1457 - San Antonio Abad
¿Por qué, en su pobre choza, sonreía
jovial el venerable anacoreta?
Su luenga barba blanca de profeta
en cascada de luces descendía.
Cerrada ya la noche, con su orgía
de falo y senos en procaz pirueta,
sólo queda una impúdica silueta
desvaneciéndose al entrar el día.
Y un cálido temblor, como si hubiera
escanciado en su copa de madera
el rojo vino de su juventud.
Era un recuerdo sólo. Bajo el manto
pacificó su cuerpo, y el encanto
de su visión plegóse a la virtud.
Los Angeles, 16 de abril de 2006