Sonetos
51 - Debo partir
Mudo en la encrucijada del sendero,
sin valor y sin fuerzas para hablarte,
no sé cómo podría hoy explicarte
que, al morirse mi amor, ya no te quiero.
Fui a tu lado ferviente compañero
que su copa colmó para embriagarte;
y un peregrino soy ahora, que parte
por no permanecer tu prisionero.
Quiero marchar sin recriminaciones,
quizá tristeza, pero no amargura,
y habrás de comprender mi decisión:
Se han marchitado nuestras ilusiones,
y entre los dos hay una sepultura
con el cadáver de nuestra pasión.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1997
52 - La llama
Llama inmóvil, a veces temblorosa,
abrasadora al par que iluminante,
proyectando la sombra amenzante
de una quimera ambigua y tenebrosa.
Divisible, inmutable y peligrosa
como mujer en rotación constante,
propagándose a todos como amante,
y permanente en el papel de esposa.
No te agota la entrega eslabonada
a cada lámpara que te recibe,
aunque besas a todas por igual.
Tienes una reserva ilimitada,
con una intensidad que te prohibe
ser restringida, falsa o desleal.
Los Angeles, 15 de noviembre de 1997
53 - Soledad de la joven casada
Písame con tu planta, peregrino,
y hazme sentir tu paso alborozado,
porque soy un sendero abandonado
por el que nadie marcha a su destino.
Soy un descolorido pergamino
con el texto anterior casi borrado;
ven y escribe en mí un himno apasionado
que despierte en el alma un torbellino.
Quiero cantar, y nadie está a la escucha;
brindo calor, y nadie lo percibe;
y al extender mis brazos no hay abrazos.
Estoy cansada de la eterna lucha
en que mi amor se entrega, y no recibe
sino desdén, tristezas o zarpazos.
Los Angeles, 18 de noviembre de 1997
54 - Demasiado joven
Tropezando en la nieve va el invierno
y en su busca la esbelta primavera,
sin ver la oculta, rígida barrera
que se alza entre ambos en su ciclo eterno.
Ella le ofrece el homenaje tierno
de las flores de mayo en la ribera,
sonrisa universal y verdadera,
hermosura exterior y fuego interno.
Tan próximos los dos y tan lejanos
a ambos lados del muro inabordable
de la distancia en tiempo y en lugar.
No extiendas con amor a mí las manos,
que soy, como eres tú, muy vulnerable,
y aunque quisiera, no te debo amar.
Los Angeles, 20 de noviembre de 1997
55 - Vacío y sangrante
Cuando parte el amor, como un navío,
o como el viento al extinguir la llama,
a al desgajar del árbol la alta rama,
temblará el corazón de miedo y frío.
El paisaje interior, yerto y baldío,
agonizando está, mientras derrama
soledad en el alma y en la cama,
y oscuridad bajo un cielo sombrío.
Si el amor se perdió con paso incierto,
un rastro dejará, triste y sangrante,
y una sombra gentil en la memoria.
Mas si el tiempo al pasar le dejó muerto,
sólo el vacío sentirá el amante,
sin esperanza, ni dolor, ni gloria.
Los Angeles, 21 de noviembre de 1997
56 - La mano
Cinco artesanos, cinco mensajeros,
cinco rosas y cinco exploradores;
armónico redoble de tambores,
rebelión de corceles prisioneros.
Sé esculpir el perfil de los guerreros,
y ondeo en el adiós de los dolores;
mis pétalos extiendo a los amores,
a fin de descubrir nuevos senderos.
En tí, mujer, he de enterrar mi tacto,
en el vientre desnudo y en los senos,
y habré de percibir tu conmoción.
Pero si me negaras el contacto,
¿qué puedo hacer, sino volver sin frenos
hacia mí mismo en desesperación?
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997
57 - El oído
Escucharé a la puerta de tu pecho
la insistente llamada del latido,
pero ¿quién me dirá si ese sonido
canta feliz o llora insatisfecho?
He de permanecer siempre al acecho
del susurro, la risa y el gemido,
del suspiro de amor y del rugido
que ascienden en volutas de tu lecho.
Tus palabras anidan en mí mismo
como también el eco de tus plantas,
y el roce de la seda que te viste.
¡Qué sublime y magnífico egoísmo,
guardarme los rumores que levantas,
tu acento alegre, y tu cadencia triste.
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997
58 - Los ojos
Te hemos acariciado intensamente
sin que tu suave piel lo percibiera,
y es en tí nuestra huella tan ligera
que tu cuerpo la lleva y no la siente.
Grabamos en el álbum de la mente
tu dulce imagen imperecedera,
con ella irás, eterna viajera,
y allí has de estar, eterna residente.
Seremos tus devotos seguidores
acompañándote en la muchedumbre,
y quizá nos sorprendas al pasar.
Verás nuestro rubor, y tus temblores,
nacidos al momento del vislumbre,
te harán saber que alguien te puede amar.
Los Angeles, 25 de noviembre de 1997
59 - La boca
Florecen mis palabras temblorosas
en susurros, en gritos y en canciones,
y se te ofrecen en invocaciones
como manojo de fragantes rosas.
A veces suaves, nunca rigurosas,
como pétalos, sí, no como harpones;
razonadas quizás, o sin razones,
diáfanas, o un tanto nebulosas.
Nunca sabré cómo has de recibirlas,
y es posible que brote un balbuceo,
y es posible que no logren salir.
Pero aunque no consigas percibirlas,
mis labios te hablarán de mi deseo,
y húmedamente te han de persuadir.
Los Angeles, 25 de noviembre de 1997
60 - El sex(t)o sentido
En mi letargo estoy, adormecido,
flotando en sueños lánguidos y oscuros,
confinado a la sombra de dos muros,
y relegado a transitorio olvido...
Tu perfume me indica que has venido,
la mano percibió tus senos duros,
y al roce de tus dedos inseguros
se irguió mi cuerpo firme y decidido.
Enciendes en mi carne rebeldías,
incitándome a dulces agresiones
al abrazar tus labios mi contorno.
Habré de hacer tus cavidades mías,
y tuyas han de ser mis vibraciones,
con cada avance y con cada retorno.
Los Angeles, 26 de noviembre de 1997
61 - -Los pies
Descalzos te seguimos en la vida
para no herir tu sombra encadenada;
y sigilosa irá nuestra pisada
por no turbar tu sueño, si dormida.
En cada huella por tu pie encendida
nuestra huella pondremos incrustada,
absorbiendo la dulce llamarada
que dejas en tu paso sumergida.
Con los tuyos nos entremezclaremos,
girando en espirales armoniosas
en erótica danza interminable.
Y si a tu lado un día amanecemos,
en el cálido lecho en que reposas,
la noche no habrá sido impenetrable.
Los Angeles, 29 de noviembre de 1997
62 - Una amistad muy especial
Brotó dentro de mí, fuente apacible,
claro reflejo sobre blanca arena;
progresó en manantial de agua serena,
luego en torrente en flujo irresistible.
En mi aridez filtróse imperceptible,
y fue en mi oscura noche luna llena;
de mi castillo fue torre y almena,
y nunca me hizo el suyo inaccesible.
Percibí en sus palabras la dulzura,
y rodeó mis hombros con su abrazo,
ahuyentando de mí la soledad.
Creció en mí gigantesca su figura,
y sentí entre los dos un fuerte lazo
de ternura, de amor y de amistad.
Los Angeles, 24 de noviembre de 1997
Poemas
El tambor
“Del salón en el ángulo oscuro...” (Bécquer)
Mudo el ritmo marcial de otros momentos,
quieto el vaivén de muslos y caderas,
relegado a fatídico abandono,
en la estancia desierta.
Sin corazón bajo la piel tirante,
callado el palpitar y la cadencia,
huérfano de palillos y de manos,
silencioso profeta.
Su círculo de cromo ya ha perdido
la brillantez y el lustre, y ahora sueña
con el fulgor de esplendorosas marchas
en una vida nueva.
¿Quién habrá de venir a rescatarle?
¿Quién otra vez desatará su lengua?
¿Quién resucitará el redoble airoso
de su alegría muerta?
El, como yo, olvidado visionario,
siempre con esperanza y a la espera,
siempre con nuestro ritmo suprimido,
en permanenente oferta.
Los Angeles, 2 de noviembre de 1997
El violín
Ella me tuvo entre sus manos suaves,
me arrimó con amor a su mejilla,
y me arrancó del alma con ternura
lágrimas y sonrisas.
Bajo los breves saltos de sus dedos
me sentí marioneta de armonía
en mis cuerdas vibrantes liberando
la música cautiva.
¿Cómo puede decirse que mi entraña
no es más que una oquedad neutra y vacía?
Mi carne de madera tiene un alma
sensible y dolorida.
No canto solo, pero sólo canto
para quien con su mano me acaricia,
y mis voces penetran el espíritu
como fresca llovizna.
Yo doy a quien me da cuanto desea,
los demás han de oir mi melodía,
mas sólo he de entregar mis vibraciones
a quien conmigo vibra.
Los Angeles, 2 de noviembre de 1997
El piano
Rózame con las yemas de los dedos
y te daré suspiros entrañables.
Asciende en mis escalas y desciende
con paso insinuante.
Hiere mis escalones de marfil
a golpes de alborozo innumerables,
y te devolveré por cada impacto
un grito apasionante.
Oh, qué limitación agotadora.
Tener tus miembros a mi propio alcance,
y carecer de labios que te besen,
y brazos que te abracen.
Recórreme sin tregua en los arpegios,
arráncame las voces que en mí yacen,
despiértame a la vida con tus manos,
no ceses de tocarme.
Yo sólo puedo darte mi armonía,
pero es como si el alma fuera a darte,
filtrándome en tu cuerpo por los dedos,
y amarte, amarte, amarte.
Los Angeles, 3 de noviembre de 1997
El clarinete
Permite que penetre entre tus labios
la rigidez de mi afilada punta,
y humedezca tu lengua el orificio
en que tu soplo irrumpa.
Presiona con tus dedos en mis llaves,
y habrás de hacer mis vibraciones tuyas,
desprendiendo sonora catarata
a un tiempo alta y profunda.
Vengo hacia tí con ansias de armonía,
y tú sola serás quien la descubra,
vertiendo en mí el poder de tus pulmones,
con pasión o ternura.
Te daré una explosión de sentimientos
que habrán de saturar tu alma desnuda,
y un estremecimiento habrá en tus manos
haciendo amor y música.
Los Angeles, 3 de noviembre de 1997
El arpa
Abrázame, mujer, con la ternura
del suave amor que sólo vive en sueños;
reclina la mejilla en mi columna,
bésame con tu pelo.
Desliza sobre el muro de mis cuerdas
la magia delicada de tus dedos,
dando voz a la oculta melodía
dormida en mi silencio.
Y al destrenzar mis notas, el tumulto
de sonrisas que arrancas y te ofrezco
pondrá en la curvatura de mi espalda
dulce estremecimiento.
Cierra los ojos, dame tus caricias,
y yo he de darte un canto siempre nuevo,
y un temblor en la piel que ha de agitarte
con cierto desconcierto.
Los Angeles, 4 de noviembre de 1997
El violoncelo
Abre tus muslos a mi cuerpo, amiga,
y déjame soñar con ser tu amante;
y al estrechar mi cuello entre tus dedos
sé gentil y sé afable.
Con la suave presión de tus rodillas
en mis costados siento que renace
una pasión que invade mis entrañas
y a tí misma te invade.
Renueva sin cesar las pulsaciones
que han de llenar todas mis cavidades,
y deja resonar el eco ardiente
de mis notas sensuales.
Enciérrame en tu abrazo, estrecha el cerco,
anúdate a mí en lazos perdurables,
que como tú lo has hecho, amada mía,
nadie sabrá tocarme.
Los Angeles, 4 de noviembre de 1997
Tímida
Tienes manos ansiosas, pero están inactivas;
Tienes cuerpo vibrante, pero está refrenado
Porque están en cadenas tus pasiones más vivas,
Y el instinto no grita porque está amordazado.
No pienso que tus miembros puedan ser intangibles,
Pues claman por el tacto de otros miembros ardientes.
Y jamás tus deseos podrán ser imposibles,
Sólo están a la espera de deseos ausentes.
Ofrecer los sentidos es como dar el alma:
Desconocemos siempre qué trato nos espera.
Si no se corre el riesgo, no se obtiene la palma;
Quien no se arroja al agua, no alcanza la ribera.
La vida nos presenta multitudes de cosas
Y a cada cual le toca decidir lo que quiere.
Habrá en tu mano espinas al recoger las rosas,
Sólo crece la espiga si la simiente muere.
No alcanzaremos nunca perfectas situaciones,
Ni blancura infinita ni oscuridad completa.
Veremos las razones entre las sinrazones,
Y los rostros ajenos detrás de la careta.
Pero hemos de lanzarnos con planes de conquista,
O permaneceremos en nuestra oscura esquina,
Dejando que el paisaje nos entre por la vista,
Mas sin sentir la tierra bajo el pie que camina.
Y si acaso en la marcha se cae o se tropieza,
Y la sangre revienta saltando por la herida,
No detengas el paso, avanza con firmeza,
Que sólo los heridos saben vivir la vida.
Los Angeles, 10 de noviembre de 1997
Te recuerdo
Te recuerdo en las noches estrelladas
en que la luna sorprendió mis besos;
y en los amaneceres luminosos
te recuerdo.
Te recuerdo en la luz de tu ventana,
que trajo tu sonrisa a mi sendero;
y en la melancolía de la lluvia
te recuerdo.
Te recuerdo arropada en tu bufanda
en las frías mañanas de febrero;
y en las tranquilas tardes del otoño
te recuerdo.
Te recuerdo descalza en la ribera
jugando a la pelota con el perro;
y a la sombra del sauce junto al agua
te recuerdo.
Te recuerdo en el ruido de las calles,
con tu mano en mi mano, y en silencio;
y entre rosas, claveles y magnolias
te recuerdo.
Te recuerdo en tu marcha sin retorno,
en tu final, definitivo sueño;
y en el abrazo que te dió la muerte,
yo te recuerdo...¡oh, cómo te recuerdo!
Los Angeles, 11 de noviembre de 1997
Quizá
Percibo tu presencia sin estar a mi lado,
y oigo tu breve paso hallándote tan lejos;
siento tu escalofrío sin haberte tocado,
y aún cerrando los ojos me ciegan tus reflejos.
Veo pasar las sombras y en ellas te adivino;
cuando me roza el aire sé que son tus cabellos;
si me azota la lluvia, tus besos imagino,
y por tí son mis sueños inmensamente bellos.
Pero no reconozco tu risa entre las risas,
porque amarga tristeza te cubre con su manto;
y en el tropel de gentes ruidosas y con prisas
no estás, porque te encuentras en soledad y llanto.
Un aura te rodea solemne y misteriosa
que fascina mis ojos aunque nunca te han visto;
es quizá la nostalgia gentil y silenciosa
que permea tu vida y en que yo mismo existo.
No obstante, ambos sabemos que ha de llegar el día
en que la luz disipe la sombra en que vivimos;
y al resurgir pujante nuestra innata alegría,
hemos de ser de nuevo como otro tiempo fuimos.
Tú encontrarás un hombre que te bese y te cante,
y no habrá en vuestra entrega ni exigencia ni ruego;
yo volveré a mis sueños, inventando una amante
y escribiéndola versos, sentado junto al fuego.
Y al mirar al pasado desde el nuevo presente
de ilusiones azules y de esperanzas verdes,
una estrella en el cielo y una luz en tu mente
musitarán mi nombre…y quizá me recuerdes.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1997
No he de volver la vista
No he de volver la vista, porque estás en mi mente;
aunque te fuiste un día, permaneces conmigo,
ausente de mi lecho, pero en mi alma presente,
como amante y amado, confidente y amigo.
No he de volver la vista a la tumba de la historia,
desenterrando sombras de un tiempo ya distante;
ni he de bajar al fondo fugaz de la memoria
para subir tu imagen, porque aún eres mi amante.
No de volver la vista con nostalgia y tristeza
pretendiendo en mis sueños revivir el pasado,
porque aún brilla en mis ojos tu noble gentileza,
porque aún siento tu pulso, porque aún eres mi amado.
No he de volver la vista, llorando mi infortunio,
porque aún oigo tu risa vibrante, intermitente,
y aún haces de mis noches perpetuo plenilunio,
porque me das tu oído, y eres mi confidente.
No he volver la vista, porque estás a mi lado,
comprendes lo que siento, y entiendes lo que digo;
porque nunca me diste ni reproche ni enfado
cuando me diste tanto, y porque eres mi amigo.
No he de volver la vista, ¿por qué la volvería?
Aunque tu piel no roza mi piel, de tí anhelante,
estás en mí de noche, y estás en mí de día,
como amigo y amado, confidente y amante.
Los Angeles, 30 de noviembre de 1997