Breverías
1234
Está viva la muerte, respirando
como perro dormido;
tal vez la oiremos despertar ladrando,
o solamente lo sabremos cuando
ya nos haya mordido.
1235
A la orilla del sueño estoy contigo,
y no quiero dormir por no ausentarte;
despierto, en tu recuerdo me prodigo,
dormir es un ensayo de olvidarte.
1236
A ti, que ayer me susurrabas cosas
tan inéditas que me aparecías
revistiendo de púrpura el idioma,
te devuelvo en palabras luminosas
lo mejor de mis noches y mis días,
que aún arrastran la estela de tu aroma.
1237
En el odio se mueren las promesas
con más facilidad que en el olvido;
cuando dos odios se hablan al oído
cualquier acuerdo volará en pavesas.
1238
No seas caminante que transita
con aire distraído mi paisaje;
ni tedioso rapsoda que recita
en monótono acento su mensaje;
détente en mí, aunque sea de visita,
da su sentido auténtico al lenguaje;
camina y habla como si este día
fuera tu hora, fuera la mía.
1239
En tu hornacina estás, Venus de Milo,
incapaz de abrazar, siendo tan bella,
fría como su mármol, sólo estilo,
y tan sola, tan sola como ella.
Sonetos
1139 - ¿Qué libertad?
Desprendido del lastre de otros días
cuando las rosas eran de cemento
y la sangre un gemido en movimiento,
hoy vaticino nuevas agonías.
No se elude el dolor, las alegrías
no se labran, son obra del momento;
cada traspiés, cada resurgimiento
despliegues son de viejas profecías.
Volvemos a vivir lo que vivimos,
somos, seremos lo que un tiempo fuimos,
nuestra vida trazada ya en la cuna.
Y nos pensamos libres, pero luego
nos sabremos peones en el juego
de ajedrez entre Dios y la fortuna.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2004
1140 - Indiferente
Se ausentó el corazón equivocado
de la sangrienta cavidad del pecho;
perdido el ritmo, a soledad deshecho,
en exasperación de haber soñado.
Hoy el torso es fortín acorazado,
y un motor de metal, ni satisfecho,
ni desilusionado, ni maltrecho,
finge vida en tictac cronometrado.
El cerebro calcula; si arremete,
es interés que no se compromete,
ni frío ni calor, sólo objetivo.
Máquina indiferente en la cabeza,
engranaje en el pecho, pieza a pieza,
y el alma entera un empolvado archivo.
Los Angeles, 7 de septiembre de 2004
1141 - He de llamarte
Puedo llamarte amor, pero prefiero
nombres que dan la espalda a la rutina,
palabra, si no nueva, que defina
tu piel de tango, tu alma de bolero.
Tengo el vocablo exacto, mensajero
de la verdad más honda y cristalina,
tantas veces en forma clandestina
de falso oprobio, de aire forastero.
Porque sabes amar, y soy testigo
de tu pródigo afán para conmigo,
he de llamarte, sin rubor, amante.
¡Qué título tan bello y denigrado!
Me desborda la boca y el costado;
no sé de otro mejor en este instante.
Los Angeles, 9 de septiembre de 2004
1142 - Para ti
He entrado a ti por tu fotografía;
ya sé tu nombre y he logrado verte;
aunque esto no denote conocerte,
dentro de mí ya eres un poco mía.
En ese campo de mi fantasía
que crea sueños, quiero retenerte,
brazos abiertos, y el amor hacerte
como sin la distancia te lo haría.
Es tanto más tu imagen que una foto…
Es un tacto inmediato, aunque remoto,
un poco de erotismo, algo de entrega.
Eres tal vez un ánfora de vino,
y hay que beberte a ritmo paulatino,
como quien sabe darse y no se niega.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
1143 - Diálogo virtual
Tantas palabras de barniz, tullidas,
tropezando en la malla del teclado,
tanto coloquio marginal, callado,
tantas fisonomías escondidas.
¿Cómo atrapar las mudas sacudidas
que el cable no transmite a nuestro lado,
o distinguir el tono derivado
de las llegadas, de las despedidas?
La sensibilidad, la efervescencia
que entrevemos, no son sino evidencia
de cuanto ha madurado en nuestra entraña.
Proyectamos al otro nuestra sombra,
y cuando su encubierta voz nos nombra,
nuestro propio deseo nos engaña.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
1144 - Aldea
Me pierdo en las minúsculas callejas
ignorantes del sol, narcotizadas,
donde el eco vital de las pisadas
un día huyó como aluvión de abejas.
Las ventanas abiertas, tras las rejas,
invitaciones son condicionadas,
como a mirar sin ver las sombreadas
salas que frecuentaban las parejas.
El silencio es de plomo. Se adormilan
los tulipanes del zaguán, y oscilan
sus corolas en sueño intermitente.
Me apoyo en la pared, como quien toma
un sorbo de aire de tan dulce aroma,
y gozo de esta paz tan elocuente.
Los Angeles, 10 de septiembre de 2004
1145 - Desconocido
Desconocido. Pasas y sonrío.
No sé por qué, porque no sé quién eres.
Ni me asistes, me oprimes ni me hieres,
ni de tu porte extraño desconfío.
Eres, como soy yo, sólo un navío
que se cruza en el mar, y no requieres
saber la ruta, analizar poderes,
ni comparar lo tuyo con lo mío.
Puedo alcanzar tu mano con mi mano,
y te siento, no obstante, tan lejano
como si hubiera entre ambos un abismo.
Sobrenada en tus ojos una historia
que puede ser olvido o ser memoria;
no sé si eres mi hermano, o soy tú mismo.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2004
Poemas
Nombres
Su piel, forjada del bronce
de las fraguas del Caribe;
y el alma blanca, de espuma,
como las alas del cisne;
no por haber esquivado
rojos golpes, aires tristes,
que tuvo amores sangrientos,
mas ahora sin ellos vive.
Alma blanca, porque hoy nadie
sobre ella su nombre escribe.
Era más bella desnuda;
si la belleza se viste,
nos deja sólo una sombra,
ciego sol en el eclipse.
Yo la quise en mediodía
pleno de luz y matices,
en otoño de racimos
que entre las manos se exprimen,
en primavera de surcos
enterrando las raíces,
en la brisa acariciante
y en el vendaval que gime.
Y ella me quiso al galope,
sin rienda, sin tonos grises,
más allá de lo galante
y más de lo permisible.
Quiso detener el tiempo,
no quería despedirse,
nudo de brazos y piernas
que a la escisión se resiste.
Y al fin partimos. Mi nombre
en su alma blanca legible.
¿Y su nombre? Tal vez cubre
una de mis cicatrices.
Los Angeles, 3 de septiembre de 2004
Recuerdos
“Cerrar con siete llaves el sepulcro de El Cid”
(Joaquín Costa)
Llevo gritos en mí que desconocen
su punto de partida,
que no saben subir a la garganta
e intentan reventar por cada esquina.
Hay un olor a sangre derramada,
y no sé si es la mía;
me resisto al recuerdo, porque tiene
siempre un sabor amargo, aunque repita
las luces de otra aurora,
las mieles de otros días.
El recuerdo es la triste insuficiencia
de querer revivir algo sin vida,
cadáver de una alondra, ya sin vuelo,
mudo su trino, cada vez más fría.
Recordar es lamento y alborozo,
como abrazar a una mujer vestida,
al fin el alborozo se diluye,
las baladas se tornan elegías,
la mente se repuebla de espejismos,
la sonrisa de ayer, ya no es sonrisa.
En el recuerdo acariciamos aire,
deplorando después manos vacías.
Se me pierden los gritos
por las largas, oscuras galerías
de este alma que se esfuerza
por reavivar el fuego en la ceniza.
Tal vez se necesiten
también en esta solitaria cripta
que impide la mirada hacia delante,
siete cerrojos sobre la dormida
tumba de ayer. Los muertos están muertos,
y ni pueden hablar ni resucitan.
Son humo, sombra, nube por el aire,
retrato en la pared, palabra escrita,
soplo de viento sobre nuestro rostro,
leve y fugaz, como quien tiene prisa.
Tenemos este instante,
y un algo de mañana, es una espiga,
noventa y nueve granos de alimento,
y un grano de semilla.
El otro grano que murió en la tierra
es sólo ya una caña improductiva.
Los Angeles, 4 de septiembre de 2004