Breverías
919
No alcanzo a comprender cómo he podido
vivir sin conocerte, sin amarte;
si no existieras yo hubiera tenido,
por mi supervivencia, que inventarte.
920
Cuánto te amé entre espera y esperanza
antes de conocerte con los dedos;
con tus recuerdos viven hoy tus miedos,
y con mis miedos vive mi añoranza.
921
Testigo fui de tu dormir, testigo
de tu quietud serena, imperturbable;
casi me siento, al recordar, culpable
de no dejarte despertar conmigo.
922
Olvida el canto de mujer ajena
manifestando que desea y ama,
u ofreciéndo romántica una cena
con intenciones de ofrecer la cama;
ya fragmentada yace esa cadena,
no tiembla en el hogar sino tu llama;
ella fue, pero hundida está en su ocaso,
y hoy hacia ti seguro va mi paso.
923
Tantos deseos tuve que nunca han madurado...
Todos se me durmieron de treguas y abandono;
pero hoy tu voz, tu mano, me los han despertado,
y me cantan de nuevo, cada uno en su tono.
Yo los siembro en tu carne, y ellos se multiplican,
qué abundante cosecha de impulsos nos aguarda;
saltémonos las reglas, que amarran y complican,
que este amor ni se quiere dormir, ni se retarda.
924
En nostalgia de ti llevo los días,
como a niños pequeños, de la mano;
en ausencia de ti, frías, qué frías
son las cálidas noches de verano;
en deseos de ti, qué rebeldías
brinda mi cuerpo al tuyo tan lejano.
¿Cómo pude vivir sin conocerte?
Y ¿cómo sobrevivo sin tenerte?
925
He llegado tan lejos, por tan breve sendero...
Mientras unos avanzan interminablemente,
otros llegan, pero hallan la meta insuficiente;
yo llegué, me aceptaste, fuiste mía, te quiero.
926
Acerca el hombro que me tambaleo
en ausencia de ti; en los cristales
de los ojos hay lluvia, y no te veo;
como ondean al viento los trigales,
tiembla mi pensamiento, en titubeo
de si abrirás de nuevo tus umbrales.
tal vez el alma se me desmorona,
porque hoy, más que sentir, teme y razona.
927
Recién nacida en mí, y arrebatada
a enemiga distancia; y hoy que intento
adiestrar día a día el sentimiento,
veo que no hay entre mis manos, nada.
930
En cada ausencia, viva está la muerte
a la espera de la resurrección;
pasan los meses, y este corazón
se morirá de tanto renacerte.
931
Nunca sobre mi piel fuiste una herida,
pero eres sin embargo cicatriz,
siempre presente, que jamás se olvida,
rúbrica y sello de que soy feliz.
932
En las entrañas de la noche advierto
luces lejanas, trémulos rumores;
relámpago sinfónico si vierto
en tus entrañas ímpetu y temblores.
933
Si no llegara mañana,
tal vez no me moriría,
pero qué sola y qué fría
noche infinita, inhumana:
Asomado a la ventana,
contando árboles o estrellas,
incapaz de ver tus huellas,
o inmóvil sobre la alfombra
para no ahuyentar tu sombra,
autora de horas tan bellas.
Sonetos
660 - Reciprocidad
Apuntálame el alma y la memoria,
que ni una se derrumbe, ni otra olvide;
tu abrazo, círculo de acero, impide
que hoy sean ruinas lo que ayer fue gloria.
Tan delgada es la línea divisoria
que entre vigor y flojedad reside,
que si hoy tal vez mi voluntad decide,
mañana será tuya la victoria.
Cuando mi robustez se desmorone,
tiemble el brazo, y la mente no razone,
álcese pertinaz tu fortaleza.
Y al oscilar la torre de tu ensueño,
avanzará mi brío en el empeño
de mantenerla pieza sobre pieza.
Los Angeles, 3 de agosto de 2002
661 - De vuelta
Vives en mi reloj a ritmo lento,
y yace estático mi calendario,
mientras yo te medito en solitario,
mudo el canto, dormido el movimiento.
Mantiene la esperanza el firme intento
de retrazar el viejo itinerario,
como vuelve cada año al campanario
la cigüeña a través de lluvia y viento.
Mi mano avanzará las manecillas,
arrancará los meses, y en gavillas
los quemará, y el tiempo habrá venido.
Y me presentaré sin anunciarme,
y otra vez te amaré y podrás amarme
como si nunca hubiéramos partido.
Los Angeles, 4 de agosto de 2002
662 - Purificada
Revélanse en el ceño de tu frente
viejos recuerdos, mil evocaciones,
amparándose en sombras y rincones,
olas que baten contra tu rompiente.
Calcinaré como un hierro candente
esa piel arrugada en decepciones,
originando hipnóticas visiones
de las que el alma en luz no se arrepiente.
Las aguas cenagosas han cedido,
y una nueva inocencia se ha ceñido
en torno a ti en flamígera espiral.
Luminosa y desnuda la memoria,
sin el lastre de ayer y de su escoria,
transparente será como el cristal.
Los Angeles, 6 de agosto de 2002
663 - El leño
Cada golpe del hacha en el madero
canta un requiebro a la futura llama;
ya no será raíz, tronco ni rama,
sino impulso en el fuego prisionero.
Alas y lenguas en tropel ligero
le han de brotar, dinámica amalgama
que bate y lame y lúbrica derrama
entre cenizas su vigor entero.
Déjame arder hasta que en ti se enreden
mi luz y mi calor, y exhaustos queden
en la quieta penumbra de tu hogar.
Lánguida, inerme, frente a mí tendida,
en ese claroscuro en que la vida
parece desistir de caminar.
Los Angeles, 11 de agosto de 2002
664 - Tu silencio
Puedo, al mirarte, ver los pensamientos
que tú misma aún no sabes que has tenido;
en ti he estado en tal modo sumergido
que sé desde el tejado a los cimientos.
He visto gozo, sueños, desalientos,
y te he visto en el miedo aún no vencido;
por mi alborozo tu alegría mido,
por mis desolaciones, tus lamentos.
Tu rostro me habla si tus labios callan,
y en tu quietud unánimes estallan
rojos ocasos, pálidos albores.
¡Qué silencio sensual tan elocuente!
Te escucho desde el centro de tu mente
y oigo en tu piel redoble de tambores.
Los Angeles, 13 de agosto de 2002
Poemas
Eran
Eran frutos maduros, mansamente arropados
por el húmedo césped en la clara mañana;
eran moldes gemelos de sonora campana,
cuyos ecos aún vibran en mi oído arraigados.
Eran firmes relieves, zigzagueando unidos
sobre la íntima tundra de mi cálida piel,
dibujando invisibles figuras que un pincel
nunca hubiera esbozado sobre carne o tejidos.
Eran, en noche oscura, lúcidas lunas llenas,
y de su firmamento yo tenía la escala;
eran límpidas olas por cuya agua resbala
enjambre de nereidas, sílfides y sirenas.
Eran ofrecimientos a las concavidades
de labios anhelantes, de manos tembolorosas,
abriéndose obsequiantes, como se abren las rosas,
casi súbitamente, y sin ambigüedades.
Y eran, en fin, dos cumbres donde nacen los ríos
que fecundan mis valles, que mi llanura riegan,
y avanzan insistentes y nunca se repliegan,
que un día se me dieron, y hoy siguen siendo míos.
Los Angeles, 3 de agosto de 2002
Ojos y manos
Guardan tus ojos algo que a tus manos elude,
como el águila en vuelo, la gacela al galope,
y jirones de nubes, y titilar de estrellas,
y las enredaderas trepando a los balcones;
claros patios moriscos poblados de macetas,
donde cantan su copla de agua los surtidores...
Y me guardas, me guardas, me encuentro al fondo de ellos,
donde duermen las luces y se apagan las voces.
Pero tus manos tibias, las que me acariciaron,
al evocar mi tacto casi han perdido el roce
descubierto hace un tiempo, cuando en las horas muertas,
sembraban turbulencias en surcos de temblores.
Y me duermo en tus ojos más que lo hago en tus manos,
allí, en cuya penumbra, cuanto yo soy se esconde;
tus manos son las ramas del sauce en la ribera,
y tus ojos el río que un cielo entero absorbe.
Son tus ojos el álbum que archiva cada imagen,
y tus manos el canto que se perdió en la noche.
Los Angeles, 3 de agosto de 2002
Mente y corazón
Cuando instinto y amor, mano con mano,
hacen girar del corazón las ruedas,
la mente avanza con mirada turbia,
vagabunda perdida entre la niebla.
Razones hay que el corazón no entiende,
y afectos que la mente ni sospecha.
Yo te veo con ojos perceptivos
de color, de emociones y de estrellas,
ciegos a sensatez y maniobras,
ajenos a equilibrios y cautelas.
Te miro con el tacto clandestino
sondeador de piel bajo la seda,
con impulso que irrumpe y se dispara
sin medir opinión ni consecuencia.
Oigo el frenazo del entendimiento,
abanderado de áridas ideas,
tedioso arroyo de invariable cauce,
nunca desbordador de sus riberas,
siempre a la escucha, frío, analizando
cuándo y por qué, preciso centinela.
Alzo los hombros, cierro los oídos,
sigo avanzando, el corazón gobierna.
Los Angeles, 3 de agosto de 2002
Restáurame la fe
Eres silencio oscuro de catedral desierta
que sólo invaden luces tenues, multicolores,
oblicuas, tibias lanzas de un sol que se despierta
y embiste las vidrieras. Placeres y dolores.
Relámpago eres súbito, látigo luminoso,
de truenos ignorante, de sombras enemiga,
caricia que fusiona sacudida y reposo,
sin que el reposo implique dejadez ni fatiga.
Eres río sangriento de venas desgarradas,
las que zarpas ajenas rasgaron implacables;
las que abrieron tus manos, tersas, apasionadas,
en otra piel hambrienta, rojos inevitables.
Hablaré a tu silencio con mi voz de poeta,
repoblando tu entorno de luz y de sonido;
mi caricia en la noche trazará tu silueta
como lenta descarga de callado estallido.
Y a la fiera corriente de tus venas abiertas
he de arrojar el alma, que pueda navegarte;
saltar todos tus muros, cruzar todas tus puertas,
y en tu torre más alta desplegar mi estandarte.
Cubierta estás de labios, pero sólo los míos
son espigas doradas, racimos en sazón,
siendo los otros pétalos agostados y fríos
que ha de hacinar el viento mañana en un rincón.
Y si un día sombrío se apagara mi aliento,
si una noche de niebla tropezara mi pie,
si acaso, amada mía, en el mar turbulento
de mis dudas naufrago, restáurame la fe.
Los Angeles, 5 de agosto de 2002
Te amo
Fueron palabras cálidas, desnudas,
nunca escuchadas antes;
rompieron en mis jóvenes oídos
como brisa de abril en los pinares.
Me dijo: “Te amo”, y en sus manos tibias
se encendieron diez águilas reales,
volando sobre mí en círculos breves,
y se alteró mi sangre.
Le respondí: “Yo a ti”, en encogimiento
de malgastar una vez más la frase
tan suspendida en labios
de medio enamorados, medio amantes.
Y nació una tendencia
que arrastraron los años en su cauce.
Dije a algunas “Te quiero”,
y a pocas “Te amo”, siempre vacilante,
como si fuera a profanar un templo,
y temblaran mis pies en sus umbrales.
Tú estabas por nacer, pero vivías
dentro de mí, y yo ya empezaba a amarte;
y cada otra mujer era una sombra
proyectada por ti, fuego distante.
Y hoy, cuando al fin recalas en mi puerto,
de vuelta de otros mares,
rota la arboladura
de tanto capear los temporales,
hoy por primera vez suenan auténticas,
porque nacieron para ti radiantes,
cuando alguien me las dijo
y recibió en respuesta ambigüedades.
Tal vez opiné entonces
que era el amor, como pensé más tarde.
Hoy sé que eran reflejos, espejismos,
vientos perdidos en los olivares.
Como te digo “Te amo”,
antes que a ti no se lo he dicho a nadie.
Los Angeles, 6 de agosto de 2002
Tres primaveras
Se dieron una cita
más allá del invierno.
Fue tan larga la espera, que las nubes
surcaron repetidos sus diseños,
y el otoño, en muletas, alargaba
exasperante y torpe su trayecto.
El, a la orilla opaca de la vida,
ella en el cénit de esperanza y sueños;
ambos en juventud exhuberante,
espoleando júbilo y deseo
Llegó el otoño al fin a su destino,
el olmo desnudó brazos y pecho,
desbordó el arroyuelo sus riberas,
y la corriente se durmió en el hielo.
Qué remoto aún el mayo de las rosas,
qué lejano el abril de los jilgueros,
qué distante el crepúsculo de marzo
y las tempranas flores del almendro.
Qué paradójico, casual prodigio,
contradictorio al tiempo,
que cuanto más los meses se suceden,
más ellos dos van rejuveneciendo.
Tres primaveras en la primavera,
dos delirantes, y una floreciendo.
Los Angeles, 6 de agosto de 2002
Ladridos
“No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo”.
(García Lorca: ‘La casada infiel’.)
Aunque ladren a la luna
no romperán mi silencio,
que son ruin inconveniencia
los ladridos de los perros,
y no quiero asemejarme
a quienes ladran como ellos.
Ah, los que tuvieron amos,
y hoy son perros callejeros
en busca de desperdicios
por calles y basureros,
y tal vez al fin reciben
de gente benigna un hueso.
Lamen los pies del vecino
cuando no tienen los nuestros,
mendigando las caricias
que en otro tiempo tuvieron.
Ya se escondan en la sombra,
ya muerdan o huyan con miedo,
nunca gritaré que callen,
ni hablaré a sus nuevos dueños.
Sirva a quien esté a la escucha
su ladrido y mi silencio.
Don Quijote, una mañana,
dijo a Sancho el escudero:
“Ladran, luego cabalgamos”.
Cabalgando voy, no huyendo.
Los Angeles, 7 de agosto de 2002
Soñar fuera del sueño
Llama la noche a los amantes, llama
con oscuro, callado, tenue canto.
Te ayudaré a soñar fuera del sueño,
ligero el párpado, ferviente el labio.
Tu sueño en que no estoy, mi propio sueño
ignorante del eco de tus pasos,
desdeñan los que somos y tenemos,
nos tratan como a extraños.
No hay voluntad en el soñar dormidos,
del río es la corriente, no del lago;
para ir del uno al otro
debe avanzar el pie, temblar la mano;
ser flecha libre en vuelo permanente
que olvida la ballesta en ruta al blanco;
catarata incesante,
más que inmóvil, letárgico remanso.
Dormido no te sueño,
te sueño desvelado.
Dormido no soy yo, mente en suspenso,
de imágenes caóticas amparo,
con vida y tiempo propios,
nunca por mí otorgados.
Rechazo esas ideas,
repudio ese retablo
de perfiles absurdos que me observan,
y que yo no he creado.
Quiero soñar contigo en vigilancia
de ti misma, en dinámico contacto,
consciente de tu pulso,
de tu aliento y sonrisa, de mi abrazo.
Soñar fuera del sueño,
con tu piel adherida a mi costado.
Los Angeles, 14 de agosto de 2002
Ayer y hoy
Para llenarme de tu luz tan nueva
me he despojado de las viejas sombras;
lo que un día juzgué aurora radiante,
fue tarde gris que en noche desemboca.
Y tú eres claridad de luz de luna
rielando en la cresta de las olas.
Lo que pensé armonía, fue alboroto,
lo que aflicción, temor a la derrota.
El húmedo cristal de tus retinas
canta muda, nostálgica salmodia,
íntima melodía estimulante,
desgranando su ritmo gota a gota.
Abrió el amor sus cauces al despecho,
se transformó en corneja la paloma,
y sucedió el denuesto y la impostura
a las palabras acariciadoras.
Pero has llegado tú, mano inefable,
entre tus dedos deshojando rosas,
tejiendo un despertar fantasmagórico
de sonidos, imágenes y aromas.
Puede el amor ser arma de dos filos,
pero el auténtico no injuria, llora,
ni pordiosea lástima en la calle
si su pirámide se desmorona.
Hoy voy contigo, como iré mañana,
en presencia o ausencia; ésta es la copa
que gustamos beber, vino maduro
de sabor agridulce en esta hora.
Por ti, contigo, hacia mejores campos
el corcel de mis ímpetus galopa.
Los Angeles, 23 de agosto de 2002
En eso está mi fe
Ni yo te elegí un día, ni tú me has elegido,
aunque tu acequia en todos los campos he buscado;
esos campos hoy yertos donde el viento ha esgrimido
su látigo de ruina, su ráfaga de enfado.
Peregrino sediento, me llegué a tantas fuentes,
y hallé las aguas turbias, o el canal cenagoso;
sólo tu arroyo fluye con aguas transparentes,
sólo a tu fresca sombra mi afán logró reposo.
Y peregrina fuiste, rodando otros caminos
que abocaron a ciegas fronteras sin salida;
y a través del cansancio, y el yermo, y los espinos,
a mi lado surgiste, sólo de ti vestida.
Tal vez estaba escrito que tu senda y mi senda
se cruzaran al eco de tu pie y de mi pie;
pero sé que hoy marchamos sin tener otra agenda
que amar y ser amados. Y en eso está mi fe.
Los Angeles, 23 de agosto de 2002
No eres recién llegada
No eres recién llegada;
tu pie hizo huellas que pisé yo luego,
aunque seguiste sin volver los ojos,
y me quedé sin verlos.
Pero vi tu contorno,
tu cabellera al aire, desde lejos,
ondeando al compás de las caderas,
con ritmo juvenil, y tan ligero.
Ibas en busca de algo, tal vez de alguien,
indefinido, tenue, como un sueño;
de una canción de brisas y gardenias,
de una llama que no apagara el viento.
Y al extender tu mano
de náufrago que al fin arriba al puerto,
te quedó sólo el toque delusorio
de húmeda y leve espuma entre los dedos,
lúcida pompa de jabón, tan frágil
que se quiebra al contacto del aliento.
Y volviste a la carga, entre esperanzas
prófugas, deshojadas; bajo inciertos,
efímeros indicios,
y la urgencia vital de un nuevo intento.
Y una vez más los ejes de tus ruedas
de astillas salpicaron el sendero.
Siempre una luz, y un apagón al fondo;
una canción, y un eco de lamentos;
y un potencial de amor inexplotado,
cántaro de agua oculto en el desierto.
Y desde lejos yo te conocía,
aún sin saber quién eras. En mi lecho
hubo siempre un vacío que esperaba,
acumulando beso sobre beso;
los que nunca di a nadie,
los que di sin sentirlos, los sinceros,
todos con la esperanza de algún día
regenerarlos, y al hacerlos nuevos,
quitando viejos nombres,
poner el tuyo en cada uno de ellos.
Virginizarlos todos,
retrocediendo el tiempo,
porque te pertenecen,
porque fueron
préstamos que hoy se cobran,
y en tu cuenta de amor se hace el ingreso.
Mujer que al fin has dado a mí la vuelta,
cuánto tiempo perdido sin querernos.
Los Angeles, 26 de agosto de 2002
De madre a hija
No es que te lleva un hombre, es que te vas tú misma,
como yo me fui un día claro y alborozado;
te vas con esa calma que cubre la marisma,
y el ímpetu del agua sobre el acantilado.
Avanzas por la vida como lo hice yo un día,
aunque hoy tiene matices diferentes de ayer;
te colmará de gozo tu nueva compañía,
pero de vez en cuando, mira hacia atrás, mujer.
Hay mundos fascinantes que no has aún descubierto,
íntimas sensaciones apenas exploradas,
ensueños que perduran, porque soñar despierto
es más de media vida saltando en llamaradas.
Vas a plantar tu tienda, reclamar tu parcela,
sobre campo, si nuevo, no enteramente extraño;
y lo harás de la mano de otra mano gemela,
y lo harás día a día, lo harás año tras año.
Porque la dicha nunca se fragua en un momento,
es dos pasos al frente, tal vez uno hacia atrás;
la aceptación mezclada con el ofrecimiento:
recoges lo que siembras, recibes lo que das.
En esta nueva etapa de tu vida aún temprana,
sé feliz, sin temores, gozando cada instante;
que no sabemos nunca lo que traerá mañana;
vive como hoy de hermosa; vive como hoy, radiante.
Los Angeles, 27 de agosto de 2002