Breverías
560
Vuelvo los ojos al ayer dormido,
en sueños de nostalgias añorado;
escudriño el futuro, suspendido
en girones de niebla, anticipado;
miro en torno de mí, tal vez perdido
entre lo que ya fue, y lo no llegado…
¿Qué importa dónde estuve, a dónde voy?
El mejor día de la vida es hoy.
561
No hay dolor imaginado,
porque si al pensarlo hiere,
parte del alma se muere
sangrando por el costado.
562
El perdón sin el olvido
no es auténtico perdón;
como tampoco hay pasión
prescindiendo del sentido.
No queda restablecido
el orden deteriorado
si quien ha perjudicado
aún retiene en la memoria
la postura divisoria
después de haber perdonado.
563
Involuntario amante
dentro de tí soñándome dormida,
soy ciego tripulante,
la libertad perdida,
forzado a las galeras de la vida.
Suéñame, amor, consciente,
en elección, propósito y promesa,
enfocada la mente
a la concisa empresa
de besar a quien sabes que te besa.
564
Tibia luz de la mañana
sobre tu espalda desnuda,
sonrosada luz temprana,
ligera caricia muda,
de mi propia piel hermana.
565
Mirando atrás…hacia lo que ha partido,
cual si de nuevo regresar pudiera;
el pasado está muerto, no dormido,
amortajado en sombra, y tú a la espera.
566
Qué desmedido espacio tiene el lecho
al despertar sin tí; qué inevitable
la orfandad de tus brazos y tu pecho,
cómo se hace tu ausencia insoportable.
567
Te he visto mujer desnuda
con atavíos de dama,
y mi deseo se anuda
en torno a ti, inquieta llama
ciñéndote ágil y muda.
568
Sobrecogida estoy por el impacto
desconcertante de tu magnetismo;
te conocí, te amé, se abrió un abismo
que me absorbió; soy tacto de tu tacto;
ya no soy yo, sino que soy tú mismo.
569
Tanto te digo, tanto te sugiero,
tanto de mí transmite cada gesto,
que aún mi silencio es grito manifiesto.
¿No escuchas mi clamor, plácido y fiero?
Ay, cómo te amo y cómo te detesto…
570
¿Cómo apuntalarás mi incertidumbre,
si llevo en mí una incógnita que puebla
el laberinto de la mente en niebla,
y no hay luz en mi noche que me alumbre?
Sonetos
347 - Despertar
Ambos hemos un sueño asesinado,
y yace entre los dos, medio podrido,
su cadáver, del tiempo consumido,
vástago de nuestro árbol desgajado.
En lozano verdor le vió el pasado,
brote en la primavera florecido,
y el otoño le vió desfallecido
e inerte, de sus hojas despoblado.
¿Cuándo se transformó su amarga suerte?
¿Quién le impulsó cruel hacia la muerte?
¿Fue un crimen, o una muerte natural?
Ah, que el soñar es aventura incierta
que un día infortunado abre la puerta
y nos vuelve a amarrar a lo real.
Los Angeles, 20 de abril de 2000
348 - Opiniones
Todos llevamos dentro el bien y el mal,
a uno exhibimos y a otro enmascaramos;
de hipocresía a los demás juzgamos,
y lo somos nosotros por igual.
El hombre es paradójico animal
de razón soñolienta, y disertamos
sobre vidas ajenas que ignoramos,
o sublimamos lo superficial.
Ni en la vida corriente ni en la historia,
ni en la paz, la derrota o la victoria,
ni en tierra propia, ni en extraña tierra,
es tan diabólico nuestro enemigo,
ni tan angelical es nuestro amigo,
como lo ven amor, envidia y guerra.
Los Angeles, 22 de abril de 2000
349 - Concordia
Amigo, intruso, hermano, forastero,
análogo sentir, distinta cara,
nos une tanto más que nos separa,
¿por qué blandir la espada del guerrero?
Claudique al gozo el ademán severo
y el silencio reviente en algazara,
acaricie la mano que dispara,
y hablen los labios diálogo sincero.
Miembros somos de un único rebaño,
y el dolor de uno solo es común daño,
como un deleite es júbilo de todos.
Los brazos son para abrazar, hermanos,
extendamos abiertas nuestras manos
y olvidemos la furia de los codos.
Los Angeles, 25 de abril de 2000
350 - Amante a la ventana
Frágil cristal decide mi aislamiento
de la blanca ladera, el río helado,
del sendero desierto, del poblado
desnudo de sonido y movimiento.
Balancea el abeto contra el viento
verde ramaje en nieve enmascarado;
todo en calma, ni el sol ha perturbado
el sosiego del campo soñoliento.
Se me pierde el paisaje en la mirada
concibiendo tu súbita llegada
para de nuevo, amor, pertenecernos.
Este calor en el hogar no es mío;
dentro de mí hace frío, mucho frío,
que es tu ausencia el peor de los inviernos.
Los Angeles, 27 de abril de 2000
351 - Separación
¡Cuánto tiempo has dormido! ¡Qué vacía
la senda que nos une en la distancia!
Ni mis ojos te ven, ni tu fragancia
acierta a entremezclarse con la mía.
Al ser tu tiempo mío, sonreía
la primavera en toda exhuberancia;
fui experto en ti, ensalzando la ignorancia
de otro placer y de otra compañía.
Mas desaguó en dolor la última hora,
la de quien besa una vez más y llora
en intento final de retener.
Y en derrotero opuesto ambos partimos…
¿Lo soñamos tal vez? Quizá aún dormimos.
¿Reencontraremos nuestro amanecer?
Los Angeles, 2 de mayo de 2000
352 - Silencio
En cripta de silencio he residido,
encadenado a amargas reflexiones,
mientras alegres risas y canciones
parecían haber enmudecido.
Al callar tus palabras, qué estallido
de soledades y renunciaciones,
derramándose el alma a borbotones,
sin rellenarla tú por el oído.
No quiero hablar con mi dolor, que el eco
de mi voz suena lúgubre en el hueco
creado por la ausencia de la tuya.
Háblame una vez más, porque si callas
habré perdido todas las batallas,
y no habrá nadie que me reconstruya.
Los Angeles, 8 de mayo de 2000
353 - Duda
Te imaginé primero, llegó luego,
sobrenadando el campo, gentil brisa
con el campanilleo de tu risa;
después tu voz, mezcla de miel y ruego.
Y se fue evaporando mi sosiego…
Tan grácil te acercabas, tan de prisa,
que perdí claridad, te vi imprecisa,
y pensé con tu luz volverme ciego.
Y hoy no te veo, sin estar seguro
si es el mundo o soy yo quien está oscuro,
o si nunca en verdad viniste a mí.
Ni percibo tu piel, ni oigo tu acento,
ni advierto la caricia de tu aliento,
y no sé si te tuve o te perdí.
Los Angeles, 12 de mayo de 2000
Poemas
Como la luz
Como la luz llegaste,
fulminante, absorbente, silenciosa,
prístina, sin contraste;
y en tu voluptuosa
luminiscencia mi ansiedad reposa.
Claridad de intenciones
en diáfanas palabras derramadas
desnudas de razones…
Oh las horas pasadas
en olvido de raudas madrugadas.
Espontáneas ofertas,
ignorantes de púdico rubor;
y tus múltiples puertas,
francas al invasor,
se estrechan, no se cierran, al amor.
Cálida luz radiante,
frena el avance de la sombra fría,
prolóngame este instante
en dimensión de día,
y el día en infinita melodía.
Y envuelto en tu remanso
de paz, los ojos cerraré apacible,
hallando en tí descanso
sereno, inextinguible,
rodando el tiempo en flujo imperceptible.
Los Angeles, 18 de abril de 2000
Huellas
No quiero dejar mis huellas
donde tantos las dejaron,
donde nuevos transeúntes
vendrán siguiendo mis pasos,
porque mi marca define
mi identidad con su impacto,
y las multitudes sólo
desvanecerán su rastro.
No quiero dejar mis huellas
ni el polvo ni el barro.
No quiero seguir la ruta
impersonal del asfalto,
que me impone su principio,
fin y dirección exactos,
limita mi independencia,
y deja el sendero en blanco,
sin las marcas que atestiguen
que por el mismo he pasado.
No quiero seguir la ruta
que fuerza su itinerario.
No quiero dejar la frágil
marca de mis pies descalzos
impresa sobre la arena,
que el mar vendrá a ramalazos
sobre la adúltera playa
mancillada por extraños,
obliterando la doble
hilera que fui dejando.
No quiero improntas fugaces
que al pasar ya se han borrado.
Ni quiero pasar en vuelo
sobre el esplendor del campo,
ni alcanzar la otra ribera
sobre la corriente a nado,
ni recorrer el paisaje
al galope del caballo;
quiero mis pies en la tierra
profundamente marcados,
semblanzas de mis periplos,
rúbricas de mi diario.
Y quien observe mis huellas,
me conocerá en el acto.
Los Angeles, 23 de abril de 2000
En la ventana
Retrato de hombre absorto, en el recuadro
de la ventana sobre el campo abierto,
con fondo de anaqueles cuyos libros
llevan títulos de oro sobre el cuero.
La mejilla en la mano reposada,
y los ojos en sueños
de un pasado lejano, o de un presente
saliéndole al encuentro.
Niños jugando al aro, a las canicas,
niñas en uniforme, repitiendo
monótono estribillo, mientras saltan
a la comba con rítmico revuelo.
El joven, semioculto en el ramaje,
explorando el enigma de los besos,
y la caricia clandestina, envuelta
entre los pliegues del vestido nuevo.
Hombre maduro, en el paisaje oscuro,
parapetándose de lluvia y viento
bajo la frágil cúpula
de su paraguas negro.
Anciano venerable,
doblegada la espalda por el peso
de ausencias, soledades,
y años de frío hierro.
Comitiva de etapas
vividas tiempo atrás, y ahora en silencio
irrumpiendo en la escena, en este día
de nebuloso invierno.
El hombre en la ventana,
como retrato en lienzo,
no se sabe si ve cuanto contempla,
o si ve sólo lo que lleva dentro.
Los Angeles, 25 de abril de 2000