Breverías
1245
No la toques: Pudiera deshacerse,
tan frágil, tan gentil y temblorosa,
alondra a punto de desvanecerse
perdida en la corola de la rosa.
No la toques: Contémplala y respeta
la distancia que a sí misma se ha impuesto;
tal vez el viento oscile su veleta,
y mañana dirija a ti su gesto.
1246
No te dejes morir, que ya la muerte
descargará a su tiempo la guadaña;
ni se duerma tu mente en la maraña
de dudas anodinas, que pervierte
tu visión de las cosas, y te engaña.
Mira hacia dentro en firme vigilancia
de lo que has heredado de la vida;
recuerda luz y pétalos, y olvida
sombra y espinas, frena la arrogancia,
y esté tu mano a los demás tendida.
1247
Si me dijeras ‘No’, te escucharía
como quien piensa en un país distante,
reconociendo que tal vez un día
podré ser en sus rutas caminante.
Pero me negaría a la insistencia,
fuera tu prohibición táctica o veto.
La negativa implica resistencia,
y ésta es mala aliada del respeto.
1248
Muéranse las canciones y las aves,
languidezcan las rosas,
absorba el mar las naves,
duerma la luz en sombras silenciosas;
pero aumente tu fe en mí cada día,
y fortalézcase también la mía.
1249
Al meditar, soy arabesco de humo,
mis ideas se yerguen y evaporan,
y en mis propios conceptos me consumo.
Al observar, proyecto el sentimiento
sobre cada objetivo contemplado,
y más que lo que veo, es lo que invento.
Al liberar mis propias emociones,
niego la realidad, o la revisto
de inexactas, o absurdas, ilusiones.
Sonetos
1152 - La vida
¿Cuántas vidas tenemos adosadas
al carnaval de nuestra propia vida?
Tal vez alguna abierta y encendida,
otras quizá en disfraz enmascaradas.
Entre tantas partidas y llegadas,
(¿no convida al adiós cada venida?)
¿qué vida quedará reconocida?
¿La que no haya borrado sus pisadas?
Somos nube de polvo en el camino,
letra disuelta en viejo pergamino,
voluta de humo, ráfaga de viento.
Las vidas que nos tocan son instantes,
todas distintas, todas semejantes;
la nuestra no es un todo, es un fragmento.
Los Angeles, 4 de octubre de 2004
1153 - Rosas de cinismo
En mi jardín las rosas nacen, crecen,
y se extinguen también, a pesar mío;
permito su sonrisa de rocío
mientras inexorables languidecen.
No soy floricultor; me pertenecen
por brotar junto a mí; si un amorío
requiere el ramo, al punto desconfío,
y la sangre y la piel se me adormecen.
La rosa es póliza de compraventa,
de un lado, vanidad, del otro afrenta
bajo apariencia de satisfacción.
¿A pétalo por beso? Qué bajeza;
sin herramienta tal, la gentileza
sabe el camino de la seducción.
Los Angeles, 4 de octubre de 2004
1154 - Cautiva de ti misma
Uncida al carro, sigues la rodera
que tantas veces en el barro ahondaste,
ida y vuelta incesantes, en desgaste
de sueños de oro vueltos de madera.
¿Cómo avenirse al yugo la pantera?
¿Cómo recuperar cuanto abdicaste?
¿Cómo reconciliar ese contraste
de anhelar y rendirse, roca y cera?
Tantos años el agua del pantano
reprimido en la presa; tanto grano
acopiado en el hórreo estérilmente.
Derrámate en la tierra, inunda el valle,
destroza el carro, y que por fin estalle
el polvorín que encierras en la mente.
Los Angeles, 5 de octubre de 2004
1155 - Tu hora pasó
¿Por qué vuelves a mí, si ya he cerrado
la puerta y se ha dormido la candela?
Mi corazón ya no se desnivela
al eco de tu voz al ser llamado.
Duermo sin ti, mas duermo acompañado,
ni inquietud ni añoranza es mi parcela;
un sólo sobresalto me desvela:
el abrazo en la noche inesperado.
Antes que el sueño a mis pupilas llegue,
escucharé tus pasos en repliegue,
hojas secas dispersas en el viento.
Tu hora pasó. Hoy es el primer día
del resto de mi vida, suya y mía;
tú no fuiste mi ayer, sólo un momento.
Los Angeles, 6 de octubre de 2004
Poemas
Ruinas
Siento un respeto casi religioso
por los templos en ruinas,
viejos lugares donde tantos dioses
mantuvieron su altar o su hornacina,
donde el tullido abandonó el exvoto,
el piadoso encendió su lamparilla,
y el visionario percibió las voces
que nadie más oía.
La fe los cinceló, mármol, granito,
siempre las manos de la fe edifican,
y la superstición bailó su danza
en la penumbra tibia.
Extasis, canto gregoriano, incienso,
en catedrales góticas y ermitas;
armonía serena
del templo griego a Atena o a Artemisa,
olor a corazones arrancados
en teocali azteca, bailarinas
en zigurat caldeo, junto al Tigris,
suras en la mezquita,
ecos del Ramayana en la pagoda
frente al sagrado Ganges, en la India.
Eso fue estando en pie torres y cúpulas,
escalinatas, muros, galerías…
Lo aplastaron el tiempo o el guerrero,
la idea heterodoxa o la rapiña.
Quedan las piedras, en silencio oscuro,
medio arco carcomido de la cripta,
como un brazo severo
alzado al cielo en arrebato de ira,
la columna gentil, decapitada,
el campanario en ruinas.
Hay un aire solemne
en estas piedras todavía vivas
en desorden de siglos,
como duerme el rescoldo en la ceniza.
Yo las contemplo enhiestas,
los sacerdotes y las profetisas
clamando sus verdades,
o sus mitologías.
Y las miro entre el musgo,
gigantes que ha vencido la fatiga,
dormidas a la sombra
de los olivos o de las encinas,
y a veces me parecen
más bellas derruídas.
Los Angeles, 2 de octubre de 2004
Hermano
A Jaime Alvarez Hidalgo,
en lugar y fecha inciertos: 1937
Murió tal vez al apagarse el día,
en un rincón oscuro,
doble noche abrazando su agonía,
y el corazón sin estrenar, tan puro.
No sé dónde murió, ni cómo o cuándo,
ni tampoco por qué. Muchos murieron
defendiendo una idea en cada bando,
bando que les fue impuesto o escogieron.
Morir por una causa, una doctrina,
justa o falaz, puede tener sentido;
hay una meta que alcanzar, genuina,
aunque todo el que muere es un vencido.
Pero siempre, en el último momento,
quien se desangra adquiere el sentimiento
de que su muerte no habrá sido en vano;
y aquél que muere solo, sin razones,
es como si una banda de ladrones
le sustrajera el alma. Ay, hermano…
Tantas veces te he visto, tantas veces,
nunca te conocí, pero apareces,
sombra insistente que a partir se niega;
he recreado tantos escenarios
de tus últimos días que me llega,
como si fuera mía, tu congoja.
Cuando el otoño opaco se deshoja,
cuando el invierno se arreboza en nieve,
la primavera a florecer se atreve,
o se abrasan las rocas en verano,
tú llegas a mi lado, pobre hermano,
con el brazo tendido,
y no sé si requieres asistencia,
no sé si tu rumor es un gemido,
o si en esta presencia
me envuelve el regocijo del abrazo
que nunca recibí, que me usurparon
aún no sé si el cuchillo o el balazo.
Muerto sobre la tierra. Galoparon
tus recuerdos al ver la última hora
serpear hacia ti; llegó la aurora,
pero ya no hubo luz, no hubo rumores,
era la noche larga,
la noche que destierra los temores,
la noche ya ni lúgubre ni amarga,
la noche de la paz interminable.
Ay, hermano entrañable,
ay, hermano, perdido
antes de conocerte;
ni disculpo a la vida, que te ha huído,
ni le indulto a la muerte,
que descendió tus párpados distantes
antes de ver mi rostro en tus retinas;
ni perdono las manos asesinas
amarradas a mentes ignorantes.
Tal vez el sol tus restos entibiara,
tal vez la madre, compasiva tierra,
te cubriera la cara,
y al abrazo de Dios tu alma se aferra.
Los Angeles, 3 de octubre de 2004
Política
Alzaba el líder su mentón al aire
mirando desde arriba en arrogancia,
martilleando una tras otra, y otra,
sobre el pueblo gregario las palabras,
como quien clava ideas puntiagudas
en las desnudas mentes despobladas.
Tantas mentes ambiguas
no han sabido vestirse, y se amortajan
con la túnica oscura, transparente,
de la propia ignorancia.
Caminan indecisas,
sin voz, sin credo, erráticos fantasmas,
y la frase eventual, reiterativa,
determina el destino de sus almas.
Y marchan al compás de las consignas
que no entienden; y marchan, marchan, marchan.
Los líderes conocen la energía
de tácticas de miedo y amenaza
que oprime corazones
encerrados en pechos de hojalata.
Piensan, y a veces saben,
la ley de la artimaña,
que el pueblo es un rebaño de borregos,
se le conduce, bien o mal, y calla.
Tal vez alguien proteste,
y alce la voz, rompiendo la mordaza,
pero siempre habrá puños que sometan,
blandas exégesis, palabras vanas.
Hasta que un día el pueblo de borregos
quizá empiece a pensar, y se desmarca
del sendero trazado,
y asiendo el voto o esgrimiendo el hacha,
abra los ojos, cierre los oídos,
y pierda el miedo, haciéndose amenaza.
El líder temblará, ya no arrogante,
careciendo de ideas y palabras,
su autoridad perdida,
a golpes de cornada.
Los borregos serán machos cabríos
arremetiendo, sin volver la espalda.
Los Angeles, 11 de octubre de 2004
Buque de carga
Ella, buque de carga que atraca en cada puerto,
cien manos mercenarias al desembarco activas,
sobre la piel, vestigios, en crudo desconcierto,
de cien clases de besos, cien clases de salivas.
Ella, buque de carga, que en balanceo leve,
danza un sueño de nubes bajo su casco oscuro,
viendo sólo reflejos de cuanto el cielo mueve,
como quien oye un río desde detrás de un muro.
Ella, buque de carga, que ha de quedar vacío,
recibiendo otro flete para otra singladura
hacia nuevo horizonte, cada vez más sombrío,
ella, apenas sonríe detrás de su amargura.
Los Angeles, 12 de octubre de 2004