
y han de ser todos mis esfuerzos vanos.
171
La lámpara proyecta sobre el muro
el perfil de una sombra tenebrosa,
danzando en el silencio semioscuro.
Sobre la mesa sólo hay una rosa,
ni tono amenazante ni inseguro,
sólo una rosa frágil, temblorosa.
¡Cómo el efecto de una luz extraña,
al sentido confunde, al alma engaña!
172
Cuando bese tus labios (¡y ha de llegar el día!)
no cerrarás los ojos, y yo los tendré abiertos
para mirar el alma que se declara mía,
y entremezclar los sueños que soñamos despiertos.
173
Gira el taladro del dolor, y horada
los sombríos estratos de la mente,
de inviernos de amargura desolada
y a las flores de mayo indiferente.
Moribunda sonrisa en retirada
deja en los labios un rumor gimiente...
¡Quién me pudiera asesinar un día
esta memoria inmersa en agonía...!
174
Ah, los amaneceres solitarios,
húmedos de las lágrimas nocturnas,
frágiles sin propósitos diarios,
trémulos de apariencias taciturnas…
175
¿Qué sabes tú a los diecisiete años
del amor, del dolor o de la vida?
¿Cuántos amantes se te han hecho extraños
sin casi adivinar la despedida?
Lo que a tu edad se llaman desengaños,
son tristezas que el alma pronto olvida.
Sólo la edad madura ha de traerte
heridas que serán peor que la muerte.
176
Qué lento el tiempo rueda, qué lejanos
los brazos que podrían circundarme;
cómo añoro el contacto de sus manos,
la humedad de sus labios al besarme.
177
Lejos estás de mí, pero tan dentro
te llevo que jamás podré perderte.
Y tan presente estás en mí que encuentro
imposible mirar algo sin verte.
178
Cómo parece el mundo tan vacío
cuando nadie nos hace compañía;
fluye mi amargo llanto como un río
en incesantes horas, día a día.
179
Ciego sin tí, porque sin tí no veo
ni la luz, ni la estrella, ni la rosa.
Sólo para tí existo y por tí creo;
por tí en el libro de la vida leo
tu nombre escrito sobre cada cosa.
180
Son los celos el hijo del amor,
y el padre habrá de estrangular al hijo,
si no quiere ser víctima de fijo
de su veneno amargo y su rencor.
181
Mujeres, cómo sois de incomprensibles
al detestar los celos inspirados
en los amantes que no son amados;
y os volvéis a la vez tan irascibles
si los hombres que amais no están tocados
por esa enfermedad de enamorados.
182
El hombre dá su mayor
y su más profundo amor,
no a la mujer primeriza,
ni a aquélla que le electriza,
sino a la amante paciente
que le embriaga tiernamente.
183
¿Quién podrá describir, quién,
lo que en el alma vivimos?
pues sólo expresamos bien
el amor que no sentimos.
184
Aunque nunca te he visto puedo llamarte amigo,
porque sé tus costumbres y tus limitaciones,
mas la razón mas fuerte es por compartir contigo
la mujer que ha tocado nuestros dos corazones.
Tú llegaste primero, pero yo ahora consigo
en su pasión madura más hondas emociones.
Y ha pasado su entrega fogosa y delirante
del marido inactivo al dinámico amante.
185
El tigre macho roza su lujuria
sobre la hembra que la espalda arquea,
su vientre sobre el lomo se recrea,
muerde la nuca en controlada furia.
Así quiero asaltarte yo en el suelo,
adosando a tu espalda mi figura,
estrujando tus senos con ternura,
y entrando a tí, mordiéndote en el pelo.
Sonetos
78 - Las Cariátides
Me ha levantado el tiempo un edificio,
templo a un amor que sin cesar florece,
y en él mi corazón canta y ofrece
sobre el altar eterno sacrificio.
Las cariátides en el frontispicio
son recuerdo, no más, que permanece
de un pasado que se rejuvenece
mirando al porvenir con buen auspicio.
Esas mujeres, adoradas antes,
no aspiran ya el aroma del incienso,
ni tienen su lugar al interior.
Fueron quizá, mas ya no son amantes,
porque ahora hay una sola en la que pienso,
la que me entrega su íntimo temblor.
Los Angeles, 1 de marzo de 1998
79 - Tu ayuda
Llevo a la espalda el fardo de mi historia,
su peso no me deja alzar la vista,
y nadie está a mi lado que me asista
forjando un sueño de futura gloria.
Aparezco en la línea divisoria
del ayer y el mañana, desprovista
de programas de espíritu optimista
que me inunden el ánimo de euforia.
El eco de tus pasos, de repente,
se ha unido al mío, y juntos caminamos,
y en tus manos mi lastre se aligera.
Tú me has dado valor para hacer frente
al ángel negro, que con sus reclamos
intenta prevenir mi primavera.
Los Angeles, 7 de marzo de 1998
80 - Descanso
La luz rompe la noche en mil pedazos,
estallando en el aire el tiroteo
de avez azules, en revoloteo,
que los ruidos dispersan a zarpazos.
Esta mañana clara abre los brazos
acunando en callado balanceo
la placidez que fuera antes deseo,
dormida la pasión, rotos sus lazos.
Déjate estar en calma ilimitada,
niega tu cuerpo a las actividades,
y reposa escuchando los rumores
que a la ventana agolpan su llamada.
Unamos ambos nuestras soledades,
y ellas engendrarán nuevos amores.
Los Angeles, 9 de marzo de 1998
81 - Herida
Tuve que acuchillar un corazón
que me dió más amor que merecía;
me duele desde lejos su agonía,
tan vehemente como su pasión.
Ni alaridos ni recriminación
brotaron con la sangre que fluía,
sólo un silencio amargo que absorbía
las lágrimas de su lamentación.
Cuántas noches sus brazos me buscaron
con desesperación de enamorada,
y sin mí al madrugar se despertaron.
Y ahora ha de estar aún más abandonada,
desde que mis palabras desgarraron
su corazón con fría puñalada.
Los Angeles, 14 de marzo de 1998
82 - Rendición
Como en la guerra, así es en el amor:
Más ciudades, sin duda, han sucumbido
por la débil defensa del vencido
que por la furia del atacador.
Al enfrentarme a tí, no es el vigor
de mi agresión que te haya sometido,
mas tu entrega, al haberme recibido
con alma descubierta y sin temor.
No tuve que arrasar los torreones,
secar el foso ni escalar muralla,
para llegar a tí y en tí quedarme.
Supiste adivinar mis intenciones,
y te negaste a presentar batalla,
entré en tí misma, y decidiste amarme.
Los Angeles, 16 de marzo de 1998
83 - Este amor
Este amor, que llegó sin ser llamado,
y apareció con pocas pretensiones,
ha despertado tantas ilusiones
que nunca pude haber anticipado.
Este retoño, apenas germinado,
irguió su tallo con aspiraciones
de desplegar en todas direcciones
la fronda que la savia le habrá dado.
Desarróllate en mí incesantemente,
cubre mi tierra con tu densa sombra,
y extiendete sobre las otras ramas.
Y al apropiarte de mi medio ambiente,
oirás la voz que en mi interior te nombra
y oiré la tuya al repetir que me amas.
Los Angeles, 21 de marzo de 1998
84 - Desde lejos
Tengo el deseo de llamarte mía,
y conozco ser ese tu deseo;
porque en tí espero, te amo y en tí creo,
he de seguir pensando en ese día.
Aunque hay fuego en el alma, tengo fría
la piel, que no te roza, y sólo empleo
mis labios en llamar con balbuceo
tu nombre, que es mi sola melodía.
Cuando mi mano exploradora llegue,
internándose en tí, resuelta y suave,
me vendrá tu calor por oleadas.
Tu temblor seré yo quien lo sosiegue
al abrir tu candado con mi llave
y tomar posesion de tus moradas.
Los Angeles, 21 de marzo de 1998
Poemas
La liebre y la tortuga
Ni quien corre más deprisa
alcanzará antes la meta,
ni las lluvias torrenciales
calan más hondo en la tierra,
ni el ímpetu en los amores
llega más lejos, si llega.
Quebrando opacos cristales
de ventanas indiscretas,
rasgando rojas cortinas,
derribando negras puertas,
avalancha de deseos
en noche oscura y despierta,
me abrazaba intransigente
con aromas de violencia.
Arrojamos por la borda
tabúes e inconsistencias,
y navegamos sin rumbo
perdidos en las tinieblas.
Era todo un remolino
de pasiones en cadena,
de ritmo vertiginoso,
de demandas y de ofertas.
Y las manos agresivas
sus diez corceles despliegan,
sobre los senos redondos
y las piernas entreabriertas.
Al redoble de los truenos
se cabalga en la tormenta,
y con ímpetu salvaje,
con intenciones perversas,
o se escalan las murallas
o se saltan las barreras.
Trajo impulsos excesivos
de velocidad y fuerza,
y pasó como un torrente,
resbalando en la corteza.
Más tarde un soplo ligero
acarició mi cabeza,
gentil sonrisa invisible
con olor de hierbabuena.
Avanzó con paso leve
sin apenas dejar huellas,
y un rumor de suavidades
como zumbido de abejas.
Era el remanso en el río,
que nunca hiere a las piedras,
era un pétalo dormido
sobre el agua clara y quieta.
Vino hacia mí imperceptible,
y me acompañó de cerca,
sin empujes ni alboroto,
sin gritos, sin exigencias.
Me cubrió la piel del alma
con la de su gentileza,
y lenta y profundamente
fue navegando en mis venas.
Nube blanca deslizando
su algodón en marcha lenta;
tenue brisa, breve impulso,
pero constante en la empresa.
Rápida o perseverante,
¿quién vencerá en la carrera?
Los Angeles, 5 de marzo de 1998
Amanecer
Cuando con voz de bronce la campana
te llame al despertar de la mañana,
tu cabeza estará sobre mi pecho
y yo abrazándote estaré en tu lecho.
El sol hará danzar alborozados
sus rayos en tus párpados cerrados,
que no querrán abrirse, temerosos
de disipar los sueños tan hermosos.
Tiemblan las rosas del jardín al viento,
y hay en tu piel un estremecimiento
evocando emociones no soñadas
y sensaciones experimentadas.
Maniobra la mente en retroceso
sobre cada caricia y cada beso,
y el instinto una vez más clamorea
rogando que de nuevo te posea.
Desnúdate los ojos, y al mirarme
podré también en tu alma derramarme.
La campana desgrana su tañido,
una hora más cayendo en el olvido...
Mas no la nuestra, porque nuestras horas
son permanentes y esperanzadoras.
Abrázame otra vez con insistencia,
rebósame de tí, porque en la ausencia
vas a tener los brazos tan vacíos
como yo mismo he de tener los míos.
Los Angeles, 8 de marzo de 1998
La zorra y las uvas
Qué mujer tan bella de la tez morena,
vestida de negro,
lúbrica sonrisa en los labios sensuales,
de oscuro cabello.
Me arrastró los ojos, levantó el instinto,
al pasar su cuerpo
con oscilaciones de talle y caderas
y el aire bohemio.
Se volvió a mirarme, tan provocativa,
sacudiendo el pelo
en un abanico de un hombro hacia el otro,
con atrevimiento.
La seguí en la calle, midiendo sus pasos,
con ritmo ligero;
murmuré en su oído palabras hirvientes,
dulce y picaresco,
y extendí la mano de mi ilusiones
y de mis deseos,
mas no sentí el tacto de sus dedos finos
tocando mis dedos.
Percibí tan sólo su coquetería;
redoblé mi esfuerzo,
marchando a su lado con ciega insistencia,
pero mis requiebros
colgaban del aire, y me respondía
sólo con silencio.
Pero era tan bella..., no pude dejarla,
y seguí en mi empeño.
La dije las cosas que a ninguna he dicho,
con tono de ingenuo,
y cambié a las frases de oculto sentido
y acento perverso.
Pero altiva y sorda, y apretando el paso,
se perdió a lo lejos.
Y al ver su silueta lejana esfumarse
al fin del sendero,
me dije a mí mismo: “Deja que se vaya.
¿Para qué la quiero?”
Los Angeles, 9 de marzo de 1998
Tímida
Dobles cristales y contraventas,
visillos y cortinas y persianas…
¡Qué sombra duerme al interior tan densa!
¿Contra quién has alzado tal defensa?
Tantas ideas como en tí batallan,
y todas ellas oprimidas callan.
Arranca la persiana y la cortina
de esa gris timidez que te domina,
abre de par en par los ventanales
y que la luz del sol entre a raudales,
alanceándote las represiones
que al pensamiento guardan en prisiones.
Verás que las tinieblas se repliegan,
y libres las ideas se congregan,
irrumpiendo en confuso remolino
que arrastra a cada una en su camino.
Y han de correr ligeras como el viento,
con alegría y sin resentimiento,
y al dejarlas partir sin cortapisas,
tus palabras tendrán, y tus sonrisas.
Los Angeles, 10 de marzo de 1998
Una vez más
Como un arroyo claro te viniste,
juguetón, cantarín y refrescante,
Y en tí me sumergí, y me ofreciste
un camino hacia el mar apasionante.
Mas el tiempo ha frenado tu carrera,
y el agua, detenida en la llanura,
es muda y fatigada viajera,
su alegría trocada en amargura.
Se perdió el murmurar de la corriente
y el resplandor del sol multiplicado;
y el destino nacido de la fuente
flota inmóvil, oscuro y malogrado.
En este devenir nadie es culpable,
no es más que un incidente en nuestras vidas,
que nada tienen firme, inalterable,
sino el cubrir heridas con heridas.
Al cielo mirará el agua estancada
reflejando el azul de su belleza,
sonrisa de esperanza ilimitada
brotando del dolor y la tristeza.
Y quizá llegue un día impetuosa
una avalancha de aguas torrenciales
destruyendo la calma en que reposa
el viejo arroyo en los cañaverales.
Tú emprenderás de nuevo tu camino,
con otros sueños, otras ilusiones,
creyendo una vez más en el destino,
y olvidando las viejas decepciones.
Los Angeles, 11 de marzo de 1998
La abuela
Los años me elevaron a una cumbre
sobre el paisaje de los hijos míos.
Fueron arroyos y se hicieron ríos,
y de pocos salió una muchedumbre.
Les vi avanzar cubriendo la campiña
con orgullo de madre satisfecha,
guardando en la memoria cada fecha
del quinceañero o de la nueva niña.
Y pronto todos se independizaron,
siguiendo varios rumbos en la vida,
mas nunca recibí una despedida,
porque del alma nunca se ausentaron.
Y ahora te toca a tí emprender el vuelo,
dulce Marcela de los ojos verdes;
sólo te rogaré que me recuerdes,
cuando en tu cumbre un día cuaje el hielo.
Los Angeles, 13 de marzo de 1998
La llegada del amor
Nunca se sabe cuándo el amor viene,
ni cómo ni por qué;
no están planificados sus caminos,
y puede florecer más de una vez.
No se le ha de fijar un calendario
con antes y después,
pues no sigue la ley de las estrellas,
ni tiene lógica ni puede ver.
Mira la primavera,
la esperamos un día en cierto mes,
mas no acude a la cita
en el momento en que debiera ser.
Abriremos un día la ventana,
y bajo nuestra piel
sentiremos correr alborotada
la sangre, sin saber
quién la agita, y por qué en esos momentos.
Y en la naturaleza habrá un pincel
dibujando las rosas y las aves,
y los colores del atardecer.
Mas no sabemos cuándo es su llegada,
ni cuánto tiempo va a permanecer.
El amor, primavera de las almas,
sin anunciarse llegará también.
Los Angeles, 19 de marzo de 1998
El leñador y la muerte
Desterrado en mi propio laberinto
me sorprendió la noche en soledades,
y no sentí la mano compañera
que percibía tantas veces antes.
Sólo toqué distancias
en mis oscuridades,
que amarraron un fardo de sospechas
de peso insoportable,
y con él a la espalda
me ví forzado a recorrer las calles.
La mujer que yo amé nunca fue mía,
aunque estuvo a mi alcance;
se derramó en mí toda, lluvia de oro,
y la dejé infiltrarse.
Tanto la amé...o quizá no supe amarla.
Con obsesión constante
quise absorber su vida,
fui absoluto, implacable,
alzando una muralla en torno suyo
de dudas incesantes.
Pero esa fortaleza
más que guardarla, la mantuvo aparte;
y así la ví perderse en la distancia
como la luz del sol muere en la tarde.
Y no me quedó nada,
nada sino su imagen...
Exasperado y frío
llamé a la muerte, que acudió al instante.
Envuelta en negro manto,
ofreció poner fin a mis pesares,
interrumpiendo el flujo de las horas,
y flotando mi espíritu en el aire.
Mas al mirar la hueca calavera
lo sentí tan final e inexorable,
tan fijo y sin retorno,
que me negué a aceptar el desenlace.
Rogué a la muerte de ignorar mi grito,
de olvidarme en mi cárcel;
me aparté de su abrazo encapotado,
y detuve sus pies en mis umbrales.
Quizá el temor de la tiniebla eterna
desarmó mi actitud desafiante,
o la esperanza del resurgimiento
del viejo amor que permití axfisiarse.
La muerte no insistió, se dió la vuelta
con crujido de huesos, y al marcharse
dejó el sarcasmo de su risa helada
zumbando en mis oídos, implacable.
No comprendí el sentido
de aquella carcajada hasta más tarde:
El amor del celoso enamorado
es la peor de las adversidades.
Los Angeles, 25 de marzo de 1998