Breverías
128
Peina el viento las copas de los pinos
y arrastra la hojarasca por la calle;
ante tu puerta danza en remolinos,
alza nubes de polvo en los caminos,
rueda su furia de la cumbre al valle.
Aún sin verle, no dudas su existencia;
su silbido no grita: ¡Soy el viento!
Le juzgas por su impulso y su presencia...
Juzga mi amor así, pues su evidencia
no es la palabra, sino el sentimiento.
129
Mujer ligera que insensible hieres
a quien en tí aventura sus venturas,
el dolor producido en otros seres
que sufren tus locuras no lo curas.
Menos les quieres cuanto más requieres,
Son risas, no sonrisas que procuras;
Tu alma no tiene amor ni lo sostiene,
pues si viene dirás que no conviene.
130
Lento es el día, lánguida la tarde,
a la espera de impulsos y de entrega;
breve la noche en la que el fuego arde,
veloz la aurora que a apartarnos llega.
131
Hay en mi corazón fe y esperanza,
y hay amor.
Llevo en mis pies el ritmo de la danza,
y el calor.
Mas mi mano se extiende y no te alcanza,
¡qué dolor!
Ahora sólo me queda tu añoranza,
y el temor,
de que marchite el tiempo en su mudanza
nuestra flor.
132
¿Has visto desde el tren la luz lejana
brillando entre las sombras del paisaje?
Parece acompañarte en tu viaje,
inmóvil, incesante,…y tan cercana.
Desde mi oscura y singular distancia
yo levanto la mano y te saludo;
y verás en mi gesto firme y mudo
una señal de mi perseverancia.
133
Déjame entrar en la torre
donde vives encerrada,
y permíteme que borre
la angustia de tu mirada.
Y al volver el sentimiento
que el desengaño usurpara,
trocarás en un momento
la tristeza en algazara.
134
Luz del amanecer, qué pronto llegas;
anoche te olvidé, no te he llamado;
¿por qué no dejas al enamorado
recoger la cosecha que le niegas?
Toca el alba el clarín de la alegría,
y a todos de su sueño les levanta;
mas yo prefiero estar bajo mi manta
con mi amor por la noche y por el día.
135
Has de ver, si te acercas a mis ojos,
un tigre agazapado y al acecho,
restringido no más por los cerrojos
que guardan la caverna de mi pecho.
Si, al acercarte, llamas a mi puerta,
escucharás su aterrador rugido;
la dejaré de par en par abierta,
y, al verte,....sólo lanzará un gemido.
136
Esa mujer que tras de mí venía,
me ha alcanzado y me tiene aprisionado.
Me besaba y al tiempo sonreía;
al abrazarla quise hacerla mía,
y mía fue al haberla penetrado.
137
Si yo pudiera ejercitar mi mano
sobre la piel de la mujer que quiero,
no estaría a su lado como hermano,
mas como en el caballo el caballero.
138
Rueda a mi lado, molinillo loco,
date mil vueltas, gira con el viento,
deja las aspas circular un poco,
tú me volteas mientras yo te toco,
sincronizando nuestro movimiento.
139
Salí a tu encuentro a recoger las flores,
y me hallé con tu ramo cara a cara.
Me ofreciste el clavel de tus amores,
y me invitaste a que te subyugara.
140
Si preguntas por mí, será mi ausencia
quien responda en murmullo silencioso.
Llévame en tí en perpetua convivencia,
y siempre oirás la armónica cadencia
arrastrada en mi arroyo rumoroso.
141
Las palabras de amor pierden sentido
si innumerablemente se repiten;
los besos, las caricias, el gemido,
perderán su calor y colorido,
cuando incesantemente se permiten.
142
Quiéreme como si hoy fuera mi muerte,
con desesperación ilimitada.
Yo lo haré como si hoy fuera a perderte
en un anochecer sin alborada.
143
Duerme apacible y serena,
mi querida;
cada noche es noche buena,
si en la vida
sientes de amor la condena;
y la herida
y el dolor de su cadena
no se olvida.
144
Dame una nube, arráncame una estrella,
córtame una porción del firmamento,
suéñame cada noche oscura y bella,
y déjame habitar tu pensamiento.
145
Las sombras en el bosque se cuelgan de las ramas,
se abrazan a los troncos, se deslizan constantes,
surgiendo ante la vista cual séquito de damas,
y en el silencio oscuro las ves amenazantes.
Pero yo no percibo sus encendidas llamas,
pues sólo son efigies disfrazadas de amantes;
y ni ofrecen el alma ni el sentido me entregan,
perdiéndose en la noche tan pronto como llegan.
146
En cada anochecer quiero soñarte,
llama oscilante en débil parpadeo,
que en época lejana fuiste parte
de suave afecto y de febril deseo.
Nunca habrá mi memoria de apagarte,
porque me veo a mí cuanto te veo,
y son tus resplandores en mi mente
signo indudable de que el alma siente.
147
No hagas que llame a la puerta
cuando me acerco a tu casa;
quiero que esté siempre abierta,
y ser sólo yo quien pasa.
Y me llegaré a la entrada
de tus cámaras internas
por la hiedra entrelazada
de los brazos y las piernas.
148
La vida es una rueda que nos da dos opciones:
rápido movimiento si estamos en la llanta,
pero con altibajos en sus revoluciones,
y el mismo retroceso a la vez que adelanta;
o la mediocre altura, mas sin oscilaciones,
del eje que, en su giro, lleva el peso y aguanta.
¿Cómo ha de ser tu vida, resignada y segura,
o incierta y excitante con ritmo de aventura?
149
Derrámate en la hierba innumerable,
húmeda y fresca alfombra,
déjame que te cubra con mi sombra,
que mi boca te bese, y no te hable.
El viento arrullará los arrayanes,
y su perfume te saldrá al encuentro,
mientras en tí me adentro
inundándote el alma de huracanes.
150
Un beso cada mañana,
una rosa cada día,
cada tarde una alegría
por cada noche cercana.
No por un amor de hermana
desprovisto de misterio,
sino por el cautiverio
en que esperan mis sentidos
para ser estremecidos
por un amor de adulterio.
151
Al recibir tu abrazo, no será como amiga,
aunque amiga hayas sido
y aún como tal te quiero.
Se adherirán mis miembros a tí, cuando te diga:
“Dame un juego prohibido,
besa de cuerpo entero”.
152
Viene la noche agazapada y lenta,
como raposa en torno al gallinero,
y arrebata a mi amor, que se me ausenta
junto al amor que vino a ella primero.
Mi alma estará por ella agonizando,
y mi noche ha de ser larga y sombría,
viendo rodar las horas, esperando
que vuelva a mí al amanecer el día.
153
No he de ser en tu vida el alfarero
que pueda moldear tu roja arcilla;
debo absorber tu espíritu primero
para que en mí germine tu semilla;
mas quiero ser el único velero
que en tu mar trace estelas con su quilla.
Tú serás tú, sin modificaciones,
susurrando en mi oído tus canciones.
Sonetos
69 - Compenetración
Come mi pan y bebe de mi vino,
siéntate junto a mí a la chimenea,
dame tu mano y déjame que lea
en tus profundidades mi destino.
No sé si te descubro o te imagino,
pero ya sea verdad, o sueño sea,
cuando vuelva la vista, hazme que vea
tu pie sobre mi huella en el camino.
Fija tus ojos en la misma estrella,
rema al unísono en el mismo lago,
canta conmigo idéntica canción.
Besa la boca que tus labios sella,
siente mis sentimientos, haz lo que hago,
y ha de ser todo com-penetración.
Los Angeles, 22 de enero de 1998
70 - Ilimitada
Llena de luz me aguarda tu mirada,
y en silenciosa danza sus colores.
Llegaré sin redoble de tambores,
ligera y sigilosa mi pisada.
Y habrás de recibirme a la arribada
con manos rebosantes de temblores,
y caerá como pétalos de flores
la ropa que te tiene aprisionada.
Florecerá un rosal de libertades
sacudiendo tu piel y tu energía,
y aspiraremos su fragancia pura.
No aceptaremos las fugacidades,
sino la permanencia de una orgía
de amor, sensualidades y ternura.
Los Angeles, 25 de enero de 1998
71 - Un día
Un día dormiré al pie de la encina
bajo la gris y calcinada arena,
y me dará su intimidad serena
la calma que a mi lado se reclina.
Habrá un silencio oscuro en la colina,
y, oculta en la enramada, una cadena
de pájaros inmóviles en pena,
mientras la noche corre su cortina.
Y de mi boca brotará una rosa
con temblores al eco de tus pasos,
estremeciéndome al aproximarte.
Y al cortarla, una aurora luminosa
desterrará la noche y los ocasos,
y resucitaré para besarte.
Los Angeles, 30 de enero de 1998
Poemas
El viento
Vino primero tenue y acarició su pelo,
nube de mariposas rozando sus mejillas;
era el beso de un ángel flotando en las orillas
de sus ojos azules con reflejos de cielo.
Y se agitó en ligeros y suaves remolinos
trepando dulce y ágil en torno a su figura,
cubriendo en un abrazo la flor de su cintura,
llevando su perfume por todos los caminos.
Llegó por las esquinas borracho y pendenciero,
y sacudión su blusa con empuje atrevido.
Era intenso y robusto, rebelde y encendido,
y la apretó con fuertes tentáculos de acero.
Se transformó en violento ciclón desesperado,
arrancando la falda con sus múltiples manos,
invadiendo los fondos recónditos y arcanos,
y arrebatando el fuego de su cuerpo azotado.
Gentil soplo de viento crecido sin medida,
tierno beso de amigo transformado en amante,
leve caricia alzada en pasión dominante,
sueños nunca vividos de una ocasión perdida.
(Perdido entre mis papeles)
Los Angeles, 24 de abril de 1997
Tu árbol
Déjame ser el árbol de tu huerto
y abrazarán tu suelo mis raíces,
penetrando en tus hondas humedades
con impulsos callados, lentos, firmes.
Te ha de cubrir mi sombra como un manto,
ciñéndose a tu cuerpo; y tus perfiles,
dibujados al sol sobre la hierba,
absorbidos serán e imperceptibles.
Y al tender el otoño hacia el invierno
su puente austero de colores grises,
extenderé la alfombra de mis hojas
y el sol ha de tener el paso libre.
Proyectaré la sombra de mis brazos
sobre tí, y al sentir que no resistes,
te ofreceré la múltiple caricia
de mis ramas desnudas y flexibles.
Pero al llegar los fríos de Diciembre
que atenuan el vigor y el alma exprimen,
presiento soledades dolorosas
en el jardín abandonado y triste.
Dame tu primavera en esperanza,
en verano y otoño no me olvides;
y aunque te alejes en el duro invierno,
seré feliz porque un día viniste.
Los Angeles, 7 de enero de 1998
Sin nombre
Desde la esquina en sombra, tu voz insinuante
canta amores callados en críptico mensaje;
y absorto al escucharlos se queda el caminante
que sumido en nostalgia prosigue su viaje.
Te ocultas bajo el manto de una canción ajena
flotándola en el aire, mas sin destinatario.
¿Acaso hay uno sólo, y la timidez te frena,
o hay múltiples altares, pero un sólo incensario?
Oiré tu melodía, mas pasaré de largo
porque entre tus palabras no está escrito mi nombre;
y llevaré en la boca sabor dulce y amargo
ante la incertidumbre de ser o no tu hombre.
Y al alejarme solo, al filo de la noche,
quizá tus labios callen, me siga tu mirada,
y es posible que te hagas a tí misma un reproche,
y es posible que llores la ocasión malograda.
Y también es posible que vuelvan tus canciones
a acariciar los ojos de aquellos que te lean;
quizá les des un nombre, y algunas ilusiones,
y habrá algunos que escuchen, y algunos que lo crean.
Los Angeles, 9 de enero de 1998
Tango
Ven a bailar conmigo un tango ahora,
con paso audaz e impulsos anhelantes;
prolonguemos la tarde hasta la aurora,
absorbiendo la esencia tentadora
de la sensualidad de otros amantes.
Suave es la luz, sedoso terciopelo,
niebla sentimental sobre el ambiente
deslizando en la piel cálido velo,
uniendo nuestras sombras en el suelo
y alentando caricias en la mente.
Enlazaré mi brazo en tu cintura,
dame la mano, y mírame a los ojos,
y surquemos las aguas de aventura
de este mar proceloso en que perdura
pasión de fuego en resplandores rojos.
Avanza y retrocede, introduciendo
tu rodilla atrevida entre mis piernas,
llégate a mí y sepárate, fingiendo
ausencias en presencias, y volviendo
una vez más en agresiones tiernas.
Te sostendré en mi brazo, reclinada
en arco de abandono, y tu cabello,
negro como la noche perfumada,
caerá en cascada libre y ondulada,
en un momento detenido y bello.
Este vaivén de acentos musicales,
de historias tristes de un amor perdido,
circula en el salón en espirales,
enroscando sus ímpetus sensuales
en cada corazón estremecido.
Miradas fijas de pasión intensa
clavan sus dardos en miradas fijas;
se vive el sentimiento, no se piensa,
el alma está desnuda e indefensa,
y entra el amor por todas las rendijas.
Baila, mujer, un tango apasionado,
siente mi cuerpo y déjame sentirte,
deslízate conmigo en el tablado,
y al surgir el instinto arrebatado,
sé que no he de tener que persuadirte.
Los Angeles, 12 de enero de 1998
Sé libre
No podrás recoger en tu regazo el viento,
ni podrá detener tu mano el terremoto;
ni evitarán tus hombros el desmoronamiento
del muro que se inclina, resquebrajado y roto.
Hay fuerzas en el alma de furia irreprimible,
ímpetus en el cuerpo de vigor inquietante;
su dominio absoluto nos es inaccesible;
el control, inseguro; la represión, distante.
Es inútil la lucha por frenar el instinto,
y aunque la mente insista en ofrecer resistencia,
será sólo una idea encerrada en su recinto,
y sobre las pasiones tendrá poca influencia.
¿Qué haremos, pues, con tantos deseos y deberes,
si unos quieren ser libres, y los otros se oponen?
¿Dejaremos a aquellos ejercer sus poderes,
o aceptaremos que éstos se impongan y razonen?
En la fugaz carrera que arrastra nuestra vida,
no hay lugar para dudas, o tiempo de contienda;
Nada con la corriente veloz y enfurecida,
y al caballo salvaje cabálgale sin rienda.
Y ya sea en el beso, o el abrazo ferviente,
o la entrega desnuda, o la espontánea oferta,
acéptalo como si fuera situación permanente,
porque el amor no llama dos veces a la puerta.
Los Angeles, 14 de enero de 1998
Amor lejano
Vinieron las palabras y arrullaron la mente,
se enroscaron al cuerpo los ímpetus sensuales,
y se cernió en el aire el afecto inocente
diseminando aromas y acentos musicales.
Los pinceles del alma, rápidos y certeros,
trazaron en los cielos un arco de colores,
y desde ambos extremos surgieron mensajeros
transmitiendo ansiedades, deseos y temblores.
Floreció una esperanza de tan breve semilla,
con pétalos de ofertas y perfumes de entrega,
y la mano tendida percibió la mejilla,
y brillaron visiones en la mirada ciega.
Qué intensidad presiente quien ama desde lejos,
mas qué frágil y tenuo es el lazo que así ata,
pues no se ven las luces, tan sólo los reflejos,
y los miedos se acercan en veloz cabalgata.
La distancia es un lobo al acecho en el recodo,
sus colmillos el tiempo y las inseguridades,
y el temor inherente de disiparse todo
al despertar los sueños frente a las realidades.
El viejo itinerario permanece marcado,
aunque el paso parezca tener un ritmo lento;
y si el sol brilla débil y el cielo está nublado,
pronto serán las nubes barridas por el viento.
Pero si la tormenta descargara su furia
sin madurar el trigo que se mece en la espiga,
guardaría en el alma dolor, pero no injuria,
y al partir de la amante, aún querría a la amiga.
Los Angeles, 19 de enero de 1998
Entonces y ahora
“Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver;
cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer.” (Rubén Darío)
Nosotros fuimos jóvenes un día,
y llevamos a círculos lejanos
luz y sombras de fantasmagoría
que intermitentemente difundía
la mágica linterna en nuestras manos.
Fuimos los soñadores,
nunca mirando hacia el pasado muerto,
poetas de las damas y las flores,
trazando sendas, cometiendo errores,
y siempre amando a corazón abierto.
Alzamos catedrales
de firmes torres hacia el cielo erguidas,
pero eran ideales
que se perdieron, humo en espirales,
desorientándonos en nuestras vidas.
Levantamos castillos en defensa
de enemigos más bien imaginarios,
y nuestra recompensa
fue el aislamiento y soledad inmensa
de un escuadrón carente de adversarios.
Y tuvimos pasiones y algazaras,
pero también vacilación y dudas
por encontrar caretas en las caras,
y por no hallar las intenciones claras,
ni las almas desnudas.
Y la mano tendida no halló nada,
y en los labios el beso
murió como una rosa marchitada,
al ver a la mujer en retirada
con el espíritu en cadenas preso.
Qué tiempo aquel de posibilidades,
perdidas neciamente,
por no hacer frente a las frivolidades
disfrazadas de sensibilidades,
que oscurecen lo abierto y transparente.
Escalamos la cumbre de la vida,
y comenzamos el descenso lento;
y al mirar hacia atrás duele la herida…
¡Quién nos volviera a la ocasión perdida,
para otro nuevo intento!
Hoy la palabra clama más abierta,
hoy el oído escucha sin reparo,
hoy la intención se esgrime descubierta,
la voluntad más firme y más despierta,
y el designio más claro.
Pero el árbol es recio todavía,
y nunca es tarde;
aunque haya nieve en el tejado hoy día,
no está la casa fría:
el fuego en el hogar crepita y arde.
Los Angeles, 19 de enero de 1998
Invasor
Te llegará la nave del viaje
partiendo su espolón olas de duda,
al punto de lanzarme al abordaje;
y asaltaré tu piel fresca y desnuda,
pidiendo rendición sin condiciones,
a ser firmada por sonrisa muda.
No ha de haber ni preguntas ni razones,
al aceptar en tu país abierto
un alud de violentas invasiones.
No iré en las sombras ni con paso incierto,
sino a la luz del sol, en pleno día,
desarmado y a pecho descubierto.
En tu atalaya dormirá el vigía
del temor, que te haría inaccesible,
y avanzaré hacia tí con osadía,
y mi amenaza, rígida y flexible,
avasallándote en tu fortaleza,
ha de hacer lo prohibido permisible.
Sentirás derrumbarse tu firmeza
sin prevenciones ni temor al daño,
al percibir mi noble gentileza.
El invasor no te será ya extraño,
y te dará por tu desenvoltura
una dedicación libre de engaño.
Ha de rendir su espada a tu figura,
y al aceptarla es tu deber primero
poner las manos en la empuñadura.
Y con ella has de armarle caballero,
abriéndole el pasaje misterioso,
y haciéndole tu amante y prisionero.
No abdicará su estilo belicoso,
pues su empuje ni cede ni refrena;
le verás varonil, no peligroso.
Y si un día le ves sobre la almena,
mirando con nostalgia el movimiento
del mar dorado por la luna llena,
quizá no esté albergando desaliento,
sino intentando abrir lo inescrutable,
o flotando suspiros en el viento,
o llorando un destino inexorable.
Los Angeles, 26 de enero de 1998
Te vería
Si explorara los lúgubres recintos
de la noche sonámbula y sombría,
entre los sauces y los terebintos
te vería.
Al recorrer la estepa polvorienta
cegado por la ardiente luz del día,
sobre la tierra escuálida y sedienta,
te vería.
En el rugido de las erupciones
obscureciéndome la lejanía,
entre el rebaño de los nubarrones,
te vería.
En la furia sonora de las olas
contra la costa despoblada y fría,
y en los perfiles de las caracolas,
te vería.
En el azul risueño del reflejo
del cielo en la laguna, en la alegría
detrás de mi sonrisa en el espejo,
te vería.
Y en el profundo y silencioso pozo
del alma, desprovista de armonía,
en las tristezas y en el alborozo,
a tí sola y a tí siempre vería.
Los Angeles, 27 de enero de 1998
El libro
Soy en tu mano un libro de poemas,
y las páginas tiemblan en tus dedos
al susurrarte con vocablos quedos
el ardiente erotismo de los temas.
Vuelves a recorrer en la lectura
los pasajes más densos ya leídos,
por el placer de ver estremecidos
tus miembros en romántica aventura.
Cuando deslizas sobre mí la vista,
dejo mis sentimientos al desnudo,
y al sacudirte con mi grito mudo
deseas ser objeto de conquista.
Me rozan tus caricias incesantes,
y despierto en tí vivas sensaciones
que traerán a tus sueños ilusiones
de hacerte amar por un tropel de amantes.
Aspira la fragancia de las flores
que cubren con sus pétalos mis versos,
y embriágate en los hálitos perversos
fluyendo de mis lúbricos clamores.
Tus manos me darán calor de vida,
yo le daré la luz al pensamiento,
agitaré el deseo turbulento
y el bálsamo pondré sobre la herida.
Déjame siempre en tu regazo abierto
para hablar en silencio a tu mirada,
y al sentirla nublarse fatigada
duerme apacible, yo estaré despierto.
Los Angeles, 30 de enero de 1998