2681 - Estatua ecuestre de Felipe IV
Vale más el caballo que el jinete,
en su arranque de salto hacia una altura
que no alcanzó el monarca. Se apresura
a periplo estelar, sin que lo inquiete
carencia de alas, súbito cohete
bajo la propulsión de audaz locura.
El rey es el poder que se fractura,
su gobierno crepúsculo y templete.
El alazán es puro dinamismo,
con sueños de aventura, de heroísmo,
a los que a punto está de despegar.
Merece un paladín sobre la silla,
capitán de Aragón o de Castilla,
no un príncipe incapaz de gobernar.
Los Angeles, 14 de julio de 2011