Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Tan cerca y tan lejos

Índice

Sonetos:
La voz de tus mensajes Luz de lejos (Acróstico) En silencio Esta mujer Nochevieja del pesimista Nochevieja del optimista Y sólo vivió un día Grita Tan lejos y tan cerca Vamos
Poemas:
Viejo Madrid Después Romance II Reloj Fases de la luna Quijotesca Ella y los dos El carro alado
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Breverías

326
Se me fue sin dejarme un solo beso, y el silencio se me hizo de repente tan amenazador, tan inclemente, que en la eventualidad de su regreso yo mismo intentaría estar ausente.

327
Se cierne sobre mí un sueño imposible; los sueños imposibles son tan bellos... Nos hacen alcanzar lo inaccesible, y abren a nuestros ojos lo invisible. Si he de morir, quiero morir por ellos.

328
Rosa del sur que desde lejos miras, y sólo ves lo que tu mente encierra; yo quiero ser aquel por quien suspiras, el noble trovador a quien inspiras, la lluvia fecundante de tu tierra.

329
Dejaré mi sonrisa en el sendero que habrás de recorrer sola en la tarde; como una flor te aguardará, y espero que tu alma la recoja y se la guarde.

330
Lluvia de invierno, gotas en la cara, lágrimas descubriendo la tristeza; lluvia primaveral, oh, qué algazara resaltando en el rostro la belleza.

331
Detén, mujer, el paso, y dirige a mis ojos la mirada; levantaré mi vaso, y sin pedirte nada, brindaré por el fin de tu jornada.

332
Dedos de fina seda tiene el viento, e impulsos de callado atrevimiento; rondándote la blusa le sentí. Percibí sus caricias en tus senos, y cuanto más le dejas, tanto menos parece ser que queda para mí.

333
No entiende esta mujer de estratagemas, desconoce las tácticas del juego, tan sólo aspira a mantener un fuego y ver si tú te acercas y te quemas.

334
He perdido el fulgor de tu mirada, y en soledad nostálgica te añoro; nace un río de mí cuando te lloro, y me siento de tí tan desterrada....

335
Altivo, indiferente, y yo a tus pies en desnudez tendida; tan cerca y tan ausente se halla de mí tu vida, que se me sale el alma por la herida.

336
Quiero pertenecer a las alturas, y si no alcanzo a descolgar la luna, o a alterar de las nubes las figuras, o a capturar de las estrellas una, ni fracasos serán ni desventuras, sólo serán un cambio de fortuna; si la luna, las nubes, las estrellas no se acercan a mí, iré yo a ellas.

337
No me envíes un beso por el viento, que el viento desmerece confianza, y su entrega es inepta, incierta, o poca; envíale en un sobre, que aunque lento, llegará, y al abrirle sin tardanza, le sentiré explotar sobre mi boca.

338
Desesperadamente he de besarte, ya que por tanto tiempo lo he esperado; y aunque sólo un momento esté a tu lado, jamás, después del beso, estaré aparte.

339
Que me impulsen las nubes, que me arrebate el viento, que me arrastren las aguas hacia la otra ribera, y que la luna llena ruede en el firmamento llevándome a la amante que estremecida espera.

340
Cuando el viento te diga que sonrío, tu beso irá temblando entre mis labios, y trémulo en los tuyos irá el mío.

341
¿Por qué al extender la mano tu mano no puedo asir? Si me tratas como hermano, yo te habré buscado en vano sin poderte descubrir.

Sonetos

135 - La voz de tus mensajes
Reviste tu palabra de sonidos, que no la quiero en desnudez tan fría; cubren mis ojos su monotonía, y la quiero vibrante en mis oídos. Disfrazados, quizá semidormidos, me llegan tus mensajes cada día; revívelos en contundente orgía de arrebatados gritos y estallidos. No des lugar a indecisión ni duda, que sólo a tí quiero tener desnuda, no a tu palabra escrita sin tu voz. Dame tu entonación, dame tu acento, dame el cálido soplo de tu aliento, aún por un tiempo que se irá veloz.
Los Angeles, 25 de diciembre de 1998
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136 - Luz de lejos (Acróstico)
Incierto es el camino que he seguido Llevándome a un destino aún más incierto; Odisea que no sabe de puerto, Vagabundeo nunca interrumpido. Estoy cansado ya de haber vivido Y más cansado de soñar despierto, Oculto en un paisaje medio muerto, Un paisaje de lágrimas y olvido. Sólo una luz brilló en mi noche oscura, Orientándome en tanta desventura, Mágica luz y mágico color. Una luz que de lejos aún me guía, Con el brillo de un sol de mediodía, Hermanando la pena y el amor.
Los Angeles, 26 de diciembre de 1998
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137 - En silencio
Quiero hablar sin palabras, y entreabrirte el cofre oculto de los sentimientos, que al volar redimidos en los vientos su esencia a gritos han de descubrirte. Y mi silencio habrá de persuadirte a consentir a mis atrevimientos, porque penetrará tus pensamientos sin otorgarte opción de resistirte. Escucharán tus ojos la elocuencia de mi callada voz, y en confidencia devolverás tu muda aceptación. Y no habrá ni murmullos ni clamores, mas sólo un intercambio de temblores en silenciosa participación.
Los Angeles, 27 de diciembre de 1998
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138 - Esta mujer
Soy mujer. ¿Tu mujer? Quisiera serlo. Tal vez ya tienes otra; mas ¿qué importa? Es la vida tan frágil y tan corta que cuanto pidas, he de concederlo. ¿Tu deseo? Sabré satisfacerlo. ¿Tus sueños? Mi ilusión te los aporta. Y un mutuo amor despierta y nos exhorta a vivirlo, y cantar después de hacerlo. No vengo con derechos ni exigencias, tan sólo quiero compartir vivencias que me transporten a un lejano ayer. Y si hubiera un mañana en nuestra vida, adormeciéndose la despedida, siempre estará contigo esta mujer.
Los Angeles, 29 de diciembre de 1998
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139 - Nochevieja del pesimista
Un año más. ¿Y qué? Sólo es un día; ni siquiera es un día, es un momento, con la misma ilusión o el desaliento que darían las doce al mediodía. He visto el tránsito con apatía. Una partida y un advenimiento sin promesas, sin arrepentimiento, y el alma, igual que la cabeza, fría. Ruedan eslabonados meses y años, con su lastre de amargos desengaños, e imaginamos siempre otro mejor. Y pasarán de nuevo doce meses viendo menos victorias que reveses, y más angustia, soledad, sudor.
Los Angeles, 1 de enero de 1999
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140 - Nochevieja del optimista
Alza tu copa y brinda en esta hora por las múltiples posibilidades que están naciendo, y nuestras voluntades las tornarán en realidad sonora. No mires a la noche, que la aurora desperezando está sus claridades, y enfrentaremos las adversidades con la fuerza del alma soñadora. Vuelve la espalda al año que termina, haya creado bendición o ruina; es el pasado y nunca ha de volver. Hay amplios horizontes a la vista, y un nuevo mundo aguarda la conquista en el año que acaba de nacer.
Los Angeles, 1 de enero de 1999
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141 - Y sólo vivió un día
Qué caudal inexhausto de amargura corre bajo mi piel día tras día, envenenando el alma, tan vacía, y oprimiendo la mente, tan oscura. Tanto esperar y tanta desventura transformándome el gozo en agonía, al ver enmudecer su melodía tras la primera nota dulce y pura. Nacer para morir, como las rosas, y como un ángel de alas luminosas partir de nuestro lado, sin partir. Mi primera esperanza, mi pequeño, que en mí has quedado como sólo un sueño: nunca este sueño habré de interrumpir.
Los Angeles, 5 de enero de 1999
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142 - Grita
Responderé a tu voz si me llamara, y nadie más lo hará, porque tu acento enlazado está al mudo pensamiento que sólo al alma hermana se declara. Quizás el rostro tímido enmascara los ímpetus y el estremecimiento rodando irreprimibles en violento torrente emocional que se dispara. Deja salir desenfrenado el grito, que el mundo duerme un sueño de granito, sólo yo velo, yo te escucharé. No retenga el temor tus explosiones, no es tiempo ya de contemplar razones, si él se ha dormido, yo te abrazaré.
Los Angeles, 6 de enero de 1999
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143 - Tan lejos y tan cerca
Con residencia al borde del desierto, y desierta de tí mi residencia, si miro dentro sólo veo ausencia, si miro fuera está el paisaje muerto. Sueños de tí me invadirán despierto, y si duermo tendrás en mí existencia; qué inevitable se hace tu presencia, que aún sin estar, tu estar parece cierto. Estás lejos de mí, y estás conmigo, tu sombra se me va y yo la persigo, estoy solo, mas vivo junto a tí. Piénsame sin cesar como te pienso, suéñame cada noche en sueño intenso, que para el alma no hay aquí ni allí.
Los Angeles, 11 de enero de 1999
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144 - Vamos
La vieja barca, remos recogidos, duerme en el agua azul de la bahía; letárgico se despereza el día, ignorante de brisas y sonidos. Senderos en el mar desvanecidos, ni son recuerdos ni establecen guía; sólo quedan sosiego y lejanía con sueños de ilusión entretejidos. De nuevo, vieja barca, bogaremos; recíbeme y extiéndeme los remos, y vayamos sin plan ni dirección. Sea la trayectoria larga o corta, no es la llegada lo que más importa, sino la intensa y mutua posesión.
Los Angeles, 12 de enero de 1998

Poemas

Viejo Madrid
Venid conmigo, sombras olvidadas, dispersas en las calles de la villa; la noche es cálida, la luna brilla, se han dormido las últimas pisadas. En pie, frente a palacio, indiferentes, semidormitan los alabarderos, y cruzan embozados caballeros arrastrando actitudes indolentes. Venid, suaves fantasmas, a mi lado, sombras de ayer, salid de la memoria, y resaltad las huellas que la historia dejó invisibles sobre el empedrado. Lope de Vega perfilando un beso, burlesca risotada de Quevedo, la sospechosa muerte de Escobedo, el Rey Francisco en los Lujanes preso. Y en semioscuridad, galán y dama, con tácticas de ruegos y de ofertas, e íntimas alusiones encubiertas de trasladar los juegos a la cama. Oh Madrid, mi Madrid de los poetas, de pluma y de pincel, capa y espada, de la paz conventual, de la algarada, de libertinos, pícaros y ascetas. Madrid de amores regios y truhanes, Grandes de España con el pie en Europa, de mendigos que acuden a la sopa de los frailes, y duermen en zaguanes. Reuniendo el cuerpo esbelto al contrahecho en cuadros de princesas y de enanos, hermanando tahures y villanos al Caballero de la mano al pecho. Sombras de antiguo, todas entrañables, venid a caminar ahora conmigo; en cada calle, en cada plaza sigo vuestros profundos pasos imborrables. Y cada vez que pise vuestras huellas, sombras amigas, viendo en mis lecturas vuestro gozo, pasión o desventuras, podré decir: "Yo estuve allí con ellas".
Los Angeles, 21 de diciembre de 1998
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Después
Una vez más de tí he apoderarme, te amaré una vez más, y habrás de amarme. Tu rosa se abrirá sin resistencia, e inundaré tu vientre de mi esencia, explotando en color tu fantasía mientras me dices tuyo y te hago mía. Mas no te haré una efímera conquista que abrace sólo cuanto ve la vista. La posesión del cuerpo es delirante, mas veloz, como raudo caminante: Breves momentos de penetración, y unos instantes de eyaculación; pero la maravilla de este acto está en la permanencia del contacto: Tu piel junto a mi piel, cálida y firme, sin cesar de mirarme y sonreirme; y un bloqueo absoluto de la mente desatendiendo cada sombra ausente. La población del mundo reducida a dos amantes y una sola vida; y sin ruedas el tiempo, sólo frenos, y junto a mí la ofrenda de tus senos. Ambos nos hallaremos suspendidos en un mundo ulterior a los sentidos, mundo incorpóreo en el que todo es alma, con la pasión aún viva, pero en calma. Cómo hablarán los ojos a los ojos, descorriendo los últimos cerrojos de las zonas ocultas, nebulosas, donde se marchitaron otras rosas. Ahora descolgaremos las cortinas, y llegará la luz a las esquinas, mostrando los más íntimos objetos, en claridad total, y sin secretos. Así me abrazarás, así te espero, así me has de querer, así te quiero.
Los Angeles, 27 de diciembre de 1998
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Romance II
“Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va” (Romance del Conde Arnaldos)
-Dime, poeta de sueños, trovador sentimental, que en la soledad del bosque paseas tu soledad. ¿Quién deshizo la madeja de tu amor primaveral? ¿A quién lloras en silencio? ¿Quién sembró la oscuridad en el recinto del alma, donde nace tu cantar? ¿A quién le dices tus versos, la mañana de San Juan? -Mi tristeza es sólo mía, mía, que de nadie más. “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”. -Dime, marinero amante de los peligros del mar, que arrías la blanca vela capeando el temporal. ¿A quién has dejado en tierra? ¿Quién te arrebató la paz? Y ese brillo de los ojos, tan cansados de mirar, ¿es de la humedad del aire, o de su propia humedad? ¿A dónde van tus suspiros, que no acaban de llegar? -Mi tristeza es sólo mía, mía, que de nadie más. “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”. -Dime, joven peregrino, de paso incierto y fugaz, con polvo de cien senderos sobre tu pardo sayal. ¿Qué persigue tu alma inquieta? ¿A quién tratas de olvidar? El tono de tu salmodia fluye como manantial, que ignora dónde ha nacido, y dónde desaguará. ¿Para quién tu melodía? ¿Para quién tu sollozar? -Mi tristeza es sólo mía, mía, que de nadie más. “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”.
Los Angeles, 1 de enero de 1999
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Reloj
Qué prisa llevan tus manos, estando inmóvil tu cuerpo; qué destructor de esperanzas, con indiferente gesto; cuanto nos diste, nos quitas, y nos queda sólo un eco de la copla que cantamos, inaudible balbuceo. Vino con el optimismo de espontáneo ofrecimiento, ataviada de sonrisas, coronada de silencio, y un rubor de rosas rojas al sentarse sobre el lecho. Miré de cerca sus ojos, y los entornó un momento; y al punto alzó la mirada hacia mí sin titubeos. Tímida, pero resuelta, y conteniendo el aliento, a la espera de mi avance, con serenidad, sin miedo. Miré al reloj, inflexible, en perpetuo movimiento, y le hubiera detenido si hubiera podido hacerlo. Todos los fieros impulsos de mi espíritu bohemio replegaron la ofensiva, y quedaron en suspenso. Ni indeciso ni cobarde, sólo advirtiendo el misterio de un temblor indefinible en las yemas de los dedos. Tenía el aura inmutable de una figura en el lienzo, dejando el cabello oscuro derramado en torno al cuello. Detén, reloj, tu engranaje inmovilizando el tiempo, que he de mirarme en sus ojos tal como me miran ellos. Cómo se me va el instante sin hacerle prisionero; cómo se me escapa el día, y poco a poco anochezco, cómo me envuelve la bruma, y cómo me acecha el sueño, y cómo estoy a su lado, sólo por ella despierto. Quiero, reloj, detenerte, y quiero dejarte ciego, arrancando tu ojo alerta, cíclope imperecedero. Porque este momento es mío, y nadie me hará perderlo.
Los Angeles, 4 de enero de 1999
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Fases de la luna
Tuviste plenitud, luna menguante, y a una rodaja estás hoy reducida; yo viví en plenitud, y a su partida, quedó mi arrojo roto y vacilante, y mi capacidad disminuída. Luna creciente, aspiración resuelta, espíritu de audacia y de conquista: Siento resucitar al optimista en busca de la cúspide, aunque envuelta en niebla, y de sendero desprovista. Satisfacción total de luna llena, superado el deseo y la esperanza, y arribando a la meta en que se alcanza sosiego emancipado de la pena, de la duda, el temor, y la mudanza. Luna nueva, escondida y misteriosa, con dinámica infiel de aventurera, destruye la decrépita barrera que limita su acción tumultuosa, y a un nuevo amante se ha de dar entera.
Los Angeles, 8 de enero de 1999
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Quijotesca
Tras los ojos que fijamente miran no hay molino de viento ni gigante, sino sueños azules que suspiran por el amor de un caballero andante. No hay afán de conquista ni de lucha, camino incierto o aventura ciega; sólo una mente en permanente escucha por el eco del paso que no llega. Me acercaré en silencio a su mirada, intensa y sin un leve parpadeo, y besaré sus labios, sin que nada se oponga a su ilusión y a mi deseo. Y si debo luchar en su terreno con los fantasmas que la tienen presa, seré como el relámpago y el trueno, látigo de la duda y la sorpresa. Despojará mi mano su armadura de incertidumbre y ánimo medroso, y al rodear mi brazo su cintura, será mi Dulcinea de El Toboso.
Los Angeles, 13 de enero de 1999
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Ella y los dos
¿Cómo puedo tener tan dividida este alma de mujer, en múltiples caminos que la vida me entrecruza en maraña entretejida, y sin darme la audacia de escoger? Se arrastran incompletos mis amores, y una huella sangrienta marca el paso de duda y sinsabores que al mezclar arrebatos y temores enrojece la senda polvorienta. Por muchos años sólo en un sendero se deslizó mi pie; fue un paisaje doméstico, el primero, pero el amante se hizo compañero, y la pasión se fue. Y me llegó el susurro del destino, (¿o fue un grito quizás?), y apareció una sombra en mi camino, transformó mi quietud en torbellino, y aunque lo tuve todo, quise más. Soy indeciso péndulo que oscila del uno al otro extremo, con la imagen del uno en la pupila, y el ardor con que el otro me aniquila, y entre los dos suspiro, y amo, y temo. Incapaz de romper el duro lazo que a los dos me encadena, ni el sentimiento finjo ni disfrazo, a ambos les beso y a ambos les abrazo, y de ambos parto con la misma pena. Si esta bifurcación en el sendero pudiera suprimirse.... Mas no lo haré; el amor con que los quiero a los dos es idéntico y sincero, y en mí estarán hasta que quieran irse.
Los Angeles, 14 de enero de 1999
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El carro alado
Cruza el azul del cielo a la carrera, equilibrado auriga, sujetando la rienda, de manera que a ambos corceles controlar consiga. El blanco es dócil, tiene disciplina, su zancada es segura, sigue la línea recta, y ni se inclina, ni retarda la marcha o se apresura. Erguido como el alma de un guerrero, solemne en su obediencia, lleva un estilo varonil y austero, que aúna la fuerza con la convivencia. Es el negro rebelde y atractivo, de instinto incontrolable, impulsos de carácter destructivo, sordo a la voz, y espíritu indomable. No es la palabra, sino el grito ardiente, no la serenidad, sino la ira, no es apaciguador, es combatiente, y así en opuestas direcciones tira. A tí, auriga del carro, corresponde controlar los corceles, estableciendo cuándo, cómo y dónde coronarás tu frente de laureles. Tú eres la inteligencia, alerta y fría; la ilusión y el instinto no sabrán galopar en armonía, siendo el uno del otro tan distinto. Y a pesar de tu esfuerzo y tus razones, fracasará tu intento, porque los ímpetus de las pasiones tu carro arrancarán del firmamento.
Los Angeles, 15 de enero de 1999
Diseño: Carmen Álvarez
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