Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Vidas

Índice

Sonetos:
La vida Rosas de cinismo Cautiva de ti misma Tu hora pasó
Poemas:
Ruinas Hermano Política Buque de carga
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Breverías

1245
No la toques: Pudiera deshacerse, tan frágil, tan gentil y temblorosa, alondra a punto de desvanecerse perdida en la corola de la rosa. No la toques: Contémplala y respeta la distancia que a sí misma se ha impuesto; tal vez el viento oscile su veleta, y mañana dirija a ti su gesto.

1246
No te dejes morir, que ya la muerte descargará a su tiempo la guadaña; ni se duerma tu mente en la maraña de dudas anodinas, que pervierte tu visión de las cosas, y te engaña. Mira hacia dentro en firme vigilancia de lo que has heredado de la vida; recuerda luz y pétalos, y olvida sombra y espinas, frena la arrogancia, y esté tu mano a los demás tendida.

1247
Si me dijeras ‘No’, te escucharía como quien piensa en un país distante, reconociendo que tal vez un día podré ser en sus rutas caminante. Pero me negaría a la insistencia, fuera tu prohibición táctica o veto. La negativa implica resistencia, y ésta es mala aliada del respeto.

1248
Muéranse las canciones y las aves, languidezcan las rosas, absorba el mar las naves, duerma la luz en sombras silenciosas; pero aumente tu fe en mí cada día, y fortalézcase también la mía.

1249
Al meditar, soy arabesco de humo, mis ideas se yerguen y evaporan, y en mis propios conceptos me consumo. Al observar, proyecto el sentimiento sobre cada objetivo contemplado, y más que lo que veo, es lo que invento. Al liberar mis propias emociones, niego la realidad, o la revisto de inexactas, o absurdas, ilusiones.

Sonetos

1152 - La vida
¿Cuántas vidas tenemos adosadas al carnaval de nuestra propia vida? Tal vez alguna abierta y encendida, otras quizá en disfraz enmascaradas. Entre tantas partidas y llegadas, (¿no convida al adiós cada venida?) ¿qué vida quedará reconocida? ¿La que no haya borrado sus pisadas? Somos nube de polvo en el camino, letra disuelta en viejo pergamino, voluta de humo, ráfaga de viento. Las vidas que nos tocan son instantes, todas distintas, todas semejantes; la nuestra no es un todo, es un fragmento.
Los Angeles, 4 de octubre de 2004
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1153 - Rosas de cinismo
En mi jardín las rosas nacen, crecen, y se extinguen también, a pesar mío; permito su sonrisa de rocío mientras inexorables languidecen. No soy floricultor; me pertenecen por brotar junto a mí; si un amorío requiere el ramo, al punto desconfío, y la sangre y la piel se me adormecen. La rosa es póliza de compraventa, de un lado, vanidad, del otro afrenta bajo apariencia de satisfacción. ¿A pétalo por beso? Qué bajeza; sin herramienta tal, la gentileza sabe el camino de la seducción.
Los Angeles, 4 de octubre de 2004
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1154 - Cautiva de ti misma
Uncida al carro, sigues la rodera que tantas veces en el barro ahondaste, ida y vuelta incesantes, en desgaste de sueños de oro vueltos de madera. ¿Cómo avenirse al yugo la pantera? ¿Cómo recuperar cuanto abdicaste? ¿Cómo reconciliar ese contraste de anhelar y rendirse, roca y cera? Tantos años el agua del pantano reprimido en la presa; tanto grano acopiado en el hórreo estérilmente. Derrámate en la tierra, inunda el valle, destroza el carro, y que por fin estalle el polvorín que encierras en la mente.
Los Angeles, 5 de octubre de 2004
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1155 - Tu hora pasó
¿Por qué vuelves a mí, si ya he cerrado la puerta y se ha dormido la candela? Mi corazón ya no se desnivela al eco de tu voz al ser llamado. Duermo sin ti, mas duermo acompañado, ni inquietud ni añoranza es mi parcela; un sólo sobresalto me desvela: el abrazo en la noche inesperado. Antes que el sueño a mis pupilas llegue, escucharé tus pasos en repliegue, hojas secas dispersas en el viento. Tu hora pasó. Hoy es el primer día del resto de mi vida, suya y mía; tú no fuiste mi ayer, sólo un momento.
Los Angeles, 6 de octubre de 2004

Poemas

Ruinas
Siento un respeto casi religioso por los templos en ruinas, viejos lugares donde tantos dioses mantuvieron su altar o su hornacina, donde el tullido abandonó el exvoto, el piadoso encendió su lamparilla, y el visionario percibió las voces que nadie más oía. La fe los cinceló, mármol, granito, siempre las manos de la fe edifican, y la superstición bailó su danza en la penumbra tibia. Extasis, canto gregoriano, incienso, en catedrales góticas y ermitas; armonía serena del templo griego a Atena o a Artemisa, olor a corazones arrancados en teocali azteca, bailarinas en zigurat caldeo, junto al Tigris, suras en la mezquita, ecos del Ramayana en la pagoda frente al sagrado Ganges, en la India. Eso fue estando en pie torres y cúpulas, escalinatas, muros, galerías… Lo aplastaron el tiempo o el guerrero, la idea heterodoxa o la rapiña. Quedan las piedras, en silencio oscuro, medio arco carcomido de la cripta, como un brazo severo alzado al cielo en arrebato de ira, la columna gentil, decapitada, el campanario en ruinas. Hay un aire solemne en estas piedras todavía vivas en desorden de siglos, como duerme el rescoldo en la ceniza. Yo las contemplo enhiestas, los sacerdotes y las profetisas clamando sus verdades, o sus mitologías. Y las miro entre el musgo, gigantes que ha vencido la fatiga, dormidas a la sombra de los olivos o de las encinas, y a veces me parecen más bellas derruídas.
Los Angeles, 2 de octubre de 2004
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Hermano
A Jaime Alvarez Hidalgo, en lugar y fecha inciertos: 1937 Murió tal vez al apagarse el día, en un rincón oscuro, doble noche abrazando su agonía, y el corazón sin estrenar, tan puro. No sé dónde murió, ni cómo o cuándo, ni tampoco por qué. Muchos murieron defendiendo una idea en cada bando, bando que les fue impuesto o escogieron. Morir por una causa, una doctrina, justa o falaz, puede tener sentido; hay una meta que alcanzar, genuina, aunque todo el que muere es un vencido. Pero siempre, en el último momento, quien se desangra adquiere el sentimiento de que su muerte no habrá sido en vano; y aquél que muere solo, sin razones, es como si una banda de ladrones le sustrajera el alma. Ay, hermano… Tantas veces te he visto, tantas veces, nunca te conocí, pero apareces, sombra insistente que a partir se niega; he recreado tantos escenarios de tus últimos días que me llega, como si fuera mía, tu congoja. Cuando el otoño opaco se deshoja, cuando el invierno se arreboza en nieve, la primavera a florecer se atreve, o se abrasan las rocas en verano, tú llegas a mi lado, pobre hermano, con el brazo tendido, y no sé si requieres asistencia, no sé si tu rumor es un gemido, o si en esta presencia me envuelve el regocijo del abrazo que nunca recibí, que me usurparon aún no sé si el cuchillo o el balazo. Muerto sobre la tierra. Galoparon tus recuerdos al ver la última hora serpear hacia ti; llegó la aurora, pero ya no hubo luz, no hubo rumores, era la noche larga, la noche que destierra los temores, la noche ya ni lúgubre ni amarga, la noche de la paz interminable. Ay, hermano entrañable, ay, hermano, perdido antes de conocerte; ni disculpo a la vida, que te ha huído, ni le indulto a la muerte, que descendió tus párpados distantes antes de ver mi rostro en tus retinas; ni perdono las manos asesinas amarradas a mentes ignorantes. Tal vez el sol tus restos entibiara, tal vez la madre, compasiva tierra, te cubriera la cara, y al abrazo de Dios tu alma se aferra.
Los Angeles, 3 de octubre de 2004
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Política
Alzaba el líder su mentón al aire mirando desde arriba en arrogancia, martilleando una tras otra, y otra, sobre el pueblo gregario las palabras, como quien clava ideas puntiagudas en las desnudas mentes despobladas. Tantas mentes ambiguas no han sabido vestirse, y se amortajan con la túnica oscura, transparente, de la propia ignorancia. Caminan indecisas, sin voz, sin credo, erráticos fantasmas, y la frase eventual, reiterativa, determina el destino de sus almas. Y marchan al compás de las consignas que no entienden; y marchan, marchan, marchan. Los líderes conocen la energía de tácticas de miedo y amenaza que oprime corazones encerrados en pechos de hojalata. Piensan, y a veces saben, la ley de la artimaña, que el pueblo es un rebaño de borregos, se le conduce, bien o mal, y calla. Tal vez alguien proteste, y alce la voz, rompiendo la mordaza, pero siempre habrá puños que sometan, blandas exégesis, palabras vanas. Hasta que un día el pueblo de borregos quizá empiece a pensar, y se desmarca del sendero trazado, y asiendo el voto o esgrimiendo el hacha, abra los ojos, cierre los oídos, y pierda el miedo, haciéndose amenaza. El líder temblará, ya no arrogante, careciendo de ideas y palabras, su autoridad perdida, a golpes de cornada. Los borregos serán machos cabríos arremetiendo, sin volver la espalda.
Los Angeles, 11 de octubre de 2004
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Buque de carga
Ella, buque de carga que atraca en cada puerto, cien manos mercenarias al desembarco activas, sobre la piel, vestigios, en crudo desconcierto, de cien clases de besos, cien clases de salivas. Ella, buque de carga, que en balanceo leve, danza un sueño de nubes bajo su casco oscuro, viendo sólo reflejos de cuanto el cielo mueve, como quien oye un río desde detrás de un muro. Ella, buque de carga, que ha de quedar vacío, recibiendo otro flete para otra singladura hacia nuevo horizonte, cada vez más sombrío, ella, apenas sonríe detrás de su amargura.
Los Angeles, 12 de octubre de 2004
Diseño: Carmen Álvarez
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