Breverías
1250
En la memoria un árbol entierra sus raíces,
ramas de descalabros, frutos de cicatrices.
A su sombra está el alma, que ni ruega ni elige,
añora lo pasado, y el pasado le aflige.
Abolido el recuerdo, la sangre ha interrumpido
su turbulencia roja, y el dolor se ha dormido
1251
Disemina en el surco grano a grano
el amor que te nace, no lo apreses;
sazonará tu campo en el verano;
muere el trigo, el amor tiene reveses,
pero muerte o revés no son en vano,
resucitando luego en nuevas mieses.
Amor que liberal se distribuye
de alguna forma hacia uno mismo fluye.
1252
Hay un algo lejano que me llama,
tal vez un alguien que gentil me espera;
lo siento como el roce de una rama
que de mi tronco eufórica emergiera;
como mágico cáliz que derrama
todo el aroma de la primavera.
Su voz confidencial casi me toca
más que por los oídos, por la boca.
1253
Vuelven a mí palabras liberadas
tiempo atrás en murmullo o en estruendo;
y aunque fueran por mí una vez firmadas,
ya no puedo decir que las entiendo.
1254
Mutiladas estatuas de ojos fríos
me ven pasar desde sus pedestales;
sus viejos pensamientos son hoy míos,
ellas serán tal vez más inmortales.
Sonetos
1156 - Las palabras
Se me van las palabras, se me ausentan,
cobardes, o más bien insuficientes,
filtrándose en silencio entre los dientes;
mis ideas tal vez me las ahuyentan.
Cuanto más mis conceptos se acrecientan,
cuanto más hondos y clarividentes,
duermen mis labios menos elocuentes,
y en mayor confusión me representan.
Entiendo con certeza lo que siento,
siento cada matiz del pensamiento,
pero es como la niebla su expresión.
Necesito inventar un diccionario
más propio, más vital, más incendiario,
voz de mi mente hacia tu corazón.
Los Angeles, 13 de octubre de 2004
1157 - No estoy de paso
He caminado en ti la noche entera,
peregrino de rutas escondidas,
transeúnte de plazas y avenidas,
sin hallar cerradura ni barrera.
Esta es mi tierra ya; si no tuviera
más camino que el tuyo o más guaridas
para mis fieras, sobre ti dormidas,
no urgiría otro mundo, otra manera.
Se despereza el alba, y se despiertan
las ventanas sin luz, pero no aciertan
los rostros en sus marcos a incitarme.
El zurrón del recuerdo abandonado,
arrojado a las llamas el cayado,
no estoy de paso ya: Vine a quedarme.
Los Angeles, 14 de octubre de 2004
1158 - Saudade
El agua arrastra su alma luminosa
en errática trama en los cristales,
el viento juega en locas espirales
en esta tarde de mi abril lluviosa.
Hay nostalgia en el aire gris. Tediosa
canturrea la lluvia en los portales.
Tantas palabras suenan hoy triviales
que ayer fueran salmodia jubilosa…
Los álamos se mecen a lo lejos…
Si es el invierno que nos hace viejos,
¿por qué me siento añoso en primavera?
Miro el campo a través de la ventana,
tan distraído como quien hilvana
recuerdos que no quieren salir fuera.
Los Angeles, 17 de octubre de 2004
1159 - Gentil naturaleza
He soñado el regreso de los vientos
a la danza del olmo en la ribera;
y el leve tacto de la luz primera
rozándome los ojos soñolientos.
He soñado a los pies de mis cimientos
firme trepar de vasta enredadera;
me he soñado a la sombra de la higuera
olvidando conflictos y lamentos.
Te he soñado gentil naturaleza
vertiendo sobre mí paz y belleza,
alba de arrullos, noche interrogante.
Y seguiré soñando en que amanezcas
cada día por mí y me pertenezcas,
viento, luz, hiedra, sombra, dulce amante.
Los Angeles, 20 de octubre de 2004
1160 - Tu piel, mi piel
Tu piel, tambor bajo el redoble andante
de mis dedos hambrientos, subrepticios,
tu piel, abierta a mansos ejercicios,
tu piel sobre mi piel itinerante.
Mi piel, penetradora y circundante,
en rastreo de arcanos intersticios,
mi piel, que aprende todos los oficios
y en ti los ejercita desbordante.
Tu piel, mi piel, dos planos superpuestos,
en parte idénticos y en parte opuestos,
piezas diversas de íntimo engranaje.
Tu piel, cargado galeón de plata,
mi piel, arrollador barco pirata
lanzado a toda vela al abordaje.
Los Angeles, 20 de octubre de 2004
1161 - Poemario
Me hizo el amor, y me dejó en la mano
un poemario erótico, profundo;
al abrirlo emergió su propio mundo
como la melodía en el piano.
En cada página un rumor lejano
me transmite su voz; voy vagabundo
por entre sus poemas, y me inundo
de su espíritu ardiente, tan humano.
En cada anochecer, sobre la almohada,
me arrulla la lascivia enamorada
de los versos que su alma identifican.
Y al despertar, su libro está a mi lado,
sueño extendido, junto a mí acostado,
palabras que conceden y suplican.
Los Angeles, 21 de octubre de 2004
Poemas
Una y otra vez
Hoy una amante grita como un ángel gritara,
arrancadas las alas de su espalda sangrienta;
como si el alma entera se le desbaratara,
sin aceptar la suerte, sin entender la afrenta.
Tal vez mañana pase por el mismo camino,
el que ha jurado nunca volver a repetir,
y alce una copa nueva llena de viejo vino,
brindando a las estrellas que no han sabido huir.
O tal vez sea el vaso rebosante de llanto
que una vez más le llega sin inferir por qué;
y no entenderá cómo puede sufrirse tanto,
y eludirá el impulso de restaurar su fe.
Pero habrá otro momento, sobrevendrá otro día,
y la misma esperanza, o el mismo servilismo,
enredará sus pasos, y en triunfo o agonía,
se verá, como siempre, al borde del abismo.
Los Angeles, 15 de octubre de 2004
Ella tenía un hombre
Cada tarde, al nacer de la penumbra,
con su cesta de compra de la mano,
y el paso tembloroso
de quien no está seguro de sus pasos,
recorría la senda, junto al muro,
del viejo cementerio del poblado.
Nunca entraba. La puerta,
de barrotes de hierro escarolados,
siempre estaba entornada.
La hiedra alzaba su extendido abrazo
por los muros de piedra
de la vieja capilla. Tantos ramos
de flores ya marchitas, tantas fechas
y nombres cincelados en el mármol,
tanto silencio hundido
en tantos elocuentes epitafios…
La mujer se acercaba cada día,
detenía su paso,
y miraba a través de los barrotes,
en tensa reflexión, como esperando
que una sombra acudiera a su visita,
besándole en los labios.
Y sólo el sol, cansado, moribundo,
le daba un beso de sabor amargo.
¿En qué desolador, inverosímil,
cementerio de astros
dormirá el sol la muerte de su noche?
¿En qué rincón perdido del espacio?
Era joven y hermosa,
pero nunca miraba a los extraños,
aunque al pasar sentía sus miradas
lamiéndole la piel de orquídea y nardo.
Ella tenía un hombre, aunque dormido,
un hombre que le fuera arrebatado
antes del tiempo en que el amor madura,
y antes de madurar los desengaños.
Un susurro le sigue en su camino,
mezcla de póstuma caricia y llanto,
susurro familiar, que se acentúa
junto a esa puerta, a corazón quebrado.
Los Angeles, 18 de octubre de 2004