Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Pálida Muerte - Político-sociales
La Guerra
El hombre se aburría, y un día, imbécil, inventó la guerra su hueco narcisismo, indiferente a que mujer y niño la sufrieran. El hombre era el león, autoritario, y la mujer y el niño la gacela. No fue la repulsión de injusto ataque, ni fue el hambre el motor de su estrategia; fue la arrogancia absurda, y la rapacidad por nuevas tierras. En un principio no sintió el apremio de alegar argumento en su defensa; era el jefe tribal, amo, cacique, su ley el puño más que la cabeza. Pero siguió a la espada la escritura, se pronunciaron mentes descontentas, y se inventaron dioses partidistas para justificar cada violencia. Zeus, Odín, Alá, Yahvé, blandiendo el rayo de la muerte, o la promesa de huríes o walkirias de senos duros, vírgenes que esperan a los guerreros muertos sobre el campo para otra vida sensorial eterna. ‘En el nombre de Dios’, falaz consigna, paraíso a quien venza, infierno a quien no sabe desarrollar, luego imponer, la fuerza. Se degüella el carnero, se levanta el altar de doce piedras, y el humo en espiral dirige al cielo el olor de la carne. Se congrega la muchedumbre bélica y decide que la nariz de Dios huele y aprueba. Josué, por Dios, incendia y extermina, y por sus dioses lo hace Julio César; ‘cree o muere’, el califa coacciona, ‘Dios lo quiere’, el cruzado vocifera. Con sus divinidades por escudo, exculpa el hombre sangres y cadenas. El hombre no es otro hombre para el hombre, es lobo que recorre las estepas con hambre a veces, y en cruel deporte con mucha más frecuencia. Primero fue la lanza primitiva con su punta de piedra para abatir al búfalo, tornándola contra su propio hermano en la pradera. En su progreso fue perfeccionando tácticas de matar con arco y flecha. Llega el alfanje con su fanatismo de aniquilar infieles, en las venas sólo un deseo airado, y en la mente la intolerancia de una sola idea. Omar detiene su caballo, encara la augusta biblioteca de Alejandría, y bárbaro proclama vergonzosa sentencia: ‘Si esos libros están en armonía con el Corán, duplican y reiteran; si están en contra, son perjudiciales; en ambos casos destruídos sean’. Y se alzaron las llamas, y la cultura se perdió en pavesas. Llegó la pólvora, y el cuerpo a cuerpo, el llamado valor, y la destreza, cedieron a la extraña cobardía del disparo lejano. Ya las puertas, en vez de sucumbir a golpe de hacha, a golpe de cañón quedan deshechas. Y se va haciendo el hombre más cobarde, perfeccionando máquinas de guerra, y el tanque, el avión, siempre lejanos, sin ver a su oponente en la contienda, destruyen indiscriminadamente bajo presión de interruptores, teclas. Soldados, instrumentos de la muerte, que únicamente a masacrar se adiestran, el mismo espíritu, menor disculpa, que el vecino ancestral de las cavernas. Y el rey o el presidente, ya no acude a la primera línea, sólo ordena la asolacion, oculto entre las faldas de su palacio; inventa pretextos, subterfugios, los reviste de altruísmo y nobleza, pero envía los hijos de los otros, nunca los suyos propios; las monedas de Judas estos días compran la impunidad que ellos tuvieran en conflictos de antaño; siempre el poder mueve las mismas cuerdas, siempre los mismos sucios intereses, y el mismo escalafón de marionetas. La sangre propia corre en cauces de oro, en cauces de hormigón la sangre ajena. A hierro, a tala, a fuego, a radioactividad… ¡Qué primavera de muerte floreciendo entre las ruinas! Ay, Hiroshima, ‘Little Boy’ no juega, sólo destroza vidas inocentes; Oh, Nagasaki, ‘Fat Man’ desintegra la ciudad de Madama Butterfly; otro cobarde Pinkerton te deja en soledad, sin hijos, destrozada, como antaño dejó a la joven geisha. El poderío tiene pies de acero, su razón es la fuerza; bárbaros neardentales blasonan de hidalguía, sus cabezas emiten humo negro, son hombres chimeneas de pensamiento oscuro, de hipócritas agendas, que pretenden llevarnos de la mano, o arrastrados quizá, a la edad de piedra. Antes de que lo logren, antes de que nos maten, que se mueran.
Los Angeles, 25 de noviembre de 2006
Diseño: Carmen Álvarez
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