Breverías
1218
Vienes a mí como si sólo hubiera
un único asistente a tu concierto,
y hay mil ojos que observan, y no acierto
a cerrar tanto párpado en ceguera.
Pero te miro, y a tu avance firme,
sus miradas al fin se desvanecen;
sólo tus ojos glaucos permanecen,
y sobre ellos empiezo diluirme.
1219
Ha aterrizado el buitre de la guerra
en la rama del roble descarnado;
sobre la dura, calcinada tierra,
yace el deshecho cuerpo del soldado;
su casa en ruinas, la mujer se aferra
a la herencia de niños a su lado.
Allende el mar, alegre tintineo
de copas. Arrogancia. Papeleo.
1220
Has nacido otra vez, te desembocas
de una placenta cósmica a mi lado;
llegas nueva, tú mar, yo acantilado,
suave la espuma, sólidas las rocas.
Flota al aire, o al agua, la melena,
ovillada en ti misma, medio ausente,
eres nueva, mas no eres diferente,
olas rompiéndose en la misma arena.
1221
Con los brazos en cruz entre los senos
como intentando, sin querer, defensa;
tu cuerpo entero es voluntad que piensa,
toda tu mente sensación sin frenos.
1222
Blanca es la sábana sobre el diván,
blanco el atuendo que al velar, revela,
blanca toda tu piel, barco de vela
en el que todos mis deseos van.
1223
Se encienden nuevas luces; tus ojos muertos
delegan sus funciones de ver al tacto;
mírame con tus dedos que están cubiertos
de verdad silenciosa, matiz exacto.
Sonetos
1103 - Amar sin corazón
A una mujer amé, mas sin quererla,
la amé sin corazón, como se ama
a esa efigie con piel, sobre la cama,
que al azar nos llegó, sin conocerla.
¿Amar sin corazón? ¿Sin absorberla
hasta el fondo del alma, en viva llama?
¿Amarla nada más como la dama
puede amar la belleza de la perla?
Hay amores del alma, de la mente,
amores de la piel, que de repente
pueden desvanecerse o estallar.
La amé sin corazón, y ambos partimos.
Y hoy, alma, mente y piel, los tres sufrimos
por no habernos sabido enamorar.
Los Angeles, 16 de julio de 2004
1104 - Esta vez, no
“Esta vez, no”, me dijo. Sus razones
dormían en la cuenca de mi oído,
o daban tambaleos de tullido
en inútil disfraz de reflexiones.
Rodaban por la playa las canciones,
boleros exaltando la libido;
era su voz sutil contrasentido
al fervor de pasadas ocasiones.
No quise hurgar en su temor, y el ruego
no es mi estrategia; soy ajeno al juego
que no entierra en llaneza sus raíces.
Miré sus ojos y exclamé: “Lo siento,
pero me voy en paz, sin descontento;
cuando empiece otro ciclo, me lo dices”.
Los Angeles, 16 de julio de 2004
1105 - Mi momento y tu deshora
En la frontera de tu beso implora
mi propio beso, sin portal ni puente;
sentada junto a mí, tan adyacente,
que escucho tu mirada, aunque me ignora.
Es tal vez mi momento y tu deshora,
cuando tu alma recela lo que siente;
emerge diáfano tu subconsciente,
que yo vislumbro y tu razón demora.
Si tendiera mi mano, ¿la asirías?
Si mi palabra, ¿la responderías?
Si mi beso, ¿abriríasle la puerta?
Los tres en sucesión hacia ti avanzan;
dentro de ti en lenguas de fuego danzan
ángeles sonriendo por la oferta.
Los Angeles, 17 de julio de 2004
1112 - Sueño
Sueño soy, y no quiero que despiertes,
navégame en sus olas, en sus brumas,
escríbeme en el aire con las plumas
de tus alas, y nunca me desertes.
Pero soy realidad. Tú me conviertes
en ese sueño de algas y de espumas,
te sumerges en mí, me lo perfumas,
y al mismo tiempo sobre mí lo viertes.
Y momentáneamente me confundo,
y ya no sé si estoy en lo profundo
de ti misma, o si estás dentro de mí.
No sé ya si me sueñas o te sueño,
si tu tacto es real, o si me empeño
sólo en pensarte, y que jamás te vi.
Los Angeles, 21 de julio de 2004
1113 - Vivir
Muchos años se me han atribuído,
partiendo de la firma, ya lejana,
que en cierto ayuntamiento, una mañana,
certificó que yo había nacido.
De tantos años, que no sé si han sido
nube fugaz, tañido de campana,
rudo martillo o frágil porcelana,
¿cuántos, en plenitud, habré vivido?
Yo no acepto la vida del arbusto,
arraigado a su tierra, con lo justo,
su medida de lluvia, viento y sol.
Auténtico vivir supone vuelo
de alondra en plena posesión de cielo,
no la casa a la espalda, caracol.
Los Angeles, 22 de julio de 2004
Poemas
Mujer del aeropuerto
A Eli, en un lugar del Pacífico
Un vuelo cancelado y un otro diferido,
qué coincidencias de oro la suerte nos ofrece,
dos líneas que, distantes, por fin han convergido
en este punto aislado que no nos pertenece.
Tiemblan en tus pupilas, oraciones al viento,
los cuatro minaretes de la Mezquita Azul,
inglesita expatriada, de mirar soñoliento,
con reflejos del Bósforo y el cielo de Estambul.
Te llegaste a mi mesa (¿la única disponible?),
como quien surca el agua, buscando atracadero,
como un susurro de alas, apenas perceptible,
y cerrando mi libro, me hice tu compañero.
Te adentraste en mis ojos y los tuyos sostuve,
yendo de mente a mente largos itinerarios,
Efeso, Troya, Pérgamo, rutas que un día anduve,
Tahiti, Bali, Fiji, tus propios calendarios.
Yo perseguía ruinas de griegos y romanos,
tú el sol y las mareas de exóticos lugares,
y enlazadas, cautivas, tus manos en mis manos,
revisitamos juntos ágoras y bazares.
Sólo cuanto fue un día por sendas diferentes,
lo que aparte vivimos, no lo que hubiera sido
en concurrencia exacta de tiempos y de ambientes,
de no haberme apremiado yo mismo a haber nacido.
Hoy es sólo un momento, pero es casi una vida,
confluencia de rutas que se han de bifurcar;
vas a partir, me quedo, qué triste despedida,
con tu beso en mis labios, y en tus ojos el mar.
Los Angeles, 12 de julio de 2004
Veinte ataúdes
Han regresado ayer veinte soldados,
vencidos por la muerte. Veinte flechas
sin alcanzar la diana, veinte adagios
silenciados, perdidos en la orquesta,
veinte columnas hoy decapitadas
con veinte capiteles en la tierra,
veinte campanas de apagadas voces,
veinte perfiles turbios en la niebla.
No en clamor de trompetas, en sigilo,
como ríos de miedo y de vergüenza,
enfilando la puerta de servicio,
veinte ataúdes, veinte primaveras,
veinte fuegos helados, en cenizas,
bajo veinte sudarios de banderas.
Murieron entre el odio y la mentira,
murieron bajo el sol, sobre la arena,
murieron por bazares y oleoductos,
murieron sin razón, por conveniencias.
Continúan los barcos de la muerte
descargando su flete de tinieblas,
continúa el barniz, el subterfugio,
continúa el andamio de la amnesia.
Ocultad la llegada de los muertos,
ocultadla, que ofrece mala prensa.
Han regresado ayer veinte soldados,
vencidos por la muerte. No hay respuesta
para madres y esposas; sólo el aire
llevando un tintineo de monedas.
Los Angeles, 30 de julio de 2004