Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Horas sin ti

Índice

Sonetos:
Otra luz Creación Horas sin ti Noche Alborada Niñez
Poemas:
"París bien vale una misa"
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Breverías

1240
No sé si me transformo o me parece que el mundo cambia junto a mí; no sé; no soy quien fui, ni el que ahora soy, seré, sólo una cosa inmóvil permanece, mi propio nombre; y tal vez tu fe.

1241
Se clavan en la noche los aullidos del lobo, entre gemido y llamamiento, entre sublevación y lealtad. Apenas ha cambiado los ladridos; el lobo es sólo un perro más hambriento, negándose a perder su libertad.

1242
Cómo te escondes, pensamiento mudo, con tanto que gritar desde tu altura; sólo ofreces el gesto de un saludo, que mal refleja tu musculatura. Necesitas de lanza, no de escudo, no de continuidad, mas de ruptura. Habla con voz de trueno o de trompeta, sea el mensaje beso o bayoneta.

1243
¿Quién eres tú para enturbiar la gama de los crepúsculos, de las auroras? El paisaje a mis ojos se encarama, y son mías, no tuyas, estas horas.

1244
Has ido deslizándote, furtiva, en este mundo angosto que me oprime. ¿Será por ti que el alma ya no gime? ¿Que estando tú no voy a la deriva?

Sonetos

1146 - Otra luz
Al prolongarse junto a mí tus horas, nueva luz en el alma se me enciende, que no es la tuya, que ni ve ni entiende nuestro tiempo en sus prisas y demoras. Rompen sus claridades cegadoras sobre mí, mi visión no se defiende, y tu frágil imagen se desprende de mis pupilas; y abatida, lloras. Lentamente esa luz se debilita, forastera que vino de visita, alcanzando espectral su propio ocaso. Y el tiempo junto a ti se recupera, hora tras hora en rápida carrera, sin el marasmo gris del paso a paso.
Los Angeles, 14 de septiembre de 2004
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1147 - Creación
Te inventé: Eras menos que una idea, cobrizo bloque irregular de arcilla, eras tal vez un grano de semilla que aunque muera en el surco, no verdea. Me embarqué en la deífica odisea de crearte a mi imagen, simple astilla de mi leño, esperándome a la orilla de esta mañana virgen que alborea. Y te fui definiendo, perfilando, cerebro firme, sentimiento blando, festivos cascabeles de alegría. Al final te miré. Me dije: Es bueno. Aproximé mis labios a tu seno, y vi que no eras más que fantasía.
Los Angeles, 15 de septiembre de 2004
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1148 - Horas sin ti
Pesan tanto las horas que me niegas que ya la espalda es curva hacia delante; desplomándome estoy, maltrecho atlante de piel de mármol y pupilas ciegas. Esas horas sin ti, tan andariegas, que van adonde voy, que en cada instante me rodean en órbita asfixiante, mientras te espero, mientras nunca llegas. Se me enturbia la luz; enmudecidos han dejado de hablarme los sonidos, y en la garganta llevo un ave muerta. Devuélveme esas horas, las robadas, que hoy son plomo, y debieran ser doradas… Tu tiempo, amor, que es la mejor oferta.
Los Angeles, 15 de septiembre de 2004
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1149 - Noche
Toda la noche percibí el aullido del lobo que insistente me acompaña; toda la noche, de mi propia entraña, un surtidor de fuego era nacido; toda la noche, en soledad vencido, enredaba la mente su maraña; toda la noche era una noche extraña, tanto de amor y tanto de libido. Era la noche una paloma oscura que no se deja ver, una cintura a la que nunca llegan nuestros brazos. Noche sin ti, con todos los deseos que han superado ya los titubeos, sobre la piel descarga de balazos.
Los Angeles, 21 de septiembre de 2004
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1150 - Alborada
Al balcón ha trepado la mañana saturada de sol y de rocío, con la solemne terquedad de un río que intenta desaguar por la ventana. A ti abrazado en esta hora temprana, con sólo sombra y piel por atavío, me resisto al discreto desafío de la luz horadando la persiana. Recobran sus perfiles los objetos mientras duermes. ¿Qué lúbricos secretos navegan por tus sueños, en tu mente? Te contemplo tan grácil, indefensa, desnuda junto a mí, ráfaga intensa, cuerpo maduro, amor adolescente.
Los Angeles, 29 de septiembre de 2004
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1151 - Niñez
Fue su niñez tan triste y soledosa…, mas no, que la vivió en su fantasía; si en sus juegos faltaba compañía, también le falta música a la rosa. Tal vez fue una aventura silenciosa…, mas no, que con frecuencia respondía a esa voz interior, o algarabía, del amigo, o la tribu misteriosa. Quizá monótona, quizá marchita…, mas no, que la emoción estaba escrita en cada actividad, en cada esquema. Era el rapsoda que se halló a sí mismo, clarividente, intenso en su mutismo, y su niñez fue su primer poema.
Los Angeles, 30 de septiembre de 2004

Poemas

"París bien vale una misa"
A las víctimas de una guerra absurda
Cuando los veo morir sobre la arena que abrasa, maldigo a quien dió la orden pero no los acompaña, retóricos de dos cuartos, cobardes de retaguardia, con mente de cementerio y corazón de chatarra. Nunca han mirado a los ojos moribundos que se apagan como las últimas luces del ocaso sobre el agua. Lloran lágrimas de sangre las esposas enviudadas, y la política sigue su maquiavélica marcha. "París bien vale una misa", dijo un rey; la Casa Blanca bien vale los ataúdes, las ruinas, las artimañas. Hay trama entre bastidores y se afilan las espadas, nacen sonrisas torcidas disfrazando dentelladas, los dedos trenzan los hilos del marioneta que baila, y al país se le da un sueño para ocultar la hemorragia. En la lejanía hay botas luchando contra sandalias, el tanque contra el adobe, el miedo contra la rabia. Sólo se contabilizan muertos con casco y coraza, si turbante, se le ignora en estadística abstracta. Ay de quienes se revisten de banderas y palabras retorcidas, esgrimiendo libertad y democracia, mientras las treinta monedas colgadas del cinto cantan. Ay de quien explota el miedo, y el patriotismo, y las lágrimas, distribuyendo el veneno de su estúpida arrogancia. Veo ciudades deshechas, y familias destrozadas, y un pueblo que apenas puede erguirse sobre sus plantas. Veo la maza inflexible en inepta mano alzada, el golpe indiscriminado, y las vidas aplastadas. A ambos lados hay culpables, víctimas sólo a una banda, que no invitó a la masacre. El soldado es una máquina de destrucción, y la muerte se le debe, porque mata. La víctima es inocente, y su muerte al cielo clama, aunque el cielo se hace sordo; sorda es también la distancia, y ciega, pero no muda, de quien gesta las batallas. Libre el vaquero su duelo a revólver o a navaja en mano a mano de dos, y ahorre vidas y desgracias.
Los Angeles, 23 de septiembre de 2004
Diseño: Carmen Álvarez
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