Breverías
868
Te beberé en un brindis tan íntimo y lejano
que romperá las vastas cárceles de la ausencia;
y sentirás mi aliento, y el roce de mi mano,
en este íntimo asilo que es ya tu residencia.
869
A lanzadas de luz bordaba el día,
como si fuera su mirar la aurora;
fue la victoria de la noche mía,
y ella, al amanecer, fue vencedora;
yo le había ofrecido compañía,
y así lo vió el reloj, hora tras hora.
Y al resbalar el sol en los tejados,
fuimos conjuración de enamorados.
870
Me refugié en el ángulo insensible
donde arrincono el fango del olvido;
pero aún allí no estuve inaccesible
a tu presencia hipnótica, intangible,
tu voz muda filtrándose en mi oído.
Para escapar de mi obsesión tendría
que asesinar el gozo que me diste,
despedazando nuestra fantasía;
de lograrlo, tal vez me moriría,
por eso el alma en recordarte insiste.
871
Ruegan mis ojos con clamores mudos
que tu boca a la mía se abra en flor;
retira esa cortina de color,
quiero tus labios tersos y desnudos.
872
Cuando mi lengua calle, cuando abdique mi pluma,
aún quedará este grito,
sosegado o sangriento, de arrecife o de espuma,
y en silencio o a voces te hablará lo que he escrito.
873
Nunca me niegues algo que nadie te ha pedido,
ni resistas seguirme por la senda en que voy;
¿qué importa en el presente lo que ayer fue prohibido?;
perversiones de antaño, ¿no son costumbres hoy?
874
A golpes de hacha talarás la encina,
sin recibir oposición ni queja;
sombra te ofrece, no te recrimina…
¿Toleras tú igualmente a tu pareja?
875
No sé cómo será ese primer beso
que en nuestro encuentro exigirá su vida;
fácil tal vez, o tímido, o travieso;
pero, ay, cuánto dolor llevará impreso
el beso en sangre de la despedida.
876
No es amor el reflejo en la retina
de este rostro estrechado entre las manos,
mas el mirar conjunto, que combina
nuestros dos horizontes tan lejanos.
877
Mis nudillos llamaron a tu puerta,
y respondió el silencio, o el descuido;
no debiera jamás haber partido,
sino quedarme hasta que fuera abierta.
878
A caballo, mejor que caminantes;
aristócratas, antes que mendigos.
¿Para qué resignarse a ser amigos,
pudiendo acomodarse a ser amantes?
879
Cada paso en tu vida fue hacia mí,
y hacia ti ha sido cada paso mío;
y este súbito, tenso escalofrío
te reveló como te presentí.
880
Como será el dolor de abandonarte,
que aún estando a tu lado,
siento mi corazón tan mutilado
como si ya estuviéramos aparte.
881
Rumor de mares, claridad de soles,
en la mirada verdiazul acento,
y en los labios sonrisa luminosa.
Palideces de noche los faroles,
silencias los arcángeles del viento,
y haces morir de celos a la rosa.
882
No iré hacia ti en la búsqueda del beso,
que, aunque acorte distancias, es camino,
y el camino es avance y retroceso.
Quiero ser más que piel de peregrino
mostrando efímero vestigio impreso;
más que sabor fugaz de añejo vino.
Ven hacia mí en finalidad de muerte,
que ni puedas partir, ni yo perderte.
Sonetos
613 - Lejana cita
Late un sueño en los pliegues de la mente
que en simultaneidad exulta y gime;
tú, mujer, que también le sueñas, dime
por qué es alegre y a la vez doliente.
Tal vez hay fecha, pero no inminente;
quizá hay lugar, sin que nos aproxime;
egregio hito de luz, garra que oprime,
certeza y lejanía, aquí y ausente.
Rompen las alas a volar, y queda
trabada su ascensión en la arboleda,
soñar, dudar, anhelos y temores.
El tiempo rodará, lento, muy lento,
pero antes de que brote el desaliento,
verás espléndidas nacer las flores.
Los Angeles, 4 de abril de 2002
614 - De viaje
Nos desplazamos sobre cuatro ruedas,
y huye el paisaje, mudo, inadvertido,
como si él mismo hubiera percibido
que vas por él, pero conmigo quedas.
Te contemplo al volante; desenredas
con una mano el pelo, adormecido
sobre los hombros; con mis ojos mido
tu perfil, y tus íntimas veredas.
Tenue sonrisa de tus labios brota,
breve temblor sobre los míos flota,
que con mi mano en tu rodilla expreso.
Vuelves el rostro, hay algo en tu mirada
que reivindica amor en voz callada.
Detén el coche; quiero darte un beso.
Los Angeles, 6 de abril de 2002
615 - Espoléame
Sufre el mejor corcel en la carrera
fusta y espuelas, y supeditada
queda a la brusquedad la galopada,
que no ha de prosperar mano de cera.
Espoléame, amor, que si durmiera
saldrías de mi sueño, y enterrada
mi mente entre los pliegues de la almohada,
no te sabría amar como debiera.
Quiebra dudas, flagélame el hastío,
refuerza mi sonrisa, si sonrío,
hostígame si yazgo en placidez.
Y cuando exhausto a veces me repliegue
al íntimo silencio, no me niegue
el calor de tu piel su desnudez.
Los Angeles, 11 de abril de 2002
616 - Dormir sin ti
Al dorso de mis párpados tatuada
la imagen de tu rostro permanece;
y es ella quien me observa y se me ofrece
al extinguir de noche la mirada.
Fuera en tinieblas, dentro iluminada,
idílica ceguera, que ennegrece
cuanto es ajeno a ti, pero esclarece
tu paisaje en rizosa llamarada.
Me comprimen tus brazos si me abrazo,
me sacude frontal el ramalazo
de tu sensualidad, que ya hice mía;
y luego en sueños sobre mí revientas.
Ven, amor, hacia mí; no me consientas
amarte solamente en fantasía.
Los Angeles, 14 de abril de 2002
617 - Nuevo Argos
Al cachorro siberiano de Paola
El lobo de la estepa siberiana
duerme en el fondo de sus ojos tiernos,
tal vez en sueños de álgidos inviernos,
de troikas avanzando en caravana.
Es mes y medio en suavidad de lana,
aprendiendo su olfato a conocernos,
es ovillo de piel que puede vernos,
diminuta escultura en porcelana.
Casi encaja en el hueco de la mano;
su ladrido infantil es tan humano
que sería palabra de otro idioma.
Los pies revelan su naturaleza,
porque entre su afelpada gentileza
desafiante centinela asoma.
Los Angeles, 20 de abril de 2002
Poemas
Desnuda
Desnuda, como la piedra
que en la hierba se reclina;
desnuda, como la aurora
surge de la noche fría;
desnuda, como la lluvia
de nostálgicas caricias;
como la luz, y las nubes,
y el susurro de la brisa;
desnuda, mujer, desnuda,
que sólo así eres tú misma.
El ropaje, aunque de seda,
mantiene la piel cautiva,
y se interpone entre amantes
como hermética cortina.
Muéstrate auténtica y libre,
no adulterada o fingida,
que está la verdad desnuda,
mas no lo está la mentira.
El atavío es idioma
que confunde a quien lo mira;
niebla que oculta el camino,
máscara que exterioriza
o bien conceptos oscuros,
o aclaraciones ambiguas.
Desnuda, mujer, desnuda,
como el racimo o la espiga,
con los frutos sazonados
para cosecha o vendimia.
Desnuda, como en el río
corre el agua cristalina,
rozando las ramas bajas
de los sauces, que suspiran.
Desnuda, mujer, desnuda,
del aire no más vestida,
y en el arco de mis brazos
habita, mujer, habita.
Los Angeles, 30 de marzo de 2002
Elegía por una dama
A Paola, en la muerte de su madre
Y se durmió hacia Dios. Fue su desvelo
peregrinaje azul, sueño dorado,
y al fin nevada cumbre, que el deshielo
lentamente fundió, tibio, callado,
como caricia de aire, o aleteo
de ángel en vigilancia a su costado.
No se aferró al ocaso; su deseo
fue de partir en paz, misión cumplida,
con abandono, mas sin titubeo.
Lo dio y recibió todo de la vida,
y al pisar los umbrales de la muerte,
marcó saludo más que despedida.
Sobre la vida sin cesar se vierte
caudal de rosas y desolaciones,
herencia nuestra, inevitable suerte;
y dividimos nuestras atenciones
entre la primavera y la guadaña,
entre decesos y resurrecciones.
Nacer es arribar a zona extraña,
morir es regresar a nuestra fuente,
cuya voz ancestral nos acompaña.
¿Por qué teñir de horror la otra vertiente?
¿Por qué ceñirse el alma de tristeza,
y de lamento por quien cruza el puente
hacia la luz, dejando su corteza
bajo la húmeda tierra, si le vimos
ataviado de su íntima belleza?
Cada noche ensayamos que morimos,
en cada amanecer resucitamos,
y hacia la gran función nos dirigimos.
No es partida, es retorno, porque vamos
del exilio a la patria, de la brega
rigurosa a la paz que recabamos.
Cuando la muerte sigilosa llega,
dancen alborozadas las campanas
por el dolor, que su puñal repliega;
y porque las miserias cotidianas
paralizan su acoso frente al muro
donde se desvanecen los mañanas.
Sólo a este lado vivirá el futuro,
y palabras que un día se dijeron
adquirirán sentido más seguro.
Idos los labios que las profirieron,
mariposearán en corazones
que antaño, a aquella voz, se estremecieron.
Y en susurros, o gritos, o canciones,
transmitirán las mismas sacudidas,
recrearán antiguas emociones,
despertando nostalgias, si dormidas,
aquietando temores, si despiertos,
recobrando ilusiones, si perdidas.
Los ecos de sus pasos están muertos,
pero no su presencia a nuestro lado,
ni sus etéreos brazos, siempre abiertos.
Si no tocas su piel, si despoblado
tu espíritu se siente en agonía,
piensa que en su morir se ha adelantado
para salir a recibirte un día.
Los Angeles, 30 de marzo de 2002
Enmudezcan las palabras
Cuando mi abrazo enmarañe
círculos en tu cintura,
se extraviarán mis labios
sobre tu espalda desnuda.
Ciegos andarán mis dedos
explorando curvaturas,
y deshojando los pétalos
de la flor de la lujuria.
Serás una playa nueva
por donde mis olas fluyan,
cubriendo tu superficie
de rumores y de espuma.
Cascada de pelo oscuro
mirada de luz de luna,
suspiro de tenue brisa,
íntima palabra muda
que responde exactamente
a lo que no se pregunta.
Cómo la voz retrocede
frente a la irrupción que anuncia
trepidación y explosiones
de blanca y cálida furia.
Si hablan los ojos, las manos,
si habla la piel, la ternura,
enmudezcan las palabras,
sigan las escaramuzas,
mientras las extremidades
se anudan y se reanudan.
Los Angeles, 31 de marzo de 2002
Mujer remota
En mi cerebro descansas
y en mi corazón te agitas;
o tal vez te quiero en calma,
y el pensamiento te grita.
Una amante desdoblada,
tal vez dos entretejidas,
una a la razón asciende,
la otra al alma se desliza,
por vetas de roja sangre,
por veredas de sonrisas.
Te pienso etérea y galante,
te siento intensa y bravía,
y aunque poseo tu imagen,
ni flotas en mis pupilas,
ni en las yemas de mis dedos
hormiguean las caricias.
Eres idea y latido,
y tienes la voz dormida,
mujer sin piel ni suspiros,
colgada en la lejanía.
Los Angeles, 4 de abril de 2002
Evasión
Sobre las aguas quedan dormidos,
tibios los rayos del sol poniente;
entre las ramas del terebinto,
duermen las aves, el viento duerme.
Rítmicos, secos golpes cabalgan,
bajo los cascos cruje la nieve;
flotan y ondulan dos cabelleras,
rubia la dama, negra el jinete.
Mueve la urgencia rápidas alas,
y en el adusto, glacial diciembre,
lento y opaco se apaga el día,
tímidas luces la noche enciende.
Crece la sombra, vasto capote
que sobre el llano se desenvuelve.
Jinete y dama, raudo galope,
en la tiniebla desaparecen.
Los Angeles, 6 de abril de 2002
El relevo
Diablillo, diablillo,
¿quieres ser mi ángel guardián?
Este no sabe ser pillo,
y por cualquier pecadillo
me considera un Don Juan.
No lo soy, aunque quisiera;
por eso espero el relevo;
ven, diablillo, a mi vera,
y ayúdame a ser la fiera
que en el fondo de mí llevo.
El ángel que ahora me guarda
me hace mirar a la altura;
si no lo hago me acobarda,
me amonesta, me retarda,
y me habla de desventura.
Y a mí me gusta la arcilla,
roja, tibia, moldeable,
lo mismo que la mejilla
de quien nota una rodilla
que le hace sentir culpable.
Pasen las abnegaciones,
la renuncia, el sacrificio,
y revienten las pasiones,
que en la piel hay sensaciones
que requieren ejercicio.
Ábreme el campo cercado
donde juegan los traviesos,
diablillo alborotado,
porque estoy necesitado,
más que de pudor, de besos.
Los Angeles, 11 de abril de 2002
Bebamos
Bebamos lentamente,
con las sedientas ansias reprimidas,
con el pie a medio punto sobre el freno,
como quien llega y a la vez camina;
tan ligera la espuela
como larga la brida;
en tenso, prolongado aplazamiento,
y la urgencia que lúbrica se obstina.
Bebamos lentamente,
a sorbos ávidos, pero sin prisa.
Bebamos mutuamente,
de boca a boca plenitudes tibias
de palabras trocadas en suspiros
que a voces callan, o en silencio gritan;
de ojos de luna llena,
más absorbentes cuanto más se miran;
bebamos mutuamente
extractos de alma inquieta enardecida.
Bebamos jovialmente
a través de los dedos las caricias,
a través de la piel las emociones,
a través de los labios las sonrisas,
y el temblor que despunta
a la suave fricción de las rodillas.
Bebamos jovialmente
brindis de atrevimiento y de alegría.
Bebamos febrilmente
el aliento que empaña nuestra vista,
jadeante anticipo del instinto,
fraguando ráfagas de rebeldía;
la fragancia animal que exuda el cuerpo;
los impulsos del sexo, que derriban
temores y tabúes,
erigiendo un alcázar de sus ruinas;
bebamos febrilmente,
antes de adormecernos de fatiga.
Los Angeles, 14 de abril de 2002
Mi creación
Te inventé tantas veces, te extraje de la bruma
donde se mece insomne mi húmeda fantasía;
te di forma en mis versos, dibujando mi pluma
la silueta precisa que hoy me hace compañía.
Fuiste al principio un sueño, una idea imprecisa,
el esbozo de un cuadro sin color, un esquema;
fui añadiendo temblores, propósito, sonrisa,
palabras, sensaciones, haciéndote poema.
Y hoy cantas en mis labios cada vez que te leo,
y al compás que te impuse rítmicamente danzas;
la llama que en tu entraña flamea es mi deseo,
y yo soy la victoria que inexorable alcanzas.
Los Angeles, 15 de abril de 2002