Breverías
1696
Tantos nombres mis labios pronunciaron,
unos de suave tacto, otros de vino
lúbrico y saltarín, otros de miel.
Tales sabores ya se me ausentaron.
Sólo en tu nombre hallo el sabor genuino
que me niega la opción de ser infiel.
1697
La noche, el día, el alba y el ocaso
me traen tu voz, tu nombre y tu recuerdo;
lo restante es el tiempo en que te pierdo,
en que no escucho el eco de tu paso.
1698
Ah, los largos, minúsculos momentos,
eternos y a la vez tan evasivos,
en que ambos fuimos dueños y cautivos,
fontana y sed, voraces y alimentos.
1699
Es invierno sin ti, la lluvia helada,
largas las noches, el paisaje triste.
La primavera, desde que te fuiste,
se niega a florecer, descaminada.
En la pared, de nuestro calendario,
han caído las hojas, macilentas,
de verano y otoño. Qué sangrientas
las manos de este invierno innecesario.
1700
Si yo pudiera estar donde, sentada,
pretendiendo leer, ausente sueñas…
Si yo pudiera unirme en tu jornada
a cada menester que desempeñas…
Si yo pudiera acomodar tu almohada,
y hacer tus noches densas y risueñas,
voz de violín o asalto de pantera…
Ay, si pudiera, amor, si yo pudiera…
Sonetos
1721 - Abril vendrá
(Variación sobre el poema “When april comes”,
de Thomas Hardy).
Abril vendrá en las alas trashumantes
del ánsar, el zorzal, la golondrina,
vestirá de narcisos la colina,
y arrullará los olmos cimbreantes.
Abril vendrá. Las brisas susurrantes
disolverán el tul de la neblina,
y tejerán hermética cortina
frente a un invierno, o un ayer, distantes.
De cadencias y pétalos cubierto,
abril vendrá, y a tu balcón abierto
trepará por acacia y buganvillas.
Abril vendrá, y con él, ya sin demora,
esta piel que a la tuya se incorpora,
flanqueada de brazos y rodillas.
Los Angeles, 17 de julio de 2007
1722 - Voz
Siempre escuché la voz que habla en rumores,
no en palabras, la voz reveladora
que tantos oyen, y que se evapora
sin que muchos la entiendan. Los tambores
del ruido y de la argucia, los clamores
de la acritud, o la altivez que ignora,
son onda errática, ensordecedora,
que tergiversa arrullos y valores.
Me hablan la brisa, el árbol, el arroyo,
y encuentro en ellos atención y apoyo,
y respondo extendiéndoles la mano.
Qué diálogo tan limpio, tan afable…
De tal manera espero que me hable
esta tu voz que en besos engalano.
Los Angeles, 17 de julio de 2007
1723 - A la ventana
A la ventana estábamos. Llovía.
Los niños de la escuela iban pasando
en tropel de alborozo, salpicando
en cada charco. Era una tarde fría.
Era una tarde gris, mas tuya y mía.
Sólo era gris fuera de casa. ¿Cuándo
ha llovido en nosotros, alterando
lo radiante y azul de cada día?
Era el calor allí. Lecho revuelto,
suave penumbra, temple desenvuelto,
desnudos ambos frente a los cristales.
Era el abrazo, la quietud, la risa,
el mundo, nuestro, mi reloj sin prisa,
y en el aire rumor de madrigales.
Los Angeles, 17 de julio de 2007
Poemas
Cruce de caminos
(Variación sobre el poema
“The man who forgot”,
de Thomas Hardy)
Mi vida ha sido una urdimbre
de andanzas y merodeos,
pero siempre llego al cruce
solitario, polvoriento,
que me parece tan cerca,
estando a la vez tan lejos.
Yo era joven, y ella hermosa
como una lengua de fuego,
pero mi voz, vagabunda,
me la devolvía el eco
como carta que llevara
destinatario mal puesto.
Tras la dorada colina,
su casa, con humo al viento,
calor de hogar, entre espigas,
y nogales en el huerto,
era saludo lejano,
sonrisa y requerimiento.
Y aunque siempre llegué al cruce,
nunca recorrí el sendero,
arroyo que pierde el curso,
góndola que olvida el remo.
Primaveras otoñadas
en crepúsculos tan quietos
que la calandria era muda,
y las rosas eran tedio,
y yo sentado a la orilla
del gris camino desierto.
Y hoy de nuevo. Parecía
todo igual, como si el tiempo,
alas de plomo ya, hubiera
desistido de su vuelo.
Un caminante sin prisas
me saludó. Por el cielo
rodaban lentas, oscuras,
nubes de porte grotesco.
-“¿Forastero?” –“Casi, casi”.
Un momento de sosiego.
Y pregunté por la casa
tras la colina.
“Soy viejo,
y también de estos lugares,
mas nunca vi, compañero,
tal casa; y aunque hay leyendas
de damas, citas y besos,
queden para los poetas,
yo a lo palpable me atengo.”
Y alzando cortés la mano
hacia el ala del sombrero,
siguió su rumbo. La tarde
era un pozo de silencio.
Regresé sobre mis pasos,
como siempre, viajero
de caminos imposibles,
sin saber si fue un recuerdo
de algo tangible, si un mito,
si un desvarío, si un sueño.
Los Angeles, 12 de julio de 2007
¿Dónde van?
(Variación sobre el poema
“Men who march away”,
de Thomas Hardy)
Les hablaron de patria en peligro,
de opresión de inocentes lejanos,
de la paz, la penuria, los dioses,
de trocar el fusil en arado,
de sembrar democracia, extendiendo
mano abierta y sonrisa en los labios;
y la idea engendró batallones
de cerebros vacíos, mecánicos,
fabricantes de muertes y ruinas,
alma estéril y puño cerrado.
¿Dónde van estos hombres con libros
de algoritmia debajo del brazo?
¿Dónde van con la fe del banquero,
ignorantes de estrellas, corsarios?
El soldado es patíbulo andante,
del que cuelgan, sin juicio ni fallo,
si un infame, cuarenta inocentes;
hombre a sueldo y, por tal, mercenario,
luchará porque al fin en su bolsa
tintineen los treinta denarios.
Alguacil de corona de espinas,
lidiador del martillo y los clavos,
fabricante de yermos y escombros,
la bandera su embozo y amparo.
¿Dónde van estos hombres sin alma,
esta nueva invasión de los bárbaros?
¿Dónde van, con pretextos espurios,
con la muerte instigando sus manos?
Libertad, democracia…A los muertos
no les sirve en su eterno descanso;
y a los vivos, que exigen el orden,
se les sirve el derribo y el caos.
Aquel joven que fue a la Academia
a aprender a matar, ha iniciado,
con su ejemplo y abuso, otra escuela
donde aprende a matar su adversario.
Si la sangre del mártir fue un día
la semilla de nuevos cristianos,
hoy la sangre es semilla, o motivo,
de un terror como el de este soldado.
¿Dónde van estos hombres verdugos
bajo piel de corderos, y cuántos
volverán a nivel de ataúdes?
¿Dónde van en fervor de disparos?
Desdeñables peones en juego
de ajedrez, donde un rey arbitrario,
incapaz de arrastrar a las tropas,
se atrinchera en su cómodo cuadro.
En tal juego de mentes mezquinas,
a recaudo de riesgo en palacio,
los ineptos, los buitres, proyectan
el despojo, la imagen, el látigo.
Y la sangre de extraños y propios
es minúsculo mal necesario.
¿Dónde van estos hombres serviles?
¿Nunca oyeron el grito-zarpazo
que convoca a las almas rebeldes?
¿Dónde van, dónde van, embaucados?
Los Angeles, 12 de julio de 2007
Era entonces…y ahora
(Variación sobre el poema
“I said to Love”
de Thomas Hardy)
Era entonces el tiempo de los amores puros,
casi juego de niños, amores luminosos;
hoy que hemos sazonado, que estamos tan seguros,
se nos brindan o asedian amores borrascosos.
Era la flecha de oro, era la rosa blanca,
era la voz que arrulla, si traviesa no esquiva;
hoy nos llega en el grito desgarrador, que arranca
la floresta que el alma día a día cultiva.
Supimos que era utópico, falaz y tornadizo,
mas no nos afectaba, pensando en alterarle;
pero este barro nuestro, ya añoso y quebradizo,
no resiste el embate que intenta espolearle.
Ligero nuestro juicio, nos vimos tan ligeros
que le asignamos alas, y nos las conferimos;
mas el tiempo nos hizo ni gaviotas ni arqueros,
sólo hambrientos en busca de espigas y racimos.
El amor no es ya niño, ni es ángel, ni inmutable,
lleva cuchillo al cinto, la sangre le salpica,
en lugar de sonrisa luce el gesto implacable
de quien derrumba torres y a defraudar se aplica.
Muchos le han expatriado, furiosos o rendidos
de esas luchas que apenas proporcionan victorias;
yo, ya entre los que triunfan, o ya entre los vencidos,
flameante o sangriento, celebraré sus glorias.
Los Angeles, 13 de julio de 2007
Alto en el camino
(Variación sobre el poema
“A thunderstorm in town”,
de Thomas Hardy)
Era un albergue en la distancia,
ni lugareño ni elegante;
sólo era un alto en el camino
para lastrados de equipaje,
para quien no mira las flores,
o para aquéllos que no saben
de los silencios de la noche,
de las fragancias en el aire.
Nube de polvo era el sendero,
soplo de fuego era la tarde,
se adormilaban los latidos
en la indolencia del paisaje
Entré, y el bar era penumbra,
y era quietud que se comparte,
sin más rumor que el de las copas
cantando en tono de cristales.
Ella se aislaba en una esquina,
tras el jarrón de tulipanes,
mirando, ausente, el horizonte
sobre las copas de los árboles,
tabaleando con los dedos
sobre la mesa un ritmo suave.
Y me senté junto a la suya,
como quien trata de infiltrarse
en otra vida tan ajena,
y al mismo tiempo semejante.
Volvió hacia mí los blandos ojos,
y sonrió; sólo un instante.
Flotaba un aura de tristeza
en su contorno. ¿Qué orfandades
descenderían de qué alturas
como la espada de un arcángel?
La contemplé, como intentando
adivinar gemido y sangre,
y ella miraba, silenciosa,
hacia lo lejos, sin mirarme.
Miró el reloj. Era su hora.
Se levantó, y al retirarse,
otra mirada, otra sonrisa,
tan tristes ambas, tan finales…
La vi partir, lánguida, sola,
y al fin perderse en el paisaje.
Cómo lamento el tierno beso
que pude y nunca llegué a darle.
Los Angeles, 16 de julio de 2007