Breverías
239
Esta noche, mujer, invadiré tu espacio;
y si le hallara estrecho,
me dejaré dormir sobre tu pecho;
mas si amplitud tuviera de palacio,
me lo imaginaría muy pequeño,
para abrazarme a tí durante el sueño.
240
Bajo la piel de tu mano
se esconde la mano mía,
y en tu sueño azul desgrano
sueños de mi fantasía.
Acaríciate, mujer,
sin timidez ni prejuicio,
sólo yo te puedo ver,
pues soy yo quien te acaricio.
241
El cielo está desnudo, el mar en calma,
y en el azul mi blanca nube flota,
soñándote nostálgica y remota,
con ansias vivas de robarte el alma.
242
Te vas, me voy, qué fría es la distancia,
qué largo es el camino que divide:
Que tu amor permanezca en vigilancia,
me sueñe cada noche, y no me olvide.
243
Penélope del alma, teje un sueño
de alcance ilimitado,
que me mantenga el corazón risueño,
y vuelva el mundo entero tan pequeño
que aunque lejos yo esté, esté a tu lado.
244
Si no comprendes el mensaje breve
flotando en la mirada,
aunque una larga explicación te lleve,
no habrás de entender nada.
245
Dos errores, no más, han sido míos,
uno nació en el pecho, otro en la frente:
De sentimiento se embriagó la mente,
y el corazón de pensamientos fríos.
246
Qué actitud deprimente y deplorable
la del celoso que en su propia pena
prepara su comida, la envenena,
y ávido la devora, e insaciable.
247
Me has llevado a tu sueño, amada ausente,
y en tí perdido me encontró la aurora.
No despiertes, que aún no llegó tu hora:
Suéñame, amor, interminablemente.
248
La oí decir un día: “Me has creado
a tu imagen, y te has entrado en mí”.
“No te he creado yo”, la respondí.
“Tú eres tú misma, sólo he despertado
la mujercita que dormía en tí”.
249
Y el príncipe depositó su beso,
y la bella durmiente, reavivada,
le clavó fijamente la mirada:
“¡A cuántas más les habrás hecho eso!”
Y el príncipe no supo decir nada.
250
Razones hay que yo podría darte
para olvidar un nombre o una cara.
Dame, mujer, una razón bien clara,
una, por la que yo no deba amarte.
251
Desertora de mis noches solitarias,
ocultándote entre sábanas ajenas,
abandona las caricias rutinarias,
y el olvido a que tú misma te condenas,
y haz mis manos en tu cuerpo necesarias.
252
Sientes mariposillas multicolores
rozándote la espalda durante el sueño:
¿Pétalos desgajados de suaves flores,
o besos de quien sólo yo soy el dueño?
253
Ah los senos abiertos añorantes de manos,
y añorantes de labios los rígidos pezones…
Recónditos deseos, pensamientos arcanos,
soledadades vacías y sin celebraciones.
Sonetos
103 - Submarino
Avanzaré profundo y silencioso
rasgando el agua oscura de tus mares,
haciendo tropicales tus glaciares,
y explorando tu abismo misterioso.
Tendrá en las algas roce voluptuoso
mi piel de acero en toques circulares,
y en explosiones espectaculares
te horadará un torpedo en fiero acoso.
O quizá serás tú el acorazado
balanceándose en la superficie,
con doble proa en el azul flotando;
y quedaré a tu vientre emparejado,
dejando al periscopio que acaricie
tu timón, y tu quilla, y cada bando.
Los Angeles, 3 de agosto de 1998
104 - Lluvia
Oh lluvia, taciturna y persistente,
mensajera arribada a mis cristales
sollozando actitudes desleales
de un sentimiento agonizando ausente.
Diseminé en su campo la simiente
de ingenuidad y amor primaverales,
y llegas de improviso a mis umbrales
con la noticia fría, indiferente.
No es tu llorar auténtico lamento
de quien pierde la sangre por la herida,
son lágrimas monótonas, cansadas.
Pero a mí se me pierde hasta el aliento,
en esta soledad que llamo vida,
y con el alma muerta a puñaladas.
Los Angeles, 4 de agosto de 1998
105 - Cyberamor
Tanto tiempo en el aire te he tenido
sin conseguir ni verte ni tocarte,
que eres mas una idea de pensarte
que realidad de haberte conocido.
Ni tus palabras suenan en mi oído,
ni en tus caricias puedes derramarte,
y solos cada noche, ambos aparte,
dormimos sin mirar a otro dormido.
Ni percibo el calor de tu mejilla,
ni el brillo de tus ojos tan travieso,
sólo un frío alfabeto en mi pantalla.
Pero si un día llegas a mi orilla,
me cerrarás la boca con un beso,
y me dirás: “Hazme el amor, y calla”.
Los Angeles, 4 de agosto de 1998
106 - Junto al mar
Estas olas que rompen en mi arena,
¿nacen en alta mar, desconocidas,
o vienen de tu playa a unir dos vidas,
haciendo tuya la que ha sido ajena?
Este rumor que sin cesar resuena
reventando en las rocas sumergidas,
¿es un cantar de tristes despedidas,
o una pasión bajo la luna llena?
Esa luz que me abrasa y que me ciega,
resbalando en las aguas azuladas
¿de dónde viene y qué me dice a mí?
Y esta brisa que el cuerpo me navega,
¿será el suspiro envuelto en las miradas
de quien me espera y a quien nunca ví?
Los Angeles, 4 de agosto de 1998
107 - La partida
La ví escalar las cumbres de la euforia
y rodar al barranco del gemido,
y al murmurar palabras en su oído
volvió a cantar un himno de victoria.
Mas era una alegría transitoria
ocultando el acento dolorido,
sobrenadando el corazón herido,
abrumada del peso en la memoria.
Vino, permaneció y se me hizo ausente,
pero aún la llevo sin cesar conmigo,
bajo las lágrimas que el alma vierte.
¡Quién me pudiera hacer indiferente
y olvidar este sueño que persigo,
sueño amargo, antesala de la muerte!
Los Angeles, 14 de agosto de 1998
108 - Lágrima
Es bella tu sonrisa, y lo sería
aún más con una lágrima temblando
al borde de tus ojos, reflejando
la suavidad de tu melancolía.
Como el rocío al madrugar el día
se va en la rosa roja deslizando,
se van en tus mejillas descolgando
gotas de amor, sollozos de alegría.
¿Qué harías tú, mujer, si no pudieras
derramar una lágrima callada
que adornara tu rostro de emoción?
Serías un país sin primaveras,
con noches desprovistas de alboradas,
serías una amante sin pasión.
Los Angeles, 14 de agosto de 1998
Poemas
Herida
“…y recibió una carta dirigida a otra…”
Visita inesperada del engaño:
Llegó de noche con disfraz de rosas,
arrastrando la angustia en el silencio,
víbora deslizándose en la sombra;
y la clavó en los ojos el veneno
paralizando su alma de amapola.
Bancos de hielo trágicos avanzan
flotando sobre el mar de la memoria,
frío paisaje, solitario y muerto,
corazón apagado en la derrota.
¿Qué hacer cuando se va de entre las manos
la propia vida? ¿Y qué si se desploma
el castillo de arena en nuestra playa
a la irrupción de la primera ola?
Qué fortaleza nos mantiene enhiestos
mientras la tempestad ruge remota,
y cómo sucumbimos, extinguidos,
al descargar la nube borrascosa.
Cuánto dolor y lágrimas rodaron,
rindiéndose la risa a la congoja,
al abandono el dulce sentimiento,
y a una idea fatal todas las otras.
Vio el pasado perderse en la distancia,
y el presente en sombría nebulosa,
y un futuro vacío de ilusiones,
vida sin luz, sin cantos, sin aromas.
Sólo un foso insondable en torno suyo,
que los ojos anegan cuando llora.
Roto el frágil cristal de los ensueños,
rota la seducción, y el alma rota.
Pero ella alzó el espíritu galante,
y reavivó la llama de la antorcha,
se despojó del pánico sangriento,
y desplegó el abrazo que perdona.
Clavó la puerta de las decepciones,
y negó a los temores la victoria.
Qué magnífica rosa, perfumando
la mano bárbara que la deshoja.
Ella conoce sus limitaciones,
aún en la paz que la circunda ahora;
sabe del látigo que la amenaza,
y de la ráfaga que el rostro azota;
del grito oculto en eco repetido,
de la armonía que al cantar solloza.
Y él reconoce sus contradicciones,
fácil palabra, pero firme en obras.
Y al levantarse el temeroso espectro
de las dudas, los celos, la zozobra,
ella ha de hallar refugio entre los brazos
de quien nunca aprendió a dejarla sola.
Los Angeles, 28 de julio de 1998
Mi mano
En la mano extendida
hay cinco dedos, cinco direcciones
a meta indefinida,
y cinco disensiones,
y otros tantos anhelos sin razones.
En la mano cerrada
hay unidad de fuerza y de destino,
afirmación lograda,
vigor de torbellino,
fieros impulsos y un sólo camino.
Pero mi mano abierta
avanzará su múltiple programa,
decidida y experta,
sobre tu piel, que llama
a mi piel junto a tí sobre la cama.
Y en mi puño crispado,
por mágico artilugio reducido,
guardaré aprisionado
tu cuerpo estremecido,
y no caerás jamás en el olvido.
Los Angeles, 6 de agosto de 1998
Anábasis
En el año 401 a.d.J.C., tras la batalla de Cunaxa,
Jenofonte dirigió la retirada de los diez mil griegos
a través de toda Asia Menor, en un recorrido de
unos 2.500 kms. “Thalassa, thalassa”,
fue el grito unánime al divisar el Mediterráneo.
¡El mar, el mar!, diez mil voces alzadas
sobre la piedra gris del promontorio,
trocando la fiereza del guerrero
en explosión de irresistible gozo.
En incesante marcha,
con los pies enterrados en el polvo
de la desierta estepa,
por los desfiladeros donde el lobo
acecha al rezagado,
en los campos lluviosos
con el agua colgada de la barba
y el brazo del amigo sobre el hombro,
por las cumbres nevadas y dormidas
al tibio sol de otoño…
Y la idea, el estímulo, el deseo
de sentir en el rostro
la caricia salobre de la brisa
cabalgando las olas como potros…
El mar, el mar, qué mágica llanura,
qué beso verdiazul sobre los ojos,
qué sonrisa de espumas y qué abrazo
de rumores remotos.
En los sangrientos campos de batalla,
tierra adentro, entre muertos y despojos,
y ruinas humeantes
en un paisaje desolado y roto,
percibía el guerrero el mar distante,
pleamar en el alma de sollozos.
Nacido junto al agua y para el agua,
y al mar atado como fiel esposo,
soñador de nereidas
en palacios de mármol en el fondo.
Qué nostalgia del mar en tierra extraña,
sin los amaneceres luminosos,
avanzando a la sombra
de largas nubes de color de plomo.
Añoranza de islotes y de playas,
lunas de fría plata, soles de oro,
en horizonte de alma estremecida
poblada de pegasos y unicornios.
Y al fin se abrió a la costa
la desembocadura del retorno.
¡El mar, el mar!, diez mil voces alzadas
sobre la piedra gris del promontorio,
trocando la fiereza del guerrero
en explosión de irresistible gozo.
Los Angeles, 12 de agosto de 1998
El monstruo
Para tratar contigo, he decidido
crear un monstruo de apariencia fiera,
fuerte como el león enfurecido
y con la agilidad de la pantera.
Con múltiples anillos de serpiente
para estrechar tu cuerpo en tenso abrazo,
y la garra de un tigre adolescente
para atacarte con gentil zarpazo.
Quizá el zorro me dé sus artimañas
para contrarrestar tu picardía,
y como el oso hiberna en las montañas,
yo hibernaré en tu sola compañía.
Y el perro fiel, el perro siempre amigo,
me ha de prestar su lengua inagotable,
pero no he de ladrar, ni hablar contigo,
porque preferirás que no te hable.
Los Angeles, 12 de agosto de 1998
Los celos
El odio, y el amor, y la avaricia,
cada pasión que el corazón azota,
sabrá de la victoria y la derrota,
conocerá la herida y la caricia.
Y hoy, o mañana, o en cualquier momento
ante la realidad desnuda y clara,
ha de mirar los hechos a la cara,
aceptándolos con o sin lamento.
Mas no los celos, que en su intransigencia,
se opondrán a la lógica evidente,
contemplarán la realidad de frente,
y acabarán negando su existencia.
Los Angeles, 13 de agosto de 1998
Mujer enamorada
Les diste a mis pies alas, y renaciste cosas
que tenía olvidadas desde los diecisiete;
y en mi estómago vuelan inquietas mariposas
al soñar que tu impulso furioso me acomete.
Al caminar, mi paso se ha vuelto tan ligero
como si sobre el aire me fuera deslizando;
ya no toco la tierra, ya floto en el sendero,
grácil y alborozada, sólo vuelo, no ando.
Quien me conoce dice que he sido transformada,
que me rodea un aura de tonos juveniles;
pero yo me contengo, sin explicarles nada,
aunque mis ojos hablan con acentos sutiles.
Y este gozo explosivo que me revienta el pecho
esta furia callada de música y colores,
este loco deseo de abrazarte en mi lecho,
estos íntimos lazos, y estos dulces temblores,
cómo me han trasladado a unos tiempos lejanos,
en que hubiera escogido caminar en tus huellas,
abrirme a la caricia insistente de tus manos,
y entregarme desnuda a la luz de las estrellas.
Mas aunque ya no pueda deshacer el pasado,
te daré mi presente y obtendrás mi futuro,
seré para tí un campo de acción ilimitado,
y la ofrenda perenne de un corazón seguro.
Los Angeles, 18 de agosto de 1998
Agamenón
Rey de Argos y Micenas, jefe de la
expedición griega contra Troya.
A su vuelta, fue asesinado por su esposa
Clitemnestra y su amante Egisto.
Rodoblan incesantes los tambores
golpeando la noche ensangrentada,
y se asoma la luna amedrentada
temerosa de ver nuevos horrores.
Ella esgrimió el puñal de los traidores,
y su amante blandió cobarde espada,
y el rey que no perdió en la guerra nada,
rindió la vida a los conspiradores.
Triste y cruel destino, que al guerrero
arrastra sobre el campo de batalla
privándole de amor y juventud;
y al regreso, su espíritu de acero
se quiebra ante la insólita muralla
de la traición que le abre su ataúd.
Los Angeles, 18 de agosto de 1998