Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Tiempo

Índice

Sonetos:
Lo que preciso yo Mirar, ver Hoy Creación Mítico balcón Puntos
Poemas:
Este hombre era cobarde
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Breverías

1621
Se me ha caído el alma, yace inmóvil en tierra como un trozo de vida que ya seguir no quiere; me inclino a levantarla, pero no se me aferra a la mano tendida. ¿Será que se me muere? ¿O estará insinuando que prosiga el camino sin la esencial urgencia de su acompañamiento? ¿O esperará otro cuerpo que le ofrezca un destino más inmune al escollo del envejecimiento?

1622
No existes ya, mi mente ha disipado el acento final que mantenía tu arranque de vivir en mí tatuado. Estoy limpio de ti. Desciende el día, y eres lluvia que el sol ha evaporado, una ola más, sin rastro, en la bahía, llama que el viento desvanece, adagio que en el mar del silencio halló naufragio.

1623
Errante iba la mano por senderos que ajenas otro tiempo recorrieran, tren melancólico, sin viajeros, sin detenerse en los apeaderos que tanto gozo y ansiedad le dieran.

1624
Invéntame serenos madrigales que nadie haya escuchado, carabelas que nunca el mar surcaran, robledales sin voces y sin huellas, callejuelas de silenciosas casas medievales que alguien plasmar pudiera en acuarelas. Canta, navega, merodea, explora, mi dulce amante de alma soñadora.

1625
¿Qué buscas o qué sueñas en las horas calladas, cuando vuelan las almas de cuerpos que reposan, tú, que no duermes, que andas con inciertas pisadas por caminos de sombra, de espectros que te acosan? ¿Te buscas a ti mismo tal vez por no estar ella? ¿Te has encontrado y luego parece insuficiente? Duérmete ya, pues todos perseguimos la estrella que sólo está en los fondos oscuros de la mente.

Sonetos

1630 - Lo que preciso yo
Se han congelado el viento y la marea, y el arroyo, y las nubes, y la vida; la realidad ha sido suspendida, y el tiempo es torre que se bambolea. Esta inmovilidad que me rodea, ser sin sentir, intimidad perdida, sombrío laberinto sin salida, viejo deseo es ya que no desea. Preveo un resurgir, pero ¿a qué efecto? Mi voz hablaba extraño dialecto ajeno a oído familiar y extraño. Si he de hablar otra vez, ¿con qué objetivo? Lo que preciso yo es un explosivo que mueva al mundo sin hacerme daño.
Los Angeles, 1 de febrero de 2007
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1631 - Mirar, ver
Dame el sosiego azul de la laguna, mirando al cielo gris sin parpadeo, me importa más lo que yo mismo veo que la contemplación de sol y luna. Mirar no es ver; y aunque desde la cuna se abre el ojo en febril revoloteo, es sólo incierto, frívolo paseo por tierra en sombra, sin opción alguna. La mirada es neutral, inconsecuente, sin imaginación Pero es la mente crisol que las imágenes procesa. Es la mente quien ve, quien acaricia, quien da latido a incidental noticia, capta el amor de lejos y lo besa.
Los Angeles, 1 de febrero de 2007
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1632 - Hoy
Me he despedido de los viejos días, más grises cada vez, y más distantes, nubes de polvo y sal, tan asfixiantes como para el harén las celosías. Bloqueaban la vista; sus umbrías tierras de promisión apasionantes no eran ya el carnaval que fueron antes, sino parcelas ásperas, baldías. No procede afincarse en un desierto que fue ubérrimo edén, pero ya ha muerto; volver a contemplarlo es restringir el panorama que hoy se nos ha dado; cuanto en la mano tengo lo he ganado, y sobre mi conquista he de vivir.
Los Angeles, 2 de febrero de 2007
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1633 - Creación
Si escribo es por amar lo que no puedo; a golpe de palabra configuro cuerpos y almas, les tallo, les maduro, y a blando abrazo emocional procedo. Cada una da y a cada cual concedo el amor más extático, más puro; me bisbisean, y a la vez murmuro, consentimientos, sin rubor, sin miedo. Desconocen escrúpulos, ñoñeces, se muestran como son, y muchas veces como me ven a mí, su creador. Oh, qué formas, qué espíritus tan claros, . todo bondad, belleza, sin reparos, pero, ay, sin piel, ni nervios, ni sudor.
Los Angeles, 3 de febrero de 2007
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1634 - Mítico balcón
En la más pura noche hubo una estrella que no parpadeó, y unas orillas de mar en que olas, vírgenes de quillas, entregaban su espuma a cada huella. Y hubo un viento olvidando su querella con álamo y nogal, y unas semillas forzándose a brotar…, y unas rodillas desconocidas ya de la doncella. Todo, lejano y próximo, asomado a mítico balcón sobre el trenzado de miembros, y la brega, y el jadeo. Estabas tú, y estaba yo, y había la más íntima y amplia compañía, y al fin un prolongado ronroneo.
Los Angeles, 3 de febrero de 2007
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1635 - Puntos
Vienes de un recio ayer que ya no vive, y miras a un mañana inexistente; estás, siempre estarás, fija en el puente sin que ninguna orilla te cautive. A una no volverás, por más que avive tu nostalgia el pasado; a la de enfrente nunca podrás llegar, aunque insistente tu deseo te impulse y te motive. Condenada a vivir en el momento no es tan dura sentencia, es movimiento en plena libertad dentro de un punto. ¿Y que más necesitas? Sólo piensa que la vida en un soplo se condensa. ¿Se unirá el tuyo al mío, me pregunto?
Los Angeles, 3 de febrero de 2007

Poemas

Este hombre era cobarde
Muchos murieron jóvenes; fue un tiempo de prematura siega, cuando las mieses, sin granar, se apagan, y los únicos pájaros que vuelan tienen alma de plomo, y agrio sabor a pólvora en la lengua. Murieron unos con el puño en alto, otros lo hicieron con la mano abierta, en frías cumbres, en llanuras pardas, al fondo de barrancos y trincheras. El hombre del fusil sabe que debe matar o sucumbir, es su incumbencia. Puede la guerra ser justa o injusta, pero es al fin la guerra, y sus muertos son bajas causadas en ataque o en defensa. Hubo otro tipo de hombre en retaguardia, señor de la pistola y de la niebla, matón de pueblo, chulo de suburbio, jinete de camión, juez de taberna, sin adversario en frente, y el rencor trepidándole en las venas. Ya fuera de la ley, como el bandido, ya con la instigación o con la anuencia de mandos subvertidos, corrupción y anarquía del sistema. Este hombre era cobarde, con hambre de matar, por lo que fuera. Sus campos de batalla eran las cárceles, los barcos y las chekas, donde languidecía en sórdido hervidero de colmena todo un segmento de la vieja España, y de la España nueva. Este fue el hombre que inventó el paseo, sobretodo de noche. Las estrellas se apagaron también sobre los ojos de tantas víctimas, y la tiniebla cerró sus párpados al borde mismo de la fosa común, de las goyescas tapias de cementerio, sin más testigos que las sombras muertas. Este hombre absurdo, con el cigarrillo colgado de la boca, sin ideas, o de una sola, hostil, tergiversada, derivando el poder de su impotencia de pensar de otro modo y la pistola que al cinturón le cuelga, fue el dueño de la vida y de la muerte, y a nadie tuvo que rendirle cuentas. Más tarde, camuflando la carga de almas que llevaba a cuestas, cuando en las torres ya no tremolaban decrépitas banderas, logró desdibujarse en el gentío, tal vez, hipócrita, pisar iglesias que escaparan su tea o dinamita, y, sin pistola, carecer de fuerza. O quizá blasonara en el exilio, entre el humo y el vino, a sus colegas las machadas de antaño, subrayadas a puño y carcajadas en la mesa, mientras un niño, lejos, despertaba en la noche en tembladera de soledad, con la impresión hiriente de brutal puñetazo en la cabeza. Y volvería un día al escenario de sus delitos, promoviendo amnesias, o alegando ignorancias, o reclamando impunidad; y absueltas sus manos de la sangre derramada, tal vez alguna cátedra le hiciera doctor honoris causa. ¿Pero qué honor? ¿Por qué la recompensa? ¿Tendrá el asesinato colores aceptables? ¡Qué vergüenza! Ya fuera Badajoz, Madrid, Euzkadi, sea Yagüe, o Carrillo, o sea Eta, debemos dar a cada acción su nombre, crímenes fueron, criminales eran, y sólo hay una forma de justicia: que todos cuelguen de la misma cuerda.
Los Angeles, 2 de febrero de 2007
Diseño: Carmen Álvarez
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