La verdad es puñal, cañón, espada, matará por la espalda o frente a frente, en silencio o estrépito; es valiente y cobarde, vanguardia y emboscada. Cada cual la enarbola iluminada de su propio matiz intransigente, y la riega de sangre procedente de la autenticidad crucificada. Aunque viene encubierta, la mentira se descubre a sí misma. Si conspira en la sombra, ella misma se revela. Mas la verdad, ya enmascarada o pura, hará temblar la más firme estructura, y el mayor equilibrio desnivela.

Ha crecido la hierba, hermano mío, sobre el barbecho de tu sepultura; pero también se agranda tu estatura dentro de mí, a pesar del griterío. Tantas voces escucho en desafío de la historia que fue, tanta estructura moral y física se nos fractura, que veo el hoy, como el ayer, sombrío. No hay flores en la tumba que te guarda, porque adversa política bastarda hace oscilar el péndulo al desquite. Alta la hierba que tu nombre oculta, una vez más a ti se te sepulta, y una vez más la historia se repite.

Se habla del porvenir. Son los amantes que, al iniciar el ciclo de su afecto, elaboran propósito y proyecto, todo para el después, nada en el antes. Mientras haya futuros rutilantes subsistirá el amor; habrá un trayecto que ambos recorrerán, íntimo y recto, plenos de luz paisajes y semblantes. Mas llegará el crepúsculo implacable en que cada uno reflexione y hable más de las glorias idas del pasado. Crepúsculo en verdad, tibio declive, en que tediosamente se convive, siendo el amor esquema inadecuado.

Hago versos por ti, sin ser poeta, porque al amarte te haces poesía; eres transcendental filosofía que mi mente dogmática interpreta. Tú eres la tentación, yo anacoreta al punto mismo de la apostasía; vida tú que mi polvo animaría al sonar el arcángel la trompeta. Sin saber escribir, soy novelista, y en mi trama eres tú protagonista, por igual criatura y creadora. Y si estuviera sordo, o fuera ciego, (Beethoven o Rodrigo), cada pliego fuera orquesta por ti, que canta y llora.

Qué difícil hablarte cuando miras, intensa o blanda, catarata o lago, en cuyas aguas límpidas naufrago, sin lograr expresarme, aunque me inspiras. Casi inmóviles ambos. ¿A qué aspiras, tan silenciosa tú, mientras me embriago en tu contemplación, y me deshago, como hielo en el fuego, si suspiras? Cuanto intento, mas no logro expresarte tantas veces, te llega, sí, al tocarte, te hablan mis ojos, aunque el labio calle. Sigue mirándome en la suave calma que ignora las palabras, y que el alma en elocuencia de silencio estalle.

Ah, los años, que arrastran su corriente por el estrecho cauce de la vida; ah, de la edad, que ha sido definida por red trenzada inadvertidamente. El tiempo no protege nuestra mente, ni el corazón tampoco, de la herida del amor, tan sangrienta y dolorida, aunque la cicatrice lentamente. Pero esa herida es armadura y muro contra la edad; miramos el futuro como una rosa de frescor eterno. Amo, por tanto, soy. Rejuvenezco con cada aceptación cuando me ofrezco, primavera ignorante del invierno.

No indagues componentes ni razones de esta querencia que hacia ti dirijo; deléitate en su mudo regocijo, no enfoques, ni analices, sus funciones. Canta el mar, reverdecen los balcones, se cimbrea el ciprés, se tiene un hijo, todo es amor, vibrante regocijo de vivencias, consensos e intenciones. Nunca sabré por qué; cada motivo, cada forma de amar, es ciervo esquivo que al ser aproximado se retira. No pregunto, ni lo hagas; no interesa por qué arde el corazón cuando se besa, sólo importa abrasarse en esa pira.

Hormiga de odio, acumulando activa en galerías de alma sus rencores, sin que alegre cigarra o los rigores del tiempo sean causa disuasiva. Quien aborrece, airado se motiva por sus propios defectos y temores; odia en otro los rasgos inferiores que en sí descubre, su hebra negativa. Lo que no poseemos, no nos hiere, lo que en nosotros vemos nos confiere rechazo hostil si en los demás lo hallamos.. Cuánto te odio por ser como yo mismo… Ambos al borde oscuro de un abismo hacia el que unidos de la mano vamos.