Breverías
508
La soledad de amor no es silenciosa,
aunque el beso y la risa estén callados;
porque al sangrar la herida dolorosa,
gritos reventarán desesperados.
509
Ni mi memoria olvidará, ni ignora
las locuras de antaño; sólo siento
no haber tenido más atrevimiento,
y no poderlas repetir ahora.
510
Me llora el alma de melancolía.
¿Por qué? ¿Por quién? No lo sabré decir.
Quizá hubo una mujer..., quizá hubo un día...,
quizá un amor que se dejó morir.
511
La tuve un día; la amé;
y fui amado...Eso fue un día.
Pero murió la alegría,
y en este punto no sé
si fui yo quien la olvidé,
o ella que de mí se iría.
512
Juventud, perenne juego,
rama vigorosa y verde
cuya energía se pierde
en humo al hacerse el fuego.
Madurez, calma y sosiego,
leño seco, vieja rama
combustible, que se inflama
sin dificultad, y extiende
su calor, y ni pretende,
ni alardea ni reclama.
513
Al descender la piedra sobre el lago,
la tersa superficie hiere y quiebra;
y el agua lo recibe como halago,
y en concéntricas ondas lo celebra.
514
Mis labios a los suyos se ofrecieron,
y en giro rápido volvió la cara;
y la besé bajo la luna clara,
aunque esta vez sus labios me evadieron.
515
Lúbrica, temblorosa, y tan distante;
ávido, decidido, y tan lejano;
tu mano tan sensual como mi mano,
tu piel como la mía tan vibrante.
516
¿Temor, de qué? ¿Del beso prometido,
que es a la vez el beso deseado?
Más deberás temer que habré partido
tan prontamente como habré llegado.
517
Ah, la espera, la espera interminable
de la repetición de aquel suceso;
y el paso de los días, implacable,
que parece alejar más su regreso.
518
Oh, qué capacidad de amor y entrega
se percibe emanar de tus acciones,
sin indagar pretextos o intenciones,
con el desinterés que nada niega.
519
Ven hacia mí de nuevo, como luna
desgarrando las nubes, y suprime
estas distancias en que el alma gime,
negra mazmorra de cruel fortuna.
520
No me acariciaré. Tu mano espero,
y cuando llegue me hallará exaltada;
y esta satisfacción anticipada
me la harás realidad de cuerpo entero.
Sonetos
284 - Jefe
“Que me odien con tal de que me teman.”
Accio, Lucius Accius (170-86 a. C.); escritor latino.
Monarca sin corona, alma pedante,
amamantado en la imbecilidad;
¿de dónde nace tanta vanidad,
y qué nutre tu espíritu arrogante?
Si la vana altivez del ignorante
es el cimiento de tu autoridad,
en lugar de cosecha de verdad
recogerás doblez desafiante.
Serás islote que en el mar perdido
arrinconado vive, aborrecido,
incapaz de explicarse y de entender.
Y un día, al despeñarte de tu altura,
nadie lamentará tu desventura,
necio y soberbio con y sin poder.
Los Angeles, 1 de diciembre de 1999
285 - Miedo
“Dejarás de temer cuando dejes de esperar.”
Séneca, Lucius Annaeus (c.5 a. C.-65 d. C.);
Vuelo, y las alas, inmovilizadas,
no ya de plumas, de metal helado,
me impiden el descenso controlado,
y me envuelven las olas encrespadas.
Corro, y las piernas, torpes y pesadas,
me retardan el ritmo; y hostigado
de garras invisibles, maniatado,
se desploman mis fuerzas fatigadas.
Dondequiera que voy o alzo la vista,
no hay mirada cordial, mano que asista,
palabra de bondad, gesto efusivo.
Sólo la fauce abierta de un desierto
que al verme inmóvil me supone muerto,
sin yo mismo saber si aún estoy vivo.
Los Angeles, 3 de diciembre de 1999
286 - Escapada
“Siempre suspiramos por visiones de belleza,
siempre soñamos mundos desconocidos.”
Máximo Gorki (1868-1936); novelista ruso.
En un caballo blanco, mi princesa,
en un relámpago he de secuestrarte;
sobrepasado el lapso de esperarte,
ya realidad la escéptica promesa.
Sin plan, sin táctica en la mente impresa,
con la improvisación por estandarte,
en avance y repliegue al galoparte,
marcha sensual en que el amor se expresa.
Salta a la grupa, ciñe mi cintura,
que envueltos en el tul de esta locura
un pegaso sin alas volaremos.
Arrancada al hogar sin un suspiro,
en mí te miras y por tí respiro,
y en diálogo sin voz nos entendemos.
Los Angeles, 3 de diciembre de 1999
287 - Gozo
"Sé hoy feliz. El final está más cerca de lo que crees." (Proverbio chino)
Luminoso destello en el semblante,
desbordándose el alma en la mirada,
ruge en la entraña fiera llamarada,
vibra en la voz acento exhuberante.
El corazón palpita trepidante,
y en el amanecer, la luz dorada
se anuncia mensajera abanderada
de regocijo eufórico y radiante.
En el fondo del alma el gozo habita,
y en temblores recónditos se agita,
mientras vive el placer sobre la piel.
Y el uno lleva al otro de la mano,
amigo, camarada, amante, hermano,
o jinete al galope en su corcel.
Los Angeles, 5 de diciembre de 1999
288 - Tristeza
“Es sincero el dolor del que llora en secreto”.
(Marcial, c.40-c.102 d. C.)
Gime en la noche el llanto más sincero,
porque quien llora, sin testigos llora,
en lenta soledad, hora tras hora,
y cae al fin del sueño prisionero.
Amaneceres lúgubres de enero,
luz tardía y opaca, precursora
de la jornada gris, que se incorpora
al alma que ha perdido el derrotero.
Qué lejos están hoy abril y mayo,
sonrisas resbalando en cada rayo
de luna plácida, de sol ardiente.
Es tan larga esta sombra y este frío,
que el corazón ya no parece mío,
y aún sin él, no sé estar indiferente.
Los Angeles, 6 de diciembre de 1999
289 - Valor
"Héroes son los que, contra las ideas admitidas,
sostienen sus ideas". (Alexis Carrel).
Ni guerrero escalando la muralla,
ni agresivo león sobre la presa,
soy un hombre tan sólo que se expresa
con libertad, y en ocasiones calla.
Valiente es quien se lanza a la batalla,
héroe es quien va, no siempre quien regresa,
quien elige, no quien se ve en la empresa,
no el que tolera, sino el que avasalla.
El valor es razón y voluntad,
no hay valentía en la temeridad,
sólo impulso animal, decisión loca.
Y más aún que la acción, será la idea
clave de la victoria en la pelea,
aflorando en disparos por la boca.
Los Angeles, 7 de diciembre de 1999
290 - Dolor
"El recuerdo del gozo ya no es gozo, mientras que
el recuerdo del dolor todavía es dolor." Lord Byron (1788-1824)
Y prefirió la muerte al sufrimiento
por la quietud serena de la muerte.
Qué aciaga adversidad la que convierte
amor idílico en fatal lamento.
Si no hay amor de desconsuelo exento,
si aún la sonrisa al fin lágrimas vierte,
si no hay gozo que a angustia no despierte,
¿a qué aspiramos? ¿A un girón de viento?
Oh, dolor, compañero inevitable
del amante leal y del culpable,
del que amó un día, del que nunca amó.
Vibra en el borde rojo de mi herida,
que tu presencia es signo de la vida,
incapaz de sufrir quien ya murió.
Los Angeles, 8 de diciembre de 1999
291 - Compañía
"No es bueno que el hombre esté solo,
démosle una compañera". (Génesis, 2,18)
Cuanto en mi entorno existe y me rodea,
tigre, clavel, estrella, viento, río,
lleva un carácter huérfano y sombrío
bajo el aspecto de su bella idea.
Todo ese mundo a mis sentidos crea
vínculo tenue, estela de navío
disipada como un escalofrío
que en el mar suave de la piel ondea.
Y a tu llegada, amante, compañera,
en mi interior, la creación entera
se estremeció por ver tu desnudez.
Y el aislamiento en que me vi sumido
se desplomó a mis pies, desfallecido,
al obtenerte la primera vez.
Los Angeles, 8 de diciembre de 1999
292 - Soledad (I)
"El águila vuela sola; el cuervo en bandadas. El necio tiene necesidad de compañía y el sabio, de soledad". (Friedrich Rückert)
Me desenlazo de visión y ruido,
muro interceptador de mi viaje,
y avanzaré ignorante del paisaje,
la vista al interior, sordo el oído.
Un mundo existe en mí, semidormido,
y lo he de despertar. Traigo un mensaje
de conceptos desnudos, en lenguaje
sutil y agitador, rumor y aullido.
Y viviré en mí mismo en armonía,
impasible al ladrar de la jauría
que marcha junto a mí, mas no conmigo.
Lo haré en simplicidad y gentileza,
que en pequeñez se oculta la grandeza,
y así encontraré en mí al mejor amigo.
Los Angeles, 8 de diciembre de 1999
293 - Soledad (II)
“Allí donde se había soñado en compañía,
resucitan dos soledades”. (Eugenio d'Ors, 1882-1954)
Se ha desnudado de su luz el día,
en sombra su color desvanecido,
y sobre el candelabro se ha dormido
la tibia llama que de noche ardía.
Y así, en esta tiniebla muda y fría,
en carencia de ti, no hallo sentido
ni a este mundo en que vivo sumergido,
ni al alma, en lúgubre melancolía.
¿Cómo puede vivir el ermitaño
en soledad tan honda, año tras año,
si a mí ya me bordea la demencia?
Qué silencio opresor, qué negro estado,
qué puñal penetrante en mi costado,
qué nostalgia de ti, qué dura ausencia.
Los Angeles, 9 de diciembre de 1999
294 - Esperanza
“La esperanza es, en verdad, el peor de los males,
porque prolonga las torturas de los hombres”. (Nietzsche, 1844-1900)
Qué sádico verdugo es la esperanza,
en permanente oferta, sin entrega,
carabela dorada que navega
a horizonte remoto que no alcanza.
Quien espera está inmóvil; sólo avanza
si a mandobles inexorables siega
quimeras y utopías, y se niega
a la quietud del sueño y de la holganza.
Contemplar el futuro sin hacerle
será en inútil ilusión perderle,
que el triunfo exige decisión activa.
Y la esperanza es sólo un espejismo
que bajo máscara de idealismo,
mantiene al alma en vacuidad cautiva.
Los Angeles, 10 de diciembre de 1999
295 - Amor
“El dolor es el principal alimento del amor, y todo amor que no se alimenta
con un poco de dolor, muere”. (Maurice Maeterlinck, 1862-1949)
Yo soy tú, tú eres yo, y ambos estamos
enlazados en mutua servidumbre,
viviendo al día, sin hacer costumbre
del beso y la palabra que brindamos.
Y así los dos por el camino vamos
tratando de escalar la misma cumbre,
tan ignorados de la muchedumbre
como nosotros mismos la ignoramos.
Y si volviéramos atrás la vista
veríamos la senda desprovista
de otras huellas, tan sólo las que hicimos.
Porque nadie nos sigue ni acompaña
sino el calor que abrasa nuestra entraña
desde el primer momento en que nos vimos.
Los Angeles, 11 de diciembre de 1999
296 - Curiosidad
“La vejez es la pérdida de la curiosidad.” (Azorín, 1874-1967);
Ráfaga muda de interrogaciones
extendiéndose en rápido reguero,
y explorando, intrigante mensajero,
sombras, enigmas, actos e intenciones.
Tropel de dudas y contradicciones,
lleva sólo al rumor por compañero,
y aún así acepta como verdadero
su producto de vanas presunciones.
Forja el sueño infantil, y lo despierta,
la ilusión juvenil, y la deserta,
y destruye el amor de madurez.
Y sólo en la antesala de la muerte
pierde vigor e intriga, y se convierte
en la apatía gris de la vejez.
Los Angeles, 13 de diciembre de 1999
297 - Placer
“Todo placer languidece cuando no se disfruta en compañía.”
(David Hume, 1711-1776)
Ven en identidad de itinerario,
tu pie en la huella que mi pie te ofrece,
y el temblor que mis huesos estremece
tendrá en los tuyos ímpetu incendiario.
Ven a mí, que el placer, si solitario,
tan restringido está que languidece;
pero conmigo en plenitud florece,
tú y yo, yo y tú, binomio necesario.
Serás el mármol y te haré escultura
a golpes de pasión y de ternura,
seré cincel erótico y mental.
No me dejes en este sufrimiento
de esperar el placer. Sé el instrumento
que desanude mi explosión sensual.
Los Angeles, 13 de diciembre de 1999
298 - Serenidad
“Todo pasa; sólo la serenidad permanece.” (Lao-Tse, c.565 a. C.)
Los ojos de la noche cierra el viento
con suavidad de tibias mariposas,
y acaricia el aroma de las rosas
la soledad del campo soñoliento.
Sobre el lago ha cesado el movimiento,
y es ya un espejo de aguas luminosas
en cuyo fondo brillan temblorosas
estrellas de remoto firmamento.
La luna asciende silenciosa y lenta;
con grácil gesto levemente ahuyenta
la penumbra, que cede a su fulgor.
Y yo te observo junto a mí dormida,
la apacible sonrisa suspendida
sobre tu rostro, inmóvil ruiseñor.
Los Angeles, 14 de diciembre de 1999
299 - Sensualidad
“El amor es la poesía de los sentidos”. (Balzac, 1799-1850)
Desnúdate a la luz, tan lentamente,
que mi deseo intente espolearte,
y al semidescubrirme cada parte
deba frenar el ímpetu impaciente.
Es cada pliegue un diablo irreverente
que descubre y encubre, sin mostrarte
en tu esplendor total, y he de gozarte
en pausado proceso intermitente.
Mis ojos se han de transformar en mano
que compelida de fervor pagano
te arrancará la blusa de un tirón.
Y en reciprocidad anudaremos
nuestras extremidades, y caeremos
de los retozos en la convulsión.
Los Angeles, 15 de diciembre de 1999
300 - Distancia
“Mil leguas de separación hacen casi el mismo
efecto que mil años de distancia.” (Benjamin Franklin, 1706-1790)
Languidezco en la noche interminable
ceñido a la añoranza clandestina
de un día cuya luz aún me ilumina,
de un encuentro de entrega inagotable.
Se fue, no la retuve, soy culpable,
y el clavo siento de esa amarga espina;
su recuerdo me envuelve, me fascina,
me inmoviliza y torna vulnerable.
Oh, si pudiera andar en retroceso
para recuperar su último beso,
y su piel adosar contra la mía…
Esa piel que mis dedos aún perciben,
labios que absorben, manos que en mí escriben…
cómo aborrezco tanta lejanía.
Los Angeles, 15 de diciembre de 1999
Poemas
Argos
Hay hombres que los años no envejecen,
cuya niñez les lleva de la mano,
y hay perros que a sus amos se parecen,
revelando un carácter casi humano.
Oh, mi cachorro, que jamás creciste,
juvenil en estilo y en el juego,
presto siempre al afecto, nunca triste,
más inclinado a dádivas que a ruego.
Flota en la oscuridad de tu mirada
hondo misterio y claridad de espejo,
que en silenciosa voz alborozada
me responde a través de su reflejo.
Tanto impulso en los nervios anudado,
en otra época libre y explosivo,
hoy gesto por la edad debilitado,
si más frágil, no menos afectivo.
No hay rosa que no llegue a marchitarse,
fortaleza que el tiempo no destruya,
fuego que un día no logre a apagarse,
vida imperecedera, mía o tuya.
Ambos seguimos juntos un camino
que nos imprime idéntica fatiga,
que nos conduce a idéntico destino,
que a idéntica tortura nos castiga.
El silencio te abraza, rechazando
los rumores que acuden a tu oído,
cerrado a toda voz, sólo escuchando
la incisiva señal de mi silbido.
Ya tendido a mis pies, ya la cabeza
reclinada gentil en mi rodilla,
cuánta dulzura y singular belleza
al fondo negro de tus ojos brilla.
Qué difícil resulta incorporarse
cuando la agilidad se nos repliega,
sin perder el deseo de entregarse,
aún conociendo lo arduo de la entrega
Oh, mi leal amigo y compañero,
alerta sobre mí, ajeno al quejido,
con aspecto bravío de guerrero,
y ternura de niño adormecido.
Cómo se acerca el fin, y no sabemos
ni cómo irás, ni cuándo; pero al irte
tu recuerdo en el alma guardaremos,
y allí jamás, jamás has de morirte.
Ven a mi lado manso, silencioso,
yace a mis pies, cachorro envejecido,
que no turbará nada tu reposo;
quédate, amigo, junto a mí dormido.
Los Angeles, 13 de noviembre de 1999
Padre de mis hijos
Te vi como reflejo de mí misma
al mirarme en el fondo del espejo:
Tus ojos en los míos,
mirada clara, idénticos deseos,
sincronizado el paso hacia el futuro
sobre un afán de ideas y proyectos.
Pero perdí el contacto,
empañada la imagen por el tiempo.
Percibo tu presencia
como percibe el ciego
en la proximidad del transeúnte
ciertos indefinidos movimientos.
No sé si te perdí, si me has perdido,
si en una encrucijada de senderos,
por no marchar unidos de la mano,
adoptamos dispares derroteros.
Hoy ya no estás en mí, aunque comparta
indiferente mesa, frío lecho,
y alborozo de voces juveniles
sobre nuestro silencio.
No un silencio total, que aún hay palabras
tibias, superficiales, sin veneno,
que tal vez se incorporen a la mente,
o tal vez se diluyan en el viento,
pero rebotan en la piel del alma
con un tañido hueco.
Y ¿por qué sigo aquí, lánguida rosa,
muda canción, agonizante fuego,
como oprimida por el peso absurdo
de un bloque de cemento?
¿Cómo extender las alas,
y remontar el vuelo,
con este lastre de años del pasado,
con ese porvenir atado al miedo?
El amante se hundió en torpe letargo,
yace el amigo encadenado al sueño,
trámite rutinario es el esposo,
y sólo al padre de mis hijos tengo.
Necesito una fuga con retorno,
una inyección de brisas y de versos
que oxigene esta sangre que se pudre
en soledad de amargo cautiverio.
Y lo he hacer. Palpitarán mis sienes,
rígidos los pezones en mis senos
saldrán en busca de la mano firme,
de la humedad y del calor del beso;
y he de tener, y habré de dar la entrega
que un día tuve y dí, de que hoy carezco.
Ven, viento amigo, que tu recio soplo
erradique esta niebla en mi cerebro
y pueda ver la claridad del dia
y caminar a un horizonte nuevo.
Aunque al anochecer llegue la sombra,
y deba regresar a mi desierto.
Los Angeles, 22 de noviembre de 1999
Soledad sonora
“La música callada,
la soledad sonora...” (San Juan de la Cruz)
Desplegando sus alas el silencio
cuando la voz de tu canción fue mía,
cerré el oído al griterío externo,
para escuchar tan sólo tu sonrisa;
esa sonrisa tan imperceptible,
que tanto me acerqué a tí para oírla.
Tú mi violín, y mi contacto el arco
que hizo vibrar tus más íntimas fibras
en música callada, ajena a todos;
sólo yo percibí tu melodía.
Y el alborozo, la efusión, el brío,
fue una erupción enérgica y furtiva
resonante en nosotros, muda a extraños,
que nadie le oye al alma cuando grita.
Eso fue ayer; estabas a mi lado,
y mi imagen brillaba en tu pupila.
Pero el fuego del tiempo ha reducido
múltiples calendarios a cenizas,
y aquel amor de entonces, hoy cadáver,
en descomposición yace en la cripta.
Hoy, de nostalgia y soledad transido,
aún te retiene el corazón cautiva,
retirada de mí, y a mí sujeta,
tan presente, y en tanta lejanía.
¿Qué mágico poder habrá arrancado
el mundo de mi entorno, que mi vida
no toca ya, ni escucha, ni percibe
color, sonido, imágenes ni aristas?
Perdido estoy en un vacío absurdo,
en un silencio y soledad sombría.
Pero dentro de mí, desgarradores,
hay gritos de dolor que me acuchillan.
Los Angeles, 27 de noviembre de 1999
¿Y tú?
¿Cuántas veces te estremeció la duda
de si en verdad alguna vez le amaste?
Y cuántas, sin embargo, ciega y muda,
los ritos del amor sobrellevaste?
Y tú, mujer, un tiempo enamorada,
y hoy revestida de monotonía,
con la fogosidad amordazada,
y la esperanza de que habrá otro día.
Y tú, que le detestas y le amas,
porque es infiel, y a un tiempo fascinante,
y ni exiges, censuras o reclamas,
siendo, más que la esposa, una otra amante.
Y tú, desenfrenada en el deseo,
mas reprimida en tanta dependencia,
sin aceptar un simple devaneo,
anegada en su propia indiferencia.
Y tú, que ni silencias ni toleras
su frialdad o sus indiscreciones,
y se pierde tu grito, y desesperas
entre tu inercia y sus humillaciones.
El proyecto que un día acometiste
desde el altar hasta la sepultura,
se ha convertido en simulacro triste
que exige perpetrar una locura.
Si contingencias hay inevitables
que impiden abordar otro destino,
corta algunas de las innumerables
flores que festonean el camino.
De ti, mujer, abandonada, herida,
libre en sueños, hundida en cautiverio,
tendré la flor de tu pasión dormida
despertándola a mí, dulce adulterio.
Los Angeles, 30 de noviembre de 1999
24 de diciembre
Sombra serena,
blanco silencio helado;
la nochebuena.
Y de repente,
el trineo en el aire
se hace presente.
Niños dormidos,
campanillas de plata,
sueños floridos.
Luz de la aurora,
amanecer ruidoso,
hoy nadie llora.
Los Angeles, 3 de diciembre de 1999
Adiós, mi compañero
Si me pregunta el rayo de la luna
dónde están tus profundos ojos negros,
responderé que hay dos estrellas nuevas:
Adiós, mi compañero.
El trueno explotará en las soledades
de las lluviosas noches del invierno
sin hallar tu ladrido por respuesta:
Adiós, mi compañero.
Las cuevas de tu oído se cerraron
a los sonidos, y te amó el silencio,
y el silencio final hoy te arrebata:
Adiós, mi compañero.
Se derramó mi gozo en tu alegría
convirtiendo mis juegos en tu juego,
y mi caricia leve en tu lamida:
Adiós, mi compañero.
Y cuando la serpiente del dolor
enroscó los anillos en tu cuerpo,
mi sufrimiento fue al compás del tuyo:
Adiós, mi compañero.
Aunque te hice partir, no hubo abandono,
mi mano en tí hasta el último momento,
y aún hoy mi llanto como aquel instante:
Adiós, mi compañero.
Sé que en las tardes buscaré tu espalda,
y a mis pies sólo habrá un soplo de viento
que me dirá que pasas de visita:
Adiós, mi compañero.
Y sé también que libremente corres
por un mundo mejor, campos abiertos,
con aquellos que se te adelantaron:
Adiós, mi compañero.
Desde las altas torres de la aurora
hasta las ruinas del ocaso en sueños,
trotarás las estepas de las nubes:
Adiós, mi compañero.
Y en ocasiones detendrás el paso
como si oyeras un rumor de lejos;
no es más que mi recuerdo que te añora:
Adiós, mi fiel, mi alegre compañero.
Los Angeles, 17 de diciembre de 1999