Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Visiones

Índice

Sonetos:
En ti
Poemas:
Hazte Mínimos placeres Ellas Mi escritura Palabras Todos te ven Hambre
seperador

Breverías

1751
Amor que en vez de acariciar, golpea, que no lame los pies, mas los araña, que es garfio de oro anclándose en la entraña, ¿será el mejor amor? Tal vez lo sea.

1752
Desde el recuerdo los miré alejarse, con la promesa de las golondrinas, de regresar un día en primavera. Y lentamente llegan a apagarse… Ah, los amores tibios, hoy en ruinas, débiles llamas sin llegar a hoguera.

1753
Nunca me respondió el eco al llamarla, ni en el salón vacío, ni en el pozo, ni en la abrupta vertiente del barranco. Si no hubiera, quizá, llegado a amarla, ni envolviera mi voz en el sollozo, tal vez el eco no quedara en blanco.

1754
Las palabras no van, si intento hablarte, se me acuestan al lado como si decidieran esperarte. Su tono blando, tímido, apagado, perceptible será cuando, al tocarte, rompa en tu piel un potro desbocado.

1755
A veces te amo en furia, a manotazos, a golpes de pasión, látigo intenso, a febril dentellada, y a zarpazos. Y a veces te amo en espiral de incienso, en placidez de tiempo suspendido, en caricia de brisa, en aleteo de casi inmóvil colibrí, sin ruido, en silencio, o en leve ronroneo.

Sonetos

1762 - En ti
Me duermo en ti como se duerme el viento, como una alondra más en la enramada; qué placidez súbitamente hallada en el brocal ya tibio de tu aliento. Esta noche es minúsculo fragmento en vida de años, marginal pisada sobre la arcilla efímera entallada de sendero sin fin, sólo un momento. Pero cómo se afirma y profundiza, y aunque es un punto aislado, se eterniza, negando lo anterior y lo futuro. Inmerso en ti, ni indago la salida, ni deseo encontrarla. No hay más vida, y a la tuya la mía configuro.
Los Angeles, 23 de octubre de 2007

Poemas

Hazte
Hazte puñal o lanza y atraviésame lenta, lentamente, como un rayo de luna en la ventana. Hazte velero y súrcame la carne, que tengo un mar alborotado, tuyo, que en impulsos y espuma se deshace. Hazte nervudo roble, y que al plural abrazo de tus ramas se desvanezca el bosque. Hazte sombra que, atada a mis tobillos, no alcance a desviarse, pues tu senda será forzosamente mi camino. Hazte corriente de agua que me lleve, no importa hacia qué mar, pero que nunca se estanque o se repliegue. Hazte concepto, ocupa mi cerebro, oscuréceme todas las ideas, debilítame todos los recuerdos. Hazte otro yo que vaya de la mano con el yo que ya soy, ría si río, y anude sus angustias a mi llanto.
Los Angeles, 22 de octubre de 2007
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Mínimos placeres
Si pasas (pasarás, cierto, algún día) frente a mi casa, al lado del camino, détente, llama, espera…, que en mi puerta se deslizan cordiales los pestillos para quien busca espacio junto al fuego y sabe honrar un vaso de buen vino. Tanto escapamos sin saber de dónde, o de quién, tan audaces acudimos a donde no sabemos, meta incierta que persistimos en llamar destino, que pasamos de largo los cerezos disfrazados de novias, los aullidos dando vida a los bosques, la cigüeña montando en lo alto de la torre el nido, la caricia del sauce en la corriente, las aspas del molino gesticulando abrazos en el llano, las mareas del trigo. Vamos de prisa, y las pequeñas cosas, como si carecieran de sentido, se nos escapan, agua entre los dedos, sin opción de cuidado y regocijo. Hoy yo te brindo mínimos placeres si llamas a mi puerta, peregrino.
Los Angeles, 23 de octubre de 2007
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Ellas
Me han pasado los siglos, pero hay tiempo para vivir de nuevo lo vivido; yo sé que estuve allí, no lo he soñado; tan diferente fui, y a un tiempo el mismo; la vida fue una sucesión de antorchas en transmisión de fuego inextinguido. Nunca jurisdicción tuvo la muerte sobre mis trashumancias o designios. A través de períodos, países, y trayectorias, reincidí en el ciclo transcendental de incendio y persistencia, viví y amé, y hoy sigo amando y vivo. Estuve en Babilonia. Semíramis, tan bella en su atavío de transparentes tules, transitando los Jardines Colgantes, estallido de primavera anclada en el desierto, y el deseo hasta el grito, con fondo de dulzainas, chirimías, y cítaras, y címbalos. Me amó y la amé entre pétalos fragantes, al aire libre, hasta quedar dormidos. Luego en Alejandría, Cleopatra. Nada de amor, tan sólo sexo y vino, en la presencia del esclavo ciego lentamente ondeando el abanico; las columnas, testigos enigmáticos, voceando en silencio jeroglíficos, y contra el muro, nuestras propias sombras, como un inmenso, impúdico papiro, proyectadas por lámparas de aceite que colgaran del techo por un hilo de humo negruzco. Sobre la amplia estera aprendí movimientos y equilibrios, descubrí sensaciones olvidadas, escuché ronroneos y bramidos, que parecían nuevos, ya uno por uno, o todos al unísono. Luego, al partir, sobre mi piel llevaba roce, sudor, y espasmos, sólo instinto. En Micenas, Helena era la novia de todos los argivos. Troya era todavía una ciudad distante, sin peligro. Llegué una tarde pálida de otoño; el sol, muy bajo ya, pero encendido en los bloques ciclópeos de la Puerta de los Leones, era un regocijo de luz, dorando la porosa, tallada superficie de granito. Nunca fue el adulterio tan hermoso, tan arrebatador, tan atrevido. Por tal mujer más tarde se embarcaron vastos ejércitos en mil navíos, y lucharon diez años ante Troya; pero mi breve encuentro clandestino, convulso y blando, agotador y quedo, mutua conquista fue, laurel recíproco. Era Roma un burdel cosmopolita, de la alta sociedad del Palatino a las bajas chabolas junto al Tibre; se tildó al mismo César de haber sido el marido de todas las mujeres, y la mujer de todos los maridos. Mesalina, tan bella como impúdica, lanzaba a las rameras desafíos, y su triunfo, ninfómana, en las noches de orgía y bacanal, era inequívoco. Fui al palacio; nobleza, centuriones, senadores, tratantes… El recinto rezumaba sudor, semen, establo, y aceite de las lámparas. Un río de sexo atravesaba el aposento, cadena de hombres en fluir continuo. Llegó mi turno, elemental, escueto, sin arrullos ni mimos, una pieza en la máquina, un impulso animal, y acto cumplido. Insaciable mujer, uno tras otro, no era un torneo sólo, era un capricho, una avidez sin límite, y una necesidad, un laberinto del que nunca buscara la salida, mujer toda ansiedad, sólo orificio. Fui un número, no más, un breve instante en ella, en mí, temática de olvido. En Verona redoblan las campanas, como cada domingo. Mas no hay iglesia que una entre sus muros a Capuletos y Montescos. Himnos de amor y paz resuenan en las naves, en sordo, inútil, árido ejercicio. En el bélico entorno, una pareja de adolescentes, poco más que niños, se han enfrentado a normas, tradiciones, discordias familiares y prejuicios. Julieta es un retoño de muchacha no en plena floración, pero el suspiro ya le aflora a los labios, y es consciente de su metamorfosis del sentido. El olor del incienso, placentero, el sermón prolongado y aburrido, tantos ojos flotando entre los bancos como impartiendo avisos. Y vi los de Julieta, grandes, oscuros, y ella vio los míos. Un tanto de rubor, al retirarlos, y un tanto de osadía, al dirigírmelos. Al fin salí, me dirigí a su casa, y esperé en el portal. Mezcla de frío y de calor me sacudía el cuerpo, con el alma colgándome de un hilo. Ella llegó, su dueña se entretuvo en la calle, por no sé qué motivo, y le besé los labios. No se opuso, sonrió levemente…Fue tan limpio, tan espontáneo, tan inagotable que aún siento sus temblores, y sonrío. Y tantas otras más, las ya olvidadas, sin marcas distintivas, sin vestigios, y aquéllas que han dejado tenue huella en mi fondo más íntimo, y las que, cada día, persistentes, me muerden el recuerdo, como grito o relámpago hundiéndose en la noche, y entonces sé que todavía vivo. Me han pasado los siglos, pero hay tiempo para vivir de nuevo lo vivido.
Los Angeles, 25 de octubre de 2007
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Mi escritura
Escribo sólo abrazos, ya no versos, ya no cartas inútiles, formales, que nadie lee a fondo; escribo sensación, intimidades, que no por ojos han de ser leídas, sino por el circuito de la sangre. Detesto las palabras, son tan indiferentes, tan errantes… No se dejan querer, son vanidosas, creen tenerlo todo en sus vocales claras, de tono abierto y contundente, y en sus heterogéneas consonantes de drásticos sonidos inflexibles, y en realidad no saben que son sólo apariencias, vestiduras, y en ocasión disfraces. Son la hojarasca seca que han perdido los árboles, y zarandea el viento del otoño. Desprendidas de mí, vuelan o yacen, pero no hay vida en ellas, ni hay tampoco mensaje. Mi escritura ha de ser vital, genuina, como los actos propios del amante, que exhala, absorbe, tiembla, y saborea con ojos, sexo, manos trepidantes. Quiero escribir con el punzón del alma, hiera o solloce, ría o se desangre. No será recital de multitudes, pero quien sepa o pueda descifrarme, descenderá a mi fondo más auténtico, y allí podrá quedarse. Los demás, que recojan mis palabras, si las vieran rodando por la calle.
Los Angeles, 25 de octubre de 2007
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Palabras
Sueños de nubes blancas, de gaviotas, en blandos sueños se hunden mis palabras, en sueños de albas olas espumosas, sueños de azul, de abril y de nostalgia. Los vagabundos, los bohemios sueñan, los analíticos idean tácticas; la lógica carece de visiones, sólo razona, no imagina, habla; su léxico es metódico, geométrico, de pasos esquemáticos, sin alas. Yo quiero ver mi voz alzando el vuelo, alondra palpitante, cielo en llamas, o estampida de negros alazanes cruzando el río, destrozando el agua, o la serenidad de la sonrisa, o la fragilidad del rostro en lágrimas, En tales cosas que jamás se miden, que apenas se definen, pero estallan. Las palabras no deben ser objetiva realidad exacta, ni tropas indolentes que en la llanura acampan; sino fantasmagóricos guerreros en permanente marcha, cargando espeso corazón de pólvora que reviente al surgir de la garganta; deben poner el puño en las heridas, y ser iconoclastas. Decir, no lo que son, mas lo que sueñan el rapsoda, el rebelde, los que arrastran sus pies sobre la tierra manteniendo en el cielo estrellado la mirada. Amasemos las frases de tal modo que cada cual entienda lo que cantan el silencio del mundo y sus rumores, su colorido y el temblor del alma.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007
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Todos te ven
Me preguntan por ti, no te conocen, pero te fantasean, te adivinan. ¿Será que te evidencias a los otros estando sólo para mí perdida? Te percibo sin verte, así, como a la brisa, que se adscribe el derecho de tocarme, denegando a mis manos la caricia. No sé como te ven, mas de algún modo te escuchan, te respiran; tal vez te llevo escrita en mi semblante como un número arcano, y te descifran; tal vez cuando hablo mis palabras llevan tu inflexión, y vislumbran que no es mía; tal vez si alguien se acerca ven la mujer que habita mis retinas. Todos te ven, y yo no logro verte; soy el ciego a la orilla del lago, que no alcanza a ver el agua que el gentío avista. Quizá en mi entraña te dilatas tanto que por los poros de mi piel te filtras.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007
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Hambre
Llégate al hambre que de ti me clava su garfio en las entrañas, que tus manos, con suavidad de terciopelo, ahonden, y enderecen sus púas, tan despacio que, aunque sangrientas, logres extraerlas sin infligir desgarros. Tengo un hambre de siglos, aunque bien sé que no he vivido tanto; y lo que antes viví fue sólo un croquis, un bosquejo que no cuajó en retrato. Mi vida empieza en ti, tan fecundante que germina el rosal, emerge el árbol, ensaya el verderón su primer vuelo, y parece al alcance de la mano la luz de Aldebarán en cada noche, y todavía yo sin tu contacto. De ahí me nació el hambre, de haberte en desnudez saboreado, y antes de que lo hubieras extinguido, tener que proseguir mi itinerario.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007
Diseño: Carmen Álvarez
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