Breverías
1411
Ante mí se arrodillan las blandas cortesanas
que intentan evadirse del rincón del olvido;
son ya para mí formas diluídas, lejanas,
crepúsculo en el ojo, bullicio en el oído.
Tú permaneces firme, sinuosa y erguida,
álamo en la planicie, recodo en la corriente,
infinita en el tiempo, umbral que me convida
a adentrarme en ti misma, y hacerme residente.
1412
Soy compacto puñado de ceniza,
por corazón, rescoldo adormecido;
ventea sobre mí, revitaliza
la antigua llama que se me ha perdido.
1413
He de llevarte al hombro, carga de mi pasado,
que ni te desenlazas, te aligeras o mueres;
si te desmantelara me habría mutilado,
y por no repudiarte, con terquedad me hieres.
1414
¿Por qué debo de amar tanto en tal modo,
si no me besan labios, ciñen brazos?
Ay, este amor que lo reclama todo
me aplasta el corazón a martillazos.
1415
Quisiera, más que soñarte,
tender los brazos, logrando
que al momento de tocarte,
tú me fueras desnudando,
yo pudiera desnudarte.
Sonetos
1364 - Sospechas
Un lobo de silencio y acrobacia,
de colmillos de acero, aliento helado,
bajando en el crepúsculo al poblado
saltará sobre ti. Toda tu gracia
no te protegerá; tu perspicacia
no sabrá presentir lo inesperado,
y tu perfil, bajo los pies clavado,
inmóvil quedará, sin voz ni audacia.
Huirá de tus umbrales la entereza,
y habrá de alborotarse en tu cabeza
un enjambre de ideas paradójicas.
Y no comprenderás en este acoso
que al amor siempre circunvala un foso
de dudas y polémicas ilógicas.
Los Angeles, 17 de noviembre de 2005
1365 - Alfa de Centauro
La estrella más próxima a la Tierra,
a 4,3 años de luz. Podría desaparecer
hoy, y seguiríamos viéndola durante
más de cuatro años.
En el silencio de mi noche habitas,
punto de luz de hermético universo;
con tu destello pálido converso
en muda soledad. Voces malditas
buscan interferir; nubes escritas
contra un cielo enigmático y diverso
amordazan la música y el verso
de tu guiño y mis ansias infinitas.
Tan ciclópeo, débil y lejano,
y tan cerca que casi con la mano
podría aprisionar tu centelleo.
Aunque no vea tu temblor, tu brillo,
sigues siendo ese golpe de nudillo
que sin cesar me llama, y en ti creo.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2005
1366 - Espalda
Encrucijada incógnita de rutas
que tus manos forzosamente evaden,
adonde esperas que otras se trasladen
en leve acción o marchas resolutas.
Qué andaduras, pisadas diminutas,
trazan surcos recónditos, e invaden
cada gentil relieve, y te persuaden
a ceder los accesos de tus grutas.
Mis dedos guardan la impresión exacta
del mapa de tu espalda; quedó intacta
en la memoria de mi piel y mente;
como si cinco velas encendidas
alumbraran tu imagen, o dos vidas
sincronizaran pulsos de repente.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2005
1367 - Las fauces del mañana
¿Cómo pueden, (tus ojos me lo indican),
coexistir pesadumbre y regocijo?
Y si tal maridaje engendra un hijo,
¿qué atributos de entrambos se le aplican?
En tu rostro hay campanas que repican,
color, calor, que gozo, mas no exijo,
pero a la vez en inquietud me aflijo
por los miedos que al fondo te salpican.
Hoy se reviste de feliz acento,
brinda con júbilo por el momento
exprimiendo deseos en racimos.
Pero asoma sus fauces el mañana,
dispuesto a devorar cuanto engalana
esta sonrisa que ambos descubrimos.
Los Angeles, 25 de noviembre de 2005
1368 - Nacer para morir
Nacer para morir…¡Qué paradoja!
¿Brota la fuente en el barranco umbrío
para ir al mar o para hacerse río,
aunque ese mar un día la recoja?
Nací para vivir. No me acongoja
horizonte o crepúsculo vacío,
sólo este mar enfrente, mi navío,
el sol en alto, el agua que me moja.
Fluir o navegar, sin importarme
qué dirección tomar, quién a mirarme,
mientras avanzo, detendrá su paso.
Vengo a gozar la luz, la primavera,
el frescor de la brisa en la chopera,
y a olvidar la venida del ocaso.
Los Angeles, 25 de noviembre de 2005
Poemas
En cántaros de arcilla
¿Por qué se nos ha dado el laberinto
en que se pierden ocasión e intento?
¿Por qué se nos ha dado el sentimiento
irrumpiendo en las fauces del instinto?
Tal vez porque se dio a la rosa espinas,
y al día se le dio la noche oscura,
se le ha dado el dolor y la amargura
al amor de ilusión y mandolinas.
La oquedad que llevamos en el pecho
es demasiado umbrosa y dilatada;
oscila entre dos flancos, todo y nada,
quedándose en un centro insatisfecho.
Siempre queremos más, y no alcanzamos
el confín que nos hemos sugerido;
y del ensueño vamos al gemido,
de la esperanza al desaliento vamos.
Son más anchos los cauces del deseo
que el tenue manantial que entre ellos fluye;
y así nuestro arrebato se diluye,
nuestro alcázar se torna en mausoleo.
Nuestros brazos carecen de distancia
para encerrar cuanto el fervor codicia;
solamente a nivel de la caricia
encuentra el tacto alguna resonancia.
¿Por qué nos sentiremos incapaces
de apagar esta sed, romper el freno,
y ocupar el espléndido terreno
donde se agostan dudas y disfraces?
Fuimos forjados en divina fragua,
de impulsos infinitos imbuídos,
de cántaros de arcilla revestidos
que no contienen más que un sorbo de agua.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2005
Háblame en directo
Me arrebozo en la pálida palabra
que resbala en tu aliento,
visillo tembloroso que evidencia
y al mismo tiempo oculta en su revuelo.
Casi no sabes cómo hablar. Te atreves,
y a la vez te restringes, como el viento,
llamando a la ventana, y en huída
sin esperar respuesta desde dentro.
Te precipitas sobre mí, detienes
tu paso de repente, garra y miedo;
eres la rosa florecida, y eres
el tallo desprendido de sus pétalos;
yo, revestido de tu voz, desnudo
en la contrariedad de tu silencio.
Háblame en canto, en grito, o en susurro,
pero háblame en directo,
a lanzadas, arrojos y relámpagos,
de cerebro a cerebro,
de corazón a corazón, sellado
a piedra y argamasa el titubeo.
Arropado estaré de tu palabra
como de nieve en flor queda el almendro,
avanzadilla de la primavera
en la gris retaguardia del invierno.
Te escucharán mi piel y mis oídos,
al hablarme tus labios y tus dedos
en línea recta que atrevida avanza,
o en zambra de intrincados arabescos,
mas sin vacilación ni sobresaltos,
sin inmovilidad ni retrocesos.
Los Angeles, 18 de noviembre de 2005
Joven esposa de otro
La conocía ya, casi la amaba,
sin habérselo dicho todavía.
Yo era todo una mano que avanzaba,
y era un pie que a la vez retrocedía.
Joven esposa de quien no era extraño,
sentado a veces a mi propia mesa,
maniobrando mi mente hacia un engaño
que ineludible la mirada expresa.
Mas nadie percibió tan sutil huella
al fondo de mis ojos, sino ella.
Se mantuvo el silencio. Y aunque a gritos
parecía explotar el alma entera,
quedaban circunscritos
a timidez de inagotable espera.
Temor, temor, despótica coraza,
sórdida represión trituradora,
amenaza indecisa que rechaza
la profesión de fe por la deshora.
Mas la deshora progresó en intento,
alzaron su rumor las alusiones,
y sucediendo el júbilo al lamento,
la palabra quebró sus eslabones.
En la joven esposa
brotaron alas, se brindaron manos,
la niebla opaca se hizo luminosa
y los besos prohibidos más cercanos.
Le reventó una aurora en las entrañas
que a lanzadas de amor la dejó herida,
y un abrazo de sábanas extrañas
le pareció la historia de su vida;
y en sábanas vibrantes venideras
vio trabazón de muslos y caderas.
La conocí mejor, y empecé a amarla;
y progresó mi pie sin retroceso,
y avanzaron los suyos, y al tocarla,
se lo dije por fin, y me dio un beso.
Y tanto más me dio que no revelo,
tanto me sigue dando todavía,
sedosa desnudez, pantera en celo,
joven esposa de otro, amada mía.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2005