Breverías
1213
Aunque tu mano anide en otra mano,
aunque uno sólo os proclaméis los dos,
siempre hay un beso de sabor lejano
que de algún modo está diciendo adiós.
1214
Ya no acierto a dormir si no es con ella,
aunque con ella elijo no dormir;
mi sueño es parpadeo de una estrella,
rondando fugas, sin saber huir.
1215
Cada vez que te sueño, cada vez, toda vez,
suprimo la distancia, creándote a mi lado;
se me alberga en la mente la íntima insensatez
de que nunca has venido, que nunca te he soñado,
porque te he hecho tan mía que no has estado aparte,
eres casi yo mismo, bajo mi piel te agitas;
por eso ni te añoro ni tengo que esperarte,
tú, mi sueño dorado, que en mis sueños habitas.
1216
Al besarte parece que se agitan
mil diminutos dedos en el vientre;
mil susurros eróticos que invitan
a que en tu oscura intimidad me adentre;
mil temblores de muslos que me gritan,
exigiendo que me alce y me descentre.
Y tu me besas repitiendo el grito,
mi cuerpo ya a tu cuerpo circunscrito.
1217
En mi andariega caja de Pandora,
refugio ayer de ensueños y añoranza,
sólo perdura la desesperanza,
mientras cada recuerdo se evapora.
Sonetos
1098 - Al fin tus manos
No recuerdo tus manos, ya no atino
a evocar ni sus rayas, ni sus venas,
ni su flexión, crisálidas que apenas
respiran vida en la quietud del pino.
Se me han quedado oscurecidas; vino
ciega nube de olvido; no hay cadenas
que esclavicen la mente ni hay almenas
como el recuerdo alzado en remolino.
Eslabones, murallas y memoria
se desplomaron, y son ya la escoria
de lo que ha muerto o ya no ha de nacer.
Tu rostro huyó primeramente, luego
tu voz, tu espíritu, apagado el fuego,
y ahora tus manos: Siento amanecer.
Los Angeles, 4 de julio de 2004
1099 - En Teotihuacán
En Teotihuacán hay escalones
progresando hacia el sol y hacia la luna,
cada pirámide, gradual tribuna
donde promulga el alma sus razones.
Se ama despacio allí, sin condiciones,
paso a paso, en ascenso. La fortuna
no está en llegar, sino en subir. Ninguna
pisada en falso admite correcciones.
Subimos. Mano en mano. Sin premura.
La calma se incrementa con la altura.
Quema el silencio al sol, pero no hablamos.
Cuanto más escalamos, más te entiendo,
más de mi propia historia me desprendo,
más nuestra propia paz desenterramos.
Los Angeles, 4 de julio de 2004
1100 - Dorada madurez
Mármoles quebrantados por el mazo
pertinaz de los siglos destructores,
tronchados capiteles y tambores
de columnas, celeste manotazo.
Entre la hierba se perfila el brazo
pulido de una diosa; nacen flores;
hay lagartos al sol, y ruiseñores
rasgando el aire en súbito arañazo.
Esplendor de otra edad, que hoy se mantiene
diferente, mejor, como quien viene
de juventud perdida a recobrada.
Ante el otoño y vida que te espera,
palidece pueril la primavera,
mujer nacida a madurez dorada.
Los Angeles, 6 de julio de 2004
1101 - Pronúnciame la daga
Tu palabra, ayer agua, se endurece,
y es hoy hielo en abrazo inesperado;
te ciñen la cadena y el candado
del aislamiento, el júbilo enmudece.
Hubo una rosa roja; languidece
prendida a un pecho en hierro acorazado;
no hay alfanje, ni látigo, ni enfado,
sólo un amor que lento desfallece.
Sólo un río cansado de ser río,
exhausto de pasar, perdido el brío,
falto de ardor, sobrado de costumbre.
Pronúnciame la daga que concluye,
no el guante ornamental que me recluye
en la certeza de esta incertidumbre.
Los Angeles, 11 de julio de 2004
1102 - Sigue hablándome así
Palabras hay nacidas al retozo,
con suavidad de cuello de paloma;
cuando me hablas, la duda se desploma,
y emerge terso, inevitable el gozo.
Soy el sereno, silencioso pozo
a cuyo borde tu perfil se asoma;
te doy el cielo al fondo, y el aroma
de los nenúfares, y el alborozo
del eco de tu voz, que me satura,
repitiendo mi nombre. Qué frescura
de calma, de intención, de resonancia.
Sigue hablándome así, como si fuera
todo el año vibrante primavera,
dueña tú del candor y la elegancia.
Los Angeles, 11 de julio de 2004
Poemas
Sin programa
La canción de tu sexo penetra mis oídos
como la flecha de oro que ha mordido su diana;
mi dorado venablo te clava los sentidos,
y, disoluta rosa, tus labios engalana.
Se abre un acoso mutuo, camino de ida y vuelta,
de exultantes pisadas que vienen y que van,
sin saber detenerse, y es su marcha resuelta
competencia de Circe, designio de Don Juan.
En ese paraíso que premia a los amantes
hay dos plazas vacías con nuestro nombre en ellas,
y mil ojos atentos, luces parpadeantes,
que alguien llama relámpagos, y otros llaman estrellas.
En vigilancia estamos de arcángeles traviesos
midiendo nuestra fiesta por su antigua manera,
desde la urdimbre lúbrica trenzada en nuestros besos,
al arrebato intenso que nuestra unión genera.
Mas hoy no me entretengo realizando un programa,
olvidaré estrategia, soslayaré criterio,
y dos cuerpos desnudos rodarán en la cama
desentrañando juntos recóndito misterio.
Los Angeles, 12 de junio de 2004
Soldado
Soldado en marcha, con el miedo al hombro,
mente afiligranada de sofismas;
avanzas empujado por las órdenes,
disimulando mal la cobardía;
pieza movible en máquina de guerra,
ajedrez a que juega la codicia;
víctima de política tartufa,
y fabricante de inocentes víctimas.
Tus ojos ven el doble escaparate
de la tierra invadida,
y el villorrio que guarda tus amores.
¿Qué haces aquí? La tarde se complica,
las arenas inhóspitas no duermen,
y sus extrañas formas se amotinan.
Se pudren los cadáveres al aire,
y el buitre desbancó a la golondrina.
Sangre y sudor permean tu uniforme,
y enrolla cuerpo y alma la fatiga.
¿Y todo, para qué? Para que alzando
su copa de champán, a diez mil millas,
megalómano fatuo labre un nicho
para albergar su vanidad de arcilla.
Pobre soldado, de mirada triste,
que cuentas día a día
las fechas que transcurren, y los tajos
de la guadaña hostil que se aproxima.
Tantas razones se te han dado, tantas...,
si conocieras la razón genuina
de esta misión que se declara justa,
¿quién aparecería
en la cruz del visor, estupefacto?
Muros hay que no acogen, que se obstinan
en dividir, y entonces se percibe
que fueron amasados de mentiras.
¿Luchas por esos muros?
¿Valen tu propia vida?
Ay soldadito con la cruz a cuestas,
subirás tropezando la colina
del calvario, y serás crucificado,
tú también, sin razones ni justicia.
Los Angeles, 1 de julio de 2004
La música callada
En el sosiego de la noche hierve,
(temblor de mudas cuerdas en el arpa),
la música callada del espacio,
serena vibración sin resonancia.
Serenata de sueños,
canción dormida, etérea, como de algas
meciéndose verdosas
en el fondo del agua,
o desnuda doncella
en lecho de silencio reclinada.
La música del mar tiene violines
rasgados en la playa,
trombones desgarrados en las rocas,
y en el espejo inquieto de la dársena
el pizzicato de latidos leves
contra los mudos cascos de las barcas.
La música del viento es arabesco
de címbalos y flautas
aleteando inquieto,
fugaz, en cada ráfaga..
La música del sol canta en el rostro
su melodía deslumbrante, cálida.
Pero en la noche ruedan las estrofas
sin sonido, la música callada
pero febril, vital, de las esferas,
voz del espacio en calma.
No te hablaré en la noche,
ni al exterior en sombras, ni en la almohada;
escucharemos ambos el silencio,
que canta tu palabra y mi palabra.
Los Angeles, 4 de julio de 2004