Breverías
1189
Creo escuchar el ruido de almas que se despiden,
como el fragor del ánfora cayendo en la baldosa;
podrá recomponerse si entrambas lo deciden,
mas no será como antes; como no lo es la rosa
deshojada y marchita, si la mano del viento
recogiera sus pétalos, y a la rama adheridos,
llamaran a la vida, requiriendo su aliento;
será una sombra sólo de esplendores perdidos.
1190
Muriendo voy en calma, lentamente,
como mueren las nieves de las cumbres,
muerte armónica, blanca, sonriente,
en descarga de viejas servidumbres;
voy avanzando firme por el puente
bajo el que fluyen normas y costumbres.
Soy más libre que nunca, más yo mismo;
muriendo voy en paz y en optimismo.
1191
Esta llama que tiembla, y luego queda
inmóvil, como un alma desamada;
este paso ligero que se hospeda
en campo abierto porque no hay posada;
esta oferta de amor, noble moneda
que se ofrece y se da a cambio de nada;
este labio que besa, y esta mano
que acaricia soy yo. Y espero en vano.
1192
Una fresa en tus labios, dos fresas en los míos,
tres alondras temblando sin frío ni temor;
tú morderás la fuente de mis escalofríos,
yo los brotes erectos que ocultara el pudor.
1193
Cuando me acuesto solo galopan los jinetes
que en el Apocalipsis aniquilan el mundo,
deshaciendo mis sueños, quiméricos juguetes,
dándome un nuevo sueño, tenebroso y profundo.
Temo a la noche, temo sus poderes de olvido,
la orfandad desvalida que a su gruta precede,
su silencio que clama con furor de alarido...
Déjame que despierto en tu abrazo me enrede.
1194
Arde una lámpara en la mesa,
de inmóvil llama a temblorosa,
como el que incierto va y regresa
perdido en mente nebulosa;
te llevo así en el alma impresa,
sólida ya, ya vaporosa.
Un soplo de aire tal vez llegue
y de mi vida te despegue.
Sonetos
1061 - La meta
Cada huella estampada en el sendero
queda detrás de mí, yo a nadie sigo;
ni ciudad, ni mujer, ni ángel persigo,
sin partida o llegada, viajero.
Para quienes me ven soy extranjero,
y aunque nada poseo, no mendigo;
si junto a mí has de caminar, amigo,
lo harás con ritmo servicial y austero.
Llegar es diluirse en el ocaso,
la meta no está al fin, es cada paso,
es hoy, ahora, este preciso instante.
Sonríe, amigo, danza, canta, llora,
siente y estalla sin pensar, e ignora
cuanto hay detrás de ti, cuanto hay delante.
Los Angeles, 24 de marzo de 2004
1062 - Mi noche
Todo, dentro de mí, desordenado,
todo, fuera de mí, pura armonía,
en mi fondo la noche envidia al día,
que al exterior la ignora, ensimismado.
Tal vez soy, más que infausto, afortunado,
porque el desorden es pasión; podría
la concordia ser muestra de apatía,
y la noche es del hombre enamorado.
¿Para qué el equilibrio rutinario?
El día, ¿para qué?, si es tan precario
su tráfago de luces y rumores?
Dadme el caudal anárquico nocturno,
dejadme devorar, como Saturno,
a estos hijos que engendran mis amores.
Los Angeles, 27 de marzo de 2004
1063 - Palabras
El tacto maniatado por la ausencia,
en la palabra se me va el sentido;
sólo toco tus ojos, o tu oído,
roce fugaz de mínima elocuencia.
Hay un grito callado en persistencia
en cada yema de mis dedos; mido
tus cien íntimas rutas en descuido,
y me tiembla la carne de impaciencia.
Una mano en la piel es libro abierto,
y sobre cada página me vierto
extinguiendo mi sed con su lectura.
Pero hoy, en el estante, inasequible,
no puedo abrirte, me eres intangible,
mi voz, único abrazo en tu cintura.
Los Angeles, 30 de marzo de 2004
Poemas
Uno y uno
Oh, la impaciencia inerme de ser dos todavía,
surgiendo en la mañana tomados de la mano,
acercándose juntos al suburbio del día,
y anudando en la noche frontal nudo gordiano.
Oh, amalgama soñada, oh, fusión elusiva,
tactos que se detienen en el acoplamiento,
ineptos de fraguarse la unión definitiva,
tan claro el objetivo como firme el intento.
Su aptitud limitada sólo encaja en la forma
de aritmética clásica, uno y uno son dos;
y los amantes quieren romper límite y norma,
uno y uno ser uno, hasta el último adiós.
Los Angeles, 23 de marzo de 2004
La paloma de la paz
“...para ver si se habían secado ya las aguas sobre
la haz de la tierra, soltó una paloma, que como no
hallase dónde posar el pie, se volvió a Noé”. (Gén. 8, 8-9)
Chirrido de bisagras, golpe seco
del tragaluz cerrándose en el Arca,
y un rítmico batir de alas al aire
azul de la mañana.
La paloma voló sobre los cerros,
sobre las ciénagas, sobre las aguas,
sobre el entorno hostil, enmudecido,
de la aurora desierta y enlutada;
mundo de ruinas, inhospitalario,
al borde de la náusea,
de árboles muertos,
el lodo goteando en cada rama.
La paloma voló, sin saber dónde,
pero con esperanza;
siguió cruzando estepas y marismas,
ciudades quietas con la vida ahogada,
campos sin flores, valles sin murmullos,
y vientos de caricias maniatadas.
La paloma voló; siguió volando,
sobre el mundo desnudo de palabras,
exhausto de sonidos,
y la fatiga se alojó en sus alas.
La paloma volvió, ciegos los ojos
de la tristeza amarga
que sólo ve repudio, y decaída
se refugió en el Arca.
Los Angeles, 27 de marzo de 2004
Tumba
Enterré pico y pala; suyo el pico,
excavador de tumbas enlutadas,
y de la que hizo mía; y en el fondo
abandoné también mi propia pala,
yo, inconsciente, servil sepulturero,
seguí su juego, y enconrvé la espalda.
Hoy con las manos he llenado el hueco,
no hay epitafio, ni una rosa blanca,
porque no ha habido muerte, sólo olvido,
y el aire se ha llevado sus palabras.
Alguien vendrá, buscando algún tesoro,
un reloj, un collar, una alianza,
y no hallará riqueza ni cadáver,
porque nunca hubo nada.
Los Angeles, 29 de marzo de 2004
Trasplántame
Trasplántame el paisaje en que te mueves,
que debo caminar sobre tus pasos;
mis pies han de acoplarse a tus pisadas ,
mi ritmo ha de bailar en tu arbolado.
Me desciño de todo, mis rodillas
no saben ya de cultos milenarios,
ni saben de temblores,
sólo saben de abrazos;
mis rodillas, paréntesis adscritos
a tus hombros sesgados,
a tus caderas lúbricas,
tu piel desnuda, tu alarido manso.
Y te ciñes de mi, tu vestimenta,
rezumante de amor, de olor, de tacto,
ni disfraz ni uniforme,
sólo yo misma, en trémulo arrebato.
Trasplántame a tu mundo,
a tus caminos, ritos y poblados,
que el alma se me extingue
de tantas acrobacias y naufragios,
de tanta soledad y desaciertos,
de tantos sobresaltos.
Trasplántame a tu mundo,
o repuebla de tu ámbito mi espacio.
Los Angeles, 29 de marzo de 2004
Noviembre
Tardes serenas de noviembre austero,
liras de soliloquios soledosos,
desbordantes albergues
más de melancolía que alborozo.
El fuego invita al leño,
que se entrega desnudo, poco a poco,
y un hálito de nieve tempranera
nos clavetea el rostro.
Noviembre es casi siempre un tiempo triste,
bajamar desteñida del otoño,
que asienta nieblas, lluvias y silencios
sobre el terso destello de los ojos.
Pero a veces noviembre
cambia de tono,
usurpa al mes de abril la primavera,
se reviste de verde, azul y rojo,
y hace cantar de júbilo al paisaje,
reverdecer los olmos.
Tal vez pocos lo vean,
tal vez sólo nosotros.
Los Angeles, 29 de marzo de 2004
Mujer fatal
Ataviada de huecas sensaciones,
cuerpo desnudo de alma, casi muerto,
era ola pertinaz, repetitiva,
avanzando y rompiendo
en los acantilados de los hombres,
transformada en espuma de deseos.
Algas y arena sólo
bajo la piel azul y verde; el suelo
no retuvo las huellas de ninguno,
ruedas dentadas, émbolos de acero,
poleas y montaje
de su ambiciosa máquina de sexo.
Pisoteaba mutiladas vidas,
después de haber sorbido sus alientos,
y encongiéndose de hombros,
no miraba hacia atrás, sus ojos ciegos.
Máscara sobre el rostro,
sus amantes la vieron
no por quien era, mas por quien se dijo,
o por la antorcha de sus propios sueños.
Convenció a cada uno
de su exclusividad y privilegio,
y si la duda alzaba su cabeza,
la subyugaba experta sobre el lecho.
Vieron sus lágrimas, sus desencantos,
lo mismo por doquier, y lo creyeron;
comulgaron con ruedas de molino,
y cavaron su propio cementerio.
Nadie se preguntó: ¿Dónde el latido?
¿Qué rincones del alma no están muertos?
¿Qué vida hay en el llanto, en la palabra,
en el roce, en el beso?
Sólo sus músculos tenían vida,
lo demás eran sombras y silencio.
Los Angeles, 30 de marzo de 2004