Breverías
1103
La caricia del sol en la mañana
se ha vuelto extraña, casi indiferente,
sin detenerse ya ante mi ventana,
como el amante que se torna ausente;
aún me mira al pasar, con la desgana
de quien habla de amores, pero miente.
Ni siquiera la luna ya me besa,
brilla por ti, por mí no se interesa.
1104
¿Le esperas todavía? Nube, viento,
intangible, variable, luz de plata...
¿Con qué maroma de oro se le ata,
si en paisajes de piel vaga su aliento?
¿Qué verdad sus palabras hoy presentan?
¿La que halague de nuevo tus oídos?
No tiene más verdad que los sentidos,
y ni siquiera sobre ti lo intentan.
1105
Tanto escribí por ti...Tú me leías.
Tanto soñé contigo...Tú soñabas.
Y un día percibí frías, tan frías
tus palabras, y vi que ya no estabas.
1106
Invadido me siento
de innumerables huestes enemigas,
y tú flotando al viento,
del riesgo te desligas
con la pasividad de un mar de espigas.
Tal vez la muerte encuentre
el secreto postigo para entrarme,
y en ti también se adentre;
e intentarás llamarme,
mientras de ti me atrevo a despojarme.
1107
A quien dejó de amarme doy mi llanto,
y atado permanezco a quien ha huído;
si supiera forjarme un viejo olvido,
y a quien llora por mí yo amara tanto...
1108
¿De qué color es hoy tu ofrecimiento?
¿Rojo de sangre? ¿Verde de esperanza?
¿Azul de ensueño? ¿Negro de lamento?
El mío es arco iris de añoranza.
1109
Vendrá diciembre y no estarás conmigo;
yo contigo estaré aunque no lo sepas;
barrerá un viento helado mis estepas
cada vez que tu voz me llame amigo.
Un nombre así, tan integral, tan cálido,
que en otros labios laudatorio fuera,
un nombre así en los tuyos es tan pálido
cuando se ha sido amante en primavera.
1110
No dejaré la mente desvestida
de recuerdos, la quiero ataviada
con las mejores galas de mi vida,
cuando era inútil tu segunda almohada.
1111
Esperando el galope de las horas,
que nunca llega, y lentas se suceden;
a golpes voy de ocasos y de auroras,
sin poder evitar que en mí se enreden
su sombra y luz, calladas o sonoras,
y en lugar de avanzar, en mí se queden.
El tiempo se durmió, noches y días
son clepsidras inmóviles, vacías.
1112
Con el dolor de la ventana abierta
que deja entrar la luz no anticipada,
como quien cierra a pasador la puerta,
pero le roba el alma la alborada;
sobre el lecho revuelto, se despierta
la prisa de partir, enmascarada
de inevitable carga de deberes;
ay, soledad de mis amaneceres.
1113
Cuando voy a tu encuentro sólo siente
mi caballo la fusta y las espuelas;
contigo el freno asido, firmemente,
cuando sin freno tú me desnivelas.
Sonetos
888 - He perdido tu tacto
He perdido tu tacto; eres ahora
sombra, girón de nube, suave brisa,
forma intangible, ráfaga imprecisa,
sueño que entre los dedos se desflora.
Salgo en tu búsqueda; la mano implora,
avanza el pie, que incertidumbres pisa,
navega el ojo, duerme la sonrisa,
y sigues en tu mundo, que me ignora.
¿Cómo podré recuperar tu tacto?
¿Cómo hacerte volver desde lo abstracto
a mi concreta realidad de amante?
Mi piel está de hielo recubierta,
y tú eres el calor; ven y despierta
mi vida adormecida, tan distante.
Los Angeles, 5 de septiembre de 2003
889 - Testigo hostil (I)
Tus acciones derrotan en mi oído
la palabra en tus labios enunciada;
cuanto intentas decir no sabe a nada,
pues no me llega de verdad ungido.
He percibido a veces tu alarido,
cortante como el filo de la espada,
pero estallaba en forastera almohada,
o en la que yo una vez hube dormido.
¿Cómo podré envolver mi piel desnuda
en sábana aún caliente, que trasuda
impulsos y temblores a mí ajenos?
Esa presencia que en el aire flota,
es látigo implacable que me azota,
testigo hostil que me atenaza en frenos.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
890 - Amor de cobardía (II)
Qué amargor en tus labios, qué aspereza
la de tu piel, que no acaricia, araña;
el brillo en la pupila cómo engaña,
y cómo el sexo queda en la corteza.
Vienes cubierta de otro; la cabeza
poblada de horas en febril maraña
de su tiempo y el mío; te acompaña
su húmedo olor, te aguarda mi tristeza.
Tus palabras de amor son como el eco
de las que él escuchó, clavel reseco
para mí, que en él fuera lozanía.
Medrosa el alma ignora su experiencia,
la mente audaz susurra indiferencia,
y persisto en amor de cobardía.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
891 - Te llamaré (III)
No esperaré a que vuelvas. Se apresura
la noche del temor, de la fatiga,
del agravio y el llanto, esa cuadriga
galopante en sendero de amargura.
En tu ausencia agonizo; está madura
mi carne para el fuego, y el auriga,
que ayer pordioseó, ya no mendiga,
sólo alejarse en rapidez procura.
Qué indignidad la mía si esperara
de nuevo tu retorno, y contemplara
tu piel cubierta de saliva y besos.
Te llamaré desde un lugar remoto
para decirte que aunque me hayas roto
vida y alma, por ti claman mis huesos.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2003
892 - Hasta el último sueño
Quiero morir de luz, pero la oscura
noche del llanto me amenaza fría;
quiero morir al despertar el día,
en un otoño lleno de ternura.
Algo de amor, un poco de locura,
silencio entre los dos, melancolía,
un rumor de hontanar en cercanía,
una rosa que abrirse se apresura.
Quiero llegar al fin viendo la calma
superficie de lago de tu alma,
a través de tus ojos encendidos.
Si hubiera temporal, si lodo hubiera,
no me lo hagas saber, espera, espera,
hasta el último sueño en mis sentidos.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2003
893 - Mi fe
Mi fe era un templo de columnas de oro,
iridiscente, firme en la colina;
viento y lluvia embestían cada esquina
como embiste en la arena bravo el toro.
A cornadas del tiempo, y al sonoro
estallido del rayo, se reclina
sobre su propia base, y hoy en ruina
cantan sus piedras en callado coro.
Tal hundimiento no es apostasía,
duda, quizá; no es fuga, es agonía;
no es algo que escogí, me ha sido impuesto.
No sé si restaurar su arquitectura,
o si debo erigir nueva estructura,
formulándome un credo de repuesto.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2003
894 - Breve relámpago
“El amor sólo llega
para decir que no puede quedarse” (A. Gala)
Le confesó un amor adormecido,
sin el vigor de antaño, polvoriento,
con esa dejadez del aposento
adonde en meses no se haya venido.
Fue tras el beso al otro conferido,
y antes del beso hirviendo en el intento,
sus palabras envueltas en aliento
que ajenos labios hoy ya han absorbido.
El intentó creerlo, mas no pudo;
sus ojos, agua; su garganta, nudo;
muda la voz, temblor en las rodillas.
Y al fondo, la esperanza diminuta
de ser breve relámpago en su ruta,
repitiendo en las manos sus mejillas.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
895 - Descanso
En esta tierra que a diario riego,
junto al geranio en flor y a la palmera
ceñida en verde por la enredadera,
a la sombra del roble me repliego.
Sobre la hierba anclado, el mar navego
de nubes altas, trepo cordillera
de espumas en el cielo, y a la espera
quedo de hallar idílico sosiego.
No consiguen mis huesos el reposo;
las inquietudes, tensas en su acoso,
me asfixian la razón, me hacen la guerra;
y olvido que la más genuina calma
no yace en el cerebro ni en el alma,
sino más bien dos metros bajo tierra.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
896 - Alárgame el abrazo
Hombre soy que en la pálida mañana
ruega a la luz demora de su paso;
hay tanto que beber aún de tu vaso,
tanto de ti la noche se engalana.
Cuando la aurora llame a la ventana,
pretendamos dormir, como si acaso
nuestro sueño, cubierto de retraso,
requiriera repique de campana.
Prolongaré la noche, tuya y mía,
sobre la tersa cúpula del día,
que desconocerá el amanecer.
Alárgame el abrazo, que no puedo
detener más el tiempo, y tengo miedo
que vayas pronto a desaparecer.
Los Angeles, 8 de septiembre de 2003
897 - Nochebuena
A María José, nacida en Nochebuena
Si duermen en invierno los rosales,
¿qué rosa es ésta que a soñar se niega?
Tan a destiempo y desplazada llega
como en la noche el sol por los cristales.
Debió de haber nacido en los umbrales
de abril o mayo, donde alegre juega
la primavera, cuya luz se anega
en los murmullos de los manantiales.
Pero nació en diciembre, el venticuatro;
qué inesperado golpe de teatro,
haciendo de su noche, noche buena.
Santa Claus compitió con la cigüeña
sobre las tejas; fiesta navideña:
Esta vez fue una niña; como suena.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2003
898 - Tu luz, mi sombra
Me he enjaulado en la sombra, la luz hiere;
las ventanas cerradas son tan muro
como el muro de piedra, ni aventuro
salidas al balcón. Que el tiempo espere.
Ya no tengo reloj. Sólo se muere
cuando se tiene tiempo y hay futuro;
tal vez para morir no estoy maduro,
o si lo estoy, la muerte no me quiere.
La luz, que un día fue rayo dorado,
es hoy lanza de acero ensangrentado,
que arponeó mi carne desarmada.
Por eso hoy en la sombra me defiendo,
sin intentar luchar, sólo pretendo
vivir sin ti una vida retirada.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2003
899 - Este otoño dorado
Octubre llega en júbilo y promesa,
robando a mayo tonos y rumores,
duermen en su caverna los dolores,
y la mirada, luminosa, besa.
Es como primavera que regresa
este otoño dorado, en que las flores
su insomnio alargan, bruñen sus colores,
y en la rama cada hoja sigue presa.
Ni el viento en la arboleda se enloquece,
ni la tarde tan pronto se oscurece,
ni hay lágrimas de nubes en el cerro.
Una canción de luz en ti despierta;
tristeza y soledad, su tumba abierta,
van cabizbajas a su propio entierro.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2003
900 - Fantasías
Eres meditación de adolescente,
sensual concepto en obsesión furtiva;
eres introspección contemplativa
con dinámico abrazo de serpiente.
Te vi llegar con aire irreverente,
fiel a la imagen de erupción lasciva
que tantas noches vi, tan expansiva,
fabricarse en la cripta de mi mente.
Tales esbozos, tales creaciones,
al cobrar cuerpo tibio en tus acciones,
vieron los muros de mi ciudadela
sucumbir a la tenue luz del día;
y me hiciste saber que lograría
cabalgar tu montura sin espuela.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2003
Poemas
Entre todo te vi
No fui a ver tantas cosas; ni en el campo
nieve, rosas, espigas o racimos,
ni en la ciudad palacios, catedrales,
o rincones en sombra y sol dormidos;
ni en el lejano pueblo aletargado
las almenas en ruina del castillo;
cuanto a la vista ofrece sus colores,
cuanto el rumor recrea en el oído,
cuanto percibe el tacto, vivo o muerto,
por todo pasé ya, todo lo he visto.
No fui a ver tantas cosas; y al mirarlas,
fue como si otros ojos, no los míos,
resbalaran sobre ellas, sin caricia,
con la prisa trivial del peregrino.
Pero te vi en el negro acantilado,
al reventar las olas; y en el río,
tanto en la mansedumbre del remanso,
como en la fuga y en el remolino;
te vi en la multitud de las ciudades,
perdiéndote de nuevo en el gentío,
y en la tranquila soledad del pueblo,
en calles donde se han muerto los ruidos;
y entre las nubes lentas, y en el llano,
y en el olmo olvidado del camino.
Entre todo te vi, pero no estabas,
y me quedé pensándote, vacío.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003
Cumplió su fin
¿Qué era la catedral, sino un apoyo
para tu espalda? Las doradas piedras,
talladas sin amor durante siglos,
han olvidado antiguas manos recias,
antífonas de canto gregoriano,
incienso gris, y hoy miran hacia fuera.
Hoy te miran, reciben de tu espalda
calor de piel, murmuración de seda.
La oración, la salmodia, la campana,
el órgano en descarga, las vidrieras,
fueron sólo pretexto, no objetivo,
de arquitectos, regentes y mecenas.
Se construyó esta catedral tan sólo
para que en una tarde como ésta
apoyaras tu espalda; y al besarte,
varias generaciones comprendieran
que su trabajo no hubo sido en vano,
y ya no importa la supervivencia.
Puede hundirse la cúpula, las torres
no temen desplomarse ya, las puertas
saltarán de sus goznes, las columnas
serán anárquica maraña en tierra;
Esta mole de piedras y de historia,
cumplió su fin, logró su recompensa,
fue apoyo de tu espalda en esta tarde,
de siete siglos jubilosa espera.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003
Víspera del sueño
Somos, antes del sueño, sordomudos,
aunque se nos agolpan los deseos
de gritar lo que nunca hemos hablado,
de oir cuanto otros guardan en secreto.
Y somos, a la luz o en la tiniebla,
vigías selectivamente ciegos,
viendo sólo el dolor de nuestra entraña,
la aridez de nuestro íntimo desierto.
Es la hora de las dudas,
cuando cada objeción es un asedio,
cuando nos da su abrazo la derrota,
cuando otra imagen surge en el espejo.
Ahondamos en cisternas malolientes
en esa breve víspera del sueño,
magnificando en trazo irresponsable
detalles inseguros, o a destiempo;
y fabricamos sombras y amarguras
de agrietados, minúsculos fragmentos.
Ah, cómo llega, y entreteje urdimbres,
medianoche fecunda de silencios,
cuando sólo entendemos las respuestas
a preguntas que a nadie se expusieron.
Por fin los párpados sellados quedan,
y la inquietud entierra sus bosquejos;
tal vez, al despertar, la luz del día
haga oscilar el péndulo,
floreciendo de nuevo en la sonrisa
su propio tintineo,
cesando los fantasmas su periplo,
y las campanas de tocar a muerto.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2003