Breverías
741
Eras menos verdad, más fantasía;
te vi y te revestí de realidad,
y te alejaste al renacer el día;
ahora no sé si existes de verdad,
o si yo te inventé mientras dormía.
742
Los rudos temporales de la vida
íntima ruina hicieron de mi casa;
por tus manos hoy soy reconstruída,
piedra a piedra, a paleta y argamasa;
la opulencia anterior, que fue perdida,
tu presencia la suple y la rebasa;
hoy entrarás bajo mi propio techo,
y habitada de ti estaré en el lecho.
743
Ay, qué besos tan lejanos
los que tu deseo envía;
mi deseo es que algún día
puedan besarte mis manos.
744
Un temblor de imposibles me sacude,
de lo que nunca he sido,
de lo que nunca pude,
de lo que no seré, porque he perdido
la aptitud de creer que he de lograrlo,
y sin creerlo no podré crearlo.
745
Tengo una boca huérfana del beso
que tiempo atrás te habló en lengua lasciva;
tiempo que fue y se va sin retroceso,
dejando mano ociosa y mente activa;
a tientas voy dentro de mí; atravieso
los mares del recuerdo, a la deriva;
qué oscuro es el silencio de esperarte,
para como te hablé, volver a hablarte.
746
Me moriré en octubre, cuando muere
la dorada esperanza del estío;
porque el otoño que sin ti viviere,
será un invierno inmensamente frío.
747
Te canto moribundas melodías,
porque aún estando en mí, te haces ausente;
si en ti pudiera estar, me escucharías,
ya fuera en soledad de lejanías,
o en el tumulto urbano de la gente.
748
Se retuerce mi estómago, pensando
que van las millas desechando ceros;
pasajero serás sólo volando;
después de haber estado cabalgando,
ni tú ni yo seremos pasajeros.
749
Vivo con el cadáver de los sueños
que engalanaron mi palacio un día;
pausadamente hiciéronse pequeños,
y expiraron al fin; fueron mis dueños,
y hoy lo soy yo de su verdad sombría.
750
Desmelenada, sí, desmelenada,
la cabellera flameando al viento;
sin lazos, sin horquillas, frente alzada,
como quien todo quiere y teme nada:
ven a mí en avidez y atrevimiento.
Sonetos
459 - Amedentrada
Llegó el temor, con ella de la mano,
dejándola a mis pies, estremecida;
el temor, que abandona su guarida
al ver el gozo recalar cercano.
El temor, que se dice amigo, hermano,
pero a la duda y al dolor convida;
tal vez irracional, mas cuya herida
abierta permanece y sangra en vano.
Sobre la tierra y a mis pies yacía;
y mientras en mis brazos recogía
su cuerpo, se atenuaban los temblores.
Leyó en mis ojos ademán sereno,
besé sus labios, la estreché en mi seno,
y reposó en serenidad de amores.
Los Angeles, 10 de junio de 2001
460 - Incierta sombra
Cuando el sueño en la noche se rebela,
rechazando tenaz cálido abrazo,
sólo tu sombra yace en mi regazo,
tu cuerpo en mar de ausencia a toda vela.
Si a la ventana, insomne centinela,
con la mirada el panorama trazo,
la tiniebla me asesta el ramalazo
de invidencia que el campo sobrevuela.
Dejé de ser el dueño del paisaje,
perdí sendero, nubes y ramaje;
dentro y fuera de mí, la oscuridad.
Ni tu claro perfil me pertenece;
sólo una incierta sombra que carece
de iniciativa y de sensualidad.
Los Angeles, 13 de junio de 2001
461 - Líneas
Tu horizontal pasado no me aflige,
hundido ya en la arena movediza
del tiempo, como el fuego en la ceniza;
a sí misma la vida se corrige.
Y hoy un nuevo existir la vida elige,
presente vertical que esteriliza
las heridas de ayer, las cicatriza,
y nuevas tácticas de amor exige.
Vertical para mí, firme y enhiesta,
tan a mi propio cuerpo yuxtapuesta,
que uno sólo, no dos, pareceremos.
Ni paralelas ya ni divergentes,
sólo dos verticales adyacentes
que en nueva horizontal persistiremos.
Los Angeles, 15 de junio de 2001
462 - Siempre fiel
Tan fiel siempre me ha sido, tan segura
en mis vagabundeos, sin protesta,
discreta en su silencio, tan dispuesta
a seguirme sin dudas ni amargura.
Si el ritmo de mi paso se apresura,
a avanzar a ese ritmo está dispuesta;
y si lento mi pie se manifiesta,
ella esa misma lentitud procura.
En las noches de amor, cuando en secreto
al abrazo prohibido me someto,
muda se quedará sobre la alfombra.
Y cuando el nuevo día haya llegado,
de nuevo seguirá fiel a mi lado,
pura, sincera, inseparable sombra.
Los Angeles, 17 de junio de 2001
463 - Asalto
Agazapada estás, muda y bravía,
con el amago hostil de la pantera;
presa consciente soy, presa que espera
tu salto elíptico a la espalda mía.
En tu agresividad hay rebeldía,
el instintivo impulso de la fiera,
pero también la voluntad sincera
de forjar exaltada compañía.
Y fusionada exaltación te ofrezco;
me perteneces y te pertenezco,
y haré mía tu acometividad.
Qué campo tan glorioso de batalla,
en que tu amor contra mi amor estalla,
emborrachados de sensualidad.
Los Angeles, 22 de junio de 2001
464 - Sin puente
Herido estoy de amores a distancia,
desangrando deseos por la herida,
y al otro lado tú, desconocida
en vista, tacto, vibración, fragancia.
Piel que no habla a la piel, siega ignorancia
en malograda mies, languidecida
bajo la escarcha que tornó la vida
en insignificante circunstancia.
Pues la vida sin ti es intrascendente,
dos riberas de un río, que sin puente,
resultan mutuamente inasequibles.
Estréchense las aguas, la enramada
de ambas orillas quede entrelazada,
y florezcan abrazos imposibles.
Los Angeles, 25 de junio de 2001
465 - Recomenzar
Quiero ignorar los números, tan fríos,
y olvidar las palabras, tan triviales,
obliterar conceptos racionales,
y dejar mente y corazón vacíos.
Ninguno de esos elementos míos,
saldos, libros, ideas o ideales,
me hace amarte mejor; obvias señales
de que siempre labré campos baldíos.
Debo arrasar con mano vengativa
cuanto ayer erigí, porque me priva
de edificarte un monumento puro.
Tal vez precisaré nuevo alfabeto,
otra álgebra, un proyecto más completo;
tal vez sólo tu amor para el futuro.
Los Angeles, 26 de junio de 2001
466 - A la puerta (I)
Llamé a tu puerta en soledad de día,
y partí sin el beso anticipado.
“Qué ausente está”, pensé. “Todo cerrado.
¿Será animadversión? ¿Será apatía?”
Respondiste a la puerta. Sonreía
la luz de la mañana en el terrado.
“Qué extraño”, te dijiste. “Aunque han llamado,
nadie aguarda, y la calle está vacía.”
Y cerraste la puerta delantera.
Esa puerta que siempre y sólo espera
mano cortés, saludo comedido.
Y yo en la puerta de servicio estaba,
por donde entra el amor; y agonizaba
por darte el beso del amor prohibido.
Los Angeles, 26 de junio de 2001
467 - A la ventana (II)
No se entreabrió tu puerta a mi reclamo,
mi tentativa inadvertida o vana;
pero llamé tenaz a la ventana,
como otras veces desde el alma llamo.
Mi llamada inicial fue como un ramo
de claveles temblando en la mañana,
tan suave en el cristal, que la persiana
pensó que el viento le decía: “Te amo”.
Mi segunda llamada, algo más fuerte,
con la impaciencia del que anhela verte,
tembloroso en los labios y en los dedos.
Pero tal vez soñabas…, o dormías,
y al constatar que no me respondías,
mi propio insomnio se colmó de miedos.
Los Angeles, 27 de junio de 2001
468 - Al interior (III)
Pude verte hoy al fin, mas sin llamarte,
habiéndote esperado no sé dónde;
quizá porque tu ser en mí se esconde,
y eres de mí vital, íntima parte.
Tu hogar vacío está; ¿cómo culparte
si nadie a mi señal abre o responde?
quien conocerte quiera, que en mí ahonde,
porque yo soy tu hogar, y tu baluarte.
Por eso hice un sondeo en mi consciencia,
revelándose al punto tu presencia
donde debiera haber buceado antes.
Ya no saldré en tu búsqueda. Te tengo.
Contigo voy, y soy, y estoy, y vengo;
perfecto acoplamiento: Dos amantes.
Los Angeles, 27 de junio de 2001
469 - Escríbelo
Oh, la página blanca de tu vida,
tal vez el libro en blanco todo entero,
donde los fríos copos de febrero
dibujan su caricia desleída.
¿Dónde quedó la rubia espiga erguida,
ignorante de trilla y de granero?
¿Dónde el racimo de oro, prisionero
de la vid, que no sangra de su herida?
¿Dónde está la campana, que no tañe,
dónde el arado, que la tierra arañe,
dónde la rosa, marchitada ya?
Y ¿dónde está tu historia, tu escritura,
tu furia, tu erotismo, tu dulzura?
Si no lo escribes, ¿quién lo escribirá?
Los Angeles, 27 de junio de 2001
470 - Un beso casto
Un beso casto me ofreciste; un beso
de abjuración de lo que el beso exige;
para que uno en verdad nos regocije
debe arropar sensualidad y exceso.
El beso casto es escultura en yeso,
que abaratada en el portal se erige;
el exaltado es bronce en que se fije
la permanencia de un perfil impreso.
Si en decoro me besas, dilapidas
las oportunidades que dormidas
en la más íntimo del alma yacen.
Despiértalas; que libres se abalancen
y entre tus labios y mis labios dancen
besos que instigan y que satisfacen.
Los Angeles, 28 de junio de 2001
Poemas
Tercera opción
Bajo el cielo claro la mañana estalla
en rumores vivos, lúcidos matices,
y tú, luz y sombra, sin linde o muralla,
mi entraña penetras hasta sus raíces.
Eres alma y cuerpo, pero aún no te entiendo;
y tímido inquiero: “¿Puedes ser mi amiga?”.
Y en tu voz serena voy reconociendo
que otras intenciones tu cerebro abriga.
“Los amigos hablan, los amigos ríen,
tal vez permanecen, o se van quizás;
y aunque los secretos mutuos se confien,
me parece poco: necesito más”.
Las aguas del río pasan apacibles,
la brisa, tan suave, cruza silenciosa,
mis palabras suenan casi imperceptibles,
temblando en el aire: “¿Quieres ser mi esposa?”
“Una esposa sigue cauce establecido,
sin poder salirse, ni volverse atrás;
su placer resulta cansado o prohibido,
no quiero confines: necesito más.”
Sobre las espinas la rosa mecía
su corola, roja como mi semblante;
y mi voz, tan débil que ni yo la oía,
susurró cohibida: “¿Quieres ser mi amante?”
Me quedé a la escucha; y un silencio denso
pareció ceñirme como nube oscura;
la naturaleza fue un vacío inmenso,
yo un punto carente de espesor y altura.
Y al fin tu respuesta resucitadora
llegó como el eco de un clarín de oro:
“He de ser la amante que canta y que llora,
que acepta la furia, que ignora el decoro.
La amante entregada por sólo un momento,
o por una vida, sin lugar ni plazos;
que quizá se aleje como lo hace el viento,
que tal vez se quede dormida en tus brazos”.
Despertó sus cantos la nueva mañana,
repoblando el aire de aroma fragante,
y al filtrarse el día por nuestra persiana,
me encontró despierto, besando a mi amante.
Los Angeles, 6 de junio de 2001
Viento
Eres viento que pasa,
jinete nómada en los olivares,
ajeno a ideas de terruño y casa,
estela efímera en los altos mares.
Vagabundo de noches enlutadas,
solitarias auroras,
de caricias heladas,
palabras como espadas agresoras.
Viento sin rumbo fijo o compañía,
con quien nadie se va, nadie se queda,
que deja la piel fría,
y una nube de polvo en la vereda.
Revertirás sobre tus propios pasos,
pretendiendo captar lo que ya es ido;
las vivencias de ayer son como vasos,
que no dan a beber lo ya bebido.
Tenues brazos de viento, innumerables,
que rozais tantos brazos diferentes:
Nadie os estrecha, porque sois mudables,
porque os haceis ausentes.
Viento loco, pegaso desbocado,
despeinando las copas de los pinos,
danzarín alocado
en vals de lluvia y nieve en remolinos.
Sátiro de la altura,
acorralando nubes, ninfas blancas,
tu innumerable mano se aventura
bajo sus túnicas, y las arrancas.
A mi lado estuviste, viejo viento,
y también me abrazaste,
y pasaste de mí; y hubo un lamento
que se perdió en ti mismo, o no escuchaste.
Si hoy de nuevo agitaras pretencioso
en torno a mí tu diáfana melena,
hallarías un gesto desdeñoso,
y un pie libre, sin bola y sin cadena.
Puedo hacer frente a todo sobre el suelo,
puedo volar como las golondrinas,
y mientras yo domino fuego y hielo,
tú, viento, irás gimiendo en las esquinas.
Los Angeles, 13 de junio de 2001
Conexión
Amantes somos de tal vez un día,
con las espaldas vueltas al pasado,
despreocupados si la madrugada
puede alumbrar el último contacto.
Hemos llegado aquí, y este momento,
sin preguntas, derechos ni contratos,
es nuestro solo feudo, única rosa
que en el rosal del tiempo ha germinado.
Tal vez mañana morirá marchita,
o viva un día más, pero al ocaso
doblegará su pálida corola,
y se amortajará en un sueño lánguido.
Tú seguirás tu rumbo por la vida,
y un hombre un día ha de salirte al paso;
harán huellas mis pies en otra senda,
y una mujer me llevará del brazo.
Y yo engendraré un hijo, y tú una hija,
y por diversas rutas irán ambos.
Y un día, o una noche, en primavera,
se encontrarán en un lugar extraño,
y se amarán apasionadamente,
como nosotros mismos nos amamos.
Y en los momentos suaves que suceden
a la fricción del sexo y sus asaltos,
tendrán la sensación inexplicable
de repetir un acto ya lejano.
Los Angeles, 14 de junio de 2001
Doña Inés de Castro
(Romance histórico)
I
“Blanca sois, señora mía,
más que no el rayo del sol…”
Rodando coplas de amores
con acento castellano,
y sonrisas luminosas,
bajan las aguas del Tajo,
y en Lisboa las escuchan
mocitas, cántaro al brazo.
Bosquejos de diplomacia
emergen de Alfonso IV,
madurando una alianza
de tierras y soberanos.
Castilla envía la novia,
y la unión se ha consumado.
Amó Don Pedro a Costanza
por deber, sin arrebato,
que una joven de su entorno
tomó su alma por asalto.
Inés del cuello de garza,
Inés de los ojos glaucos,
Inés de cabellos rubios
como el trigo de los campos,
Doña Inés, frágil y esbelta
como un vaso de alabastro.
Y en ese vaso Don Pedro
vertía gozo y quebranto.
II
“porque sin razón el rey
hizo degollar un día…”
A través de los viñedos
rasgando pámpanos verdes,
arremolinando nubes
de polvo en campos de mieses,
por las veredas angostas
bordeadas de cipreses,
con el secreto al galope
cabalgan los tres jinetes.
No llevan sobre lacrado
con órdenes contundentes,
que el rey evita las huellas
en sus decretos de muerte.
En las calles de Coimbra
que al silencio se adormecen,
los cascos de los caballos
despiertan miedo en las gentes,
y sus rítmicos impactos
rebotan en las paredes.
Cede el portón a la fuerza,
e Inés por la espada muere;
tres claveles carmesíes
sobre la alfombra florecen;
cuatro niños asustados
observan, mas no se mueven,
sólo un grito silencioso
va en las lágrimas que vierten.
Los jinetes tabletean
la calle y desaparecen,
sus luengas capas oscuras
ondeando al viento. Llueve.
III
“Mensajero sois, amigo;
non merecéis culpa, non.”
Y Don Pedro suspiraba
por su amor en lejanía,
llena de pasión el alma,
pero las manos vacías.
-Mensajero, mensajero,
dime cuál es tu noticia,
que hay aroma en tu ropaje
de los campos de Coímbra.
-Las nuevas, Señor, que traigo,
no me atreviera a decirlas,
que vienen ensangrentadas
del brazo de la perfidia.
Don Pedro bajó los ojos,
comprendiendo la injusticia,
y una palidez de muerte
se extendió por sus mejillas.
La sorpresa cedió el paso
al dolor, y éste a la ira.
Borracho de pena y odio,
se alzó, arrojando la silla
a las frágiles vidrieras
que a su espalda la luz filtran.
Furioso, saltó a caballo,
que sus espuelas castigan,
y a reventado galope
huyó solo. Anochecía.
IV
“Grandes guerras se publican
por la tierra y por el mar…”
Hombres de a pie y a caballo,
sobre campos de amapolas,
blanden espadas y lanzas
por y contra la Corona.
Sobre Lusitania ruedan
manzanas de la discordia.
Florecen rosas al paso
de Don Pedro y de sus tropas;
y al paso del Rey Alfonso,
se marchitan y deshojan.
Si a Don Pedro le acompañan
golondrinas y palomas,
al Rey Alfonso le siguen
los buitres de roca en roca.
Si las huestes de Don Pedro
salen al campo a la aurora,
los mesnaderos del Rey
se atrincheran en las sombras.
Diez años de hostilidades,
de rencor que no perdona.
Don Pedro se bate al frente
con temeridad furiosa,
como llamando a la muerte,
mientras la muerte le ignora.
Dicen que bajo su yelmo
los ojos un velo emboza
para ocultar a los suyos
que entre los mandobles, llora.
V
“Helo, helo por do viene
el infante vengador…”
Ha muerto el Rey Don Alfonso,
viva el nuevo Rey Don Pedro.
Duermen ballestas y espadas,
pero no duerme el recuerdo.
Los esbirros que en Coímbra
sembraron sangre y lamentos,
refugiados en Castilla
viven impune destierro.
Del uno se pierde el rastro,
los otros dos son devueltos,
y Don Pedro hará justicia
como sabe hacer Don Pedro.
VI
“y el reino besó en cenizas
la mano que nieve fue.”
No se sabe si las aguas
del Mondego se lamentan,
o si con lúgubre tono
la Coronación celebran.
Campanas del Monasterio
de Santa Clara voltean,
convocando sus tañidos
a clero, plebe y nobleza.
Dos tronos bajo brocado
se han instalado en la iglesia.
Portugal ya tiene Rey,
y a partir de hoy tendrá Reina.
Una tímida sonrisa
filtra el sol por las vidrieras;
bisbisean multitudes
entre los muros de piedra,
y en las losas desiguales
tintinean las espuelas.
Lleva Doña Inés seis años
en su mausoleo muerta;
viva está para Don Pedro,
tan hermosa, tan serena,
mirada con ojos de alma
que ni ve edad ni miseria.
Y sus restos, revestidos
de terciopelo, oro y seda,
son trasladados al trono,
al toque de las trompetas.
Toma asiento el Rey, y escucha
la proclama que presenta
a un séquito receloso
la desconcertante nueva.
Mientras el pregón se escucha,
nadie murmura o comenta.
Concluída la lectura,
se oye un rumor de cadenas.
Arrastran los asesinos
su delito y su vergüenza,
y en los ojos de Don Pedro
brilla un instinto de fiera.
Ante el altar, frente al trono
donde Doña Inés ya reina,
con voz rencorosa y firme
pronuncia el Rey la sentencia.
El verdugo se aproxima,
daga de acero en la diestra,
y abre el pecho del primero;
sin dar lugar a que muera,
le arranca el corazón vivo,
y en tierra lo pisotea.
Y al segundo por la espalda,
de semejante manera.
Ambos cuerpos en el suelo
mezclan su sangre en la piedra.
El Rey ordena a los nobles
besar la mano a la Reina,
y uno a uno, temerosos,
hincan la rodilla en tierra.
Con todas sus galas reales,
y su corona de perlas,
Doña Inés vuelve a la tumba;
Don Pedro, llora y gobierna.
Los Angeles, 20 de junio de 2001