Poemas
Nostalgia
Viajero de caminos
que se pierden a lo lejos:
¿No has sentido el galopar
del corazón en el pecho?
¿No te ha calado en el alma
la angustia de ese silencio?
¿Y la infinita tristeza
de las cosas, viajero?
León, 1 de enero de 1957
Sin rumbo
Sentado en la ladera del camino desierto,
sin árboles, ni fuentes, ni pájaros, ni coplas,
ni un ángel de ojos claros para que el alma olvide
que el ayer está lejos y el mañana está en sombras.
La ciudad, con sus bloques cuadrados e inarmónicos,
con el ruido estridente de máquinas gigantes,
y en las calles sombrías los hombres que se cruzan
cargados de pasiones y huecos de ideales.
Toda esa masa triste, sin colores ni sueños,
esa masa de autómatas de metal o de barro,
queda lejos, muy lejos, detrás de la montaña,
hundida en el olvido de un crepúsculo amargo.
La soledad me oprime con sus brazos de hielo,
y el alma se me inunda de cansancio y de frío.
El ayer está lejos y el mañana está en sombras,
y yo, triste y sin fuerza, sentado en el camino.
Santander, 1 de mayo de 1959
Otoñal
La mano múltiple y ruda
del viento agitó las ramas,
arrastrando en torbellino
las hojas mustias y lacias.
Bajo el cielo gris oscuro
de aquella tarde nostálgica,
una canción: el lamento
de la lluvia en la ventana.
El espíritu sombrío
de la muerte ya rondaba
el esqueleto del árbol
como pálido fantasma.
Y una hojita, una tan sólo,
en vertiginosa danza,
se aferraba aún a la vida
sobre la rama más alta.
Santander, 1 de octubre de 1959
Los Minutos
Un rumor de multitudes
como zumbido de abejas.
Hervidero de minutos
hambrientos de la existencia
que en la frontera del tiempo
se agolpan frente a la puerta.
Partículas de la Historia
futura, en ellas alientan
monótonas realidades
y formas de vida nuevas.
En el vacío, hondo foso
de olvido y altas almenas,
cautivos de su destino,
gimen inquietos , y esperan
el movimiento callado,
suave, del reloj de arena.
A intervalos, uno a uno,
van rompiendo las cadenas,
y se descuelgan al mundo
soñadores de grandezas.
Pero qué efímera gloria
la del pigmeo que sueña
con horizontes y cumbres,
y al final su ilusión quiebra
náufrago en la superficie
de un negro mar sin riberas.
Los minutos, qué algazara
de posibles que despiertan
al ser y a la luz, y al punto
se pierden en la tiniebla
de una caverna abismática
de donde nadie regresa.
Fugaz e insaciable, el Tiempo,
monstruo de fauces abiertas,
devora sus propios miembros
que brotan con nueva fuerza.
Ayer, hoy, mañana, siempre...
versos de una rima eterna
que sin cesar se repite,
y nunca, nunca es idéntica.
Santander, 1 de noviembre de 1959
Río
Viejo río quejumbroso,
malherido entre las piedras,
en tu caminar, qué lento;
qué poca sangre en tus venas.
Murmurando manso y dulce,
cómo te vas, y nos dejas
en la verde orilla, llenos
de una profunda tristeza.
Los álamos, los castaños,
los pinos de sombra densa,
te ven pasar tropezando,
y en sus almas de madera
hay un estremecimiento
de soledad y de pena.
Errante, como las nubes,
pero besando la tierra,
en tu rodar incesante
buscas una playa nueva,
atento al duro destino
que grita: “¡No te detengas!”
¡Quién pudiera, viejo río,
ser como tú; quién pudiera
peregrinar por el mundo
despacito, sin problemas,
y al mismo tiempo ligados
a nuestra propia ribera!
Correr y estar; agua y árbol;
flecha y arco; voz y lengua.
Todo, como tú, se va;
y, como tú, todo queda.
También nosotros, los hombres,
desvencijadas galeras,
navegamos por la vida
pero sin dejar estela.
¡Quién pudiera, viejo río,
ser como tú, quién pudiera!
Santander, 1 de marzo de 1960
Soñador
Soñador de fantásticas quimeras
que esparces a voleo en las laderas
semilla palpitante de pasión:
No has de ver tu cosecha florecida;
sólo hallarás dispersos y sin vida
los restos de tu propio corazón.
Te consume el ardiente pensamiento
de alzar alto castillo sobre el viento
con un tropel de formas imprecisas,
sin ver que quien te aplaude y da la mano
te clava por detrás, como un villano,
la feroz dentellada de sus risas.
La vida, piensas, no es un mar bravío;
es un plácido, tibio y manso río
que nos arrastra dulce, suavemente.
¡Y no es verdad! La vida es dura lucha;
la paz no existe, y la inquietud es mucha,
y hay que vencer a nado la corriente.
Viejo y desarbolado tu velero,
roto el timón, perdido el derrotero,
a la deriva sobre el agua danza.
Regresa ya de tu ilusión. ¡Despierta!
Cierra al placer y abre a la luz la puerta
del alma, donde gime la esperanza.
Que el soplo del amor te regenere,
y apague tu soñar, pero no altere
la misión que al nacer te dió el destino.
Hay que ser fuerte para hacer la guerra;
sobre las nubes, no; sobre la tierra;
y erguido como un roble en el camino.
Santander, 1 de marzo de 1961
De noche en la gran ciudad
Infinitas cadenas trepidantes
de ruidosas luciérnagas rodantes,
tejiendo en el oscuro laberinto
de la ciudad cansada
la maraña intrincada
que anega con sus rudas vibraciones
la ternura y el hálito poético
de nuestros solitarios corazones;
solos y ahogados en la playa inmunda
de un mar que agita sin cesar sus olas,
carburante y metal, y nos inunda
cegando la fontana de nuestra intimidad.
El alma se nos torna árida y hosca;
y en su concavidad
es fría piedra, muda e insensible,
cerrada a todo viento,
el manojo de suaves armonías,
y el cálido y humano sentimiento
de ver, y dialogar, y amar las cosas,
y sabernos hermanos
de los astros lejanos
y las frangantes rosas.
¡La civilización! Himno del hierro,
del ruido, de la fuerza y de las prisas;
canción de masas, lúgubre lamento
de este mundo azotado por un viento
sin amor, ni ilusiones, ni sonrisas.
Triste herencia de mil siglos de lucha:
Yunque, martillo, rueda y energía,
forjando la estridente sinfonía
que todos oyen, pero nadie escucha.
Porque el hombre de hoy se ha hecho a sí mismo
eje del universo,
viviendo sólo para su egoísmo,
enemigo del verso,
y ajeno a la belleza
que palpita vivífica en la carne
de la naturaleza.
La vida lleva un ritmo acelerado,
el vértigo nos ciega;
no hay tiempo de pensar si, a nuestro lado,
cruza el viento silbando desatado,
o es el amor quien llega.
“¡Sólo yo, mi capricho, mi dinero...!
¿Qué importa lo demás?”
¡Sí importa! A tí, y a mí, y al mundo entero,
que lanzará a tu paso, y tú lo oirás,
una voz que dirá en tono severo:
“Hombre sin ilusiones, que has perdido
el goce universal, la luz, la calma:
Tu horizonte es abismo ensombrecido;
tienes vacía el alma
y el corazón podrido”.
Madrid, 1 de enero de 1963
¿Dónde estás?
Anoche me asomé al pozo del alma.
¡Qué lejano y oscuro su reflejo!
Había como un hálito sombrío
sumergido en el fondo del recuerdo.
Quise bajar... Sentí la noche fría
penetrarme en la carne hasta los huesos,
y el hedor de los cuerpos corrompidos:
los ideales muertos.
Tuve miedo a las tristes soledades,
y al grave, abrumador, hondo silencio.
Contemplé con pavor mi propia vida,
vacía y tenebrosa, como un cielo
plomizo, deprimente, sin estrellas;
como un atardecer en el desierto,
sin callados rumores,
sin brisa entre los árboles, sin besos.
¿Dónde estabas, mujer, flor o armonía,
que nunca percibí tu movimiento,
tu aroma o tu canción?
¿Dormías sobre el polvo del sendero
por donde va mi corazón sangrante,
cansado, sudoroso, insatisfecho?
Cuando el mar del dolor se agita airado,
y amarga soledad inunda el pecho,
tú no estás a mi vera, sonriente,
suavizando mis duros pensamientos.
Tan sólo te conozco por tu ausencia;
no sé de la caricia y del consuelo,
brotes vivos del árbol que en tí crece;
no sé nada de tí, y te llevo dentro.
Madrid, 1 de mayo de 1963
Ya casi la olvidé
Una vez más cayó, fugaz y bella,
la estrella en el azul del horizonte.
Ahora agoniza su fulgor, hundido
en la ignorada cárcel de altas torres,
tumba de corazones solitarios,
pudridero de viejas ilusiones.
Tristeza, decepción, nostalgia, olvido:
Duras palabras, lúgubres redobles
sobre el tambor del pecho, herido y loco,
ebrio de suspirar noche tras noche.
Era como una diosa de la vida,
un torrente de nervios al golope;
marea rebosante de mi playa,
tormenta de pasión que nos absorbe.
Y yo también giré en su remolino,
y empecé a estar no sé cómo ni dónde.
La quilla de su nave trazó estelas
en multitud de mares. Sus canciones
iban raudas a todos los oídos.
Su llama repartía los ardores
y la luz, encendiendo en las tinieblas
las voraces antorchas de los hombres.
¿Había algo en su fondo serio y grave?
¿O era sólo el perfume de unas flores
disuelto en una atmósfera pesada?
¿O estéril vibración de duro bronce?
Pasó ante mí, grabó su frágil huella;
pero al fin la borró el viento del norte;
vientecillo sereno, refrescante,
el que orea los viejos corazones.
Madrid, 1 de junio de 1963
Meditación
Hay cosas en la vida profundamente amargas
que hacen turbios los días y las noches más largas.
En nuestra propia entraña bulle un veneno lento
que altera la sonrisa y engendra lo violento.
Soledad y cansancio, decepción y tristeza,
y la ilusión que muere tan pronto como empieza.
Soñamos que la vida nos sonríe. Creemos
que somos alguien. ¡Necios! Ni siquiera tenemos
la humilde valentía de posar la mirada
sin prejuicios ni orgullo sobre la hueca nada
que somos y llevamos por este mundo inmenso
envuelta en las volutas de nuestro propio incienso.
Voces aduladoras, cantando en torno nuestro,
pretenden ocultarnos el silbido siniestro
de la astuta serpiente, -angustia venenosa-,
que sin cesar acecha detrás de cada rosa.
Y vamos, y volvemos, y vivimos...¿Vivimos?
¿Cómo, si de la vida a cada instante huímos?
Es una muerte lenta la que nos cupo en suerte,
y ¿quién en esta lucha constante se hará fuerte?
Madrid, 1 de julio de 1963