Poemas
Esperanza
Ilusión dorada, tú mantienes viva
la ardorosa llama del amor soñado.
El alma vacía, triste y silenciosa,
-crepúsculo negro, crepúsculo amargo-,
colmada tan sólo de turbios deseos,
de vientos errantes, cantos rutinarios,
despertó a la vida, firme y optimista,
al rumor alegre de tu breve paso.
Ahora hay algo puro, dulce y armonioso
que canta en nosotros: “¡Hay algo, hay algo!”
Madrid, 1 de julio de 1963
Timidez
¿Quién mató en tu vida, amigo,
el coraje del valiente,
la osadía del audaz,
el ímpetu de los fuertes?
Hoy tiembla el pulso en tus manos,
y martillea en tus sienes.
¿Por qué hay en tus ojos grises
fugacidad y vaivenes,
indecisión en el gesto,
en el rostro palideces?
Tienes pasión en el alma,
pasión que nunca florece;
y si brota un débil tallo,
al punto se agosta y muere.
Conoces la melodía
del amor triste y alegre,
violenta y dulce a la vez,
a la vez suave y solemne.
¿Por qué la has hecho infecunda
oyéndola tantas veces;
si ha entrado en tu intimidad
a pesar de las paredes?
Derriba los viejos muros,
y alza el corazón latente,
libre de sombra y prejuicios
que lo sofocan y hieren.
Te refugias en la dura
soledad del que padece.
Tienes el alma nublada,
y en tus sentimientos llueve.
Monotonía, nostalgia,
todo para tí es ausente.
Es el invierno en tu isla;
invierno, casi la muerte.
Madrid, 1 de agosto de 1963
Dolor íntimo
Dolor íntimo y triste, eres un buen amigo;
cuando todos me dejan, sólo tú vas conmigo.
Eres amargo y bello, eres leve y profundo,
y en tu forma transformas el sentido del mundo.
La canción de los ríos, azul e interminable,
arrastrando rumores,
suena como un lamento sobre las ruinas muertas
de los viejos amores.
Pero estás a mi lado, y es tu atmósfera suave
la que impulsa mi espíritu, como el viento a la nave.
En el más claro cielo ves negros nubarrones;
fugacidad y espinas en las más puras rosas;
los altos ideales son en tí decepciones;
son absurdas e hirientes a tu lado las cosas.
Pero vamos unidos como dos camaradas;
me llevas de la mano con cariño y dulzura;
y aunque estemos perdidos bajo la noche oscura,
y el temor se abalance con las alas plegadas,
voy tranquilo, silbando la canción de mi pena,
la canción agridulce que en mi interior resuena.
Madrid, 1 de noviembre de 1963
Grito sin respuesta
Y grité en la tiniebla de mi espíritu:
“¡Abrid las puertas a la luz dorada!”
Pero nadie escuchó mi llanto ardiente;
se perdió mi clamor, ángel sin alas.
Tropezaba, borracho de recuerdos,
con objetos deformes. Me abrasaban
mil ojos invisibles. Me oprimía
un fardo de miserias a la espalda.
No se abrieron las puertas, pero oía,
desde la oscura soledad del alma,
las pisadas ligeras, los murmullos,
las risas del amor, y sus palabras.
Sonaban cerca, parecían mías,
pero se hacían enseguida extrañas.
Las alejaba de mi lado el aire,
aire azul, asesino de esperanzas.
Madrid, 1 de septiembre de 1964
¿Dónde?
El teléfono estaba adormecido,
y su silencio me rompía el alma.
Esperando tu voz me vió la noche,
y a la espera me vió la madrugada.
Mis recuerdos salieron en tu busca,
pero no te encontraron. ¿Dónde estabas?
Montreal, 1 de enero de 1967
Ausente
¿Era tu cuerpo lo que yo sentía
a lo largo del mío?
¿Era tu carne temblorosa, ardiente,
la que yo acariciaba estremecido?
¿Eran tus brazos los que me envolvían?
¿Y eran tuyos los cálidos gemidos,
gemidos de pasión incontrolable,
mezcla de amor e instinto?
No eras tú aquella; era tu sola imagen,
forjada en mi delirio.
Y al despertar del sueño, y no encontrarte,
sentí deseos de llamarte a gritos.
Montreal, 1 de septiembre de 1967
Decepción
La decepción tiene las manos negras,
y veneno en las uñas, y es amarga.
Se dice portavoz incorruptible
de la verdad, pero ella es quien arrasa
nuestro jardín de ideas florecientes,
y sentires nacidos con el alba.
Si percibes su brazo en tu cintura,
y su sonrisa tenebrosa y pálida,
huye enseguida, o llámame a tu lado,
pero no abras tu oído a sus palabras.
Lleva un desierto estéril en la boca,
e intentará sembrártelo en el alma.
Montreal, 1 de octubre de 1967
Olvido
Oirás silbar el viento de la vida
que aventará los meses y los años.
En la calle verás otras sonrisas,
y en tus mejillas unas nuevas manos.
Quizá mires atrás, y me recuerdes:
sensible, soñador, apasionado,
buscador de tí misma, sin hallarte,
sufriendo ausencias sin perder tu paso.
Quizá digas nostálgica: “Fue todo
tan bello y tan fugaz...¿Por qué olvidarlo?”
Pero quizá me entierre tu memoria,
y yo sea un sepulcro en tu pasado.
Montreal, 1 de octubre de 1967
A la espera
De nuevo me negaste la palabra,
y el recelo, tocándome en el hombro,
comenzó a susurrar cosas amargas.
Intenté no escucharle, y me habló fuerte.
Me tapé los oídos, y dió gritos.
Corrí, y me persiguió. Yo estaba inerme.
Sólo tú, en tu llamada, hubieras dado
paz a mis pensamientos... Vana espera:
El teléfono mudo, el tiempo largo.
¿Despierta como yo? ¿Quizá durmiendo?
No sé; sólo sentí que me empujabas
lejos de tu velar y de tus sueños.
Montreal, 1 de octubre de 1967