Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Senderos

Índice

Poemas:
Recuerdos Me duelen Mano Sendero en llamas Si una mitad se va Una mujer
seperador

Breverías

2231
Mientras fuimos amantes, anhelaba tu postal navideña, y nunca vino; detalle halagador, si rutinario. Y hoy, con Eros sin flechas en su aljaba, me llega tu primera, en anodino reclamo marginal publicitario. Más que tuyo es saludo de la empresa. Ah, la futilidad de tu sorpresa.

2232
Las cosas que se van, rara vez vuelven. Vuelven los ánsares, las golondrinas, cuando nuestros inviernos se disuelven, y el sol cada mañana, y las neblinas. Mas los brazos que intensos nos envuelven, o el castillo de amor hundido en ruinas, ni se recobran ni se reconstruyen; ríos que no desandan, sólo fluyen.

2233
Duele ser sólo nombre y apellido, rama espectral de otoño, descarnada, cartón que, utilizado el contenido, es inútil desecho, broza, nada. Por la cósmica ley inexorable del eterno retorno, quien bien da, bien ha de conseguir, mas si culpable, el mismo mal que dio, recogerá.

2234
No desciende la luz sobre tus senos, ni les cubre la sombra, ni se arrullan bajo los dedos múltiples del viento. Factores atmosféricos, ajenos, que brillarán, apagarán o aúllan, mas no saben rondar como mi aliento.

2235
Ah, si aquella mujer de ayer volviera, con sus pasos de seda y sus vaivenes, la técnica y fervor del que adultera con el fragor de innumerables trenes, la mansedumbre y a la vez locura de cada tímida y audaz fricción, y esa fuerza vital que se apresura alternando entre sexo y corazón; si ella volviera… permanecería con ésta amante que hoy se dice mía.

Poemas

Recuerdos
Eran tiempos de jóvenes anhelos, de absurdas timideces, de barreras más bien imaginarias que legítimas, como de prolongada adolescencia que los muchachos de hoy no reconocen, desnudos, huérfanos de sutileza. Bella mocita de la tez gitana, estampa desgajada de las cuevas del Sacromonte, relumbrón de cobre, y con la noche bulliciosa a cuestas en los pies, en los ojos, en la fluctuación de las caderas. Yo era conocedor de tantas cosas, experto en diálogos y en estrategias, trazador de caminos, descifrador de huellas. Todo en la mente, ingenuo, teorizante, mas en ineptitud, sin experiencia. Ella en las altas horas de la tarde me avanzó el primer beso, abrió la puerta y me dejó en la calle con el aire bajo los pies, al ras de las banderas, como ellas flameantes, y el temblor en las piernas. Días después se presentó en mi casa, y hablamos, y brindamos, y en la seda de su mirada oscura vi corceles en ansias de galope, primaveras a punto de explotar, requerimientos que a silenciosos gritos se revelan. Y ella fue al fin quien me tomó la mano, y me condujo al lecho. La palmera arqueaba sus brazos en el huerto, y se asomaba a la ventana abierta. Quizá mi vez primera, no la suya, primer marido un punto ya en la niebla. No hubo malabarismos ni acrobacias, ni formularios de intrincadas técnicas; fue simplemente humano, mitad fervor, mitad delicadeza, un hito permanente en la memoria, lámpara inextinguible en mi existencia. Se fueron deshojando calendarios, y treinta años después cruzó mi senda. Le mencioné el momento…, pero no lo recuerda.
Los Angeles, 3 de febrero de 2010
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Me duelen
Me duele esta canción crucificada en el calvario de tu oído ausente; la cantaba mi arcángel a tu paso con rumores de brisas y de fuentes. Me duelen estas manos sin cosecha, que solían sembrar sobre tu vientre, arados de diez rejas, o diez rosas, trazando surcos, aspirando a mieses. Me duelen estos pies que rastrearon tus huellas por veredas que se pierden en parajes desiertos, donde sombra y silencio se adormecen cansados de esperar luces y voces que nadie expresa, que jamás se encienden. Me duelen estos ojos que te vieron, y te buscan hambrientos, persistentes, entre las multitudes de las plazas, en las calles vacías, en los trenes que no me llevan a ninguna parte, en bares que me ciegan y ensordecen. Me duelen estos labios, que ahora callan porque cuando hablan nadie los entiende, sus palabras forjadas a oro y fuego con un solo destino, que aún no muere. Y me duele este sexo que se apropió de ti, que no se aviene a asomarse a otros muslos, y en soledad te añora y se retuerce con la angustia mortal de Laocoonte estrangulado entre las dos serpientes. Eres dolor total sobre mis miembros. No sé nada del alma. Está en repliegue.
Los Angeles, 4 de febrero de 2010
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Mano
Subo por el azul de tu vestido como una mano de agua que se infiltra en tus poros más secretos, como rosario de ansias, cuenta a cuenta, misterio por misterio, en íntima, traviesa filigrana. Tengo el alma de Goya, y te pincelan mis dedos al desnudo, nueva maja tendida sobre el lecho, temblores en los senos, sexo en llamas. Completo minucioso los detalles, y a cada trazo tu mirada me habla de raptos apremiantes nunca manifestados, que ahora estallan. Se han dado cita en ti las concubinas de los serrallos de Estambul, las cálidas cortesanas de Roma decadente, y las hetairas de la Atenas clásica. Mas nadie lo sabía, sólo tú misma, tan en ti encerrada. Hoy, desde el fondo oscuro de tus ojos, y a través del silencio, todas claman por el desbordamiento; incomparable su expresión de lanzas a punto de horadar, centelleantes, cuerpos, mentes y almas. Es un poema lírico, una canción sensual, una sonata, la mano que rastrea, y se desliza, que avanza, se aproxima, sube y baja de la rodilla al muslo, de la nuca a la espalda, de la cintura al seno, y parece llegar a las entrañas. Ah, tu vestido azul, ya deshojado; nunca fuiste más tú, pura y exacta, impúdica y sutil, sacerdotisa y víctima a la vez, mas voluntaria. Eres en parte lienzo y escultura, pero eres sobre todo una avalancha.
Los Angeles, 5 de febrero de 2010
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Sendero en llamas
Era torrente en llamas fluyendo de tu casa hacia la mía, cuadriga de oro y luz, que no requiere la mano del auriga, pues sabe su camino, como sonámbulo en la noche tibia. Los corceles del tiempo rebotaban sus cascos en la tierra, y repetían rítmicos el sonido cuatro a cuatro, como de quien se acerca, y se retira. Ese torrente en llamas, reventando por tus ventanas, en la lejanía, desbordando las tapias del camino en la tarde dormida, viene hacia mí. No ha habido mensajero más elocuente o de menor intriga. Sus mudos gritos saltan, se retuercen, en espasmos de blandas sacudidas, traduciendo las tuyas en voz de fuego y saturnal de ninfas. Ese río de llamas no se detiene ante mi puerta, arrima sus lenguas ondulantes a mi casa, quiebra ventanas, se me adentra y gira en torno a mí en anillos dionisíacos, y me envuelve, me estrecha, me domina. Es el momento de partir. Me esperas el alma en brasa, el tacto en acogida cayendo el albornoz, abierto el lecho, y toda voluntad, y algo de intriga. Sigo el camino en llamas que recorrí otras veces a hurtadillas, cuando tu casa no era sólo tuya, pero tus ansias ya eran sólo mías. Ah, los húmedos besos de tus labios, la voluptuosidad de tus pupilas, el abrazo invisible de tu espíritu, y el arrebatador de tus rodillas. Llevo alas en los pies, y erguido el sexo; vete abriendo la puerta, amada mía.
Los Angeles, 7 de febrero de 2010
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Si una mitad se va
Nunca nos queda la mitad de todo lo que hemos aportado. Si uno se va, parece que se lleva todo el calor, la luz, el arrebato, dejando hielo, sombra, y abandono; y si no se lo lleva, en el naufragio lo absorbe el mar, perdiéndose con idéntico, triste resultado. Todo parece igual: Ventea, llueve, a la primera luz cantan los gallos, se abren las rosas o se caen las hojas, nieva en las cumbres, se endurece el barro; se repiten los ciclos de la vida a toques de bondad, o a machetazos. Pero será atropello en nuestro entorno, cicatrices, cerrojos, cenotafios. El ángel del dolor tiende sus alas sobre los corazones solitarios, pero no les consuela, les confunde, les obliga a brindar con vino amargo por las aberraciones de la vida, y el enmudecimiento de los cantos. Todos hemos perdido algunas veces, todos hemos sentido nuestras manos perforadas a golpes de martillo por los siniestros clavos del abandono, el fraude, la insolencia, de falso amante o de fingido hermano. Y cuando descendemos por fin de ese calvario, vemos la brecha abierta en nuestra entraña, por donde huyeron pétalos y pájaros, todo cuanto fue bello, por donde ingresan soledad y llanto. Queda el recuerdo, es cierto, aunque a menudo maltrecho, envenenado. Nunca nos queda la mitad de todo; si una mitad se va, se lleva tanto…
Los Angeles, 7 de febrero de 2010
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Una mujer
Una mujer lejana, reverdeciendo el árbol que le secó un otoño de prematuro arribo; una mujer madura, fraguando primaveras que añadan a su vida glacial nuevos capítulos; una mujer austera, que inesperadamente profundiza en oscuros recovecos dormidos, recuperando zonas de piel voluptuosas que sacuden su bloque y alteran su equilibrio; una mujer vestida, que al mirarse al espejo lamenta la desdicha de haber envejecido, pero al verse desnuda reconoce el milagro que en senos, y caderas, y muslos habla a gritos; una mujer tranquila, de quehaceres y pautas, de calendarios ciegos y monótonos ritmos, que detiene de pronto programas baladíes, y a quien se le abre agreste la flor de los sentidos; una mujer que viera deslizarse la vida, más que por cuerpo y alma, rozando su perímetro, sin huellas dactilares a su carne adosadas, sin lenguaje directo sobre su carne escrito; pero que ha despertado sobre sábanas frías, en soledad amarga sobre lecho vacío, desafiando el rumbo maquinal que ha llevado, reafirmando su firme voluntad de estallidos; esa mujer hoy llega, y en mis brazos abiertos, escuchará las cosas que antes nadie le dijo, realizará cuanto ella receló, timorata, descubrirá visiones, recorrerá caminos, pronunciará palabras que nunca articulara, y vivirá en las márgenes de vergeles prohibidos. Esa mujer descorre los velos del mañana, y cierra las cortinas del pasado baldío.
Los Angeles, 9 de febrero de 2010
Diseño: Carmen Álvarez
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