"París bien vale una misa"
A las víctimas de una guerra absurda
Cuando los veo morir
sobre la arena que abrasa,
maldigo a quien dió la orden
pero no los acompaña,
retóricos de dos cuartos,
cobardes de retaguardia,
con mente de cementerio
y corazón de chatarra.
Nunca han mirado a los ojos
moribundos que se apagan
como las últimas luces
del ocaso sobre el agua.
Lloran lágrimas de sangre
las esposas enviudadas,
y la política sigue
su maquiavélica marcha.
"París bien vale una misa",
dijo un rey; la Casa Blanca
bien vale los ataúdes,
las ruinas, las artimañas.
Hay trama entre bastidores
y se afilan las espadas,
nacen sonrisas torcidas
disfrazando dentelladas,
los dedos trenzan los hilos
del marioneta que baila,
y al país se le da un sueño
para ocultar la hemorragia.
En la lejanía hay botas
luchando contra sandalias,
el tanque contra el adobe,
el miedo contra la rabia.
Sólo se contabilizan
muertos con casco y coraza,
si turbante, se le ignora
en estadística abstracta.
Ay de quienes se revisten
de banderas y palabras
retorcidas, esgrimiendo
libertad y democracia,
mientras las treinta monedas
colgadas del cinto cantan.
Ay de quien explota el miedo,
y el patriotismo, y las lágrimas,
distribuyendo el veneno
de su estúpida arrogancia.
Veo ciudades deshechas,
y familias destrozadas,
y un pueblo que apenas puede
erguirse sobre sus plantas.
Veo la maza inflexible
en inepta mano alzada,
el golpe indiscriminado,
y las vidas aplastadas.
A ambos lados hay culpables,
víctimas sólo a una banda,
que no invitó a la masacre.
El soldado es una máquina
de destrucción, y la muerte
se le debe, porque mata.
La víctima es inocente,
y su muerte al cielo clama,
aunque el cielo se hace sordo;
sorda es también la distancia,
y ciega, pero no muda,
de quien gesta las batallas.
Libre el vaquero su duelo
a revólver o a navaja
en mano a mano de dos,
y ahorre vidas y desgracias.
Los Angeles, 23 de septiembre de 2004