Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Mano en mano

Índice

Sonetos:
Al fin tus manos En Teotihuacán Dorada madurez Pronúnciame la daga Sigue hablándome así
Poemas:
Sin programa Soldado La música callada
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Breverías

1213
Aunque tu mano anide en otra mano, aunque uno sólo os proclaméis los dos, siempre hay un beso de sabor lejano que de algún modo está diciendo adiós.

1214
Ya no acierto a dormir si no es con ella, aunque con ella elijo no dormir; mi sueño es parpadeo de una estrella, rondando fugas, sin saber huir.

1215
Cada vez que te sueño, cada vez, toda vez, suprimo la distancia, creándote a mi lado; se me alberga en la mente la íntima insensatez de que nunca has venido, que nunca te he soñado, porque te he hecho tan mía que no has estado aparte, eres casi yo mismo, bajo mi piel te agitas; por eso ni te añoro ni tengo que esperarte, tú, mi sueño dorado, que en mis sueños habitas.

1216
Al besarte parece que se agitan mil diminutos dedos en el vientre; mil susurros eróticos que invitan a que en tu oscura intimidad me adentre; mil temblores de muslos que me gritan, exigiendo que me alce y me descentre. Y tu me besas repitiendo el grito, mi cuerpo ya a tu cuerpo circunscrito.

1217
En mi andariega caja de Pandora, refugio ayer de ensueños y añoranza, sólo perdura la desesperanza, mientras cada recuerdo se evapora.

Sonetos

1098 - Al fin tus manos
No recuerdo tus manos, ya no atino a evocar ni sus rayas, ni sus venas, ni su flexión, crisálidas que apenas respiran vida en la quietud del pino. Se me han quedado oscurecidas; vino ciega nube de olvido; no hay cadenas que esclavicen la mente ni hay almenas como el recuerdo alzado en remolino. Eslabones, murallas y memoria se desplomaron, y son ya la escoria de lo que ha muerto o ya no ha de nacer. Tu rostro huyó primeramente, luego tu voz, tu espíritu, apagado el fuego, y ahora tus manos: Siento amanecer.
Los Angeles, 4 de julio de 2004
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1099 - En Teotihuacán
En Teotihuacán hay escalones progresando hacia el sol y hacia la luna, cada pirámide, gradual tribuna donde promulga el alma sus razones. Se ama despacio allí, sin condiciones, paso a paso, en ascenso. La fortuna no está en llegar, sino en subir. Ninguna pisada en falso admite correcciones. Subimos. Mano en mano. Sin premura. La calma se incrementa con la altura. Quema el silencio al sol, pero no hablamos. Cuanto más escalamos, más te entiendo, más de mi propia historia me desprendo, más nuestra propia paz desenterramos.
Los Angeles, 4 de julio de 2004
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1100 - Dorada madurez
Mármoles quebrantados por el mazo pertinaz de los siglos destructores, tronchados capiteles y tambores de columnas, celeste manotazo. Entre la hierba se perfila el brazo pulido de una diosa; nacen flores; hay lagartos al sol, y ruiseñores rasgando el aire en súbito arañazo. Esplendor de otra edad, que hoy se mantiene diferente, mejor, como quien viene de juventud perdida a recobrada. Ante el otoño y vida que te espera, palidece pueril la primavera, mujer nacida a madurez dorada.
Los Angeles, 6 de julio de 2004
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1101 - Pronúnciame la daga
Tu palabra, ayer agua, se endurece, y es hoy hielo en abrazo inesperado; te ciñen la cadena y el candado del aislamiento, el júbilo enmudece. Hubo una rosa roja; languidece prendida a un pecho en hierro acorazado; no hay alfanje, ni látigo, ni enfado, sólo un amor que lento desfallece. Sólo un río cansado de ser río, exhausto de pasar, perdido el brío, falto de ardor, sobrado de costumbre. Pronúnciame la daga que concluye, no el guante ornamental que me recluye en la certeza de esta incertidumbre.
Los Angeles, 11 de julio de 2004
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1102 - Sigue hablándome así
Palabras hay nacidas al retozo, con suavidad de cuello de paloma; cuando me hablas, la duda se desploma, y emerge terso, inevitable el gozo. Soy el sereno, silencioso pozo a cuyo borde tu perfil se asoma; te doy el cielo al fondo, y el aroma de los nenúfares, y el alborozo del eco de tu voz, que me satura, repitiendo mi nombre. Qué frescura de calma, de intención, de resonancia. Sigue hablándome así, como si fuera todo el año vibrante primavera, dueña tú del candor y la elegancia.
Los Angeles, 11 de julio de 2004

Poemas

Sin programa
La canción de tu sexo penetra mis oídos como la flecha de oro que ha mordido su diana; mi dorado venablo te clava los sentidos, y, disoluta rosa, tus labios engalana. Se abre un acoso mutuo, camino de ida y vuelta, de exultantes pisadas que vienen y que van, sin saber detenerse, y es su marcha resuelta competencia de Circe, designio de Don Juan. En ese paraíso que premia a los amantes hay dos plazas vacías con nuestro nombre en ellas, y mil ojos atentos, luces parpadeantes, que alguien llama relámpagos, y otros llaman estrellas. En vigilancia estamos de arcángeles traviesos midiendo nuestra fiesta por su antigua manera, desde la urdimbre lúbrica trenzada en nuestros besos, al arrebato intenso que nuestra unión genera. Mas hoy no me entretengo realizando un programa, olvidaré estrategia, soslayaré criterio, y dos cuerpos desnudos rodarán en la cama desentrañando juntos recóndito misterio.
Los Angeles, 12 de junio de 2004
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Soldado
Soldado en marcha, con el miedo al hombro, mente afiligranada de sofismas; avanzas empujado por las órdenes, disimulando mal la cobardía; pieza movible en máquina de guerra, ajedrez a que juega la codicia; víctima de política tartufa, y fabricante de inocentes víctimas. Tus ojos ven el doble escaparate de la tierra invadida, y el villorrio que guarda tus amores. ¿Qué haces aquí? La tarde se complica, las arenas inhóspitas no duermen, y sus extrañas formas se amotinan. Se pudren los cadáveres al aire, y el buitre desbancó a la golondrina. Sangre y sudor permean tu uniforme, y enrolla cuerpo y alma la fatiga. ¿Y todo, para qué? Para que alzando su copa de champán, a diez mil millas, megalómano fatuo labre un nicho para albergar su vanidad de arcilla. Pobre soldado, de mirada triste, que cuentas día a día las fechas que transcurren, y los tajos de la guadaña hostil que se aproxima. Tantas razones se te han dado, tantas..., si conocieras la razón genuina de esta misión que se declara justa, ¿quién aparecería en la cruz del visor, estupefacto? Muros hay que no acogen, que se obstinan en dividir, y entonces se percibe que fueron amasados de mentiras. ¿Luchas por esos muros? ¿Valen tu propia vida? Ay soldadito con la cruz a cuestas, subirás tropezando la colina del calvario, y serás crucificado, tú también, sin razones ni justicia.
Los Angeles, 1 de julio de 2004
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La música callada
En el sosiego de la noche hierve, (temblor de mudas cuerdas en el arpa), la música callada del espacio, serena vibración sin resonancia. Serenata de sueños, canción dormida, etérea, como de algas meciéndose verdosas en el fondo del agua, o desnuda doncella en lecho de silencio reclinada. La música del mar tiene violines rasgados en la playa, trombones desgarrados en las rocas, y en el espejo inquieto de la dársena el pizzicato de latidos leves contra los mudos cascos de las barcas. La música del viento es arabesco de címbalos y flautas aleteando inquieto, fugaz, en cada ráfaga.. La música del sol canta en el rostro su melodía deslumbrante, cálida. Pero en la noche ruedan las estrofas sin sonido, la música callada pero febril, vital, de las esferas, voz del espacio en calma. No te hablaré en la noche, ni al exterior en sombras, ni en la almohada; escucharemos ambos el silencio, que canta tu palabra y mi palabra.
Los Angeles, 4 de julio de 2004
Diseño: Carmen Álvarez
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