Breverías
254
Es el amor a veces frío como la nieve,
con ásperas aristas, duras y lacerantes;
y aunque el sol brille fuera, dentro del alma llueve,
porque hay en cuerpos juntos espíritus distantes.
255
Contemplo el horizonte y espero tu llegada,
mas no surge a lo lejos tu vela, marinero.
Y mis noches son frías, y es triste mi alborada,
mientras cruzas los mares sin saber que te quiero.
256
Este hombre que te observa atentamente
quiere un día poseerte y penetrarte
con el cuerpo, con el alma y con la mente...
porque dice, cree, piensa y sabe amarte.
257
Cuántos años pasados, cuántos años perdidos,
viendo la misma estrella desde ángulos lejanos;
ignorando el instinto clavado en los sentidos,
y extendiendo los brazos sin tocarse las manos.
Qué par de vagabundos por caminos distantes
inmersos en dos sueños que no se fusionaron
por no encontrarse un día llegando a ser amantes,
y en ajenos abrazos sus almas se agostaron.
258
La mesa en la penumbra silenciosa
del rinconcito en la cafetería;
y mi mano en la tuya, temblorosa,
sin percibir la extraña algarabía;
al verme en tu mirada luminosa,
fue el momento mejor del mejor día.
Y fueron horas, o quizás instantes,
pero al salir, salimos como amantes.
259
Me llevaste de la mano
bajo la lluvia ligera…
Qué frescor de primavera
bajaba del monte al llano.
Qué horizonte tan cercano
nubes y mar parecían.
Por tu rostro descendían
gotas brillantes rodando;
pero no estabas llorando,
tus labios me sonreían.
260
¿Cuándo se ha de acercar la nube clara
que tanto he desde lejos contemplado?
¿Cuándo podré trocar en algazara
esta nostalgia de sentir tu cara
junto a la mía y toda tú a mi lado?
261
Hay tiempo de victoria, y hay tiempo de perder,
mas yo no estoy dispuesto a ceder o a abandonar.
Te he de arrancar el alma con mis manos, mujer;
la encerraré en la mía y no se podrá marchar.
262
Sé mi bandera, en curvas ondulante,
danzando al viento del deseo intenso,
abraza el asta eréctil y vibrante,
y una ofrenda te haré de lo que pienso.
263
El calor sofocante del estío
vence la tiranía del ropaje;
pero el invierno con su aliento frío
encajará tu cuerpo junto al mío
en íntimo y dinámico engranaje.
264
Tocaron mis rodillas tus rodillas
bajo la mesa del Café dormido,
y afloró el color rojo a tus mejillas;
y al momento acercamos más las sillas
para poder ampliar el recorrido.
265
Quiero besarte en la calle,
para que el mundo lo vea,
y enlazarte por el talle,
y exteriorizar la idea
de este amor que permanece
oculto y te pertenece.
266
Cuando vaya o cuando vengas,
y estés junto a mí tendida,
ni quiero que me detengas,
ni te quiero retraída.
Porque espero mantener
tal diálogo contigo
que dirás lo que has de hacer
y yo haré lo que te digo.
267
Apartarán mis manos los sarmientos
para acoger, al borde de la aurora,
tus racimos, gentil vendimiadora,
y haré míos tus estremecimientos
al exprimir la esencia embriagadora
268
Tus manos se durmieron suspendidas,
y sólo el aire acarició mi piel;
el aire, siempre amigo, nunca infiel,
que no me olvida como tú me olvidas.
269
No me dejes dormir, porque dormido
no podré ver tu desnudez vibrante,
y la noche se irá como un instante,
y en el amancecer te habré perdido.
270
El muro de Berlín que te rodea
debe ser abatido pieza a pieza;
yo colaboraré en esa tarea,
pero el desmantelar tu fortaleza
debe empezar por rechazar la idea
de que es debilidad la gentileza.
Eres frágil…y ¿qué? Así es la rosa,
y entre las flores es la más hermosa.
271
Qué raudales de luz exhuberante
se desbordaron sobre tu ventana,
al desadormecerse la mañana,
flotando el sol en el azul distante.
Mas no fue el sol entrando en tu aposento,
la luz salió al abrirse las cortinas,
estallando en color en las colinas,
al asomar tu rostro soñoliento.
272
Armagedón, funesta nube oscura
en descenso fatal, inexorable,
que en los tentáculos de su espesura
estrangula las almas, implacable,
enterrándolas en la sepultura
de un trágico abandono interminable.
Mas sobre mí reposará tu carga
en esa noche eternamente larga.
273
Cuando la muerte venga, no será como un sueño
al fin de una jornada de esfuerzos excesivos;
mas con el alborozo de amanecer risueño,
que hace sentirse al muerto más vivo que los vivos.
274
Me sorprendo a mí mismo mirando a su ventana,
y mis ojos se encuentran con su mirada intensa.
Cuán cerca la percibo, y a la vez qué lejana.
¿De quién es su sonrisa al clarear la mañana?
Y en sus sueños despiertos, ¿a quién ve, y en quién piensa?
275b
Una sonrisa leve y un beso inesperado
descenderán unidos en un rayo de luna,
y si no los rechazas, me quedaré a tu lado
para que no se pierdan ni los robe ninguna.
Sonetos
109 - Amor de madurez
Mujer que has alcanzado mis umbrales
por senda nebulosa y clandestina,
no sabes cuánto tiempo en esta esquina
esperé tu llegada o tus señales.
Nostálgicas vivencias otoñales
que debieron rasgarme la rutina,
se derrumbaron en callada ruina,
signo quizá de ser superficiales.
Pero al sentir tu paso subrepticio
y ofrecerte en mi altar en sacrificio,
con alma abierta y sin vacilación,
comprendí que no hay dádiva tardía,
que el amor es quehacer de día a día,
sin calendarios y sin estación.
Los Angeles, 23 de agosto de 1998
110 - Frágil
Alma de viento y de cristal, no llores
bajo los golpes de la adversidad,
que no estarás envuelta en soledad
aunque adviertas de noche sus temblores.
Huracanes vendrán flageladores
azotando tu sensibilidad,
mas no temas que tu fragilidad
se quiebre a esos ataques destructores.
No te enfrentes al ímpetu violento,
que eres la brisa, no el anticiclón,
y vencerás mejor con sutileza.
Ni dejes que te asalte el desaliento,
porque la solidez de persuasión
más que en la fuerza, está en la gentileza.
Los Angeles, 30 de agosto de 1998
111 - Fantasía y realidad
Absorto en un paisaje imaginario
al abdicar la realidad tangible,
soy en este castillo inaccesible
único residente solitario.
Ni tengo reglas ni me fijo horario,
mis planes no conocen lo imposible,
y el corazón se siente compatible
con la razón, jamás como adversario.
Cabalgaré un centauro en los pinares,
un pegaso en las nubes, y en los mares
hipocampos, delfines y tritones,
y un unicornio azul en la pradera…
pero más que todo eso, yo quisiera
sentir la realidad de tus pasiones.
Los Angeles, 8 de septiembre de 1998
112 - Poesía de amor
“Todo en amor es triste,
mas triste y todo
es lo mejor que existe” (Campoamor)
¿Por qué es la poesía de amor triste?
¿Quizá el juglar carece de alegría,
o quizá es el amor sólo agonía,
que de nostalgia y de dolor subsiste?
Si el corazón de júbilo se viste,
la lengua entona alegre melodía,
pero si envuelto está en melancolía
sólo de versos su expresión consiste.
El hombre feliz canta, y el poeta,
de su Tebaida interna anacoreta,
plasma en cada palabra su gemido.
La corona en su frente está marchita,
el llanto fluye, y su desdicha grita
que el verdadero amor es el perdido.
Los Angeles, 13 de septiembre de 1998
113 - El vino
Flotando en cada uva prisionero
vive un diablillo inquieto y revoltoso,
pugnando por salir de su reposo
y enlazarse con cada compañero.
Y danzarán en líquido hervidero
provocando el hechizo malicioso
de un aquelarre oscuro y bullicioso,
con pies de plomo y corazón ligero.
Licor de dioses, de héroes y de locos,
que a muchos hunde y esclarece a pocos,
que por igual reparte gozo y penas.
Y alborota las fuerzas del instinto
aprisionando en ciego laberinto
a la razón cargada de cadenas.
Los Angeles, 16 de septiembre de 1998
114 - La leche
Tiende la mano, suave ordeñadora,
oprimiendo la ubre exhuberante
que explotará impulsiva en breve instante
en rítmica cadencia tentadora.
Descubre el seno, madre soñadora,
y abre los labios al pezón, infante,
que antes que tú ya los abrió el amante,
y una vez más los quiere abrir ahora.
Mira al cielo, romántico viajero,
que sigues la Vía Láctea en tu sendero,
Juno regando en leche el firmamento.
Y al regresar donde el amor te llama
yaciendo en desnudez junto a tu dama
habrá en tu boca un doble atrevimiento.
Los Angeles, 17 de septiembre de 1998
115 - El agua
Canta en la acequia y en los surtidores
con voz de plata, con frescor de prado;
llora en la lluvia con gemido helado,
y resbala hacia puntos inferiores.
Acaricia los tallos de las flores,
rompe en las olas del acantilado,
y en abrazo azul, íntimo y callado,
se ciñe al cuerpo en rizos de temblores.
Si me dejas ser agua de tu vida,
te hallarás en mí mismo sumergida,
tu mensaje seré y tu mensajero.
En tí violentas romperán mis olas,
te dirán mi canción las caracolas,
y un beso te daré de cuerpo entero.
Los Angeles, 17 de septiembre de 1998
Poemas
Partida sin retorno
“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir…” (Jorge Manrique)
Fue alejándose lenta, como se aleja el río
rodando silencioso y sereno en la llanura,
y la envolvió la noche en su abrazo sombrío.
Los últimos destellos de su mirada oscura
débiles reflejaron su actitud fatigada,
con toques de tristeza, pero sin amargura.
Cuando llegó la muerte, franqueando la entrada
con paso irreversible y sin llamar a la puerta,
conoció que se hallaba al final de la jornada.
Supo su desenlace de una manera cierta,
mas no detuvo el curso de sus actividades,
para no percibirse a sí misma medio muerta.
Y en los momentos negros, y en las adversidades,
hubo manos gentiles, palabras cariñosas,
suavizando las penas y las dificultades.
Y en las noches serenas, las tardes luminosas,
al ver en torno suyo los rostros familiares,
cobraban sus mejillas el brillo de las rosas.
Pálidas rosas mustias hundidas en pesares,
revestidas de un gozo transitorio y ligero,
suave como la brisa que peina los pinares.
Consciente de sus pasos terminando el sendero,
escudriñaba en vano posibles horizontes,
aún con el pie en el borde de su despeñadero.
Mas sus ojos cansados contemplaban los montes
con las cumbres perdidas en la bruma lejana,
y en las nubes siniestras figuras de Carontes.
Su vida era un paisaje fuera de la ventana,
y al mirarlo, temblaba por temor de encontrarse
el descenso inminente y fatal de la persiana.
Quizá a veces su mente pretendiera aferrarse
al hilo de la vida desesperadamente,
para que entre sus dedos no fuera a deslizarse.
O quizá en ocasiones no fuera suficiente
su interés o su fuerza para forjar un sueño,
y abandonara el campo a la oscuridad doliente.
Es fácil encerrarse en un círculo pequeño
de estériles ideas, sentires infecundos,
disfrazando el sollozo bajo un gesto risueño.
Nuestra sierra de cumbres y de valles profundos
que zarandea el alma como montaña rusa,
nos sitúa en la línea que limita dos mundos.
Y el alma nunca sabe cuando acepta o rehusa
la opción que se presenta si es la opción preferible,
porque está sorda y ciega, ignorante y confusa.
Y así nos lleva a todos el destino inflexible,
dejando sólo huellas que ha de borrar el viento,
porque no hay en nosotros nada de inextinguible.
Excepto en lo más hondo de cada pensamiento
de quienes nos amaron con sonrisas y llanto,
que al ver que nuestra estrella brilla en su firmamento,
recordarán que un día nos adoraron tanto.
Los Angeles, 27 de agosto de 1998
Mileto
Ciudad griega en la costa del Mar Egeo, actualmente
en Turquía. Floreció en los siglos V-VII antes de la Era
Cristiana. Cuna de los filósofos Anaximandro,
Anaxímenes y Tales. De éste, matemático, astrónomo,
y uno de los Siete Sabios de Grecia, se cuenta que una
noche, mientras caminaba observando las estrellas,
cayó en un foso.
En 1971 visité esta ciudad antigua, cuyas excavaciones
llevaban relativamente poco tiempo.
Años atrás mi pie despertó el polvo
de un camino que ya no era camino,
revisitando una ciudad dormida
que sólo el alma antes había visto.
Una ciudad envuelta en el silencio,
que no era ya, pero que había sido.
Esqueleto de Cíclope en el barro,
huesos de mármol que la edad deshizo:
Tambores de columnas abatidas;
capiteles corintios,
las hojas del acanto mutiladas
y mustias por la escarcha de los siglos;
fragmentos de amazonas y centauros,
el violento combate suspendido
ante el derrumbamiento
del sector triangular del frontispicio;
torsos decapitados
yacentes en la tierra al pie del nicho;
la enorme masa del anfiteatro
sumida en la quietud del hemiciclo,
ido el rumor de las palabras graves,
de los coros solemnes, de los gritos.
Qué calma funeral se mantenía
sobre el campo rojizo,
flotando inmóvil, invisible y densa,
nube de plomo, océano invertido.
Las sombras del ayer difuminadas,
quizá vagan con pasos imprecisos
entre las ruinas de los viejos templos,
sin volutas de incienso, sin el brillo
de los fuegos sagrados
y los rituales de los sacrificios.
Navegantes de mares misteriosos,
mercaderes de insólitos caminos,
sabios filósofos, exploradores
del cielo, de la mente y del destino;
tan absortos mirando las estrellas
que caían en fosos imprevistos.
La guadaña del tiempo rasgó el aire
y se abatió sobre los edificios,
sin que la voz de la sibila en Delfos
lo anunciara en confuso vaticinio.
Qué trágica cosecha sin provecho,
sólo las ruinas han permanecido.
La piel curtida por el sol de Agosto,
un hombre rubio, de ojos incisivos,
monta el rompecabezas arqueológico
venciendo la anarquía de los siglos.
Uno más en la larga trayectoria
de teutones arrinconando libros
para empuñar la pala y la piqueta
desenterrando todo un mundo antiguo.
Catálogos de piedras numeradas,
y esbozos tentativos
restauran formas, recomponen arcos,
alzan columnas, y reajustan frisos.
Y la ciudad perdida
recobra lentamente su recinto.
* * * * * * * * * *
Ah, mi ciudad en ruinas, que los años
destrozaron y hundieron en olvido,
ciudad de mis amores,
un tiempo inmersa en cantos y bullicio,
rebosante de vida, hoy fragmentada,
hundida en soledad, campo vacío.
Cómo espero la mano que restaure
lo que quizá desmoroné yo mismo.
Los Angeles, 27 de agosto de 1998
Cansancio
A veces se nos filtra en el alma la fatiga,
Y adormece la fuerza que nos mantiene erguidos;
Y el roble enhiesto y firme se transforma en espiga
Doblegando en el viento sus ímpetus dormidos.
Y no hay razones claras, ni motivos oscuros,
Tan sólo ideas grises de tono indiferente,
O palabras neutrales de acentos inseguros,
Que van a la deriva flotando en el ambiente.
Y el amante o la amada percibirán distancias
Si sus manos tan sólo rozan las apariencias,
Valorando en exceso las meras circunstancias
Y agigantando el peso de escasas diferencias.
El alma, como el cuerpo, necesita reposo,
Y es natural que a veces se desplome cansada;
Mas se alzará de nuevo su impulso vigoroso,
Recobrando el destello febril en la mirada.
Y si en la amada aún vibra su melodía interna,
Y aún ruge el fiero instinto en las venas del amante,
Lo tendrán como nube pasajera, no eterna,
Recobrando en sus pasos el ritmo trepidante.
Los Angeles, 9 de septiembre de 1998
Este amor ambicioso
Esta fuente que fluye incontrolable
desbordando las ánforas de plata
que han de oscilar en hombros y caderas,
en su chorro arqueado gime y canta:
Gozo de ofrecimiento sin reservas,
pero en capacidades limitadas.
Esta antorcha de llamas ondulantes
que torna noche oscura en noche clara,
rasgando el cuerpo de la sombra densa
al tajo de dorada cimitarra,
hunde en los ojos cálidos reflejos,
pero no ahuyenta todos los fantasmas.
Este bronce sonoro dispersando
la vibrante canción de la campana,
sobre los áureos campos del otoño
recostados en brumas de nostalgia,
siembra sus ecos mil en mil oídos,
y al fin se duerme en soledad callada.
Y este amor, este amor fiero, agresivo,
nadando en sangre, herido a puñaladas,
amor conquistador y conquistado,
de impulsos torrenciales y avalanchas,
amor que extiende brazos anhelantes,
y siempre quiere más de lo que alcanza.
Este amor, sordo y ciego a las razones,
meciéndose entre el llanto y la algazara,
víctima de la vida y de la muerte,
de hambre insaciable de obras y palabras;
siempre a la espera de obtenerlo todo,
espera inútil, esperanza amarga.
¡Quién redujera esta tendencia loca,
y esta ambición de amar me limitara!
Los Angeles, 10 de septiembre de 1998