1137 - Al amanecer
La mañana irrumpió, recién nacida,
esgrimiendo la luz como una espada;
retrocedió la noche, agazapada,
en mansa aceptación de la partida.
En maraña de sábanas tendida,
y en tibia desnudez ataviada,
musitó desde el borde de su almohada:
¿Me seguirá tu amor cuando vestida?
Miré al fondo sereno, enternecido,
de sus ojos de añil, y sumergido
vi mi propio semblante en su pupila.
Se aislaron las palabras en mi mente.
Pero estreché el abrazo, dulcemente,
y en mi silencio se durmió tranquila.
Los Angeles, 21 de agosto de 2004