Breverías
978
Vino, besó y se fue, sin dejar huella
ni en mi piel ni en la tuya su retozo;
fue una sonrisa más, un nuevo gozo,
una caricia sin más nombre que ‘ella’.
Sobre ambos fue superficial contacto,
y efímeros sobre ella los dos fuimos;
ella fue préstamo, tú y yo nos dimos...
¿qué nos impide reiterar el acto?
979
Oh, si la luz de la mañana fuera
tibieza sensorial de ignota mano
en mi desnuda espalda viajera;
y en este claroscuro en que desgrano
mis horas solitarias, se ofreciera
en amalgama de animal y humano...
Qué voluntaria víctima sería
de tal asalto, tal galantería.
980
Se me cierran opacas, implacables,
las puertas del salón del regocijo;
yo, tan presta al solaz, ahora me aflijo
viendo infeliz rodar interminables
las horas de un programa que no elijo.
981
Un alto en el camino, y una oferta
para el desconocido viajero;
tal soy, en alma y cuerpo descubierta,
como flor sin maceta o jardinero;
si pasas, me verás libre, despierta;
sino tú, otro será; yo, en tanto, espero
la mano inquieta, la palabra tersa,
y el alma ingenua, y a la vez perversa.
982
Partió con frialdad, sin dar razones,
como quien lleva obligación de empresa;
como agente vulgar, al que interesa
más el contrato que las ilusiones.
Mi convenio con él no estaba escrito,
aunque tuviera fuerza de muralla;
y ahora, en mi soledad, la boca calla,
pero la voz del alma estalla en grito.
983
Ya no sé distinguir en mi correo
superficial publicidad o chiste,
ofertas de negocios o de empleo,
razón aislada o sinrazón que insiste;
todo lo lleva el viento, sólo leo
cuanto nació de ti, porque aún subsiste
entre sus líneas la fragancia intensa
de quien por mí desea, siente y piensa.
984
Hubo quien me besó, y a quien besé,
quien me hizo y a quien hice yo el amor,
quien me amó y a quien yo tal vez amé,
y unas fueron mejor, y otras peor;
y cuando al fin mi vida en ti instalé,
fue tal la conmoción, tal el temblor,
que mirando hacia atrás, me parecía
ser mi vida la de otro, no la mía.
985
Persiste día a día ante mi espejo
el sueño de que me abra tu ventana,
y ver, al clarear de la mañana,
tu despertar desnudo en su reflejo.
Y tal vez logre, al extender la mano,
acariciar tu piel semidormida,
sintiéndola de nuevo estremecida
cual la sentí en un tiempo ya lejano.
986
Nadie me toca, y hay una marea
de manos sobre mí; una caricia
universal que tiembla y me rodea;
tacto invisible de sensual pericia,
y a su calor la espalda se me arquea...
Y hay también desengaño, y la injusticia
de que debo en la mente recrearte
en tanto que tú y yo estemos aparte.
987
Sigue lloviendo sobre mí, en silencio,
yace el silencio en mi interior, lluvioso,
si a este presente en sombra me sentencio,
¿qué futuro me aguarda tenebroso?
988
Extraño mundo la obsesión del hombre,
y extraña la obsesión de la mujer;
uno y otro incapaces de entender
las mismas cosas con distinto nombre.
Sonetos
693 - En tu ausencia
Nada existe en mi entorno; me rodea
una tiniebla densa en un vacío
que filtra en mi interior su propio frío,
e impide que te sienta y que te vea.
En tu ausencia, mi mano me moldea;
por donde tú avanzabas, yo me guío,
pero me encuentro transformada en río
sin cauce, en mente huérfana de idea.
Hoy me has abandonado sin saberlo,
cuanto hicimos los dos, yo no sé hacerlo,
y el recuerdo se niega a imaginarlo.
Prefiero no soñarte así, despierta,
porque al salir del sueño estaré muerta,
y un muerto no podría superarlo.
Los Angeles, 28 de noviembre de 2002
694 - En suavidad vibrante
Quizá es la arremetida de la fiera
lo que aflora inminente en la mirada;
o punta de puñal, filo de espada,
en ti, mujer, con alma de pantera.
Ojos de terciopelo, en la frontera
del animal salvaje en la cañada
desgarrando a zarpazo y dentellada,
y la serenidad de la palmera.
No sé si he de esperar el aura suave
trayéndote hacia mí, como una nave,
o si cabalgarás el vendaval.
Vendrás tal vez con ambos de la mano,
y encontrarás tan sólo un ser humano,
que te amará con alma de cristal.
Los Angeles, 2 de diciembre de 2002
695 - Percepción
Recostada en el cuenco de mi mano,
encendido carbón sobre ceniza,
arde y no abrasa, hiere y cauteriza,
y yo pretendo acariciarla en vano.
Imagen leve de un perfil lejano,
como sombra imprecisa, huidiza,
que entre mis dedos duerme, y se desliza
indiferente al ansia en que me afano.
Incorpórea, sutil, voluta de humo,
en cuyo apresamiento me consumo,
diminuta apariencia de mujer.
Y la mujer real, por quien yo clamo,
la que en ausencia vive, la que amo,
¿cuándo podrá a mi lado amanecer?
Los Angeles, 5 de diciembre de 2002
696 - Fuimos, y ya no somos
No sé si este dolor es tuyo o mío,
ni si es mía o es tuya esta amargura;
la sangre que otras veces se apresura,
parece haber perdido ahora su brío.
Ya no soy yo; soy un escalofrío
pálido, estremeciendo mi figura,
al borde oscuro de la sepultura
en que desagua el tiempo como un río.
Ya no eres tú; la ráfaga que fuiste,
mansa en mi rostro, es hoy un aire triste,
crepúsculo del alma y de la piel.
Fuimos, y ya no somos; qué infortunio;
de vibrar en brillante plenilunio,
a temblar en aurora de papel.
Los Angeles, 10 de diciembre de 2002
697 - Remota junto a mí
El amor me retarda este proceso
de envejecer un poco cada día;
viste de intrepidez mi cobardía,
y obliga a desandar mi retroceso.
Si un río se interpone, lo atravieso;
¿alguien me frena?, me alzo en rebeldía;
pero sucumbo a la melancolía
de no alcanzar tus labios con un beso.
Mirando al mar, semidormido en bruma,
veo mi cuerpo de encrespada espuma
sobre tu cuerpo lúbrico de ola;
y me parece ver sobre la arena
las huellas de tus pies, mientras resuena
tu voz al fondo de una caracola.
Los Angeles, 10 de diciembre de 2002
Poemas
Irremediablemente
Sólo soy dueño de mi pensamiento,
el corazón sazona, o languidece,
o corre desbocado, y no obedece,
vagabundo en perenne ofrecimiento.
Dueño soy de conceptos e intenciones,
no de sentir, sintiendo aunque no quiera;
llevo dentro de mí tal primavera
que evapora las otras estaciones.
Si me esforzara un día en no quererte,
rendiría mi afán tan malogrado,
como si pretendiera haber dejado
maniatadas las manos de la muerte.
No hay mérito en mi amor, no es voluntario,
es fuerza inevitable que se impone;
la mente es dúctil, ve, piensa y expone,
el corazón es siempre autoritario.
Por eso te recuerdo libremente,
pero te amo en impulso inevitable;
y así, aunque no te vea o no te hable,
conmigo estás, irremediablemente.
Los Angeles, 28 de noviembre de 2002
Atadura
(Inspiración/desnuda atada)
La venda de los párpados descansa
tenue sobre los ojos; la serena
mirada es hacia dentro; la melena
cuelga sobre los hombros, suelta y mansa.
Circunda una maroma su figura
sobre los senos trémulos, desnudos;
y los pezones rígidos, agudos,
vivos arpones son en miniatura.
Aire de abdicación, de acatamiento,
de honda sensualidad su cuerpo engloba;
y en su concentración nadie le roba
la magia voluptuosa del momento.
Un hombre de mirada firme y densa
se perfila a su espalda, silencioso;
y a la vez delicado y vigoroso
con ambas manos la maroma tensa.
Estremecida y muda, esta mujer
parece el alma de un escalofrío,
pero en el interior es todo un río
volcado en cataratas de placer.
Los Angeles, 28 de noviembre de 2002
El pasado
Menos viví de lo que siempre quise,
menos de lo que piensas he vivido;
y aún eso está en tal forma oscurecido,
que invisible será a quien lo revise.
Volar pueden recónditos fragmentos
como las hojas del otoño secas;
surgir pueden sonrisas, como muecas,
desarraigadas de los sentimientos.
Sombras serán de efímera memoria
que perdieron calor, cuerpo y vigencia
a tu llegada; no hay interferencia:
Son vagabundos ecos de la historia.
Fantasmas en tiniebla, encadenados
al fondo lúgubre del calabozo
del olvido, forjado con el gozo
sembrado en torno a mí por tus cuidados.
Cuando un pasado, como el nuestro, forra
de nostalgia y ensueño nuestras vidas,
se hace actual, aunque se hallen malheridas,
y el pasado anterior huye o se borra.
Los Angeles, 1 de diciembre de 2002
Negreros de hostelería
Al restallar su látigo el negrero
sobre el torso desnudo del esclavo,
erigía murallas de silencio,
amordazando el llanto amedrentado.
La plantación mantiene sus jardines,
sus columnas de mármol,
la gracia fría de sus blancas damas
pasando de abanicos a pianos;
aunque el sudor y sangre no se mezclan
ya con las aguas turbias de los charcos.
Hoy otras plantaciones han surgido,
no en campos de algodón, como fue antaño,
mas entre mesas, sillas y cristales,
al borde del asfalto.
Ayer fue el blanco encadenando al negro,
hoy es el blanco esclavizando al blanco.
Idéntica rudeza, mismo abuso,
la palabra sin alma como látigo;
ya no les llaman siervos,
les llaman empleados;
y estrangulan sus vidas
por medio de exigencias y de horarios.
Y tal vez los domingos se arrodillan,
fariseos hipócritas, rezando
al sonido del órgano,
cada oración un nuevo martillazo
sobre las existencias
de quienes sólo tienen su trabajo.
Sus retinas no ven a la persona,
es un número más, no un ser humano;
no aceptan el murmullo de sus quejas,
rinde mejor el siervo silenciado.
¿De qué sirve el hablar si nadie escucha?
¿A qué fin el reclamo
para quien siempre tiene un pie en la calle,
carente de seguro y de contrato?
Una canción sólo oyen sus oídos,
la del gentío en confusión de pasos,
de los euros rodando hacia la caja,
del negocio vertido en cada vaso.
Y si el esclavo un día se derrumba,
se le reemplaza, que no es más que esclavo.
Negreros de las nuevas plantaciones,
almas de piedra envueltas en harapos
de desdén y cinismo,
de decepción y engaño;
hay una guillotina en el futuro,
y caerá en vuestro cuello su zarpazo.
Los Angeles, 7 de diciembre de 2002
Hay
Hay silencios que duermen en abrazos prohibidos,
anacondas que ciñen, mientras a otro envenenan;
hay palabras habladas en tonos escondidos,
que como un trueno al fondo del corazón resuenan.
Hay tal vez una duda con tintes de certeza
que progresa hacia norte de infalible verdad,
y cubre nuestros días de una inmensa tristeza
más tangible y concreta que cualquier realidad.
Hay dolores que aplastan, y que nunca se olvidan,
y hay amores que parten, que no saben morir;
y hay puñales alzados que a la muerte convidan,
y una vida inflexible que debemos vivir.
Los Angeles, 10 de diciembre de 2002