Breverías
1361
Me dueles tú, tanto de ti me aflige
que sólo desgajándote podría
curarme este dolor. Pero, ¿qué haría,
si es hacia ti que mi alma se dirige?
Tal vez tú no me dueles, me extravío
oscilando entre gozo y sufrimiento,
tan cerca, respirándote el aliento,
tan lejos, en mis manos el vacío.
1362
Dos amores he puesto en la balanza,
el anterior y el tuyo. Te confieso
que el segundo se ha hundido sin tardanza,
porque el primero ya no tiene peso.
1363
Vencido estoy, como la golondrina
que ha perdido sus alas, flecha inepta.
Y ¿para qué volar, si se termina
el mundo junto a ti, si mi retina
sólo tu idea y tu perfil acepta?
1364
Si los años cerraran su promesa
de germinar la rosa del deseo
sobre el sudor fecundo de ambas pieles,
quedaría aún la imagen que regresa
del pasado, que tanto yo recreo,
cuando ambos fuimos lienzos y pinceles.
1365
Si pudiera volver a mi extinguido
vivero de hondas, fértiles ideas,
mar de afectos que alzara sus mareas
contra mi litoral desprevenido;
si pudiera volver…no volvería;
agonicé una vez, sufrí una muerte,
no dejaré al pasado que despierte
robándome esta nueva vida mía.
Sonetos
1303 - Ya no soy mies
Vienes a mí como la mano amiga
que el recuerdo extendió; tiembla en la mente,
(revoloteo de hojas), la emergente
percepción de propósito o de intriga.
Ya no soy mies, soy retirada espiga
de escasos granos, pálida, indigente,
sin vocación de próxima simiente,
entre la soledad y la fatiga.
Recogiste prolífica cosecha
en otro panorama y otra fecha,
mi surco, improductivo, queda yermo.
Si el intento es labrar mi rastrojera,
¿qué pretende tu verde primavera
de un corazón, como mi campo, enfermo?
Los Angeles, 30 de junio de 2005
1304 - Condenado a vivir
Desde los pies me asciende hasta la boca
alborotado río de temblores;
no quiero repetir viejos errores,
mas tropieza mi pie en la misma roca.
La añoranza es la mano que convoca
la orquesta de la mente, y los rumores
generados son mezcla de dolores,
gozo y placer en confusión barroca.
Condenado a vivir lo ya vivido
una vez más, no sé si estoy dormido
negándome tozudo a despertar,
o si cierro los ojos, esperando
recuperar mi tibio sueño blando,
para no desangrarme, y olvidar.
Los Angeles, 30 de junio de 2005
1305 - Puerta giratoria
Del alma derrotada, de su llanto,
se me ha alzado el clarín de la victoria;
consentí que durmiera la memoria,
y ahora, sobre sus ruinas, me agiganto.
Gozo, lamento, exultación, quebranto,
itinerario sin escapatoria
en retorno de puerta giratoria,
con su comodidad, su desencanto.
Tanto tiempo de absurdo servilismo
a los otros, pensando que uno mismo
no es más que desdeñable mensajero.
Hoy he dejado de virar; de un salto
he plantado mis pies sobre el asfalto,
y he respirado el aire mañanero.
Los Angeles, 30 de junio de 2005
1306 - Isla soy
De cemento y granito revestido,
reforzadas en hierro las ventanas,
blindado de la luz por las persianas,
solo, sólo conmigo y mi gemido.
Qué orfandad tan oscura me ha mordido
que no distingue noches de mañanas;
aun el tañido azul de las campanas
deviene canto fúnebre en mi oído.
Isla soy, y este mar que me bordea
no es enlace, es ruptura, y martillea
su monótona estrofa de aislamiento.
No sé si el sol se ha puesto o amanece,
sólo sé que en mi entraña se adormece
el ángel defensor del sentimiento.
Los Angeles, 1 de julio de 2005
1307 - En el recuerdo vivo
Voy a tu encuentro, mi lejana amante,
buscándote entre sábanas, al juego
de los sueños despiertos, y me entrego
a la idea de ti, hueca y radiante.
Tan alucinador, desafiante,
tu perfil se me adosa en mudo ruego,
y al extenderme en avidez, no llego
a tu imprecisa imagen suplicante.
Tenerte sin tenerte es la condena
que a la vez me libera y encadena,
nunca mujer más intangible y mía.
Amante, cuerpo ayer, hoy sueño y humo,
en el recuerdo vivo, y me consumo
entre la espera y la melancolía.
Los Angeles, 7 de julio de 2005
1308 - Ovillada en mi cerebro
Oh, mujer, ovillada en el oscuro
rincón de mi cerebro, cantinela
reiterativa que se anuncia y vuela
por un silencio de cristal, tan puro.
Nadie te ve, nadie te escucha, un muro
de soledad plomiza te acuartela.
¿Por qué tu voluntad no se rebela,
rompe el cristal y arranca hacia el futuro?
En blanda oscuridad semidormida,
con el recelo de quien se intimida
al ver mi propia senda bifurcarse.
Oh, mujer, ovillada en mi cerebro,
sigo otros pasos, pero te celebro
como luz que no acepta amortiguarse.
Los Angeles, 8 de julio de 2005
Poemas
Salamanca
Contigo de la mano
cada día visito
la dorada ciudad por donde nunca
de la mano hemos ido.
Y sin embargo, cada callejuela,
cada rincón dormido,
cada plaza en jolgorio de estudiantes,
cada abierto balcón, cada postigo,
recuerdan nuestros pasos, nuestros gestos,
nuestras palabras, nuestros apellidos.
Nunca estuvimos, nunca,
y tantas, tantas veces estuvimos.
¿Recuerdas la mañana dominguera,
a la vera del río,
retrazando los pasos
del viejo ciego y joven lazarillo?
Compartimos la historia picaresca
desgranando entre risas un racimo,
de dos en dos, de tres en tres, o cuatro,
y entre besos, después, de cinco en cinco.
La Casa de las Conchas,
al avanzar la tarde, cien cuchillos
de sombras alargándose
sobre la rubia piel del edificio.
Y extendías la mano,
cinco rayos de luz sobre mí mismo.
En la Plaza Mayor, mar de terrazas
en flujo torrencial de aperitivos
a la serena sombra de los arcos,
o bajo el sol de la mañana tibio,
frente a frente en la mesa,
como mejor se escuchan los latidos.
Patio de las Escuelas, filigrana
de plateresca arquitectura, archivo
del saber de Fray Luis y de Unamuno,
y en el aula, silencio reflexivo;
sobre las mesas rústicas, los nombres
de mujer que el amor dejara escritos.
Tu mano acariciante resbalaba
sobre Olalla, Leonor, Teresa…Siglos
separando y uniendo
dedos enamorados y suspiros.
Las catedrales, de ámbito solemne,
cumbres de piedra, puente levadizo
hacia un mundo de arcángeles
desde un mundo de místicos,
de columnas alzándose hacia el techo
con el múltiple impulso irreprimido
de palmeras abriéndose
en arqueados brazos de granito.
Callaba el órgano y el sol cantaba
rasgando las vidrieras a cuchillo.
En este oasis de silencio y sombra,
toma el jarro de vino,
siéntate al pie de la palmera y bebe,
bebe y ama conmigo;
tal vez mañana tenderás la mano
y el tiempo será un cántaro vacío
por cuyas grietas se hayan derramado
los cantos del amor envejecido.
Esta ciudad de pícaros y amantes,
de monjes y de sabios, cruz y libro,
nos ha visto pasar, y nos espera;
las piedras guardan el sabor antiguo
de espaldas reclinadas en la tarde,
en gestación del beso subrepticio.
Esta ciudad, por la que tanto vamos,
en la que tan a fondo nos hundimos,
ambos entre sus calles, y uno en otro,
que fuera de ella estamos en exilio,
esta ciudad en la que somos libres,
con piel de adultos y candor de niños,
que tantas veces hemos visitado,
donde nunca estuvimos,
por donde voy, mi brazo en tu cintura,
por donde vas, tus ojos en los míos,
donde el futuro se ha hecho ya pasado,
donde el presente es un futuro vivo…
Te espero en Salamanca,
para vivir cuanto hemos ya vivido.
Los Angeles, 2 de julio de 2005
Hombre nuevo
Al nacer la mañana que te ha pertenecido
purifiqué mi cuerpo de besos anteriores,
de los crudos deseos en que vagué perdido,
de la extraña saliva, los cálidos sudores.
En el fondo del alma, se me hacinaron secas
las rosas del recuerdo que ayer fueran lozanas,
las antiguas salmodias del amor, hoy tan huecas,
las sólidas alforjas del fervor, tan livianas.
Quise invadir tu espacio con la fresca tersura
de los ojos de un niño, con su misma inocencia,
como quien se despoja de la recia armadura
que proyectó el cinismo, forjó la indiferencia.
Acercarme a ti virgen, como si nunca hubiera
rozado la piel blanda, lúbrica, de otra amante,
y al abrazarme, tu alma dentro de mí se hundiera
como si fuera dueña, no sólo visitante.
Ya no tengo otra historia que la que tú edifiques,
que la que yo troquele sobre tu molde mismo;
ni tengo nombre, sólo respondo a los repiques
de tu campana de oro, llamando a mi bautismo.
Mi nuevo nombre acuna la cadencia del tuyo,
banda de ruiseñores colgados en la fronda,
seré casi tú misma, pues en ti me diluyo,
y si alguien te llamara, tal vez yo le responda,
Los Angeles, 4 de julio de 2005