Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Duerma la mente

Índice

Sonetos:
La piel de tus afectos Otra canción Nueva creación Sin mirar hacia atrás
Poemas:
Presagios Tres opciones Se apagaron las luces
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Breverías

1876
Emergen nuevas formas, nuevos besos; este eterno retorno de las cosas… nacer, amar, perder, y en soledosas noches morir, calado hasta los huesos de lluvia gris que encharca y agarrota. Y volver a nacer, recomenzando la misma insensatez, sin saber cuándo dormiremos tras la última derrota.

1877
Brillan tus ojos. En la mente tuve la clara luz de extática mirada. Aunque se me apartó, yo la mantuve; murióse al fin, tan sola, tan cansada de esperar no sé qué que nunca vino… Ni su color recuerdo, qué tristeza. Mírame siempre así; que si el destino te arrebata, subsista esta belleza.

1878
Hay soledades que distancian, llevan cansancio entre las manos, en los ojos; y otras que se sublevan, dinamitando argollas y cerrojos. La suya, débil, emprendió la huída, abordando tal vez isla desierta; la tuya logra, hundiéndose en mi vida, que toda mi alma sobre ti se vierta.

1879
Siempre que te desnudo sangra mi alma un momento, como si hubiera una traición al fondo. Conoces el instante, quedo mudo, respetas mi silencio, no te miento: Ella está aquí… Me besas. Te respondo.

1880
‘Nunca segundas partes fueron buenas’. Volverás, ¿y qué hacer? ¿Surgir de nuevo del fondo de las sombras? ¿Por qué venas navegarán amores de relevo? ¿Cómo advertir si el ámbito vacío, antes lleno de mí, se ha transformado? ¿Cómo saber si hay un espacio mío, o si queda un erial deshabitado?

Sonetos

1871 - La piel de tus afectos
La piel de tus afectos se endurece, pétalo al tacto fue, nardo sedoso, y es ya revestimiento gris, rugoso, que ni entiende la mano, ni se ofrece. Todo sigue su curso y envejece, y cuanto fue gentil se hace tedioso; y optamos por no vernos ante el foso cuya oquedad nos llama y entumece. La voz que hablaba en solidez de roca es ya un eco minúsculo, y la boca, ayer plena de besos, hoy bosteza. Fuiste dinámica, armoniosa vida, quietud de aldea, gracia estremecida… ¿cómo puede morir tanta belleza?
Los Angeles, 2 de junio de 2008
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1872 - Otra canción
Camarote en penumbra, y en sosiego, con sábanas revueltas, el cordaje flácido sobre el suelo, y un viaje a punto de iniciarse sin tu juego. Adoptaste la ausencia y el despego, desplomándose entero mi andamiaje; me replegué a una esquina del paisaje, pero hoy, erguido, ya no me repliego. No ha cambiado la escena, mi galera de innecesario lastre se aligera, tú hubieras sido mi primera opción. Pero no estás en el atracadero. Habrá otra mano y otro derrotero, el mismo camarote, otra canción.
Los Angeles, 2 de junio de 2008
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1873 - Nueva creación
Disponibilidad, lecho vacío, ánfora desbordante, leño ardiente, y un reloj sin tic tac, indiferente al ciclo de horas, tiempo todo mío. No me contraigo en el dolor, me amplío en el gozo pletórico emergente de la ruina de ayer; soy el torrente que no se amolda a detener su brío. ¿Y tú? ¿No hay sed limando tu garganta? ¿No se hielan tus miembros? ¿No levanta sus múltiples cabezas el deseo? Hay una nueva creación que acecha. Si como yo lo estuve, estás maltrecha, ven a mí, que en mis manos te moldeo.
Los Angeles, 2 de junio de 2008
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1874 - Sin mirar hacia atrás
Sobrevivir no es fácil; cuánto pesa el fardo de abandono y decepciones que a la espalda cargamos… No hay razones que lo expliquen o alivien, ni interesa la oferta de sentarnos a la mesa y analizar pasadas aflicciones. El coloquio no evita los arpones ya en la carne. La boca que nos besa pretendiendo apagar yerros y dudas, sabe vender al justo, como Judas, y volverá a besar en nuevas ventas. Nuestro intento es lamernos las heridas sin mirar hacia atrás; las despedidas gastan alma de hierros y tormentas.
Los Angeles, 2 de junio de 2008

Poemas

Presagios
Me dijo tantas cosas… unas sin importancia, nimiedades que se adhieren al alma, como el roce de repentino aroma, como el aire que nos toca y se va; y otras intensas, con hondura de mares, como suave cuchillo que penetrara, sin herir, la carne. Y todas las creí. Mi fe, martillo pulverizando dudas al formarse. Mi duendecillo escéptico susurraba en el fondo su mensaje de precaución, siempre tan sabio, siempre midiendo absurdas posibilidades. Y le dejé de lado, renunciando a escucharlo. De vez en cuando alzaba su estribillo, persistente y afable como esa tenue brisa que se pierde en la noche entre los sauces. Se entristecía entonces mi sonrisa, y le otorgaba la razón.¿Quién sabe? Pero lo erradicaba de la mente; era sólo un instante. Todo en ella tan claro como la luz del alba, sin contrastes, con el frescor alegre de la niña, y la ternura de la joven madre, que sin tener mis hijos me impulsó a desearles. Supe que un día…, sí, siempre lo supe; ciertas ideas tienden a agolparse casi frente a los ojos; imposible no verlas; no son grandes, pero son persistentes; ni son mudas, pero llegan sin gritos al amante, que las confina al ángulo más hondo de su íntimo ramaje. No significan mucho, porque un día, al romperse los cristales, al entrar como lobos viento y lluvia, al desatar la vida el aquelarre de visiones oscuras que al alma llevan a desmoronarse, los presagios, por ciertos, no amortiguan el duelo del amor agonizante, si bien proyectan, como fiera garra sobre el dorado ayer, interrogantes. No renazcais en mí, dudas marchitas, salpicando de barro mis andares de tiempo atrás. La percepción que tuve es la verdad, no hay otras realidades.
Los Angeles, 2 de junio de 2008
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Tres opciones
De su estupor a la razón despierto, reivindicando esa cordura absurda de que tanto abdiqué, y hoy me me libero del dorado collar de la locura. Me resisto a llorar, me asedia el frío, la lógica se impone, soy la brújula consciente de sentido y direcciones, me resisto a esa jungla de lianas tejiendo anárquico tapiz bajo una cúpula de ramaje otoñal. Lo quiero todo con nitidez de líneas absolutas, terso, simple, ordenado, en geometría pura. Ya no más actitud de rompeolas, pecho avanzado bajo sol y luna, sufriendo los envites de las aguas por la sola caricia de la espuma. Ciérrense a las canciones mis oídos, calle otra vez la música que adormece la mente, evolucione la flexibilidad de la cintura que temblara en mi brazo, en rigidez inmóvil de columna. Quédese todo quieto, río, brisa, rumores y espesura de bosques soñolientos, quede en silencio todo, y en penumbra. El sentimiento es movimiento y ruido, la idea es calma, soledad, tersura. Apagaré este corazón inquieto que tanto me pregunta, y encenderé los fuegos más serenos de la mente…¿Qué hacer de la lujuria, pantera reclinada en leve sueño? Al despertar, tensándose las curvas, rastreando su presa, su gacela, ¿quién detendrá su urgencia, qué atadura refrenará su salto? ¿El pensamiento? Ah, la tercera opción, algo más turbia, no menos intrigante, y como brisa tropical, tan húmeda. Duerma también la mente en ese instante, ruede la sensación, ciega y desnuda. Ya volveré a pensar cuando el sosiego recobre una vez más su compostura.
Los Angeles, 3 de junio de 2008
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Se apagaron las luces
Pero esta vez no pude poseerla. Cada estación enciende sus colores, o los apaga. Y era en mí el invierno. Derrotado y desnudo estaba el bosque. Me ungió con óleos de primavera, como a un rey primitivo; me hizo el hombre que había sido, y abdicado luego; me habló con voz de miel y surtidores, y me hizo renacer. Yo anticipaba la nueva soledad, la que se esconde como áspid a la sombra de la rosa, o el desmoronamiento, o el estoque. Aun en la cumbre que escalamos, suenan esas lúgubres voces que desde el fondo oscuro del barranco amenazan desplome; porque el amor, aunque nos acometa cabalgando en redobles de himnos triunfales, siempre lleva fecha gris de caducidad, y no la esconde, pero jugamos a ceguera y calma, hasta que la verdad se nos impone. Ella me derramó su primavera como raudal de pétalos, de flores, me aseguró, que no se agostarían. Pero el tiempo dispone de otro modo, a su forma, marchitando lozanía y fragancia en una noche. Siempre es igual. Sabemos que avanzamos sobre delgado hielo a un horizonte fuera de nuestro alcance, y el rítmico tic tac de los relojes nos recuerda el final inevitable, la transitoriedad de nuestro enfoque. Pero no lo admitimos. Suponemos que no hay quien nos derrote. Y al fin el hielo cruje, y aflora el agua, y el final se impone. Y el olor a fracaso que advertimos tiempo atrás, e ignoramos, aquel toque de atención, se agiganta, pero es tarde cuando el cristal se rompe. Se apagaron las luces de palacio; ya no hay baile, ni vino, ni canciones. Cenicienta en las sombras de mi espíritu, su lejano reloj ya dio las doce.
Los Angeles, 3 de junio de 2008
Diseño: Carmen Álvarez
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