Sonetos
882 - Yo, que esperé dormir
No es esta noche invitación al sueño,
ni al amor, que se niega a comprenderte;
es más bien un preámbulo de muerte,
acantilado en el que me despeño.
Inadmisible tu cariz risueño,
que en amargor de labios se convierte;
ya no voy a luchar por retenerte,
el fruto de tu mies es tan pequeño...
Yo, que dejé vacío mi granero
esperando la siega, y llega enero,
con su escarcha, y agosto se ha perdido.
Yo, que esperé dormir, y en la mañana
verme en tus ojos a la luz temprana,
ya no recuerdo haberte conocido.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2003
883 - Hoy es el día
Desesperadamente me has besado,
te besaré desesperadamente,
y luego en placidez casi inocente,
beso apenas tangible, prolongado.
Beso desde hace tiempo destinado
a piel que se ahuyentó y no se arrepiente,
beso que hubiera sido suficiente
a cualquier corazón enamorado.
Besos que no se dan no se evaporan;
esperan sonriendo, tal vez lloran,
pero surgen un día, y se derraman.
Hoy es el día en que por ti florecen,
regenerados, puros, y se ofrecen
a tus labios en sed que los reclaman.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2003
884 - Si esta mujer
Si esta mujer que hoy llora percibiera
el temblor de mi luz en su ventana,
si viera mi alma, frágil porcelana,
que un soplo de aire, un pétalo rompiera;
si esta mujer, lejana compañera,
no fuera tan lejana, tan lejana,
si consiguiera ver cada mañana,
al despertar, mis ojos..., si pudiera...
Tal vez la sombra que su rostro acuna
se tornaría en claridad luna,
o en caricia de sol primaveral.
Y su nueva sonrisa tal vez fuera
mágica mano que reconstruyera
mi fragmentada copa de cristal.
Los Angeles, 3 de septiembre de 2003
885 - En mi regreso
Cuando recale a ti, como quien llega
a reclamar lo que una vez fue suyo,
no me verás torrente, sólo fluyo
en suavidad de arroyo, en mansa entrega.
Diré a la mente que se vuelva ciega,
mientras entre tus brazos me diluyo;
este camino que otra vez concluyo
comienza y tiene fin sólo en tu vega.
Oirás golpes, verás bifurcaciones,
te acosarán ilógicas razones,
se extenderá la niebla en el sendero.
Venda los ojos, cierra los oídos,
y atiende solamente a mis latidos,
repitiendo incesantes que te quiero.
Los Angeles, 3 de septiembre de 2003
886 - Y tú, ¿qué ves?
Mi sonrisa de dientes apretados
es dique reteniendo la congoja;
blanca fachada, pero entraña roja
de utopías y empeños desangrados.
Me ven pasar, los ojos desmayados,
mientras la margarita se despoja
de la esperanza escrita en cada hoja,
y mis recuerdos van crucificados.
Todos ven la sonrisa, no la mueca,
y me persigue la palabra hueca
de la felicidad que me engalana.
Y tú, ¿qué ves? Ajena a lo que vivo,
verás tal vez un corazón festivo,
e ignorarás su muerte cotidiana.
Los Angeles, 4 de septiembre de 2003
887 - Volveré
Volveré al despertar la primavera,
dormida tú, no me verás llegar.
Veré vestirse el campo de azahar,
como a tu lado, en otro abril, lo viera.
Abrazada estará la enredadera
a la rugosa encina; y el pinar,
con su verde oleaje, será un mar
que por el aire busca su ribera.
Entrarán otra vez en mi retina
los rosales, el río, la colina,
las alboradas que contigo vi.
Sobre la misma playa habrá un revuelo
de mil gaviotas bajo el mismo cielo,
y todo será igual, pero sin ti.
Los Angeles, 4 de septiembre de 2003
Poemas
Mi noche, tu noche
En los remansos del alma
donde dormita el recuerdo
entre neblinas de olvido
tan claramente te veo.
Mi mano oprime tu mano,
aunque tu mano no tengo;
mis labios te cantan mía,
aunque tan ausente y lejos;
pero al buscarte de noche,
perdida estás, estoy ciego,
con una almohada vacía
al otro lado del lecho.
Y en tu cama dos almohadas,
sonriendo, sonriendo,
y un revoltijo de sábanas
que no se rinden al sueño.
Mi noche fluye perdida
como un río de silencio;
tu noche, una catarata
de relámpagos y truenos.
Mi noche, sombras etéreas
al fondo de los espejos;
tu noche, una caravana
sobre las rutas del cuerpo.
Ya no me quedan remansos,
mas remolinos sangrientos.
Si en las nieblas del olvido
se me perdiera el recuerdo...
Los Angeles, 2 de septiembre de 2003
Tu grito
Te oigo gritar en la penumbra incierta
de mis sueños, remotas catacumbas,
y el eco me repite tu mensaje
de intensidad dorada y leve espuma.
Me llega como a lomos de delfines,
o en las hojas redondas del nenúfar,
como en alas de viento, de palomas,
como en temblor de muslos y cinturas.
Y te entiendo, y te creo; tus palabras
tañen con tono de sedosa lluvia,
fluyen en ríos de vibrante plata,
brillan con luces de serena luna.
Y de repente eres silencio oscuro,
luz dormida en su cámara nocturna.
Parece que tu grito es sólo mío,
lo que quiero escuchar, y no pronuncias.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2003
Hacia la muerte vamos
El tiempo queda inmóvil,
y en su pista de hielo resbalamos;
él no se va; nosotros
somos los fugitivos cabizbajos,
que en derrota de vida,
hacia la muerte vamos.
Cabalgamos un tren de mercancías,
porque somos artículos gastados,
tren que no se detiene
en ninguna estacion, tren solitario.
Los pasajeros en el rostro exhiben
inerte gesto en seriedad de esclavo,
perdida ya la libertad, perdida
la razón de vivir, fin de su plazo.
El tiempo queda inmóvil, y nosotros
hacia la muerte vamos.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2003
Mis únicos espectros
Abáteme los monstruos que me hostigan,
los fantasmas que danzan noche y día
en torno a mí en grotesca compañía,
y despiadadamente me castigan.
Oscurecen tu rostro y no te veo,
y un surtidor de sangre me salpica;
siega sus sombras, ven y purifica
mente y alma al calor de tu deseo.
Casi te toco ya, casi te tengo,
y tus manos de lluvia se derraman
sobre mi cuello, tuyo me reclaman,
y desnudo hacia ti, gozoso, vengo.
Al fin despierto en soledad callada,
y en inmovilidad y duda quedo;
mis únicos espectros son el miedo
de que el alma, sin ti, se muera helada.
Los Angeles, 5 de septiembre de 2003